Archivo mensual: diciembre 2017

El muñeco

Cuento para fin de año

Serafín decidió hacer un último esfuerzo para cobrarle los quinientos córdobas que Martín le debía desde hacía un buen tiempo y que con la cantaleta de “mañana te pago” había arrastrado aquella deuda, que a pesar del tiempo, se resistía a caer en la categoría de incobrable.  Esperaba que aún después de todos los gastos decembrinos, Martín tuviera un saldo positivo en sus finanzas y en su voluntad para honrar la deuda.

Llegó a la casa de Martín de improviso de tal manera que no le dio tiempo de esconderse y darse por ausente, así que no tuvo otra alternativa que saludarlo cordialmente y ya tenía lista su famosa negativa: “debo, no niego, pago, no tengo”, cuando miró en los ojos de Serafín una determinación que le insinuaba que no aceptaría un no por respuesta, así que se le ocurrió hacer un canje de la deuda.  Le aseguró que tenía toda la firma intención de pagarle antes que feneciera el año, sin embargo, algunos imprevistos de última hora lo habían dejado sin liquidez, pero que podía darle en pago a don Camilo.  Serafín se quedó de una sola pieza ante semejante ocurrencia, cuando en un abrir y cerrar de ojos, Martín se metió a un cuarto y sacó, como por arte de magia, un muñeco de tamaño considerable, vestido de traje, con un sombrero, y un puro en la boca; de esos que últimamente acostumbran quemar la víspera del Año Nuevo.  Serafín todavía en estupor, le dijo: – ¿Y yo para que quiero eso? a lo que Martín astutamente contestó:  – Dicen que trae buena suerte quemarlo antes de que acabe el año y por último, lo podrías vender, porque ahí donde lo ves, vale setecientos córdobas.  Aclarándose la garganta agregó: – A menos que te esperés para febrero que me van a caer unos bollitos.

Serafín evaluó la situación y situó aquella posibilidad de febrero como algo remoto, casi improbable, así que mientras deliberaba, realizó un paneo a toda la sala de Martín y observó que un tanto escondida en una repisa estaba una botella de Flor de Caña, así que dijo para sus adentros, de lo perdido, lo encontrado y le respondió: -El muñeco y esa botella de Flor de Caña, señalando la repisa- y quedamos a mano.  Martín fingió pensarlo un momento y dijo: -Juega el gallo.  Así que Serafín dejó aquella casa, cargando el muñeco y con una bolsa con la botella de ron, satisfecho con el trato.

Después de pasar por donde algunos conocidos a quienes les ofreció el muñeco, con considerables rebajas respecto a su precio y ante la triste realidad que su oferta no encontró demanda alguna, se dirigió a su casa y al llegar dejó al muñeco en la sala y en el pantry, cerca del refrigerador dejó la botella.  En el otro extremo de la sala, una mujer miraba televisión y al verlo llegar hizo un gesto de disgusto y comenzó a murmurar.  Al verla Serafín, sintió el asomo de una nausea que amenazaba con agrandarse y también murmuró: -Ya empieza la Jazmina con sus pendejadas.  Serafín y aquella mujer se odiaban cordialmente.  Ella era su cuñada.  Era la hermana de Sara, su difunta esposa.  Unos ocho años atrás, el marido de Jazmina había muerto, según Serafín, de aguantar a semejante arpía, dejándola en la cochina calle.  Sara, quien era una santa mujer, la acogió en su casa y Serafín no tuvo más remedio que apechugar, por todo el cariño que le tenía a su mujer.

Nunca había podido comprender como dos hermanas podían ser tan diferentes, mientras Sara era una mujer noble, humilde, solidaria hasta la pared de enfrente, cariñosa, su hermana en cambio era una persona con un carácter viperino, odiosa en extremo, egoísta hasta decir quitá, soberbia, aunque Martín la definía rápida y eficientemente como una hijueputa bien hecha.  Dicen que antes de los cuarenta cada quien tiene el rostro que la vida le dio, mientras que después de esa edad cada quien tiene el rostro que se merece.  Con la edad los rasgos de Sara se fueron suavizando y sus canas le dieron un aire de bondad que se notaba al instante, mientras que el rostro Jazmina se fue endureciendo y deformando hasta darle una expresión maléfica, diabólica decía Martín.   Cuando su hermana se trasladó a su casa, Sara realizó una labor catalizadora para evitar cualquier roce entre su marido y Jazmina, pues sabía del desagrado que este sentía por su hermana y en el fondo le daba la razón.

En cierta ocasión, Sara comenzó a perder peso y a sentir dolores en el estómago y en la espalda y después de varios estudios y exámenes los médicos concluyeron que tenía un cáncer pancreático y en un lapso demasiado breve, Sara dejó este mundo.  Antes de morir, hizo jurar solemnemente a Serafín que no desampararía a su hermana y que la dejaría vivir en su casa.  La consternación de aquel hombre era tan grande que no tuvo fuerzas para negarle aquella última voluntad a su esposa y tuvo que aceptar.

Además del inmenso dolor que sentía Serafín con la pérdida de su esposa tenía además que soportar la presencia de aquella mujer en su casa, sintiendo que el infierno lo estaba purgando en anticipo.  Jazmina era tremendamente astuta y no se atrevía a enfrentar directamente a Serafín pues sospechaba que a pesar de su juramento, en un arranque de cólera la podía poner de patitas en la calle.   Así que se limitaba a mostrarle la peor de sus expresiones, que ya era mucho decir y a murmurar en voz baja toda suerte de epítetos y maldiciones.  Se dirigían la palabra solo en casos de extrema necesidad.   Ella solventaba sus gastos básicos personales con una remesa que recibía de un hijo que vivía en los Estados, sin embargo, no contribuía a ningún gasto de la casa, ni siquiera de la energía eléctrica, a pesar de que pasaba todo el día viendo la televisión.  Ella preparaba sus alimentos sin compartir con él ni siquiera una tortilla.

En la reciente Navidad ella se había preparado una gallina que desde luego comió sola, mientras que él se compró un pollo asado en el supermercado y cada quien cenó por su parte sin volverse a ver y a la media noche cada quien se dirigió a su habitación y se encerró hasta bien entrado el 25.

Para este fin de año, ella se cocinó un lomo de cerdo, preparó arroz y compró una sopa borracha en el vecindario.  Serafín por su parte, después de llegar con el muñeco y la botella de ron, descansó un poco y salió luego y compró un nacatamal donde doña Eustaquia y en la pulpería de la esquina compró un PET de gaseosa de cola de 2.5 litros.   Un poco después de las nueve de la noche, Serafín se sentó en el porche, en donde todavía estaban las dos sillas en donde junto a su esposa salía a tomar el fresco de la noche, ahí en una mesita colocó la botella de ron, la gaseosa y una cubeta con hielo y comenzó a brindar por Sara y todos los momentos mágicos que habían compartido por tantos años.   Su cuñada, se mantuvo viendo televisión y murmurando de vez en cuando.  Serafín apenas alcanzaba a escuchar “….jueputa” “….borracho” y cosas por el estilo, mientras el apuraba uno tras otro las cubas que si iba preparando, tratando de imitar aquel murmullo con expresiones como: “…arpía”, …bruja” “…jueputa” y de esa manera fue transcurriendo la noche.

Cuando fueron las 11:40 de la noche, ya Serafín estaba “rayado”, la botella de ron acusaba tan solo una quinta parte de su contenido.  En ese momento, en medio de su sopor, se acordó del muñeco y de la buena suerte que Martín le había augurado, así que entró a la casa, de una alacena tomó un mecate y luego al muñeco y salió al patio, en donde había un almendro, donde pasó el mecate y procedió a colgarlo.  Faltaban ya diez minutos para que terminara el año, cuando sacó de su bolsillo un encendedor y procedió a prenderle fuego al pantalón del muñeco.  En un instante don Camilo, como lo había bautizado su amigo, comenzó a arder, mientras Serafín, comenzó a recordar los malos momentos de aquel año a fin de que se quemaran junto con aquel muñeco y en especial el enorme sacrificio de soportar a su cuñada.    Ya estaba a punto de llegar la media noche, los cohetes y triquitracas comenzaron a explotar por toda la ciudad, cuando de pronto un fuerte viento comenzó a soplar del norte.  Llegó a ser tan fuerte, que en una ráfaga el muñeco, en llamas, salió volando hacia la casa en una parte donde la construcción era básicamente de madera y rápidamente tomó fuego.

Con los ojos desorbitados, Serafín, buscó una manguera pero se acordó que hacía un par de días se la había prestado a un vecino, entonces corrió hacia el interior de la casa, de donde tomó su teléfono celular y de su habitación tomó una caja metálica donde guardaba sus documentos esenciales y sus ahorros en efectivo.  De salida a la calle le gritó a Jazmina:  -Se está quemando la casa.  La mujer respondió con una serie de maldiciones y a regañadientes dejó de ver su televisión y salió a la calle, un poco después de Serafín.  Para ese momento ya las llamas se notaban y algunos vecinos ya se habían apersonado en el lugar y desde ahí, Serafín llamó a los bomberos.

Uno de los vecinos le propuso que podían entrar a tratar de combatir el fuego con baldes de agua, pero Serafín expresó que no quería que nadie tomara riesgos, pues la casa era un poco vieja y podía no resistir.  En ese momento, Jazmina recordó que tenía en su habitación un pequeño baúl donde guardaba unas joyas, según ella invaluables, además de dinero.  Se dirigió de manera temeraria hacia la casa, cuando un vecino quiso detenerla pero ella se soltó profiriendo maldiciones a diestra y siniestra, así que ya nadie quiso detenerla.  Ingresó a la casa y pasaron los minutos sin que saliera.  Le avisaron a Serafín, pero este parecía estar en estado catatónico y no dijo ninguna palabra.

Cuando llegaron los bomberos, ya no había nada que hacer, pues la mayor parte de la casa había sido consumida por las llamas.  Al final, en una bolsa negra fue retirado el cuerpo de Jazmina, rumbo a medicina legal.   Serafín evitó al máximo el contacto con los reporteros de la nota roja que casi al mismo tiempo que los bomberos se presentaron al lugar.  Los vecinos no se cansaban de repetir ante los reporteros que la imprudencia y la avaricia de la señora, la habían motivado a ingresar de nuevo a la casa, cuando ya estaba a salvo en la calle.

Serían las tres de la madrugada cuando los últimos técnicos de los bomberos se retiraron anunciando que continuarían con la investigación.  Serafín todavía se quedó admirando lo que quedaba de la casa cuando observó que la mesa que había en el porche, todavía seguía ahí.  Se acercó y tomó la botella, se sirvió una generosa cantidad, le agregó gaseosa y viendo todavía el humo salir de los escombros, elevó su vaso y murmuró: -Salud, Sara, salud, Martín y luego, esbozando una sonrisa, -Salud don Camilo.

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Todavía alguien llora por mí.

Esta hoja del calendario, la de hoy, es la que más cuesta arrancar.  A diferencia de las otras, que casi caen por su propio peso, sin necesidad de un plan de vuelo, salvo tal vez, el firme propósito de improvisar de la mejor manera, esta hoja requiere una previa y profunda reflexión.

Precisa, al arrancarla, mirar por el retrovisor lo que dejamos en la vía, pues todas las heridas pasadas se juntan y parecieran formar una sola cicatriz; todos los dolores estallan al unísono y reclaman el bálsamo de nuestra conciencia al exonerarnos.

Obliga también, a mirar de frente, como cuando se mira al mar, inmenso respecto al pedazo de costa donde permanecemos, cuando la arena del reloj pareciera escaparse para quedar de nuevo en la playa y desde ahí, replantear el trecho que resta por caminar, consciente de que el oficio de andante es ahora el de funambulista.

El enorme reto, después de arrancarla, es emprender de nuevo la marcha, acopiar fuerzas, pensando tal vez que ante un universo de indiferentes y de unos pocos a quienes tan solo mi nombre les produce un reflujo infernal, hay un contingente lleno de cariño, con un peso específico mayor que el iridio,  y que son quienes de verdad cuentan y que me darán la fuerza para seguir adelante.

Es aquella gente que me quiere, a pesar de todo, familia del alma y amigos sin fronteras, que siempre estarán ahí y que si de pronto el carro de fuego de Elías me arrebata, desde otra dimensión podré comprobar que todavía alguien llora por mí.

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Cuando no calienta ni el sol

 

Reza un dicho: “Nadie sabe para quién trabaja”, denotando que todo el esfuerzo realizado por un individuo puede ser, al final, usufructuado por un tercero.  Esto es válido para cualquier ámbito de la vida, sin embargo, en esta ocasión me voy a referir al campo de la composición musical, en donde existen tremendas injusticias, pues abundan casos en los cuales, por cualquier motivo, el verdadero autor de algún tema no recibe el crédito que le corresponde.  Aquí excluyo el tema del plagio, que es otro problema, un tanto aparte y que merece su propio artículo.  Me refiero a la cantidad de casos en que el autor de un tema es opacado por el arreglista, el traductor o el intérprete del mismo, de tal manera que la fama de estos lanza al autor al baúl del olvido.  En otros casos más dramáticos, el autor vende su composición, con la plena conciencia que su nombre nunca saldrá a la luz  pública.

Un ejemplo clásico está ligado a la canción “A mi manera” (My way) que se convirtió en una especie de himno de Frank Sinatra, pero que además tiene una sin número de intérpretes y que una enorme proporción de quienes se han apropiado de ella, creen a pie juntillas que fue compuesta por Paul Anka.  Muy pocos saben que el tema fue originalmente fue compuesto en francés por Claude François en 1967, bajo el título “Comme d´habitude” (Como de costumbre) y fue originalmente grabado por Hervé Vilard, aquel mismo de “Capri c´est fini”.  Por esa época Paul Anka visitó Francia, escuchó el tema y le gustó tanto que le escribió letra en inglés y de ahí nació “My way”.  François falleció en 1978 y a excepción de los franceses, para quien sigue siendo un ídolo, en el resto del mundo prácticamente no lo conocen.

De la misma forma, muy pocos conocen al autor de “Ojos españoles” y de “Extraños en la noche”.  El primer tema con una pléyade de intérpretes y el segundo, un enorme tema de Frank Sinatra, así como de muchos intérpretes más, entre ellos Jimmy Hendrix.  Muy pocos conocen a Bert Kaempfert, músico de origen alemán, director de orquesta, compositor, arreglista y maestro en varios instrumentos y que se caracterizó por un estilo de jazz muy depurado.  “Ojos españoles” fue compuesta en 1964 por Kaempfert con el título “Moon over Naples” (La luna sobre Nápoles), originalmente instrumental y en 1965 fue grabada en versión vocal por Freddy Quenn, con el título de “Spanish eyes”.  Por su parte “Extraños en la noche” fue originalmente compuesta por Kaempfert como parte de la banda sonora de la película “A man has to get killed” y su título original fue “Beddy Bye”.  El tema tuvo letra gracias a  Charles Singleton and Eddie Snyder quienes lo titularon “Strangers in the night” y que fue inmortalizado por Frank Sinatra.  Kaempfert falleció en 1980 y a pesar de que tiene miles de aficionados, existe una gran mayoría que no saben que fue el autor de esos dos grandes temas.

Aquí en Nicaragua hay un caso que todavía a la fecha produce un tremendo escozor y es el de la  canción “Cuando calienta el sol”.  Allá por el año 1961 el trío “Los Hermanos Rigual” originario de Cuba, pero radicado en México desde los años cuarenta, lanzó la referida canción, registrando la autoría como de sus integrantes, Carlos y Mario Rigual.    Es importante señalar, que ese grupo ya había alcanzado la fama con éxitos anteriores, como lo fueron dos temas que en Nicaragua, a finales de los años cincuenta, tuvieron un éxito rotundo, “Corazón de melón” y “La del vestido rojo”, ambas en ritmo de chachachá.    “Cuando calienta el sol” estaba escrita en un ritmo diferente, entre balada y rock lento y tuvo una acogida sin igual,  colocándose en los primeros lugares en toda América Latina, siendo exportada luego hacia Europa, en donde en España llegó a convertirse en la canción del verano, según algunos, la primera en abrir la tradición de ponerle banda sonora a cada temporada.  El éxito se expande por muchos países de Europa, salta luego a los Estados Unidos y Canadá y los Hermanos Rigual adquieren una dimensión internacional.  Luego, tratan de repetir el éxito alcanzado con su último tema y sacan “Cuando brilla la luna”, misma que se queda mucho más atrás de lo esperado.  No obstante, comienzan a realizar giras por todo el mundo y en 1964 llegan a participar en el Festival de San Remo, Italia, como co-intérpretes de dos temas participantes “Mezzanotte” y “Sole sole”, quedando eliminados ambos, habiendo resultado ganadora la recordada canción “No tengo edad” interpretada por Gigliola Cinquetti.    Lo anterior, no redujo la fama del grupo que por varios años siguió presentándose en los escenarios más selectos del mundo.  A inicios de la década de los setenta, nos llegó a través de Los Hermanos Cortés de León, el tema de la autoría de Mario Rigual: “Suenan los tambores”, que tuvo un éxito sin igual.

Por su parte, la canción “Cuando calienta el sol” siguió por muchos años en las listas de popularidad, la mayoría de las veces en español, así como versiones en inglés bajo el título de “Love me with all of your heart” (Quiéreme con todo tu corazón), a través de muchos intérpretes como fueron:  Los Panchos, Los tres ases, Los tres diamantes, Trío Caribe, Raphael,  Javier Solís, Los Marcellos Ferial, Trini López, Antonio Prieto, Tony Vilar, Mariachi Vargas de Tecalitlán, Los Chakachas, Vicky Carr, Gelu, Gloria Lasso, Jim Nabors, Connie Francis, Bing Crosby, Helmuy Lotti,  John Gary, Alberto Vázquez, Víctor Iturbe, Antonio Machin, Luis Aguilé,  Ray Conniff, Caravelli, Frank Pourcel, Smother Brothers, The Platters, Talya Ferro, Engelbert Humperdinck, Johnny Rodríguez, Momo Yang, Nancy Sinatra, Petula Clark, Julio Iglesisas con Lola Falana, Santos Colón con Tito Puente, John William, Luis Alberto del Paraná, Carmen Salinas con Pérez Prado, Rafaella Carra, Agnetha de ABBA, Los Machucambos, Manolo Otero, Los Bríos, Johnny Ventura, Roy Etzel, Los tres sudamericanos y por supuesto Luis Miguel.

Durante varias décadas en Nicaragua se manejó, sin problema alguno, que los autores de dicho tema fueron Los hermanos Rigual; sin embargo, en cierto momento, no podría precisar cuándo, comenzó a rodar una versión de que el verdadero autor del mismo fue el gran compositor nicaragüense Rafael Gastón Pérez, que había alcanzado la gloria con su canción “Sinceridad”, misma que también fue interpretada por muchos artistas internacionales.  Los argumentos que se comenzaron a esgrimir para sustentar la autoría del nicaragüense fueron:  Primero, que se puede sustituir en la línea “Cuando calienta el sol, aquí en la playa”, por “Cuando calienta el sol, en Masachapa”, guardando la misma métrica.  Segundo, que Rafael Gastón Pérez era muy desordenado en sus finanzas y la mayor parte del tiempo andaba “arráncame la vida”, unido lo anterior a su afición por las bebidas espirituosas.  Tercero, que hay evidencias que Rafael Gastón llegó a conocer a los Hermanos Rigual y que se reunieron varias veces.  Cuarto, que en una de esas reuniones, Rafael Gastón, corto de dinero, propuso vender su composición “Cuando calienta el sol en Masachapa” a los cubano mexicanos, llegándose a cristalizar la transacción por el precio de una media botella de ron.

Como aseguraría un letrado, se trata de evidencias circunstanciales.  En primer lugar, si se habla del título y de la primera línea de la canción, la misma también se puede sustituir no solo por Masachapa, sino también por Tupilapa, La Boquita y varios balnearios más.   La leyenda urbana agrega en algunos casos que Rafael Gastón era originario de Masachapa, lo cual es falso.  En segundo lugar, el propio Rafael Gastón Pérez, nunca habló de dicha transacción, tampoco lo hicieron los Hermanos Rigual, que tal vez serían los menos favorecidos al admitirlo, pero tampoco los amigos que solían acompañar a Rafael Gastón en sus tertulias.  Hay que recordar que Rafael Gastón falleció en 1962 y tal vez nunca llegó a saber del éxito que llegaría a cobrar el tema.

Algunos investigadores musicales, entre los cuales se encuentra el folklorista nicaragüense Wilmor López, han realizado serias investigaciones, habiendo entrevistado incluso a amigos de Rafael Gastón que supuestamente participaron en las reuniones con los Hermanos Rigual y han llegado a la conclusión de que el famoso Oreja de Burro no es el autor de “Cuando calienta el sol” y que por lo tanto, la venta de la que tanto se habla, nunca sucedió.

Aparte de la contundencia anterior, yo agregaría que si se realiza un análisis, tan solo de la letra de la canción, la misma guarda una mayor cercanía con el estilo de las letras de los Hermanos Rigual que con el estilo de Rafael Gastón.  Se puede observar que “Cuando calienta el sol” solo tiene una estrofa, que con una ligera variación pareciera que son dos, al mismo estilo de “Corazón de Melón”, que repite un mismo estribillo y por el mismo camino va “La del vestido rojo”, en cambio las letras de las composiciones de Rafael Gastón son más elaboradas, por ejemplo “Sinceridad” consta de cuatro estrofas muy bien coordinadas y que juntas hacen un todo.

No obstante, subyace en muchos paisanos un nacionalismo mal entendido que los obliga a luchar hasta con los dientes en situaciones que no tienen ningún asidero de verdad.  De esta forma, todavía seguiremos observando en las redes sociales diatribas lanzadas en contra de quienes conceden el crédito de “Cuando calienta el sol” a los Hermanos Rigual, basadas tan solo en una leyenda urbana.  Dejemos a Rafael Gastón descansar en paz, que tan solo con la gloria que alcanzó con “Sinceridad” le basta y concedámosle el beneficio de la duda respecto a que no cambiaría uno de sus temas por un plato de lentejas o peor aún, por una media botella de ron.

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Las dos estaciones

 

A comienzos de diciembre, sin ningún apuro, mi madre comenzaba a poner el árbol de navidad.  Era un abeto de un color verde intenso, más pequeño que mediano.  Ayudábamos pasando los adornos que poco a poco iba colocando en el árbol y luego enredaba a todo lo alto, una instalación de pequeñas bujías de colores, amarillo, verde, azul y rojo, que comparadas con las actuales parecerían gigantes.  Todavía no eran intermitentes, pues esa magia apareció un poco después y si una de las bujías se fundía, se apagaba toda la instalación.   El toque final lo daban una hilachas de algodón, que después fueron sustituidas por “cabello de ángel” que supuestamente asemejaban la nieve y unas tiras metálicas, un tanto parecidas al alambre de púas, de color plateado, lo cual, según nos explicaba mi madre era la escarcha.  Nunca le encontré el conectivo lógico a aquellos adornos finales, sin embargo, eran parte fundamental en el adorno del árbol, a pesar que en nuestra vida, jamás habíamos visto ni la nieve, ni la escarcha.  Visualizaba en mi mente la nieve, pues en postales y películas, los paisajes invernales, especialmente los de la navidad, estaban llenos de nieve y trineos en el marco de un cielo gris.  Lo que nunca llegué a imaginarme fue lo relativo a la escarcha, pues no cabía en mi mente que en los árboles se enrollaran aquellas tiras espinosas.  Lo más real con aquel adorno fue cuando uno de mis hermanos comenzó a estudiar la conducción de la electricidad, al meter un extremo de la escarcha en la rosca de una de las bujías y llevar el otro extremo a alguna superficie metálica en donde algún incauto tocaba con su mano y se llevaba un toque singular.

En aquel clima de alegría y esperanza, en especial para los niños, asimilé esa tremenda contradicción de que en gran parte del mundo se vivía un invierno, más o menos crudo, mientras nosotros vivíamos en verano, pues técnicamente desde noviembre iniciaba el período seco de seis meses.  En aquel tiempo, en mi pueblo, todavía la temperatura descendía sensiblemente, registrándose madrugadas frías y con un tenue velo de niebla que nos hacía imaginar un paisaje invernal en pleno verano.  La frescura de diciembre era especial y estaba acompañada del aroma de los cafetales en plena temporada de corte.

Así pues, crecimos con aquella sensación de cortedad, pues mientras en gran parte del orbe, la gente disfrutaba de cuatro estaciones, los pobres de nosotros sólo teníamos dos.  No obstante, a todo se acostumbra uno, así que llegamos a manejar que nuestro verano comprendía el invierno y la primavera de aquellos suertudos, mientras que nuestro invierno abarcaba el verano y el otoño de ellos.  Al final, al igual que aquellos pueblos que son bilingües, llegamos a realizar la conversión automática de un sistema a otro, aunque en el fondo envidiábamos aquella esperanza del deshielo y el florecimiento de los campos que traía la primavera, el tener el pleno sol solo algunos meses en el año, que tenía el verano de ellos, el singular espectáculo de observar la paleta de colores que ofrecían las hojas de los árboles y su irremediable caída o las blancas escenas del invierno.

Así pues, nuestra imaginación tuvo un terreno fértil para crecer, al llegar a apreciar todas las manifestaciones culturales que estaban basadas en las cuatro estaciones, aun sin haberlas vivido.  Me impresionó cuando mi madre me explicaba, cuando escuchábamos el disco de la Obertura 1812 de Tchaikovski, que conmemoraba el gran error de Napoleón cuando al invadir Rusia fue derrotado por el crudo invierno y la entereza de los rusos al no llegar a capitular y preferir vaciar y quemar a Moscú. También admiré los cuatro conciertos para violín de Vivaldi, dedicados a las cuatro estaciones y hasta llegaba a sentir las particularidades de cada una de ellas.  Asimismo, al leer a Dostoievski o Tolstoi, la excelente narrativa nos hacía tiritar ante aquellas escenas en donde el frío se alojaba más en las almas de los protagonistas que en el ambiente.  De la misma forma al leer las Sonatas de Valle-Inclán, recorría las estaciones de la mano del Marqués de Bradomín.

Nuestro prolongado verano y la cercanía de la región del Pacífico a los principales balnearios, provocan una extensa temporada de viajes al mar, sin embargo, los mismos se concentran en los dos últimos meses del verano, marzo y abril, en donde se ubican las vacaciones de semana santa.  Por muchos años, a inicios de la década de los setenta el tema Tiritando de Los Gatos fue el himno de la temporada de mar, aunque al echarle un poco de mente, no había manera de tiritar en una playa en donde el sol provocaba temperaturas cerca de los 40 grados y la arena quemaba los pies de quienes se atrevían a caminar descalzos por ella.  Me imagino que no sería nada romántico cantar sobre alguien que camina por la playa como lora en comal caliente.

En la década de los ochenta, una gran parte de los compatriotas se embarcó en el tren de la emigración, llegando algunos muy al norte del globo.  Al inicio, saltaban de alegría cuando miraban caer la nieve y era como un sueño hecho realidad vivir un invierno de verdad; todavía con un poco de entusiasmo llegaban al segundo año y luego, poco a poco, año con año, el rigor del invierno llegó convertirse en una verdadera tortura que los llevaba a añorar aquellas dos estaciones, que en medio de todo, son más llevaderas.

Con el cambio climático no es remoto que algún día lleguemos a tener una sola estación, o bien un eterno y recalcitrante verano o un crudo invierno al estilo del Norte de Juego de Tronos.  Así que en medio de todo, conformémonos con las lluvias de nuestro invierno y el calor de nuestro de verano.  Como dijo alguien por ahi:  “El tiempo que hace en su tiempo, es buen tiempo”.

 

 

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