Archivo mensual: junio 2011

El Malinche

Las primeras lluvias en mayo anuncian la entrada del invierno en Nicaragua y es entonces cuando la población experimenta una sensación de tranquilidad y de esperanza.  Será acaso que el agua trae el inicio de un ciclo que promete cosas mejores o tal vez que el bochorno del extenso verano ha quedado atrás y aquel famoso dicho: “como agua de mayo” cobra una validez contundente.  La tierra agradece la lluvia que penetra sus entrañas y la naturaleza se muestra pródiga y nos ofrece un espectáculo fuera de serie.  La vegetación vuelve a adquirir las diferentes tonalidades de verde y algunos árboles florecen y nos muestran la obra de un maravilloso pincel que inspirado plasma ante nuestros ojos un lienzo con las obras de arte que tal vez ningún artista ha soñado siquiera.

Dentro de estos magníficos regalos que nos ofrece la madre naturaleza resalta, a mi juicio, la belleza incomparable de los Malinches en flor.  A lo largo y ancho de nuestra patria encontramos estos ejemplares que concursan para ver quien muestra el mayor colorido.

He observado que a medida que la edad se nos viene encima, ciertos colores, olores y sabores tienen un impacto mayor en nuestros sentidos, será tal vez que en nuestro interior algo nos dice que un día no muy lejano extrañaremos el verdadero lujo de experimentar esas sensaciones.

Así pues, aquellos árboles que simplemente formaban parte del paisaje de fondo de la niñez, en especial el par de ejemplares que había en el parque de mi pueblo, ahora constituyen un espectáculo que no me canso de admirar y ese maravilloso color rojo encendido de las flores de los Malinches, lo saboreo como una copa de champán Dom Perignon 1998.  Ignoro cuáles son los parámetros para haber seleccionado al árbol nacional, pero yo prefiero por mucho al Malinche sobre el Madroño.  Será tal vez que el Malinche es un árbol que está presente en muchos lugares del mundo y por eso no podía ser representativo de Nicaragua.

Este árbol, cuyo nombre científico es Delinox regia, es originario de los bosques secos ubicados en el occidente de Madagascar, en donde irónicamente están en peligro de extinción.  Aparentemente los conquistadores portugueses llevaron ese árbol a sus colonias y de Brasil probablemente se esparció por todo el continente americano, en donde se encuentra desde la Florida en los Estados Unidos hasta Argentina. Su nombre es variado y si en Nicaragua y otros países centroamericanos lo conocemos como Malinche, en El Salvador se le conoce como Arbol de Fuego y en Honduras como Acacia Roja.  En México según la región se le conoce como Tabachín o Flamboyán, nombre que también se utiliza en las Antillas, aunque en algunos lados lo degeneran en Franboyán. En Estados Unidos se le conoce como Flamboyant o Royal Poinciana.  En los países sudamericanos se le nombra Chivato.  Se ignora el motivo por el cual en estas latitudes se le llama Malinche a ese árbol, pues es el nombre que se le adjudica a Doña Marina, hija de los caciques de Painala que llegó a ser amante de Hernán Cortés, el conquistador de México, aunque resulta extraño que otro árbol que también florece con colores llamativos a la entrada del invierno se le llama Cortés en Nicaragua.

En los años cuarenta, Bing Crosby grabó una canción basada en un tema tradicional cubano que con letra de Manuel Llisó llevaba el nombre original de Canción del Arbol y que en el arreglo que en inglés le hicieron Buddy Bernier y Nat Simon, la bautizaron con el nombre de Poinciana.  Durante los años cuarenta y cincuenta este tema tuvo un éxito sin igual y fue interpretado por innumerables artistas entre los que destacan Nat King Cole, Johnny Mathis, Carl Tjader, Michel Camilo, Glenn Miller, Percy Faith, Charlie Parker, Duke Ellington, Bobby Lyle, Ahmad Jamal, Harry James y más recientemente Manhattan Transfer.  Muchas de las versiones incluyen ritmos que ambientan el tema en lo que podría ser una selva tropical.

Dentro del vocabulario nicaragüense existe un refrán que alude a este árbol y lo compara con el sagrado sacramento del matrimonio (aquí se hace una jaculatoria), diciendo que esta institución es como el Malinche, al comienzo lindas flores y después puras “vainas”.  Como dice Serrat: “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.

En estos días en que todavía podemos disfrutar de ese generoso regalo de la naturaleza, vale la pena buscar un Malinche cercano y un lugar desde donde pueda admirar ese singular colorido de sus flores haciendo contraste con el verde intenso de su follaje.  Si tiene un reproductor portátil puede llevar alguna versión de Poinciana y disfrutar la vida por un rato.  No le ponga mucho cuidado a las vainas, que seguramente esas le estarán esperando luego en cualquier lugar del camino, pero lo gozado nadie se lo quita.

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El chavalito es National

Para quienes nos ufanamos de vivir en el tercer milenio, ya no nos sorprende la inmediatez.  Es lo más natural del mundo conocer en tiempo real los resultados de las elecciones en Perú, el recalentamiento de la planta de Fukushima en Japón o las cenizas del volcán Puyehue en Chile dando la vuelta al mundo, tanto para nosotros como para nuestros conciudadanos en Peñas Blancas,  El Espino o en Bluefields.   Se nos hace difícil de creer que apenas en los años cincuenta del siglo pasado, más del noventa por ciento de la población nicaragüense no tenía acceso directo a la información sobre lo que ocurría en el resto del país, mucho menos en el mundo.

En la mitad del siglo XX, cuando todavía no aparecía la televisión, la prensa escrita era el medio de comunicación con mayor cobertura, pues tenía distribución en las principales ciudades de Nicaragua.  No obstante, habría que recordar que en ese entonces la tasa de analfabetismo nacional alcanzaba el 65% y en las regiones rurales era mayor al 80%.   En lo que se refiere a la radiodifusión, desde los años treinta se había registrado un crecimiento sostenido de la actividad, iniciando unas pocas emisoras, de carácter experimental de parte de los empresarios de la radio y de carácter mágico de parte de los privilegiados de contar con un aparato de radio, hasta alcanzar cerca de35 emisoras en los años cincuenta, algunas de ellas propiedad de la familia Somoza quien descubrió una veta en este medio de comunicación para sus proyectos políticos y económicos (¿resulta familiar?).  El alcance de este medio de comunicación era limitado, en primer lugar por el costo de los aparatos de radio que en ese entonces se ubicaba arriba de los 40 dólares y en segundo lugar, por el acceso a los servicios de energía eléctrica, pues en ese entonces menos del 12% de la población lo tenía.

A partir de los años sesenta, un invento vino a transformar drásticamente la cobertura de la radiodifusión en Nicaragua: el radio de transistores.  Inicialmente los receptores de radio funcionaban mediante válvulas termoiónicas al vacío basadas en el principio de que los metales en caliente liberan electrones y que permite recoger ondas electromagnéticas y transformarlas en sonido. Algunos recordarán que en aquellos tiempos los aparatos de radio tenían que pasar un período de calentamiento antes de poder funcionar.  Eran tan ineficientes en el consumo de energía eléctrica que no admitían el funcionamiento mediante baterías, por lo que debía existir una conexión a la energía eléctrica.    A finales de los años cuarenta se inventó en los laboratorios Bell en los Estados Unidos, el transistor, que no es otra cosa que un semi conductor con propiedades para amplificar, oscilar, conmutar o rectificar.   Su nombre viene de resistencia de transferencia y vino a revolucionar completamente el mundo de la electrónica.

En 1954 la empresa japonesa Tokyo Tsuchin Kogyo Ltd, conocida posteriormente como Sony, compró la patente del transistor a los laboratorios Bell y en 1956 produjo el primer radio de transistores portátil de baterías, el TR-55 el cual fue manejado a nivel interno en el Japón.  El modelo que comenzó a venderse a nivel mundial fue el TR-63, aunque el que se comercializó con mayor éxito en esa época fue el modelo TR-610, del cual se vendieron cerca de medio millón de unidades.  Posteriormente, se comercializó la licencia de estos radios portátiles de transistores y otras fábricas empezaron a producirlos en serie, entre ellos japonesas como la National Panasonic, Sanyo y Toshiba y luego todas las grandes empresas internacionales tuvieron que ofrecer la nueva tecnología en sus aparatos eléctricos.

En Nicaragua los primeros radios a transistores comenzaron a comercializarse casi al filo de la década de los sesenta.  Los Sucesores de Rafael Cabrera obtuvieron la distribución exclusiva de la marca Sony, la Casa Sengelman inició la distribución de las marcas Hitachi y Sanyo, mientras que la Casa Mántica obtuvo la representación de la marca National Panasonic.  Al inicio parecía que se trataba de una pelea entre tigre y burro amarrado, pues las marcas de prestigio como la Philips, Philco, Zenith, Punto Azul, Westinghouse, etc. estaban colocadas por muchos años y con un gran arraigo en el mercado nacional, mientras que los productos japoneses tenían poco tiempo de haber aparecido en escena, mediante bienes de baja calidad.  Tal vez muchos recuerden unos espejitos con base metálica que tenían una figura de una geisha al reverso y abajo una pequeña leyenda que con orgullo decía: “Made in Japan”.   De la misma forma los juguetes japoneses inundaron los mercados, entre ellos los carritos de fricción a precios ínfimos y que tenían pintados en los cuatros costados unos monigotes de frente y de perfil, conforme su posición e invariablemente en algún rincón tenían la leyenda de Made in Japan.   Duraban funcionando una semana y luego quedaban para desarmarlos y posteriormente tirarlos a la basura.   De la misma forma cuando aparecieron los automóviles Toyota y Nissan, se decía que al rasparle la pintura aparecía la lata del bote de Avena Quaker.

Lo que nadie anticipaba era que los radios portátiles tenían la enorme ventaja que funcionaban con baterías y con un consumo de energía más eficiente y lo mejor de todo que su precio era sustancialmente menor que los otros.   Mientras un radio Philips de tubos, costaba cerca de 40 dólares, un radio de transistores japonés tenía un precio que oscilaba entre los 10 y los 15 dólares.    De esta manera, con un plan de crédito podía conseguirse con cuotas semanales menores a un dólar, por lo que las ventas de los radios japoneses se fueron hacia arriba.

Mediante una fuerte publicidad los radios National Panasonic tomaron la delantera en la absorción del mercado de radios de transistores.  Fue famosa aquella campaña que tenía como slogan:  “El chavalito es National y el chavalo un radio National” que se repetía incesantemente sobretodo en los partidos de beisbol, en donde uno de los locutores decía “El chavalito es National” preguntando a su colega “¿Y el chavalo?”, “un radio National” contestaba solícito el otro, aunque a veces el Bachiller Lombillo estaba descuidado y se equivocaba de comercial, respondiendo: ”De vainilla, bien helada”.

Fue el sector rural de Nicaragua quien le dio el tremendo empuje a la venta de radios de transistores, pues sin energía eléctrica no tenían alternativas para poder disfrutar de la radiodifusión y de esta manera, se inició la fiebre de instalación de antenas de parte de las emisoras de radio, especialmente en El Crucero, para incrementar su cobertura y nuevas empresas se instalaron para atender la nueva demanda.  Cabe resaltar la fundación de Radio Corporación que con una programación primordialmente orientada al sector campesino logró colocarse en los primeros lugares de audiencia en el sector rural.   Se empezó a escuchar programas que además de las complacencias trasmitían mensajes para los familiares en las regiones más apartadas, al estilo de: “Se le avisa a la familia de fulano de tal que llegará a Cara de Mono el domingo por la tarde, que tengan listas las bestias”.  De la misma forma, la publicidad dio un giro enorme al llevar la nueva cobertura los anuncios de los productos de consumo masivo a las regiones más apartadas.

Fue interesante observar que el gobierno de los Somoza, ante las enormes expectativas de crecimiento de la industria de la radiodifusión elaboró y puso en funcionamiento un Código de Radio y Televisión para prepararse a cualquier intento de utilizar las ondas hertzianas para difundir mensajes subversivos.  Era tan represivo el citado código que se le llegó a conocer como el Código Negro.

Con el tiempo todos los aparatos eléctricos como radios, grabadoras y televisores empezaron a funcionar con transistores, incluso las marcas tradicionales como Philps, Philco y demás.  De la misma manera, tuvieron que bajar sus precios para competir con los japoneses, aunque con el tiempo y el prestigio que llegaron a adquirir, en especial la marca Sony, sus precios fueron subiendo poco a poco.

En la actualidad, entre los medios de difusión, el radio se mantiene como el líder en la cobertura a nivel nacional, pues no existe prácticamente ningún lugar en el territorio nicaragüense en donde no exista una señal de radio y de esta manera la población está enterada de lo que pasa en su país y en el mundo.  Todo lo anterior se debe a ese maravilloso invento que es el transistor que permitió la fabricación de aparatos de radio que estuvieron al alcance de la mayoría de la población.

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El trueno entre las hojas

Cuando llegué a Managua en 1967, el cine era todavía una de las principales distracciones de los capitalinos.  La televisión todavía no se generalizaba por el alto costo de los aparatos, sin embargo había salas de cine para todos los gustos y presupuestos, desde 50 centavos de córdoba en la gayola del Luciérnaga, el Trébol, el América o el Alameda hasta de 7 córdobas (un dólar) en el Margot, el González o el Salazar, con sus butacas acolchonadas de velour y el confort del aire acondicionado.  Después de las funciones, incluso las más tardías, se podía caminar por la vieja Managua hasta cualquier punto de la misma, sin el temor de ser asaltado.

Coincidió mi llegada a la capital con el enorme revuelo que causaba en todos los estratos de la población, especialmente la masculina, la presentación en todos los cines de la ciudad de las películas de Isaber Sarli “La Coca”, actriz argentina quien bajo la dirección de Armando Bó, participó en cerca de 28 películas en donde la constante era la voluptuosa desnudez de la actriz, de quien se llegó a sospechar si era nicaragüense por la insistencia en bañarse un par de veces en cada película.  Por todos los cines de Managua desfiló la mayoría de estas películas, en donde provocaron tremendos tumultos en las taquillas ante la gran demanda de parte de los capitalinos deseosos de admirar el sensual cuerpo de la argentina.  Muchos conciudadanos mayores de sesenta años, recordarán películas como La mujer del zapatero, Fuego, Carne, La mujer de mi padre, Sabaleros, La insaciable, entre otras, en donde Armando Bó se quebraba la cabeza tratando de explotar cada veta de la voluptuosidad dela Sarli, dentro de los límites que le permitía la censura de aquella época, que a golpe y porrazo dejaba abierta una rendija cada vez mayor en la pesada puerta.

Cuando en cierto momento dejaron de llegar películas nuevas de la Sarli, los distribuidores locales consiguieron la primera película de esta actriz y la exhibieron como un estreno, lo cual era cierto pues en Nicaragua nunca se había presentado.  La película era El trueno entre las hojas, filmada en 1956, poco tiempo después que Isabel Sarli, Miss Argentina, hubiera participado en el concurso de Miss Universo llegando a finalista.  Se cuenta que Isabel Sarli fue engañada para poder realizar el primer desnudo frontal del cine argentino que aparece en esa cinta, al asegurarle Armando Bó, después de darle un mecatazo de whisky, que la escena del desnudo se filmaría en un plano en el que ella se miraría lejana, cuando en realidad utilizó una lente que acercó la escena.

Cuando presentaron la citada película, fui a hacer fila al Cine Ruiz, una sala bastante decente y que costaba 1.50 córdobas, ubicada en el barrio Los Angeles, cerca de la cervecería.  El cine estaba de bote en bote, con un público en su mayoría varones y unas escasas parejas, pues señoras solas ni pensarlo.   Había una efervescencia que se sentía en el ambiente pues todo el mundo esperaba con cierto nerviosismo el inicio de la película.  Debo aclarar que mi presencia en esa película era con fines exclusivamente investigativos pues en ese momento estaba realizando un trabajo en la facultad de economía sobre la elasticidad de la demanda y los gustos y preferencias de los consumidores y se me hizo pertinente ampliar mi investigación con mi observación de esa función.

Cuando inició la proyección se escuchó un murmullo que parecía ir en crescendo y daba la impresión de que la lujuria flotaba sobre toda la sala, mezclada con el humo de los cigarrillos encendidos en la sala, resaltando la brillantez del blanco y negro de la cinta.

Un arpa y su acompañamiento interpretando una guarania, música folclórica paraguaya, dio entrada a los títulos de la cinta, que iniciaban con una cita que dejó patitiesos a los espectadores: “El trueno cae y se queda entre las hojas. Los animales comen las hojas y se ponen violentos. Los hombres comen los animales y se ponen violentos. La tierra se come a los hombres y empieza a rugir como el trueno”. (De una leyenda aborigen).  Al no ser nada relacionado con el erotismo que se esperaba, los espectadores empezaron a murmurar, mientras el arpa seguía conduciéndolos por los caminos de la tristeza y ambientando la cinta en una hacienda en mitad de la selva.

La frustración del público fue mayor al empezar a desarrollarse el argumento del film, mismo que giraba en torno a la explotación de los trabajadores de la hacienda, en su mayoría indígenas, de parte de un gringo que la administraba de manera férrea y que con la mayor naturalidad del mundo le metía un balazo a quien se atrevía a protestar.  Después de un rato, aparece Isabel Sarli haciendo el papel de la mujer del gringo quien llega a la hacienda provocando un verdadero revuelo.  En primer lugar porque monta a caballo a horcajadas, como hombre, cosa que hasta hace unas décadas estaba totalmente fuera de lugar para una mujer, quien debía montar al estilo de la Reina Isabel, es decir, de ladeque.  En segundo lugar por la insistente insinuación de la fémina quien en un arranque de impudicia se desnuda y realiza el famoso baño en el estanque, con el primer desnudo total que se vio de parte de una latinoamericana, ante la mirada entre atónita y de lascivia de un campisto, acompañado por los 427 espectadores, como precisaría El Firuliche.  La escena vino a calmar la ansiedad del público que en su mayoría empezaba a sentir un nudo en la garganta ante las escenas de las condiciones infrahumanas de los trabajadores.  El desenlace del film llega hasta el desarrollo de una revuelta de parte de los trabajadores que al final ajustician al gringo.

Cuando apareció el letrero de “Fin” en la pantalla, el público se quedó anonadado y el desalojo de la sala tomó más tiempo que el normal, pues la gente parecía que buscaba ánimos para levantarse de la butaca y encontrar la salida.  Ya en la calle se escuchaban reproches en voz baja y aquella actitud que prevalecía a la salida de las otras cintas de la Sarli no se miraba por ningún lado.  Generalmente se observaba a los asiduos espectadores de las películas de La Coca, salir con una mirada de fauno  e incluso la suave brisa que lanzaba el Xolotlán sobre su novia, parecía que provocaba repelos en su humanidad.  En esta ocasión, daba la impresión que los espectadores venían de una vela y sus rostros largos se abrigaban en la oscura noche.

Y es que Armando Bó escogió el relato «El trueno entre las hojas» del renombrado escritor paraguayo Augusto Roa Bastos, quien también realizó la adaptación y el guión para la película, habiendo realizado cambios significativos respecto a su relato original a fin de adaptarse a los recursos disponibles y a la explotación de la figura de la Sarli a solicitud de Bó.  No obstante, la película mantuvo su crudeza y carácter testimonial que prevalece en el cuento de Roa Bastos.  Para la música de la película consiguió a los grandes músicos, también paraguayos, Eladio Martínez y Emigdio Ayala Báez, este último autor de la formidable canción Mi dicha lejana que constituyó el tema principal de la película y que le imprimió ese toque de profunda tristeza al ser interpretada de manera instrumental y resaltando un arpa.  El citado tema constituye en la actualidad una de las guaranias más representativas del Paraguay y ha sido interpretada por Los Panchos, Leo Marini y la Sonora Matancera, Neil Sedaka, Ramona Galarza, Los Paraguayos, Genaro Salinas, Paul Mauriat, Bibian Rojas, Marcos de Brix, Antonio Rubens, Jorge Cafrune, Lorenzo Pérez, entre otros.

Al inicio la película no fue recibida con el beneplácito de la crítica, pues fue superada por la agria actitud de la censura de una timorata e hipócrita sociedad, sin embargo, con el tiempo, el film es considerado como una joya por su carácter de drama social y algunos críticos la han etiquetado como representante del cine contestatario, término que en aquel tiempo tan solo hubiese traído a la mente algún título como: La tuya o Aquella vieja.

En los años siguientes con la aparición del cine picaresco italiano y sus desnudos al por mayor, con un nuevo modelo para la belleza femenina en donde predominaba la esbeltez, Isabel Sarli poco a poco fue esfumándose de la mente de los capitalinos.  Armando Bó falleció en 1981 y es recordado más que nada por el género erótico-popular que cultivó con la Sarli, quien después de algunos intentos de regresar al cine, se resignó a vivir tranquilamente su tercera edad.   Se le miró públicamente hace un par de años en un festival de cine en Guadalajara, México.  A pesar de la imagen que adquirió después de todas sus películas, Isabel Sarli admite que en toda su vida sólo tuvo un amor: Armando Bó.

En lo particular, debo de reconocer que al final de cuentas la película en cuestión no me ayudó en mi investigación, sin embargo, por mucho tiempo acudía a mí aquella sensación de profunda tristeza y desazón que me provocaba el recuerdo de aquellas escenas de la densa selva de donde parecía que en cualquier momento iba a brotar un trueno, mientras que el arpa gemía: Mi dicha lejana.

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El mundanal ruido

Ruido como sables,
ruido enloquecido,
ruido intolerable,
ruido incomprendido.

Ruido de frenazos,
ruido sin sentido,
ruido de arañazos,
ruido, ruido, ruido.

 Joaquín Sabina

Según un libro apócrifo del Exodo, Moisés descendió del Monte Sinaí con tres tablas que contenían los mandamientos que Jehová había dictado a su pueblo, sin embargo, al momento de encontrar que los escogidos del Señor vivían una interminable orgía, con adoración de ídolos y demás actos impíos, fue tanta su furia que rompió una de las tablas.  No obstante, en ese momento escuchó un fuerte trueno y desistió en su propósito de seguir rompiendo las otras dos tablas.  De esta manera, nunca se supo, de haber sido cierta esta versión, cuáles mandamientos quedaron sin entrar en vigencia debido al arranque de cólera de Moisés.    En los años sesenta, unos arqueólogos belgas encontraron en las inmediaciones de Jebel Musa, enla Penínsuladel Sinaí, en Egipto, cerca de la frontera con Israel, ciertos fragmentos de piedra con inscripciones en hebreo antiguo que después de años de estudio se llegó a la conclusión que dicen: “No perturbarás la tranquilidad de tu prójimo”.  Para algunos investigadores, este podría ser uno de los mandamientos que se perdieron en la tabla que Moisés rompió.  Muchos pondrán en tela de duda lo anterior, pues se aferran a la inflexibilidad de los escritos canónicos, sin embargo, tiene un peso de veracidad mayor que el famoso decimoprimer mandamiento: “No estorbarás” que muchos creen a pie juntillas, aunque no lo cumplen. Bueno, no cumplen ninguno.

Si analizamos este mandamiento a la luz de la realidad actual, pareciera que el mismo tiene una pertinencia tal, que sobrepasa por mucho a varios de los mandamientos contenidos en el decálogo original respecto a la sabia agrupación que realizó Jesús: ”Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.  Si sopesamos por un lado la cantidad de asesinatos cometidos en un período de tiempo respecto a la cantidad de personas que ven afectada su tranquilidad por la inconsciencia de otros, vemos que esta última infracción es muchas veces mayor que la primera.  Incluso, el robo, a pesar de su extensión y sus diversas variantes, incluida la corrupción, no se compara con los constantes atentados contra la integridad de las personas que no pueden encontrar la tranquilidad que merecen.  Incluso una cantidad impresionante de personas preferirían que alguien deseara a su pareja, antes que le provocaran la pérdida del sueño.

La verdad es que vivimos en un mundo que en su carrera por la modernidad, ha traído el stress a nuestras vidas como una constante, de tal forma que en algún momento nuestra única aspiración es la tranquilidad que logre, aunque momentáneamente, alejarnos de todas las fuentes de tensión que nos rodean.  Sin embargo, cuando un ciudadano después de una agotadora jornada laboral, llena de presiones y sinsabores, llega a su hogar tratando de encontrar un poco de paz, simplemente sentándose a reposar, mientras lee un libro y escucha un álbum de Armando Manzanero.  No ha terminado de sentarse cuando de repente se sobresalta al escuchar un ruido ensordecedor que proviene de un amplificador de al menos 1,500 wattios de potencia que trae una voz que empieza a gritar alabanzas al Señor y que un coro de su rebaño empieza a vitorear.  Al igual que muchos nicaragüenses, esta persona ha tenido la mala suerte que en su vecindario se ha instalado una “iglesia de garaje” que bajo alguna denominación rebuscada, ha empezado a aglutinar a ciertos fieles cuyo único propósito pareciera que es perturbar la paz del vecindario.  Cuando no son los “servicios” sabatinos o dominicales, son impredecibles “vigilias” que los “ministros” programan a voluntad.  Estas “iglesias” tienen la particularidad de funcionar en inmuebles que pareciera han sido adaptados para que los “fieles” tengan la ventilación adecuada, pero que a la larga lo que provocan es que el ruido que producen se escape y sea diseminado hacia las casas ubicadas a diez cuadras a la redonda.  Todas estas “iglesias” tienen como común denominador a un Señor que pareciera que perdió sus facultades auditivas, pues tienen que emitir soberanos gritos amplificados hasta alcanzar los 130 decibeles, para que éste, si acaso, los llegue a escuchar.  No tienen la menor consideración a los vecinos que no tienen la culpa de sus pecados, mucho menos de su arrepentimiento y llegan hasta altas horas de la noche dándole vueltas a lo mismo, intercalándolo con sus “himnos” que de manera irónica hablan del amor al prójimo.

El pobre ciudadano que se resignó a no leer ni a escuchar su música preferida, no tiene otra alternativa que acostarse para ver si dentro del cansancio logra conciliar el sueño, entre sobresalto y sobresalto, hasta que a las quinientas, cae rendido.  No ha empezado a disfrutar del silencio de la madrugada que ahora reina en su vecindario, cuando de nuevo es despertado por un silbato que siente casi en sus oídos.  Se trata de un vigilante, que por una cuota de parte de cada casa dizque vigila el vecindario a bordo de una bicicleta y sin ninguna arma más que un silbato que a la larga no ahuyentará a ningún amigo de lo ajeno, más bien lo alertará y lo único que logra es que a la vez que deja constancia de su presencia en el barrio, le quita el poco tiempo de sueño que le queda al pobre ciudadano.

El sufrido ciudadano ya se ha resignado y lo único que anhela es un poco más de tiempo para el sueño que al fin pueda conciliar antes de tener que levantarse para ir al trabajo.  Ha decidido que aprovechará al máximo el poco tiempo que le queda, se hará un baño de zanate y tomará un taxi para ir a la oficina.  Ya está disfrutando de esas maravillosos últimos momentos de sueño cuando de pronto una “barata” con el volumen al máximo anuncia la venta de leche agria y otros lácteos acompañado de una canción ranchera que se escuchaba a finales de los años cincuenta: “Llegó el lechero, llegó gritando, llegó el lechero, me halló cantando…”  Después de exclamar una maldición el pobre ciudadano no tiene otra alternativa que meterse al baño y el chorro frío de la regadera le sube la presión arterial a 150/100 y mientras se seca el cuerpo siente que la frecuencia cardiaca anda arriba de los 130.

Cuando está por llegar a su oficina, para lo cual tiene que pasar por una tienda de pinturas, una disco móvil alquilada por el negocio inicia, casi a toda potencia, un reggaetón que termina por provocarle una perceptible taquicardia.  Y es que pareciera que los brillantes expertos en mercadotecnia nicaragüenses han descubierto que las ventas de un negocio se incrementan en proporción al ruido que sus establecimientos puedan generar y de esta forma desde un supermercado de postín hasta una vulgar venta de patio, no pueden promover sus ventas de otra forma que no sea a través de una disco móvil que a todo volumen emite los más infames reggaetones.

El pobre ciudadano, obviamente mostrará un rendimiento deficiente en su trabajo lo cual traerá mayor stress en su vida cotidiana y hará que llegue a rastras a su casa al final de la jornada, pidiéndole, eso sí en voz baja, a toda la corte celestial que esa noche no haya “culto” en la “iglesia”, que a algún vecino no se le ocurra tener un reventón y que el vigilante del silbato se intoxique con E. coli.

Así como en esta historia, existen en Nicaragua decenas de miles en donde el ruido en sus diferentes manifestaciones es el elemento común que provoca serios trastornos a la población, afectando sus vidas a tal punto que el stress llega en ciertos momentos a derivar en otras enfermedades como hipertensión, diabetes, colitis y varias más.  Lo peor del caso es que en el nuevo Código Penal existe un apartado dentro de las perturbaciones del sosiego público dedicado a las perturbaciones por ruido, así como en la Ley 559 sobre delitos contra el medio ambiente y los recursos naturales, en donde se establecen sanciones y multas para aquellos que causen daño a la salud o perturben la tranquilidad y descanso diurno y nocturno de los ciudadanos.  Lo interesante es que por algún motivo los señores diputados en medio de su minusvalía intelectual exceptuaron de estas sanciones a las campañas evangelísticas masivas y las actividades de las congregaciones dentro de sus “templos”.  Así pues, es misión imposible tratar de frenar tanto abuso por la perturbación producida por el ruido excesivo e innecesario.  Así mismo, existe una ley para regular las actividades de las “baratas” o altoparlantes, pero también es imposible ponerla en práctica.  Existen documentadas algunas denuncias en contra de algunos de estos “ministros” y que al final fueron encontrados culpables por la autoridad judicial, imponiendo multas de cien córdobas que me imagino provocaron una hilarante reacción de parte de estas “iglesias”.

Sería fantástico, como dice Serrat, que en un día como hoy, que se celebra el Día Mundial del Ambiente, se juntaran los máximos pastores de todas las iglesias y emitieran una bula o algo parecido, dejando sentado que el Señor no sufre de hipoacusia, que es la Sabiduría personificada, por lo tanto no necesita que los fieles griten, repitan y amplifiquen sus plegarias y podrían tomar como base la parábola del fariseo y el publicano, en donde este último se escondía en un rincón del templo para musitar su humilde plegaria.  De la misma forma, un foro de gurús de la mercadotecnia podrían reunirse para sacar un comunicado en donde declaren que después de serios análisis e investigaciones se ha llegado a la conclusión de que el ruido no ayuda a vender más.  En el caso de nuestros diputados, ahí sí que es misión imposible, pero quien quita y en medio de los aparentes efectos de una lobotomía generalizada, encuentren un hilo de luz, cordura y sentido común y puedan entender que ruido es ruido, provenga de donde provenga.  Tal vez así el ciudadano común que no pueda construirse una mansión a prueba del mundanal ruido, tenga el sosiego que se merece y no aspire al sueño de los justos para gozar de un merecido descanso.

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El del cabrito

En los años cuarenta, Managua era todavía una ciudad tranquila; resintiendo los efectos de la segunda guerra mundial trataba de estar a la altura de su calidad de capital de Nicaragua, alcanzada tan solo noventa años antes.  Por las calles de la ciudad se miraba transitar uno que otro vehículo automotor conviviendo con coches, carretas y carretones.  El ferrocarril todavía era el medio de transporte más utilizado entre los pueblos del Pacífico, sin embargo una gran parte del abastecimiento de vegetales, frutas y otros perecederos de la novia del Xolotlán llegaba en carretas de bueyes que descargaban en el extremo suroriental, cerca de la entrada a Campo Bruce, en lo que luego se convertiría en el Mercado Oriental, desde donde se distribuía a los mercados Central y San Miguel en el centro de la ciudad.   Los carreteros que llegaban del oriente, principalmente de Ticuantepe, Nindirí y Masaya tenían un lugar en donde guardaban sus carretas y bueyes, ubicado al norte del punto de abasto, en las inmediaciones dela Cervecería, en donde habían construido un rustico galerón.

Todas las mañanas en un extremo del galerón en donde se había improvisado un cuarto, salía un hombre arrastrándose hacia un carromato que era tirado por un cabro y haciendo circo, maroma y teatro, con sólo el impulso de sus brazos, lograba acomodarse al interior del rústico vehículo.  Tendría unos cuarenta años, menudo y con una tez que en cierto momento fue clara pero que el inclemente sol había llegado a tostar.  En su rostro sobresalían una nariz torcida, como si de un golpe le hubiesen desviado el tabique, unos dientes ennegrecidos y una barba que tan solo rasuraba de vez en cuando.  No tenía movilidad en sus extremidades inferiores; era lo que en aquellos tiempos se conocía como “tullido”, aunque lo más probable era que en su niñez hubiera padecido de poliomielitis.

Su nombre era Abraham Pineda y había llegado a la capital a mediados de los años veinte, buscando una oportunidad para poder sobrevivir con sus serias limitaciones físicas.  A pesar de su condición era un hombre orgulloso, pues aceptaba ayuda pero nunca una limosna y de esa manera fue que encontró en la venta de lotería, una forma de ganarse la vida de manera honrada y sin necesidad de estirar la mano. Así pues, Abraham llegó a convertirse en uno de los personajes más pintoresco de la Managuade mitad del siglo XX, pues con su carromato y su fiel caprino se le miraba atravesar a la ciudad en medio del candente sol.  Como no tenía medios para defenderse por su inmovilidad, desarrolló un vocabulario que rayaba en la procacidad y que hacía que cualquier antagonismo se redujera ante cualquiera de sus diatribas.

Para sobrellevar sus limitaciones se aficionó a la bebida y en su recorrido por la ciudad visitaba una serie de cantinas y estancos en donde solicitaba un trago de lijón.  Uno de sus reductos en donde saboreaba uno de los tragos de la mañana era la cantina del Gato Abraham, en donde su tocayo tenía abierta una línea de crédito que siempre honraba.   También se envició con el puro, pues durante el día saboreaba lentamente un “chilcagre” cuyo aroma rivalizaba con el que despedía su cabro y que entre ambos hacían que su presencia se adivinara desde varias cuadras.   Aquí cabría aclarar que su actividad como lotero le generaba ingresos suficientes para sufragar los gastos de sus vicios, pues muchos capitalinos, admirando su orgullo para no pedir limosna, lo “invitaban” a almorzar o a algún refrigerio y con mucho tacto también le regalaban ropa usada.   Cuando algún extraño que no le conocía lo confundía con un mendigo y le quería dar una limosna, Abraham montaba en cólera y le amenazaba con la tahona, a la vez que le soltaba una andanada de improperios.

Cuando su negocio había alcanzado cierta “prosperidad”, decidió contratar a un jovenzuelo para que lo apoyara en su recorrido y hacer más expeditas sus evoluciones, pues en muchos casos castigaba cruelmente al animal al querer obligarlo funcionar como un 4×4 y subir en los lugares más inverosímiles, mientras que al muchacho lo enviaba a dejar billetes de lotería o a cobrar los importes sin tener que abandonar la calle.  No obstante, su tahona siempre estaba lista ya fuera para fustigar al pobre caprino o bien al muchacho que le ayudaba.

Otra de las aficiones de Abraham era aparecer en los medios de comunicación, en especial en la prensa escrita, visitando regularmente la redacción de los principales periódicos de la época, ya fuera para pregonar su amistad con las principales familias de Managua o bien para denunciar el robo de su caprino, hecho que se repitió varias veces, desconociéndose si fue por necesidad de algún amigo de lo ajeno o por pura maldad.  De alguna manera, el inválido siempre lograba reponerlo por otro más joven y siempre blanco, lo cual era un decir, pues a pesar de que en algún momento el animal era de un color blanco, con el tiempo iba adquiriendo un tono amarillento.   Uno de estos caprinos se hizo famoso pues vivió junto a su amo más de quince años y muchas veces después de una jornada agotadora por toda la ciudad capital con sus respectivas paradas en unas quince cantinas y sus respectivos reatazos de lijón, Abraham se rendía en los brazos de Morfeo, mientras su fiel caprino lo llevaba por su propia inspiración hasta su cuarto en el oriente de Managua.  En estos dorados tiempos se diría que tenía integrado un GPS.

Muy pocas gentes de la ciudad capital lo conocían y lo llamaban por su nombre, pues casi todo el mundo lo llegó a conocer como “El del cabrito” y el recuerdo que dejó entre la población fue diverso, pues mientras unos lo consideraban como un ejemplo de trabajo, para otros era tan sólo un borracho, otros que no lo conocían lo etiquetaban como loco o mendigo y había otros que lo tenían como la quintaesencia de la vulgaridad.  Sin embargo, a pesar de que este personaje despareció del mapa allá a mediados de los años sesenta, ignorándose si alguna enfermedad lo postró en su cuarto o si simplemente falleció, quedó en la memoria de los Managua en un dicho que reflejaba la invalidez de Abraham, pues cuando alguien no tenía habilidades para la pelea le decían: “Vos no le pegás ni al del cabrito”, dicho que con el tiempo se fue extendiendo a otras cualidades: “Vos no convencés ni al del cabrito”, o bien “Eso no lo cree ni el del cabrito”.  Así pues el famoso personaje persiste en la memoria colectiva como el extremo de la inutilidad o la credulidad, cuando debía recordarse como ejemplo del esfuerzo para superar las limitaciones que el destino puso en su camino.

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