Archivo mensual: marzo 2009

Nuestro soldado desconocido

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Al bajar por la carretera sur hacia el centro de Managua, prácticamente donde en un tiempo comenzaba la ciudad capital, se puede ver a mano derecha la figura en bronce de un joven soldado que en posición de preparación para disparar, con su mano derecha señala hacia el norte y en su mano izquierda sostiene un rifle Mauser.  Debajo de su sombrero de palma con el ala levantada hacia atrás, se puede observar una mirada firme, determinada, desafiante.  Sin embargo, una mañana de marzo de 1907, esos mismos ojos, desorbitados, miraban la forma en que inexorablemente se acercaba la muerte.  Su cuerpo convulsionaba y en la parte derecha de su pecho, la sangre salía a borbotones, en donde el proyectil enemigo había impactado.  Junto a él, su compañero de campaña, tomando fuertemente su mano, trataba de infundirle ánimo, aunque sabía que todo estaba perdido.  El joven que a duras penas alcanzaba los catorce años llamaba incesantemente a su madre, hasta que su corazón sucumbió y dejó de latir.  De esa manera murió Ramón Montoya Acevedo, quien por mucho tiempo se conoció en Nicaragua como el Niño Héroe.

Tan sólo unos meses antes, Ramón, hijo de don Francisco Montoya y doña Francisca Acevedo, se había enlistado en el ejército.  Su familia había llegado de León de donde era originaria para establecerse en Managua, en donde don Francisco trabajaba como músico de la Banda de los Supremos Poderes.  Vivían en el Barrio El Nisperal, muy cerca de la costa del lago.

En esa época, el liberalismo había subido al poder con don José Santos Zelaya y en enero de 1907, el ejército de Honduras atacó a mansalva a la patrulla del puesto fronterizo Los Calpules en Chinandega, cerca de lo que hoy se conoce como El Guasaule.  La primera reacción de Nicaragua fue acudir a la vía diplomática, sin embargo, durante las negociaciones, el ejército hondureño atacó el poblado fronterizo de Tapacales, Nueva Segovia, en febrero de ese mismo año.  Lo soldados nicaragüenses que se mantenían en alerta, repelieron la agresión de los hondureños que en esa ocasión estaban dirigidos por el General Emiliano Chamorro Vargas, nicaragüense y conservador quien se había pasado a pelear al lado hondureño.

El General José Santos Zelaya preparó tres columnas para atacar a Honduras, atendiendo el llamado el joven Ramón Montoya Acevedo quien de manera voluntaria se integró al ejército.  Las tres columnas lograron penetrar a Honduras, en donde se enfrentaron a los ejércitos de Honduras y de El Salvador que se le había unido al primero.  Ahí se dio la célebre batalla de Namasigüe, comarca hondureña localizada muy cerca de Choluteca.  En esa batalla fue donde cayó fulminado de un disparo el joven Montoya.  Al final, la batalla fue ganada por el ejército nicaragüense y obligó al ejército hondureño a retirarse hacia Tegucigalpa, sin embargo en Tamaíta, antes de llegar a esa capital, el ejército nicaragüense doblegó a los hondureños, obligándolos a rendirse.

Varios días después, un delegado de don José Dolores Gámez, Ministro de Gobierno, llegaba a la humilde morada de la familia Montoya con la fatídica noticia de la muerte de Ramón.  La desconsolada familia, en su dolor, ni siquiera alcanzó a comprender la promesa que el propio Presidente de la República había hecho de que haría un monumento en honor al heroísmo de Ramón Montoya.

El Ministro Gámez fue el encargado de hacer efectiva aquella promesa del Presidente de plasmar la gesta heroica de Montoya en una estatua conmemorativa.  Para este efecto, contrató a la marmolería de los italianos Luisi y Ferracutti para que diseñaran y ejecutaran el proyecto respectivo, que en aquel tiempo alcanzó un costo de 2,500 pesos oro.

En enero de 1909, hace exactamente cien años, el monumento se instaló en el Parque Central de Managua y comprendía la estatua del joven Montoya en bronce y un monumento en mármol blanco de Carrara (según los italianos), con la figura alegórica de la Patria con el gorro frigio, apoyando su brazo derecho el escudo de armas y en el izquierdo una corona de laureles, en actitud de desolación.

Muy poco tiempo después de haberse inaugurado el monumento a Montoya, José Santos Zelaya cayó del poder, asumiéndolo los conservadores, quienes al igual que siempre en Nicaragua, se dedicaron a borrar cualquier indicio de lo que los liberales habían logrado en el período en que estuvieron en el poder.   De esta forma, en 1912 promulgaron una ley que prohibía la erección o conservación en parques o lugares públicos de monumentos u obras que tendieran a perpetuar recuerdos de guerras centroamericanas.  Más tardó en publicarse esa ley, que la estatua de Montoya en ser desmantelada y arrinconada en una bodega del Palacio Nacional.  Luego, a un ilustre conservador se le ocurrió que podría ser un generoso regalo para la Catedral de Granada, para que se fundiera y se fabricara con ella una campana.   Ya estaba la estatua de Montoya en poder del obispo de Granada, cuando un ciudadano de apellido Cuadra, consideró que sería un desperdicio que tan bella estatua fuera fundida para convertirse en campana.  Le ofreció al obispo la cantidad de 250 dólares americanos por la estatua y éste ni corto ni perezoso prefirió el oro físico al bronce.

A finales de los años veinte, los liberales recuperaron el poder y se dedicaron a rescatar todo lo que los conservadores habían desmantelado y entre la gran lista se encontraba la estatua de Montoya, misma que fue recuperada, no se sabe si se indemnizó al Sr. Cuadra por los US$250; el caso es que por un buen rato anduvo deambulando la estatua separada el monumento de mármol por todo el Parque Central.

A mediados de los años cuarenta don Andrés Murillo fue designado Ministro del Distrito Nacional, cargo equivalente al actual alcalde, salvo que en aquel tiempo era designado directamente por el Presidente de la República; bueno, al final de cuentas parece que ahora también.   Da la casualidad que don Andrés había peleado con el ejército nicaragüense en la batalla de Namasigüe y había sido testigo de la muerte de Ramón Montoya.  Con el propósito de exaltar el heroísmo del ejército nicaragüense y en particular la figura de Montoya, inició un proyecto que comprendía la ampliación y pavimentación de una avenida que iniciaba en el arranque de la Carretera Sur, pasaba por donde se ubicaba El Arbolito y llegaba hasta las cercanías del lago de Managua.  A esa avenida se le bautizó con el nombre de Avenida del Ejército y en su intersección con la carretera sur se colocó el monumento a Montoya.  Dicen que Murillo mandó a traer desde El Castillo en el Río San Juan, uno de los cañones que le sirvieron a Rafael Herrera para defenderse de los filibusteros y lo colocó al pie del monumento.

En los años cincuenta, la entrada a Managua para los viajeros del sur pasaba invariablemente por la estatua de Montoya y cada vez que yo venía a la capital mi abuelo o mi padre me señalaban la estatua de Montoya para que viera al joven Montoya y el cañoncito resguardando el monumento.  A finales de los años cincuenta, el sector de Montoya se había embellecido, pues al norte iniciaba la exclusiva Colonia Mántica y en el costado este, después de la gasolinera Esso, esta familia había construido un supermercado.  Con el ingenio del arquitecto constructor, se aprovechó un abrupto terreno de escasa anchura en donde el supermercado en diversos niveles, aprovechó al máximo el pequeño espacio.  En la esquina noroeste, estaba una cafetería llamada El buen tono, la cual no hay que confundir con la del mismo nombre que estaba ubicada en la Avenida Roosevelt.  En esa cafetería estaba también la parada de los taxis interlocales que salían a Carazo.   Ya en los sesentas, se construyó el edificio de la compañía I.B.M. de varias plantas en la esquina sureste de la estatua.

Para el terremoto de 1972, como reza el dicho:  Unos a la bulla y otros a la cabuya, y esta vez a un alto funcionario del gobierno de ese entonces se le hizo fácil y mandó a quitar la estatua de Montoya y se la llevó para su casa.  Semanas más tarde, durante una reunión del Comité de Emergencia, órgano que utilizó Somoza para apropiarse del poder, le dio una brutal reprimenda al funcionario que se había afanado la estatua y lo obligó a colocarla en su sitio.

En la actualidad, Montoya continua, a pesar del deterioro y olvido de sus conciudadanos, en su mismo sitio.  Los alrededores ya no son tan primorosos como lo fueron algún tiempo.  El supermercado fue destruido totalmente por el sismo del 72 y en su lugar sólo quedó un barranco que se asemeja a un filo de una favela brasileña.  En el lugar del Buen Tono está la sala de exhibición de unos automóviles chinos.  La Colonia Mántica ha sido absorbida poco a poco por el Hospital Salud Integral.  El edificio de la I.B.M. pareciera un reducto draculesco y enfrente, la esquina en donde las Camas Lunas emigraron desde la Avenida Bolívar por el terremoto del 72, luce desolada pues la empresa acaba de declararse en quiebra.  Sin embargo, Ramón Montoya con su mirada firme continúa señalando con determinación hacia el norte, sin percatarse en su ingenuidad, que el verdadero enemigo está precisamente en el sur.

A pesar de que muchos nicaragüenses conocen al monumento de Montoya, muy pocos saben en realidad quien fue este muchacho y por qué le erigieron un monumento.  Ya son menos los que utilizan el dicho que se hizo famoso en un tiempo en Managua: «Primero dispara Montoya» para señalar a una persona agarrada, tacaña o pinche que antes de que invite a algo, podría arrancarse un disparo a la estatua de bronce.

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Su Majestad, El Nacatamal

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La gran mayoría de las familias nicaragüenses se reúne los fines de semana y en sus festividades más importantes acompañados de un delicioso nacatamal.  Podría pensarse que se trata de un aspecto puramente alimenticio, sin embargo, aunque tal vez ellos no estén plenamente conscientes, se trata de una manifestación cultural que involucra no sólo la parte nutricional o gastronómica, sino que implica elementos que la vinculan con su propia identidad, con su relación con la tierra, con el ciclo de la vida, con la celebración de la muerte, con los rituales religiosos de sus antepasados.

El nacatamal es el alimento que refleja de la manera más fiel el mestizaje del pueblo nicaragüense, pues representa la fusión de dos grandes culturas que, aunque de manera traumática, llegaron a mezclarse en tan diversas maneras.  El nacatamal tiene sus raíces en el tamal, elemento primordial en la vida de todos los pueblos precolombinos que giraban alrededor del maíz, biológica, cultural y religiosamente y que nació cuando los indígenas trataron de preservar sus alimentos envolviéndolos en hojas.  De esta forma, al envolver una masa de maíz en hojas de la misma gramínea y cocinada al vapor, lograron preservarlo por un buen tiempo y de este principio nació el tamal.  Posteriormente se fue aderezando con hierbas y rellenándose con carne de aves, pescados o mamíferos.

El tamal se encuentra en muchos países de América Latina, desde México hasta Colombia, incluyendo las Antillas, a través de una infinidad de variantes tanto en forma, contenido, como en sabor.  Además del elemento nutricional, el tamal resaltaba por ser protagonista en muchas de las festividades y ritos de carácter religioso.

En Nicaragua resaltaban tres tipos básicos de tamal.  El tamal pisque, llamado así porque el maíz se pisquea con ceniza y agua para desprenderle los «ojos» y con la masa resultante se hace la torta que luego cocida se convierte en tamal. Todavía se prepara en Nicaragua y podría ser el tamal que a la fecha resulta más parecido al precolombino, salvo por estar envuelto en hojas de plátano, cuando los originales se envolvían en hojas de maíz.  En muchas ocasiones se utiliza como bastimento o bien como una comida sola acompañada con queso.  En las celebraciones de Semana Santa,  en la época cuando durante esa celebración no podía encenderse fuego en las casas, el tamal pisque era una de las comidas tradicionales puesto que resistía un buen tiempo y puede comerse sin necesidad de calentarse.  Otro tipo era el nacatamal, cuyo nombre viene del náhuatl nacatl que significa carne y tamalli que significa tamal.  Antes de la llegada de los españoles se preparaba bajo el mismo principio del tamal pisque, se aderezaba con hierbas, achiote y tomate y se le agregaba carne, principalmente de chompipe (pavo) venado o guardatinaja (tepezcuintle), se envolvía en hojas de maíz (tuza) y se cocinaba al vapor.  También encontramos el yoltamal que es un tamal de elote tierno en donde la leche que se desprende le imprime un sabor dulce.  A la masa resultante se le agrega un poco de sal se envuelve en tuzas y se pone a cocer al vapor.  Todavía se prepara y tiene una gran demanda pues es un exquisito bocado acompañado con queso o cuajada.

Cuando llegaron los españoles trajeron consigo su religión, su cultura, sus costumbres, su música, sus bailes y su gastronomía.  Uno de los elementos de su gastronomía que más gustó en el nuevo mundo fue el cerdo.  Este animal proporcionó además de su carne, su manteca, su piel convertida en chicharrón y su sangre convertida en moronga. Entonces ocurrió la fusión de las cocinas indígena y española.  En el caso del nacatamal la masa sufrió una importante transformación al mezclarse con la manteca del cerdo, dándole suavidad y tersura y resaltando su sabor.  La carne adobada del cerdo también ayudó a mejorar sustancialmente el sabor y tres elementos adicionales que, originarios de oriente, también fueron traídos por los españoles terminaron de lograr la total transformación del nacatamal: la naranja agria que le agrega un sabor especial a la masa, la cebolla que también aporta su sabor y el plátano, pues con sus hojas que sirven de envoltorio se remata el sabor de este platillo.  Al amarrarse el nacatamal con la fibra del tallo del plátano conocida como burío, se logró un envoltorio hermético que se pudo cocinar por cocción en agua hirviendo, lográndose eficientar el proceso.

En la actualidad pueden encontrarse una amplia gama de tipos de nacatamal, empezando desde el ortodoxo, que solo lleva la masa, tomate, cebolla y el cerdo adobado, envuelto en hojas de chagüite previamente soasadas y luego amarrados con burío. También se encuentra el tradicional, que lleva además de la masa y el cerdo, arroz y papa, utilizándose el mismo envoltorio.  Luego se encuentra el de lujo que se prepara para festividades especiales y lleva además aceitunas, ciruelas y uvas pasas, alcaparras y cualquier otro ingrediente que la imaginación pueda permitir.  En cuanto a la carne del cerdo también hay sus diferentes maneras de integrarla, algunos nacatamales sólo incluyen un trozo de cerdo adobado, otros además le incluyen un pedazo de costilla y otros le adicionan un trozo de tocino.  También pueden encontrarse variantes en cuanto al tipo de carne, pues ahora es muy común encontrar nacatamales de pollo, de pavo y de res.  También se encuentra el nacatamal pindongo, que es el que no lleva carne, llamado así por una corrupción del vocablo pilongo, que significa flaco, seco.  En cuanto al empaque, se ha hecho muy común los nacatamales envueltos en papel de aluminio, los cuales facilitan la cocción disminuyendo el tiempo, pero que le restan el sabor que le imprimen las hojas de chagüite. Las normas nutricionales modernas en los países industrializados han motivado a la preparación de nacatamales para esas regiones con las etiquetas Light, non fat, non cholesterol, diet, low carb.

Cualquiera que sea su variante, el nacatamal es una comida que se prepara de manera comunitaria.  Es prácticamente imposible encontrar alguna familia que prepare sus propios nacatamales, salvo tal vez en festividades u ocasiones especiales, en donde en trabajo conjunto, la familia los prepara con las recetas pasadas de generación en generación.  Sin embargo, existe la creencia que en determinadas partes del proceso debe intervenir una sola persona.  Para el consumo de fines de semana, los nacatamales se adquieren en las casas que se dedican a este menester.  En todas las ciudades y regiones rurales existen familias que se dedican a la elaboración y venta de nacatamales, la mayoría de ellos se anuncian a través de letreros que expresan: Nacatamales sábado y domingo, Hay nacatamales o Deliciosos nacatamales.  El precio del nacatamal varía significativamente dependiendo de los ingredientes que lleva, del prestigio del expendio o de las condiciones económicas del sector en donde se vende, pero generalmente varía entre C$15.00 (75 centavos dólar) hasta los C$30.00 (US$1.50).

El nacatamal tradicionalmente se come en el desayuno acompañado con pan y café o café con leche, aunque en las festividades se come en la cena.  No obstante, como dicen, en gustos se rompen géneros y en algunas regiones lo acompañan con plátano cocido y en otras con tortillas frías.  También hay quienes lo acompañan con tiste o con gaseosa.

A pesar de que la elaboración de los nacatamales es un negocio que deja un buen margen de ganancia, esta actividad se considera como un servicio a la comunidad, al igual que el médico que provee salud o del maestro que imparte la enseñanza.  De esta forma, existe cierta dosis de vocación de servicio en esta labor que se empeña en mantener viva una tradición y de llevar a la boca de cada nicaragüense este antiquísimo y delicioso alimento.

Cuando un nicaragüense prueba un nacatamal refrenda su identidad, reafirma su nicaraguanidad y si se encuentra fuera de su país y tiene la suerte de adquirir uno, recordará en su paladar la tierra que lo vio nacer, el solar de su terruño, tal vez una guitarra que canta una vieja canción y tal vez de manera inconsciente, sentirá a sus antepasados celebrando la vida.

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Bienaventurados los pobres de espíritu

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Para algunos se trataba de una simple leyenda urbana, otros sin embargo juraban que ciertamente había pasado.  Mi padre que era muy cauteloso en sus juicios, era de la opinión que realmente había sucedido. Lo cierto es que la historia que a continuación les presentaré fue la comidilla de los capitalinos allá a mediados del siglo XX.

En los años sesenta mi padre trabajaba en una clínica que estaba ubicada de la Hormiga de Oro cuadra y media hacia abajo, frente a donde vivía la familia Frixione.  Ahí atendía junto con los hermanos Gonzalo y José Noé Ramírez, radiólogo y dentista respectivamente y con Luis Benicio Gutiérrez, laboratorista.

Cierta vez que esperaba a mi padre en la clínica para ir al centro a comprar algunas cosas, llegó un señor de unos cincuenta años, vestido de sport, con un cartapacio bajo el brazo.  Entró al consultorio de mi padre y al rato salió, se despidió cortésmente y se dirigió a la calle.  Le pregunté a mi padre quién era el señor y me comentó que era el agente de la compañía de seguros y le llevaba unos papeles a firmar.  Agregó -y ahí donde lo ves, es millonario. Tal vez adivinó una mirada de incredulidad de mi parte que me dijo -pero lo más increíble es la forma cómo llegó a ser millonario.  Así que mientras caminábamos hacia el centro me contó la historia.

A finales de los años treinta, en la ciudad de Managua, el señor en referencia cuyo nombre omitiremos por aquello del ¡Mmmm!…, en esa época era bastante joven, vivía en una casa muy humilde, que al final de patio tenía la letrina, excusado o pon-pon como se le conocía.  En la parte posterior de esa casa, dividida por una barda, vivía un famoso prestamista, quien de repente, de una fulminante enfermedad falleció y no había terminado de expirar cuando sus parientes estaban buscando su capital.  Después de buscar por todos lados, uno de ellos lo encontró en un saco harinero, en donde bien enrrolladitos se encontraba una impresionante cantidad de billetes que sumaban una verdadera fortuna.  Inmediatamente comenzó el pleito por hacerse del saco y se originó una rebatiña que a veces parecía un partido de futbol americano, de tal forma que salieron al patio para seguir disputando el dichoso saco.

En esos precisos momentos, el señor de nuestra historia, urgido por el llamado del cuerpo había ingresado al pon-pon, en donde plácidamente realizaba su operación mientras aprovechaba la suave brisa que corría, puesto que la letrina estaba forrada de madera por los cuatro costados pero no tenía techo.  Su retiro fue interrumpido por el rumor, cada vez más fuerte, de los deudos que seguían en su lucha por el saco.

De pronto uno de ellos realizó un lance para entregarlo a uno de su bando que se encontraba junto a la tapia, sin embargo no midió sus fuerzas y el costal pasó justo encima de la tapia perdiéndose en el predio vecino.

Cuentan que el joven de repente sintió que del cielo le caía un saco en sus piernas y asustado lo tomó, finalizó su operación y regresó de prisa a su casa.  Al rato, los vecinos en manifestación llegaron a golpear a su casa, informándole que un paquete de su propiedad por accidente había ido a parar a su patio.  El joven muy atento les invitó a pasar para que lo buscaran, sin embargo el esfuerzo fue en vano.  Los vecinos no sabían qué hacer pues había sido evidente que había caído en ese predio y ante su insistencia, el joven les dijo que la única explicación era que pudiese haber caído al fondo del pon-pon, que tenían su anuencia para bajar y explorar si así lo deseaban.  Ante eso, nadie se propuso de voluntario, tal vez ahora esos participantes de los reality show de Survivor y similares se hubiera atrevido por la bolsa, sin embargo, los litigantes se limitaron a encender una antorcha y bajarla con un mecate, pero era tan profunda la letrina que no se distinguía nada y optaron por retirarse, con una enorme sombra de duda.

Dicen que el joven, humilde tal vez pero con una gran visión, nunca hizo alarde de tener el dinero.  De una manera bastante inteligente, se matriculó en la mejor escuela de comercio de ese entonces obteniendo el título de perito mercantil y luego cuentan que se fue al extranjero a estudiar lo concernientes a seguros.

De regreso, el joven fundó una correduría de seguros que se convirtió en la más próspera de la capital y de pronto, construyó un edificio de varios pisos en el propio centro de Managua.

Lo más notable de este señor es que nunca presumió del dinero que tenía, siempre vistió modestamente, se movilizaba a pie y muy pocas personas conocieron su casa de habitación.   En lo que invirtió el dinero fue en la educación de sus hijos que estudiaron en los mejores planteles.  El edificio que tenía el apellido del señor en grandes letras doradas, no resistió el terremoto de 1972 y quedó reducido a escombros.

Tenía un carácter muy especial, pues recuerdo una vez que me encontraba en la clínica de mi padre, llegó el señor con su cartapacio debajo del brazo, saludando a todos los presentes, entre los que se encontraba un barbaján que sin responder el saludo le dijo: -Ideay, fulanó, ¿no te han vuelto a caer reales mientras cagás?  Yo creí que el señor iba a reaccionar violentamente, pero me sorprendió que simplemente esbozó una pícara sonrisa y le dijo: -Sólo chochadas sos vos, fulanó.  Acordate que no sos eterno, deberías pensar en agarrar un seguro, así tu familia no quedará en la desgracia.  -Ahí, me avisás.

La verdad solamente el señor en cuestión la supo y seguramente se la habrá llevado a la tumba, lo único cierto es que actuó con extrema cordura pues tuvo la visión de que la educación es el único camino hacia el éxito.  Lo demás puede ser leyenda.  Lo interesante es que por mucho tiempo, en esa época, había personas que se pasaban horas en el pon-pon, con la vana esperanza que les cayera un saco de dinero, sin más esfuerzo que pujar.  Y todavía.

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El Señor Ray Conniff, su orquesta y coros

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Por varias décadas las grandes bandas (Glenn Miller, Artie Shaw, Tommy Dorsey, Benny Goodman, Bunny Berigan, Harry James y varios más) dominaron la música instrumental a nivel internacional.  Fue la segunda guerra mundial y el período de la post guerra que finalizaron la época dorada de esta música y abrieron la puerta a nuevas formas y estilos que habrían de caracterizar a la música instrumental en la segunda parte del siglo XX.  Muchos catalogan a esta música como Easy listening, otros más severos la etiquetan como música de elevador o de supermercado, sin embargo sería muy injusto tratar de encasillar todo el gran esfuerzo de grandes músicos en la transformación de la música instrumental de ese tiempo.

Podría decirse que uno de los pioneros de esta nueva música fue el gran Percy Faith, que logró un nuevo ritmo y sonido orquestado que pueden observarse claramente en el que fue su mayor éxito: A summer place (Tema de la película Un lugar de verano), que define, de manera diáfana, lo que representó para el mundo la década de los cincuenta.  Otro de los grandes músicos que inició un nuevo sonido fue el saxofonista Billy Vaughan, que realizó versiones muy bien arregladas de viejos temas musicales (La Paloma, Wheels).  De la misma forma el músico de origen italiano Paolo Mantovani logró un sonido romántico basado en la predominancia de los violines y el uso de silencios, llenos y rubatos.  En Europa Bert Kaempfert por su parte logró una interesante fusión entre el swing y el jazz con un estilo ligero pero lleno de ritmo que fue realmente impresionante.

Sin embargo, el músico que realizó una verdadera revolución en la música instrumental y que a su vez logró cautivar el gusto de miles de nicaragüenses fue sin duda alguna Ray Coniff.

Su nombre completo era Joseph Raymond Conniff y nació en 1916 en Attleboro, Massachussets, en un hogar de músicos, pues su madre era pianista y su padre trombonista y fue él quien precisamente lo inició en el mundo de la música.  Ray dominó muy bien el trombón de tal forma que el director de una de las renombradas orquestas de su época, Bunny Berigan, le dio la oportunidad para tocar en su organización.   El joven músico empezó a destacar en su interpretación de tal forma que fue escalando posiciones en orquestas de mayor renombre, pasando a formar parte de la banda de Bob Crosby, hermano de Bing y que en Nicaragua fue conocido por su tremendo éxito Pequeña Flor.  Luego Conniff empezó a ser considerado como uno de los mejores trombonistas de su época y formó parte de las orquestas de Art Hodes y de Artie Shaw, en donde sus solos de trombón llegaron a ser famosos, combinando su habilidad de trombonista con la de arreglista, contribuyendo ocasionalmente a los arreglos de los temas interpretados por esas orquestas.

Conniff sirvió a su país en la Segunda Guerra Mundial y al finalizar se unió a la orquesta de Harry James como arreglista, sin embargo al poco tiempo renunció para trasladarse a Hollywood en busca de un trabajo más estable.  Mitch Miller de la disquera Columbia lo contrató en 1951 como arreglista de planta de esa empresa.  En cierta ocasión, Miller le solicitó realizar un arreglo para la canción Band of Gold que interpretaría el vocalista Don Cherry.  Ray realizó el arreglo e incluyó un coro en lugar de la sección de violines, imprimiéndole un estilo especial a la canción que se ubicó en el 5º lugar del Hit Parade de su época y otorgándole a Cherry su éxito más grande.

Ray Conniff continuó estudiando su idea sobre la inclusión de coros en la música popular, sustituyendo algunas secciones de la orquesta por voces masculinas o femeninas.  En 1956 la empresa Columbia le dio la oportunidad a Ray de grabar un disco con su innovación de los coros.  En esa ocasión utilizó a ocho cantantes, cuatro hombres y cuatro mujeres y una orquesta de 18 instrumentos que incluían dos guitarras que estuvieron a cargo de quienes luego alcanzarían una gran fama: Tony Mottola y Al Caiola, este último, años más tarde lanzó como solista los inolvidables temas Media Noche en Moscú y Los Cañones de Navarone. El disco de Ray Conniff se llamó ´s Wonderful y en sus arreglos Ray sustituyó la sección de trompetas por las voces femeninas y los saxofones por las voces masculinas.  El álbum contenía covers de éxitos de las grandes bandas como Beguine the beguine, Polvo de estrellas, Jornada Sentimental y desde luego el tema que dio origen al nombre del disco ´s Wonderful.  El disco fue todo un éxito y estuvo por espacio de casi un año en los primeros veinte lugares del Hit Parade norteamericano.

De esta forma Ray Conniff inició una nueva etapa en su extensa carrera musical y sus arreglos con base en coros fueron haciéndose famosos en todos los Estados Unidos a finales de la década de los cincuenta.  Ray continuó trabajando en sus ideas sobre las voces en sus arreglos y en ocasiones ampliaba sus cantantes a un total de 25, de los cuales 12 eran mujeres y 13 hombres reduciendo la cantidad de instrumentos musicales al mínimo.

En Nicaragua Ray Conniff no llegó a conocerse sino hasta mediados de 1961.  En 1960 había lanzado el álbum Say It With Music, con temas que cuando llegaron al país llegaron a enmudecer de asombro a las audiencias nicaragüenses:  Bésame Mucho, Extraño en el paraíso, Brasil, Noche y día, Te llevo dentro de mí, Justo una de esas cosas, entre otras.  Todos los que escuchaban estos temas trataban de explicarse cómo lograba ese director de orquesta aquellos particulares sonidos.  De pronto los temas de Ray Conniff se estaban escuchando en todas las emisoras nacionales y los nicaragüenses no hablaban de otra cosa que de este nuevo sonido.

Al año siguiente, en 1961 Ray lanzó su álbum ´s Continental, que incluía temas que lograron consolidar a esta orquesta como una de las preferidas por el público nicaragüense por muchos años.  El álbum incluía temas como El Continental, Pobre gente de París, El tico tico, Los blancos riscos de Dover, Lisboa Antigua, Aquellos Ojos Verdes, sin embargo, el tema que conmocionó al público nicaragüense fue el arreglo de Conniff al clásico tema francés de Charles Trenet, La mer, El mar que su ubicó inmediatamente en el primer lugar de las preferencias nacionales.

En los años sesenta cobró fama un programa radial que se trasmitía en la Estación X y que era patrocinado por la Mercedes Benz:  El programa perfecto.  Era un programa tan popular que tenía dos emisiones, la primera a la una de la tarde y la segunda a las siete de la noche, justo antes del programa de música romántica patrocinado por los cigarrillos Windsor y que tenía como tema Humo en tus ojosEl Programa Perfecto era integrado por las sugerencias de los radioescuchas, que enviaban sus cartas con las selecciones de su preferencia y que de acuerdo a su criterio constituían un programa perfecto.  Inicialmente se incluían temas clásicos o semi clásicos como En un mercado persa, La danza de las Horas, Carmen, Celos, entre otros.  Sin embargo, cuando apareció Ray Conniff, inmediatamente se abrieron las puertas del programa para incluir sus más famosos temas, en especial El mar.

Los temas de este músico también pasaron a formar parte de los repertorios de los bailes de esa época, especialmente cuando eran amenizados por «agujita y sus redondos» es decir realizados en casas de habitación y con un equipo de sonido.  La juventud en esos tiempos buscaba una música que pudiera bailarse agarrado y que a la vez tuviera ritmo y Ray Conniff llenaba esas expectativas, en especial Bésame mucho, Aquellos ojos verdes, El mar, Frenesí, La forma en que luces esta noche, La calle donde tu vives. En esos días, las muchachas jugaban a ser más altas que los muchachos y lucían peinados que sobresalían varios centímetros arriba de sus cabezas, llamados «embombados» y que se mantenían a punta de laca.  Para muchos veteranos, escuchar uno de esos temas de Ray Conniff le traerá inmediatamente el olor tan particular de la laca y recordarán la tersura de una mano reposando justo arriba del corazón y la otra rodeando suavemente el cuello.

La carrera de Ray continuó en ascenso y llegó a su climax cuando a finales de 1965 realizó un arreglo al Tema de Lara, del compositor Maurice Jarré, de la película El doctor Zhivago y la convirtió en el gran éxito Somewhere my love, por el cual obtuvo el premio Grammy en 1966.

Para ese tiempo, Conniff había puesto a cantar a sus coros pues anteriormente se limitaban a imitar a los instrumentos musicales.  De ahí en adelante, compilaba los mejores éxitos del año ya fueran rock, soul, beat o pop y les realizaba un arreglo light que tenía siempre una gran preferencia de parte del público maduro.

Al final de su carrera su afición por la música latina se desbordó y lanzó varios álbumes con temas en español, algunos de ellos un tanto folklóricos para el estilo de Conniff como La Bilirrubina, Caballo Vieo y La Gota Fría, animando a ciertos aficionados a esperar versiones de Las sabanas del diluvio, El palito de malambo, 039, Amor de pobre, Vete mujer o La india y el civilizado.

Ray Connif falleció en su residencia de Escondido, California el 12 de octubre de 2002, después de sufrir una fatal caída en el baño, poco antes de cumplir sus 86 años.  No cabe duda que Ray es uno de los exponentes más emblemáticos de la música instrumental del siglo XX.  En su carrera profesional de más de 60 años llegó a producir 84 álbumes y llegó a vender más de 50 millones de copias.

En nuestro país, Ray Conniff llegó a ganarse el corazón de muchos nicaragüenses, que después de tanto tiempo, todavía tienen una devoción especial por todos aquellos temas que los acompañaron en sus momentos románticos.  Tal vez, aquella pareja de baile ha sucumbido al paso de los años, las lozanas manos que se apretaban al ritmo de la música están ahora marchitas y aquellos ojos verdes de mirada serena se pierden en el grosor de unos lentes, sin embargo, todavía persiste incólume aquella promesa susurrada al oído, mientras les envolvía el olor a laca y la inigualable música de Ray Conniff:  Te recordaré de la forma como luces esta noche.

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El maná que no cayó del cielo

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Cuando estudiaba la primaria en el Instituto Pedagógico de Diriamba, una de las materias más fascinantes que recibía era la Historia Sagrada, que relataba de una forma amena las peripecias del pueblo judío.  La editorial G.M Bruño, propiedad de los ínclitos hijos de La Salle, proporcionaba los libros de texto en donde se plasmaban extractos de los pasajes relevantes de la Biblia adaptados para niños y con vistosas ilustraciones.

Desde luego que una de las historias más gustadas era la de David y Goliat, pues estaba llena de valentía, osadía y determinación y cada quien se imaginaba al gigante filisteo caer como una pera madura al recibir una pedrada de parte del pequeño David, quien permanecía impasible con una honda, imaginándose muchos una resortera y en estos dorados tiempos muchos visualizarán al pastorcito judío en una motocicleta.

Esta historia cobraba vida cuando el patio del Colegio se inundaba de un ruido de tambores y flautas que anunciaban una de las danzas típicas más famosas de Diriamba: David y Goliat.  Me imagino que por los diálogos irrespetuosos del Güegüence hacia el Gobernador Tastuanes, los reverendos hermanos no permitían el acceso del Macho Ratón.   Entre bailes se desarrollaban ciertos diálogos que recreaban la historia de David y Goliat, sin embargo por el ruido de la música y por las máscaras que portaban los artistas, no se entendía bien lo que decían, a excepción de ciertos hijueputazos que lanzaban a diestra y siniestra.  David representado por un muchacho bastante joven y pequeño se enfrentaba a un Goliat que no podía alcanzar las dimensiones narradas en la Biblia pues se tenía que echar mano del menos chaparro de la compañía y sólo se distinguía por una mancha de sangre entre ceja y ceja, como víctima de las novelas de Don Marcial Lafuente Estefanía.

Desde luego que la historia de David terminaba con Goliat y no llegamos a conocer al Rey David, aquel que le cantaba Las Mañanitas a las muchachas bonitas y la manera en que se adueñó de Betsabé, ingresando a su esposo Urías al servicio militar obligatorio y movilizándolo a combate en donde el pobre colgó las sandalias.

Otra de las historias que me gustaban sobremanera era la del maná, pues me parecía algo mágico que todos los días, religiosamente, a excepción de los sábados y por espacio de cuarenta años que pasaron los judíos en el desierto, Yavé les enviaba el maná que les servía de alimento.  Por supuesto los ilustradores de G.M. Bruño no tenían ni la más remota idea de cómo era el maná y lo representaban como unas láminas que simulaban alguna deliciosa golosina.  A simple vista se miraba tan sabroso a tal punto que uno se imaginaba que los judíos no se aburrieron de ingerirlo por espacio de cuarenta años.

En ese tiempo, a medida que iba creciendo y con la magia de la lectura, iba descubriendo todo un nuevo mundo en la botica de mi abuelo, pues ya podía mirar encima de los mostradores y leer las etiquetas de los productos que ahí se manejaban.

Me llegó a intrigar una caja metálica, como de hojalata que era del tamaño de la tercera parte de una caja de zapatos, dorada brillante que se manejaba en el mostrador central de la botica.  Un día que logré alcanzarla y al ver la parte superior me di cuenta que era lo que contenía: Maná.  Abajo tenía consignado el origen: Palermo, Sicilia, Italia.  De alguna forma me imaginé que si venía de Italia, el Papa debía estar involucrado, así que me quedé con la sensación de que el abuelo era tan gran comerciante que incluso ofrecía el maná celestial a sus clientes sanmarqueños.

Un día decidí que debía probar el maná para sentir el placer que experimentaba el pueblo judío cuando en aquellos cuarenta años disfrutó de aquel manjar enviado por Yavé.  Así que aproveché uno de esos momentos en que la botica se quedaba un tanto solitaria para tomar la reluciente caja, abrirla, apartar un papel parafinado y encontrar una especie de borona de queso de un color amarillento.  Tomé una porción y la degusté.  Su sabor no era el del exquisito manjar que me imaginaba, sino algo entre dulcete y salobre, nada del otro mundo.  Así que me quedé desilusionado del mágico maná.

Al día siguiente me comenzó una diarrea que me duró dos días.  No quise comentarlo con nadie para no recibir el castigo que se me impondría por haber osado probar algo de la botica, lo cual teníamos terminantemente prohibido.  Lo único que pensaba era en que comer tanto maná fue la razón por la que los judíos habían tardado tanto tiempo en el desierto.

Años más tarde, me di cuenta que el maná de la botica del abuelo era muy diferente al maná de la Historia Sagrada.   Este maná es una resina que se obtiene del Fresno (Fraxinus ornus). Al realizar cortes sobre este árbol, se produce una exudación que cuando se seca se recolecta y se empaca para fines farmacéuticos.  El principal productor del maná es Sicilia y se utiliza básicamente como un laxante suave, que además tiene un sabor agradable, a diferencia del aceite de ricino.

Después del episodio del maná en la botica del abuelo, la Historia Sagrada dejó de tener el encanto que tenía.  Cuando miraba el episodio de Jonás en el vientre del pez, se me hacía poca cosa comparado con Pinocho en el vientre de la ballena. Me ilusionaba más Sherezada que la historia de Judith y Holofernes y las aventuras de Buck Rogers se me hacían más emocionantes que Elías arrebatado al cielo en un carro de fuego.

Nunca volví a encontrar el maná de Palermo.  De vez en cuando voy a alguna farmacia pregunto si tienen maná y me refieren a su pirata de cabecera quien diligentemente me ofrece el álbum Amar es combatir de Maná, con el éxito Labios compartidos.  Nada que ver.

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