Archivo mensual: febrero 2017

Cincuenta años no es nada

Orlando Ortega Reyes

 

En este mes de febrero cumplo 50 años de haberme bachillerado. Como reza la manida frase: “se dice fácil”, sin embargo, poniéndolo en perspectiva, se trata de medio siglo.  Nuestra promoción fue dedicada a Rubén Darío en ocasión del centenario de su nacimiento, que se nos hacía tan lejano, incluso su muerte, que había ocurrido tan solo cincuenta y un años antes.

Cinco décadas han transcurrido desde aquella fría noche de febrero en Diriamba, cuando cincuenta adolescentes, vestidos de riguroso esmoquin, acompañados por sus madres, subieron al escenario del teatro que había sido improvisado por los Fratres Scholarum Christianarum  en el patio del colegio, para recibir el preciado diploma que tanto anhelaban y que les daba el título de Bachiller en Ciencias y Letras.  Cuando este título era avión y valía mucho más que los 500 córdobas del bono solidario de ahora.

Meses más tarde, todavía con el corazón henchido de emoción y un enorme bagaje de sueños e ilusiones, la universidad se encargó de bajarnos los humos y con la clásica “peloneada” nos señaló, como en la antigua Roma, el memento mori. Recuerda que eres mortal.  Ahí aprendimos a lidiar con la soledad de no tener a alguien que nos recordara nuestras responsabilidades.  Cuando al final, obtuvimos un nuevo diploma que nos acreditaba como profesionales, entonces fue la propia vida, la que se encargó de ponernos los pies en el suelo.

Luego, una serie de desastres, algunos provocados por la naturaleza y otros por el propio ser humano, se encargaron sacudir nuestras vidas.  Ahí, aquellas estructuras que habíamos cimentado con las enseñanzas y valores inculcados en el colegio, tuvieron que ser revisadas, remendadas, reforzadas o simplemente redefinidas, a fin de enfrentar los retos reales que nos imponía nuestro propio camino.

Después de cincuenta años, nos encontramos en un punto del camino en donde aquellos sueños e ilusiones caben ahora en el bolsillo y el considerable bagaje que llevamos es la experiencia acumulada en nuestro cotidiano bregar.  El Colegio de La Salle tan querido, nos hace recordar aquel poema de Rodrigo Caro: “Estos, Fabio, ay dolor que ves ahora, campos de soledad, mustio collado…” pues primero un sismo y luego las bárbaras hordas, se encargaron de no dejar piedra sobre piedra.   Nuestros queridos maestros, en su gran mayoría ya descansan el sueño de los Justos, al igual que nueve de nuestros compañeros, que se nos adelantaron en esta jornada.

Es inevitable pues, en esta íntima efeméride, reflexionar sobre el camino andado, sobre aquella frase de Gardel: Sentir, que es un soplo la vida… En aquella ocasión, teníamos diecisiete años y ese período es ahora, viéndolo con soberano optimismo, el resto de nuestra expectativa de vida.  Fue aquella etapa, el primer borrador de nosotros, sobre el cual, hemos ido afinando a golpe y porrazo, para llegar a ser lo que actualmente somos.

La templanza, tolerancia y solidaridad que ahora pueden distinguirnos, nos recuerdan las piedras fundamentales que nuestras familias cimentaron y que el colegio se encargó de fortalecer.  Sin embargo, de pronto la pereza nos fue inculcada como un vicio, ahora parece haber dado un vuelco y es la virtud que nos aleja de los otros pecados capitales.

Así pues, ahora que evitamos a toda costa el esmoquin, sin que esto le reste solemnidad al asunto, brindamos por aquellos días, celebrando más que nada, la vida y haciendo propia aquella frase de Massimo Ranieri: “La calle del recuerdo es siempre la más larga”.

Es ahora cuando al fin logramos comprender en toda su dimensión mucho de lo aprendido en el colegio, muchas veces solo por la insistencia de algún profesor, como aquella vez cuando el Hermano Pedro, un hijo de La Salle importado de los andes peruanos, que insistía que aprendiéramos las sextillas con doble pie quebrado en las “Coplas a la muerte de su padre” de Jorge Manrique y que ahora medio siglo después, haciendo a un lado la métrica, se nos viene a la mente, de manera tan clara, aquel primer verso: “Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte, contemplando como se pasa la vida, como se viene la muerte, tan callando, cuan presto se va el placer, como, después de acordado, da dolor, como, a nuestro parecer, todo tiempo pasado fue mejor…”

 

 

 

 

 

 

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