Archivo mensual: noviembre 2019

La música es mucho más fuerte que nosotros

 

La vida, la mayoría de las veces, es como un camino, no tanto cuesta arriba, sino más bien lleno de obstáculos, como si fuera una carrera con vallas, que debemos saltar una a una, sin perder el equilibrio en la caída y con la mirada fija hacia adelante porque inexorablemente aparecerá otra valla y habrá que superarla.  Y si a nuestra propia realidad le sumamos toda lo que significa nuestro afán por estar inmersos en lo que sucede en nuestro entorno, hay una presión adicional, principalmente al darnos cuenta de que el mundo se encuentra revolcado por olas de violencia, de irresponsabilidad, de mentiras y de cinismo, de tal forma que llega un momento en que nos sentimos al borde, tal vez no de un ataque de nervios, pero sí de un estrés, imperceptible quizá, pero que en forma sostenida va socavando nuestra salud.  Es en ese momento en que hay que hacer un alto en el camino y traer un poco de paz a nuestro ser.  Cada quien tiene su manera de matar pulgas, así que existen diversas recetas para lograrlo, sin embargo, en lo particular creo que la música es la mejor forma de recobrar el aliento para seguir adelante.  No obstante, no es cualquier clase de música la que se necesita para este efecto, pues un reguetón, un rap o un merengue, más bien nos despeñarían al precipicio del estrés o peor aún, de la depresión.

Entre la música que me ayuda a recobrar la calma, una de mis favoritas es la del compositor francés Francis Lai.  Conocí su música allá por el año 1967 cuando tuve la oportunidad de mirar la película Un hombre y una mujer, en donde el excelente trabajo del director Claude Lelouch y de los actores Jean Luis Trintignant y Anouk Aimée se ve complementado magistralmente por la música de este compositor.  En aquella ocasión me impresionó el entorno que creaba el tema principal y en particular, la innovación de no agregar ninguna letra al mismo, sino que las voces se limitaban a tararear un bien logrado dabadabadá.   Con el tiempo llegué a saborear otro de los temas del film, El amor es más fuerte que nosotros, que nos ayuda a captar en toda su dimensión la belleza de aquel rostro tan impresionante de Anouk Aimée, tan propio de los años sesenta.  Poco tiempo después pude ver otra película de Lelouch, con la banda sonora de Francis Lai, Vivir por vivir, cuyo tema después nos llegó con el órgano melódico de Juan Torres.

Hay otra banda sonora de Lai, que en su momento no llegó a conocerse ampliamente, ya que fue compuesta para un documental realizado para registrar los Juegos Olímpicos de Invierno de 1968 en Grenoble, Francia y para cuyo tema principal el cual el compositor volvió a retomar la técnica de utilizar la voz humana como instrumento musical y para eso involucró a la notable cantante francesa Danielle Licari, quien había doblado la voz de Catherine Deneuve en el musical Los paraguas de Cherburgo y que luego se luciera con el Concierto para una voz, de Saint Preux.  Lai y Licarí nos regalaron un tema por demás impresionante llamado 13 días en Francia.

En 1970, Francis Lai nos trajo una banda sonora que perduraría por muchos años en nuestra memoria.  Fue para el film de Arthur Hiller con la actuación de Ryan O´Neal y Ali Mc Graw, Love Story, basada en la novela de Erich Segal y que impactó a todas las audiencias y en donde la música de Lai, nos llevaba de la mano por la historia para deleitarnos de principio a fin.  Este trabajo le dio a Lai, no solo el Oscar a la mejor banda sonora, sino también un Globo de Oro.  El tema cantado por Andy Williams alcanzó un tremendo éxito en las listas de popularidad en todo el mundo.  No obstante, hay un  tema de esa banda sonora, que yo prefiero y es Snow Frolic, que muchas veces se traduce al español como Jugueteando en la nieve, en una versión en donde Francis Lai vuelve a hacer mancuerna con Danielle Licari para lograr un tema de una delicadeza extrema, en especial su intermedio un tanto barroco que nos regresa al tema principal y que en su conjunto nos hace disfrutar de aquella sonrisa tan especial de Ali Mc Graw y recordar aquella frase: “Amor significa nunca tener que pedir perdón”.

Entrados los años setenta, cobró un inusitado auge el cine erótico, especialmente con la aparición de los films Emmanuelle y La historia de O.  En este cine que rompía todos los esquemas del género, con su inusitado atrevimiento, la música jugaba un papel determinante.  Así fue que en 1975 Lai se encargó de la banda sonora de la segunda entrega de Emmanuelle, con una música un tanto sugestiva pero sin perder la delicadeza que caracteriza a este compositor.  El tema principal en una de sus versiones bajo el nombre de L´amour d´aimer es interpretado por la propia actriz de Emmanuelle, la recordada Sylvia Kristel (Que de Dios goce) que le imprimió una sensualidad tremenda.  Años después, en 1977, cuando el fotógrafo inglés David Hamilton se embarcó para dirigir el drama erótico Bilitis, seleccionó a Francis Lai para que se encargara de la banda sonora, quien compuso una serie de temas que se adaptaban al concepto del film, caracterizado por aquel estilo fotográfico de Hamilton, que parecía difuminar las imágenes, creando un ambiente sumamente sugestivo y erótico.

Francis Lai falleció en noviembre de 2018, pero dejó un enorme legado musical, con más de cien bandas sonoras e infinidad de temas musicales.  La lista anterior solo recoge una pequeña muestra de su inmensa obra, sin embargo, es posible a partir de ella elaborar una lista de reproducción que en los momentos difíciles nos ayude a recobrar la paz interior que esta abrupta cotidianeidad nos arrebata con tanta frecuencia.   Así pues, amables lectores, les invito a que la próxima vez que sientan un desasosiego en su interior, tomen su reproductor (de música) póngase los audífonos y comience a escuchar, digamos el tema L´amour est bien plus fort que nous de Un hombre y una mujer en su versión jazz y verá que tan solo con los primeros acordes del tema, su corazón comenzará a ralentizar sus latidos, su respiración comenzará a tranquilizarse y todo su ser comenzará a sentir una paz extendida.  Para un efecto más contundente, puede acompañarse de un trago de whiskey en las rocas o cualquier licor de su preferencia y siéntase como si fuera a bordo de un Ford Mustang y su acompañante de viaje es Anouk Aimée o Jean Luis Trintignant, según sea el caso y entonces sabrá que La musique est bien plus fort que nous.

 

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Y chocoplós…

 

Al igual que Jourdain, el personaje de Moliere, que después de cuarenta años de hablar se dio cuenta que lo hacía en prosa; al llegar a estudiar las onomatopeyas en la gramática española, me sorprendí al saber que yo había utilizado algo con un nombre tan rimbombante desde que comencé a hablar.  Al ir descubriendo el mundo que nos rodeaba, las onomatopeyas eran fundamentales para ayudarnos a conocer tantas cosas, en especial a los animales, al asociar el guau con los perros, el miau con los gatos, el paca paca con los caballos o bien aprender aquella primera canción de los pollitos dicen pio, pío, pío, cuando tienen hambre, cuando tienen frío.

Alrededor del mundo, en todos los idiomas, la onomatopeya siempre ha sido un recurso muy utilizado; con sus variantes, tal vez, pero siempre han reforzado al lenguaje hablado.  Así pues, por muchos años, el habla nicaragüense se vio salpicada de toda suerte de onomatopeyas que le daban vida a una narración e ilustraban cualquier acción, algunas de carácter universal, otras muy propias de la región.

De esta manera, al escuchar hablar a los mayores nos envolvía un vocabulario con abundancia de estos recursos, de tal forma que nos acostumbramos a utilizarlas en profusión.  Asimismo, cuando aprendimos a leer y nos adentramos en el mundo de los paquines, encontramos que ahí la onomatopeya jugaba un papel relevante e indispensable para el desarrollo de las historias y aquel cúmulo de recursos, algunos extranjeros, nos vino a ampliar enormemente nuestro acervo, así que cuando jugábamos a correr en un automóvil, usábamos screach para acompañar a un frenazo, roarrr, para la aceleración, así como slam, para un portazo, gulp, para un susto, snif, para un suspiro, ja-ja, para la risa, muac para un beso o bu-bu, para el llanto.

Indudablemente los golpes, cualquiera que fuera su índole, acumulaban el mayor número de onomatopeyas, tratando de describir las diferentes formas e intensidades: pipó, pipá, juas, plas, juácatelas, bimbón, pipoco, bangán, pas, bimbanga, pliqui placa, chumbulún, ra-flá, esta última la utiliza Ge erre ene en La papalina, en el sentido de golpe que aplasta, sin embargo, se utiliza mucho para dar a entender la rapidez en algo.  Algunas de las anteriores se usaban para la descripción de un acto sexual, sin duda con altas dosis de exageración y acompañadas con las respectivas expresiones no verbales:  -Y era aquel: bimbanga bimbanga.

Cuando se trataba de una acción que se repetía se utilizaba: fiqui fiqui, riqui riqui, fliqui fliqui, riquifliqui, jequere jequere, chun chun.  Generalmente acompañaba a la descripción de oficios como serruchar, limar, cepillar, aunque también para describir actos sexuales menos pretenciosos.

De la misma forma, los instrumentos musicales se hacían acompañar con sus respectivas onomatopeyas, como el tararán tararán del tambor, el tu tu tú, de la trompeta, el pirirín del piano, el fififí del violín, el chirringui chingui  o charranga changa de la guitarra, el  pliqui pliqui de la marimba.

Una de las más floridas se utilizaba para acompañar a la zambullida o el chapaleo en el agua y era chocoplós, misma que luego fue extendiéndose a cualquier tipo de caída.  Asimismo se utilizó para ayudar a describir los tipos de gordura, pues habían gordos chocoplós y gordos chumbulún.

Cuando un chisme o cuento se regaba entre mucha gente se decía que se hizo el burumbunbún, de la misma forma, cuando se escuchaba un rumor indeterminado se decía el güere güere o güiri güiri; a cualquier tipo de enfrentamiento se le denominaba rifi rafa, asimismo, la onomatopeya del teletipo pipiripipí, utilizada luego como preámbulo para los flash noticiosos se extendió para acompañar a la descripción de una persona chismosa.

También existían algunas onomatopeyas relativas al cuerpo humano, por ejemplo para la tos:  tuju, tuju, cuj, cuj, para las tripas cuando rugen:  churru-churrú, al beber glú glú o trucutú, el oído zumbando fiiiiiiii o chirrriiiiii, el achús del estornudo, las flatulencias tan explícitas con su prrrrrr o trrrrrr,  el vómito con el guaca o guácala, la micción: chorrrroooó (siempre que no hubiese afectación de la próstata) y aquella que dio origen al nombre de la letrina: pon pon.  Algunas onomatopeyas de animales se aplicaban a los humanos como era el caso de alguien que moría súbitamente y ni pío dijo, o bien, no dijo ni cuío.

Actualmente ya casi no se usan aquellas onomatopeyas, es más la genta ya casi ni platica.  Ahora dos personas pueden estar a tiro de conversación y sin embargo, se envían mensajes de texto y complementan sus mensajes pletóricos de faltas de ortografía con emoticones.  De esta manera poco a poco se va perdiendo la riqueza del lenguaje, es más, nos estamos privando de aquel enorme placer de conversar, mientras nos balancéabamos riqui riqui riqui, en una mecedora.

 

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