Un diario local publicó recientemente un par de artículos que insisten en la necesidad de que Managua crezca verticalmente; de hecho, anotan que hay un notable crecimiento en las construcciones de varias plantas en esta ciudad, lo cual según esos conocedores del tema plantea muchos beneficios y muchos retos, pero aparentemente ningún inconveniente.
A simple vista, estas consideraciones motivan al ciudadano común y silvestre a empezar a soñar e imaginarse a Managua como una nueva Dubai, con imponentes edificios como el Burj al Arab, destacándose en el paisaje, sobresaliendo de las nubes. No obstante, sin necesidad de ser una lumbrera, es posible realizar una serie de consideraciones que nos ponen como a Cornelio Reyna cantando: Me caí de la nube.
Si bien es cierto, uno de los males endémicos de los nicaragüenses es la amnesia, pues somos proclives al olvido total, es conveniente tener siempre presente que estamos en una región altamente sísmica y que una telaraña de fallas atraviesa la ciudad capital, de tal manera que el miedo a los sismos no es algo para olvidarse fácilmente.
Aun así, no creo que exista la confianza de habitar en un edificio de más de tres pisos, salvo tal vez que los estudios, construcción y supervisión fuesen realizados por profesionales japoneses, siguiendo las normas vigentes para países altamente sísmicos. Pero la triste realidad es que no es remoto que puedan ser desarrollados por los mismos especialistas que estuvieron a cargo de proyectos como Residencial San Sebastián, que después de una torrencial lluvia quedó convertida en una Venecia. Así pues, si estos especialistas no pueden prever la intensidad máxima de la precipitación pluvial y sus consecuencias, ¿podrán entonces prever la intensidad que puede alcanzar un movimiento sísmico?
No obstante, hay que señalar que la mayoría de estas edificaciones están desarrolladas para albergar oficinas, más que viviendas. En este caso, los empleados de esas empresas, se enfrentarían al dilema que les plantea el temor de pasar ocho horas en ese edificio versus el temor a tener que renunciar a su trabajo, algo así como vivir de manera sostenida con el fondillo a dos manos o bien, confirmar la máxima del célebre magistrado: “la calle está dura”.
Pero para los apologistas de estas construcciones verticales esta tendencia debe de alcanzar a las construcciones para vivienda, bajo la premisa de que es imperativo “densificar” la ciudad.
Aquí entran en juego varios factores que es importante aclarar. Si bien es cierto, en otros países se aprovecha eficientemente el terreno mediante construcciones verticales, el asunto de la densidad es relativo, pues en Nicaragua, al igual que en muchos lugares en la región, la densidad se da en otro orden. En los países desarrollados la ocupación por vivienda es en promedio de 2.702 personas, como lo acotaría El Firuliche, en cambio en Nicaragua ese índice se eleva casi al doble. Mientras que en los primeros por tradición, hay una preferencia por vivir de manera independiente y en el caso de las familias hay una tendencia a componerse de tres miembros, en estas latitudes, en cada vivienda habitan en promedio 5.015 personas, más eventualmente cuatro piches adicionales que están temperando.
Otro aspecto muy importante y que ya ha sido señalado por algunos estudiosos del tema es el de los aspectos culturales. Más que afirmar que no está en la cultura del nicaragüense vivir en espacios verticales, yo diría que no está en su ser el habitar en condominio, es decir en una comunidad en donde existen áreas comunes y más que nada, gastos comunes. Si los compatriotas son reacios a pagar por sus servicios básicos, sería inconcebible para ellos el hecho de tener que pagar por servicios que son comunes a todos los que habitan en un edificio, como la iluminación de pasillos, escaleras y otras áreas comunes, la limpieza de estas áreas, los servicios de seguridad, costos de operación y mantenimiento de elevadores y eventualmente servicios como el gas estacionario que se paga por alícuotas por departamento. La experiencia en otros países latinoamericanos señala que en todo conjunto habitacional hay uno que otro, por no decir muchos condóminos, que son reacios a pagar por estos gastos y no hay poder sobre la tierra que los obligue a hacerlo, de tal forma que se arma la de San Quintín y al final el resto se tiene que conformarse con subsidiar a los vivianes.
No hay que olvidar lo relativo al ruido, en una sociedad que está acostumbrada a hablar en voz alta, como si su interlocutor se encontrara a un kilómetro en el desierto del Sahara y quienes son aficionados a la música, tienen complejo de D.J. y manejan sus equipos de sonido generando ruido arriba de los cien decibeles. Por otra parte, estas construcciones, para hacerlas más livianas, sus desarrolladores emplean materiales que se prestan a estas especificaciones, pero que dejan pasar el menor ruido. Así pues, en un colectivo en donde el sentido común es el menor de los sentidos, se arma fácilmente la canción de Muchilanga.
Otro aspecto manejado por quienes defienden el crecimiento vertical de la ciudad es que a través de este modelo, se abaratarán los costos de los servicios básicos. Esto podría tener lógica desde cierto punto de vista, sin embargo, en un país en donde la lógica no funciona pues el plomo flota y el corcho se hunde y ante la caída brutal del precio del petróleo el precio de los combustibles más bien se eleva. De la misma forma, los servicios básicos que también dependen del precio del petróleo tampoco bajan. Así pues, es iluso pensar que por el crecimiento vertical de la ciudad, el costo de estos servicios vaya a bajar.
Otras de las ventajas que asignan a este modelo es que habrá una dependencia menor de los vehículos, pues una considerable proporción de ciudadanos se trasladará a sus trabajos a pie. Parece que los defensores de esta afirmación no han tenido que caminar en esta ciudad, en donde a duras penas un 12% de sus calles son transitables a pie, siendo el resto verdaderos retos para los peatones, quienes tienen que practicar parkour para poder sobrevivir a los cafres del volante.
Aun así, se requiere de forma urgente un plan urbanístico a corto, mediano y largo plazo, realizado con el concurso de profesionales en la materia, de tal manera que el crecimiento de la ciudad sea eficiente y sostenible. Es probable que la construcción vertical pueda ser una opción, pero para levantar en zancos a las viviendas vulnerables ante los estragos que están causando las lluvias ante el desastroso sistema pluvial de la ciudad.