Una de las plagas más feroces en Nicaragua, después del aedes aegypti, es la de los “vivianes”, como se les llama aquí a los oportunistas o arribistas. Mucho se ha escrito sobre la naturaleza de algunos compatriotas, que por cierto parecen abundar, cuya única aspiración es la de ir como el aceite, siempre arriba y en su empeño les importa un pito llevarse entre las patas a cualquier conciudadano. Sin embargo, en el tema de la vivianada, no hay nada peor que una institución sea cómplice, promueva o tolere un acto en el cual se les mire la cara de tontos a los demás, en beneficio de algún ·vivián·.
Hace poco me contaban la triste historia de un concurso para elegir a la “reina de belleza” de una institución de educación “superior”. Nunca he escuchado que universidades de renombre como Harvard, Oxford, Berkeley, Stanford, Columbia o Cambridge, realicen un concurso de belleza entre sus alumnas; otorgan reconocimientos tal vez, a la excelencia académica o a la actividad de investigación, independientemente del género; pero aquí en Nicaragua estos concursos son parte del folclore.
Pues resulta que en una institución universitaria local, cuyo nombre mejor omito para no herir susceptibilidades, una alumna despertó un día con la ilusión de ser reina de la universidad. Mientras degustaba sus Froot Loops con leche en el desayuno, comentó con sus padres sobre su sueño. El padre, funcionario de alto rango en la misma universidad le mostró su inmensa felicidad y su madre, también oficial de esa magna casa de estudios, no cabía de júbilo -qué emoción hijita, seguro que ganarás.
Se inscribió dicha estudiante en su facultad, sin embargo, en la fase eliminatoria quedó en cuarto lugar. Cual princesa del cuento de Margarita, la joven se entristece por su dulce flor de luz, cuando entonces se aparece sonriendo su padre y le dice, -De que vas a ser reina, vas a ser reina. –Vas a competir por la facultad de Gastronomía. –Pero papá, esa facultad no existe. –Para fines de ese concurso, ya está abierta. –Pero papá, no hay alumnos. –Ergo, al ser la única alumna automáticamente sos la candidata de esa facultad.
Transcurrió la campaña para el concurso, ante los estudiantes atónitos por la nueva facultad y su candidata. Definitivamente la favorita era la estudiante de Administración, pues a pesar de no conocer ni a Terry ni a Fayol, mucho menos a Porter, le rezumbaba el mango y ninguna candidata le llegaba a los talones. Nuestra joven, nerviosa, le comentaba a su mamá, -Mejor me retiro, no creo que le gane a la de Administración. –Ay hijita, no sabés que aquí somos especialistas en procesos electorales y todo indica de que vas a ganar.
Así que después de que el papá de la susodicha candidata sostuvo una plática seria con los miembros del jurado, a pesar de que todas las simpatías y pronósticos iban hacia la candidata de Administración, la de Gastronomía ganó, no por una nariz, sino por una llantita. Debe usted imaginarse el abucheo que recibieron los miembros del jurado al dar a conocer el resultado; sin embargo, parece que también estaban preparados para soportar eso, pues en Nicaragua se ha desarrollado exitosamente una vacuna contra la vergüenza y ellos fueron inmunizados oportunamente.
De nada sirvió que los fans de la candidata de Administración, en protesta se tomaran la discoteca en donde debía celebrarse el triunfo de la ganadora, pues la reina y su comitiva se fueron a otro antro y no tuvieron problema para hacer el quórum de ley para la celebración, a la que sólo le faltó el desfile de los 400 elefantes.
No me extrañó en lo más mínimo la historia, pues por experiencia propia sabía de los desmanes que se cometen en beneficio de algunos vivianes. Estudiaba yo el cuarto año de secundaria en el Instituto Pedagógico de Diriamba, cuando quién sabe qué mosca le picó a uno de los hijos de La Salle, que convocó a un concurso de fotografía para los alumnos. Extraño, pues generalmente se realizaban concursos de canto, de declamación, de oratoria y creo que ese año fue el único que se realizó un concurso de esa naturaleza.
Me entusiasmé, pues desde pequeño he sido aficionado a la fotografía. Así que tomé una cámara de mi madre, una Brownie Kodak de larga data y me dediqué en los recreos del medio día a buscar motivos en el paisaje del colegio, que era el tema del concurso. Al final escogí una fotografía que le tomé a la estatua de la Inmaculada que estaba frente a la entrada principal del colegio. Le pedí a Felipe Quant, fotógrafo y laboratorista del pueblo que me hiciera una impresión de lujo y logré una foto decente para competir con alumnos aficionados.
Una tarde que estábamos en clase y el profesor notó que tenía enrojecido un ojo, consecuencia de un insecto que me había entrado a medio día, me envió a la enfermería a que me pusieran colirio. De regreso de la enfermería que quedaba en el extremo oeste del colegio, observé que de repente ingresó una camioneta de La Prensa, de la cual descendió un sujeto con una cámara profesional y empezó a realizar tomas de los edificios y paseos. Le servía de guía el hermano Luis, encargado del bar. En ese momento yo creí que se trataba de fotos para la memoria que se distribuía a fin de año.
Mi sorpresa fue mayúscula cuando a la hora de presentar las fotografías concursantes aparecieron varias del tamaño más grande que podían imprimirse, con una calidad digna de la revista National Geographic y a nombre de un fulanito que resultó ser el hijo del gerente del prestigiado rotativo. Indignado fui a reclamarle al organizador del concurso, quien con el mayor desparpajo me dijo que le llevara pruebas de mi acusación. Le mencioné el hecho de que el hermano Luis había presenciado la toma de las fotografías, entonces muy astutamente me pidió pruebas de que las fotografías que expuso el junior eran las mismas que había tomado el supuesto fotógrafo que yo había visto. Luego me recordó que estábamos cerca de los exámenes y que mejor dedicara mi tiempo a estudiar y no buscarle tres pies al gato, pues podría reprobar. Quise hablar con el Director para elevar el nivel de la protesta, pero aparentemente ya estaba prevenido pues sin escucharme me mandó por un tubo.
Obviamente el junior ganó el concurso y obtuvo la medalla de oro, que conociendo bien a los hermanos de las escuelas cristianas y su aversión a la codicia, especialmente de los demás, no había forma que fuera realmente de oro, así como el premio, que a la fecha no recuerdo, pero que debió ser un libro o un misal.
Yo me quedé rumiando mi descontento y hasta me hice de un marcador Pilot, que en esa época era la octava maravilla de la tecnología y por mucho tiempo fue mi monomanía buscar la forma de dejar a la posteridad mi protesta por tan infame acto, sin embargo, mis amigos me convencieron de que no había forma de hacerlo sin que algún “cepillo” me delatara y fuera sujeto de expulsión.
Así que mi primer intento de participar en una competencia fue frustrado por esa tendencia que tienen ciertas instituciones de favorecer a algún vivián. Sin embargo, aprendí tres lecciones fundamentales para la vida. La primera es que lo importante no es ganar, sino saber cuándo y con quién hay que competir. La segunda es que no hay que ponerse con Sansón a las patadas y la tercera es que la venganza es un plato que se sirve frío.
Feliz Año Nuevo a todos