Las primeras lluvias en mayo anuncian la entrada del invierno en Nicaragua y es entonces cuando la población experimenta una sensación de tranquilidad y de esperanza. Será acaso que el agua trae el inicio de un ciclo que promete cosas mejores o tal vez que el bochorno del extenso verano ha quedado atrás y aquel famoso dicho: “como agua de mayo” cobra una validez contundente. La tierra agradece la lluvia que penetra sus entrañas y la naturaleza se muestra pródiga y nos ofrece un espectáculo fuera de serie. La vegetación vuelve a adquirir las diferentes tonalidades de verde y algunos árboles florecen y nos muestran la obra de un maravilloso pincel que inspirado plasma ante nuestros ojos un lienzo con las obras de arte que tal vez ningún artista ha soñado siquiera.
Dentro de estos magníficos regalos que nos ofrece la madre naturaleza resalta, a mi juicio, la belleza incomparable de los Malinches en flor. A lo largo y ancho de nuestra patria encontramos estos ejemplares que concursan para ver quien muestra el mayor colorido.
He observado que a medida que la edad se nos viene encima, ciertos colores, olores y sabores tienen un impacto mayor en nuestros sentidos, será tal vez que en nuestro interior algo nos dice que un día no muy lejano extrañaremos el verdadero lujo de experimentar esas sensaciones.
Así pues, aquellos árboles que simplemente formaban parte del paisaje de fondo de la niñez, en especial el par de ejemplares que había en el parque de mi pueblo, ahora constituyen un espectáculo que no me canso de admirar y ese maravilloso color rojo encendido de las flores de los Malinches, lo saboreo como una copa de champán Dom Perignon 1998. Ignoro cuáles son los parámetros para haber seleccionado al árbol nacional, pero yo prefiero por mucho al Malinche sobre el Madroño. Será tal vez que el Malinche es un árbol que está presente en muchos lugares del mundo y por eso no podía ser representativo de Nicaragua.
Este árbol, cuyo nombre científico es Delinox regia, es originario de los bosques secos ubicados en el occidente de Madagascar, en donde irónicamente están en peligro de extinción. Aparentemente los conquistadores portugueses llevaron ese árbol a sus colonias y de Brasil probablemente se esparció por todo el continente americano, en donde se encuentra desde la Florida en los Estados Unidos hasta Argentina. Su nombre es variado y si en Nicaragua y otros países centroamericanos lo conocemos como Malinche, en El Salvador se le conoce como Arbol de Fuego y en Honduras como Acacia Roja. En México según la región se le conoce como Tabachín o Flamboyán, nombre que también se utiliza en las Antillas, aunque en algunos lados lo degeneran en Franboyán. En Estados Unidos se le conoce como Flamboyant o Royal Poinciana. En los países sudamericanos se le nombra Chivato. Se ignora el motivo por el cual en estas latitudes se le llama Malinche a ese árbol, pues es el nombre que se le adjudica a Doña Marina, hija de los caciques de Painala que llegó a ser amante de Hernán Cortés, el conquistador de México, aunque resulta extraño que otro árbol que también florece con colores llamativos a la entrada del invierno se le llama Cortés en Nicaragua.
En los años cuarenta, Bing Crosby grabó una canción basada en un tema tradicional cubano que con letra de Manuel Llisó llevaba el nombre original de Canción del Arbol y que en el arreglo que en inglés le hicieron Buddy Bernier y Nat Simon, la bautizaron con el nombre de Poinciana. Durante los años cuarenta y cincuenta este tema tuvo un éxito sin igual y fue interpretado por innumerables artistas entre los que destacan Nat King Cole, Johnny Mathis, Carl Tjader, Michel Camilo, Glenn Miller, Percy Faith, Charlie Parker, Duke Ellington, Bobby Lyle, Ahmad Jamal, Harry James y más recientemente Manhattan Transfer. Muchas de las versiones incluyen ritmos que ambientan el tema en lo que podría ser una selva tropical.
Dentro del vocabulario nicaragüense existe un refrán que alude a este árbol y lo compara con el sagrado sacramento del matrimonio (aquí se hace una jaculatoria), diciendo que esta institución es como el Malinche, al comienzo lindas flores y después puras “vainas”. Como dice Serrat: “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.
En estos días en que todavía podemos disfrutar de ese generoso regalo de la naturaleza, vale la pena buscar un Malinche cercano y un lugar desde donde pueda admirar ese singular colorido de sus flores haciendo contraste con el verde intenso de su follaje. Si tiene un reproductor portátil puede llevar alguna versión de Poinciana y disfrutar la vida por un rato. No le ponga mucho cuidado a las vainas, que seguramente esas le estarán esperando luego en cualquier lugar del camino, pero lo gozado nadie se lo quita.