Archivo mensual: septiembre 2016

El caso del alcohol puro

Botica.  Imagen tomada de Internet

Mi abuelo paterno, tenía una visión comercial un tanto particular en el manejo de su botica.  A pesar de ser un agnóstico declarado, algunas veces manejaba ciertos criterios morales que lo hacían ver, en cierta manera, como un mojigato.  Pudo haber sido cierta influencia de mi abuela, devota católica, quien en ciertos momentos le torcía el brazo en algunas decisiones que debían haber sido puramente comerciales.  Por ejemplo, en esa botica, tal como lo he comentado en otros artículos, no se vendían condones, con la particularidad que mi abuelo de la manera más tranquila expresaba que no los expendía, mientras que mi abuela y la tía Leticia montaban en cólera cada vez que un ingenuo comprador osaba preguntar por dicho producto.  También se rehusó a vender en la sección de revistas algunas de contenido picaresco y lo más atrevido que llegó a vender fue una revista llamada Luz, que con bases científicas ofrecía una atrevida educación sexual ilustrada a los curiosos de la época, por la friolera de dos córdobas (40 centavos dólar).

En esa botica, entre muchos productos, se vendía alcohol bajo dos formas.  El alcohol metílico, procesado a partir de la madera y que era conocido como alcohol metílico o alcohol desnaturalizado, que se empleaba como antiséptico, es decir exclusivamente de uso externo, pues su ingesta produce severos daños al sistema neurológico, incluso la muerte.  De la misma manera se vendía el alcohol etílico, que generalmente se obtenía de la destilación del fermento de caña de azúcar y que alcanzaba un nivel alcohólico de 96 grados.  A este alcohol en la farmacia se le conocía como alcohol puro y su precio era superior al desnaturalizado.  En rigor era el mismo guaro o guarón de las cantinas en su forma más pura, sin ningún tipo de adulteración.  De cualquier forma, su expendio en la farmacia era con fines culinarios, es decir para la elaboración de algunos alimentos, especialmente postres, se utilizaba también como solvente, para casos como la anilina soluble de grado superior.

En cierta ocasión, no podría precisar las causas, el suministro del guaro sufrió una terrible escasez, de tal manera que ni en la Renta de Jinotepe, ni en el expendio de doña Cheya Jara, quien tenía la concesión exclusiva en el pueblo, había existencia del vital líquido.  Después de cierto tiempo, los afectos al culto del dios Baco, empezaron a sentir los rigores de la abstinencia.  Resulta que mi abuelo, que siempre le gustaba tener un inventario bastante amplio, tenía en su poder una buena dotación de alcohol puro.  Alguien con espíritu investigativo se dio cuenta del inventario existente en la botica y de manera disimulada comenzó a comprar en pequeñas cantidades.

En algún momento mi abuelo se percató que la demanda de aquel producto se había disparado respecto a la tendencia histórica, de tal manera que descubrió que su alcohol se estaba destinando al consumo humano directo.  No le gustó la idea de estar fomentando ese execrable vicio y comenzó a restringir la venta del espíritu aquel.  Algunos consumidores muy avezados comenzaron a querer vacilar a mi abuelo comprando primero anilina soluble en alcohol para luego pedir el alcohol puro.  No sabían que para alguien que madruga siempre hay alguien que se acuesta vestido, así que no hubo forma de sacar el líquido con esas triquiñuelas.

En cierta ocasión, un ciudadano que trabajaba en labores administrativas en un trillo de arroz en Jinotepe, pero que de vez en cuando se abandonaba en los brazos de Dionisio, sintió el antojo de echarse sus rielazos y se le hizo fácil enviar a su hijo a comprar dos cuartas de alcohol puro a la botica.  Mi abuelo lo conocía bien, así como su desmedida forma de beber y lo violento que se ponía cuando se emborrachaba, al punto que arremetía con extrema violencia  contra su mujer y sus hijos.  De esa forma, cuando llegó el muchacho a solicitar la venta del producto a la botica, mi abuelo tranquilamente le dijo que no había.

Al llegar el muchacho a su casa con la noticia del falso flete, el tipo aquel volvió a enviar a su hijo con el mensaje de que su papá sabía que mi abuelo tenía alcohol puro en existencia y que le dijera la razón por la que no se lo quería vender.

Al recibir el mensaje, mi abuelo con la misma tranquilidad le dijo que no se lo vendía porque sabía que se lo iba a beber y luego empezaría a maltratar a su familia.  Se fue el rapaz.

Al rato se apareció el individuo aquel en la botica.  Mi abuelo se encontraba en su mecedora leyendo un libro.  Apartó sus ojos de su lectura y volvió a ver al tipo que con actitud amenazante se apostó enfrente de él.  Mi abuelo no se inmutó.  De joven había peleado en la guerra y fue torturado por los conservadores, de tal manera que nunca mostraba temor alguno ante ninguna circunstancia, por grave que fuera.  Con toda la tranquilidad del mundo se limitó a decir: -¿Qué se le ofrece don Fulano?

El tipo aquel, tragándose su enojo, trató de recuperar la calma y buscando lo más florido de su lenguaje le conminó a que le dijera en su cara el por qué no le había querido vender el alcohol puro.  Mi abuelo, conservando su ecuanimidad, le repitió exactamente lo que le había dicho al hijo.

El sujeto se puso casi morado, como un higo, sin embargo, sacó fuerzas para recobrarse del resuello y aclarándose la garganta le dejó ir un discurso.  Le dijo que él en su casa podía hacer lo que le viniera en gana, sin que nadie tuviera la autoridad para criticar lo que su derecho fundamental le confería en ejercicio de su libertad.   Que si él tomaba, lo hacía con su dinero y que su borrachera era de él y de nadie más.  Que si en algún momento, con razón o sin razón le pegaba a su mujer o a sus hijos, tenía todo el derecho del mundo como jefe de la familia.  Así que absolutamente nadie tenía que echarle en cara lo que hacía, ejerciendo sus derechos y quien lo hiciere estaba invadiendo su privacidad.  Estoy seguro de que ei hubiera estado en estos tiempos, le hubiese achacado el calificativo de “injerencista”.

Mi abuelo, un tanto sorprendido por la elocuencia del sujeto, procuró sacar un rescoldo de cortesía y le dijo: -Mire don Fulano, si lo pone de esa manera, tiene usted toda la razón.   Las leyes de este país, le confieren una plena libertad en sus actos y aunque me ofenden sus actitudes, debo admitir que no son de mi incumbencia.  Le pido disculpas por atreverme a juzgar su proceder.

El tipo aquel, enganchándose en el vagón del cinismo, le dijo: -Entonces, ¿me va a vender el producto?

Mi abuelo, tratando de ser todavía más cortés, le dijo: – De acuerdo a lo que usted argumenta, debo de inferir que ese mismo derecho que usted esgrime, asiste a mi persona para ejercer una plena libertad en mi negocio.  Por lo tanto, yo puedo vender o no vender lo que se me venga en gana, al precio que se me ocurra y a quien a mí se me pegue la gana.  ¿Es eso cierto, don Fulano? Aquel ciudadano un tanto sorprendido no tuvo más remedio que responder: -Pues sí, don Emilio. Entonces fíjese que en estos momentos no se me antoja venderle el alcohol, ¿Cómo lo ve?

El sujeto aquel comprendió que se había enredado en su propio mecate, así que no le quedó más remedio que mascullar entre dientes: -Muchas gracias, dando la vuelta sin esperar a escuchar cuando mi abuelo le dijo: -Que le vaya bien.

Después de algunas semanas, el alcohol puro volvió a expenderse de manera regular y ya no hubo ocasión de buscarlo de manera subrepticia en la botica.  El sujeto aquel, nunca volvió a poner un pie en el negocio de mi abuelo, ni envió a su hijo a comprar nada y siguió con su costumbre de emborracharse y agredir violentamente a su familia.

Años más tarde, el tipo aquel falleció, según algunos parientes, del hígado.  En aquellos tiempos, todos los entierros pasaban invariablemente por la calle en donde estaba la botica.  Cuando el cortejo fúnebre se acercó, mi abuelo se acomodó su sombrero, salió a la puerta y con una enorme solemnidad se descubrió la cabeza al paso del ataúd.  Agachó la mirada y esperó a que al llegar a la casa de los Herrera, enrumbara hacia el cementerio, entonces, colgó su sombrero, regresó a su mecedora y continuó leyendo.

 

 

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Primun non nocere

Hipócrates.  Imagen tomada de Internet

 

En estos días, hemos observado un fenómeno mediático alrededor del caso de un cirujano plástico, declarado culpable de homicidio imprudente, en la persona de una paciente a quien le había practicado una intervención quirúrgica de carácter estético.  Es obvio que un caso como este cause un enorme revuelo en la sociedad y provoque las más variadas opiniones.

Antes que nada, quiero aclarar que mi padre fue médico y su dedicación y entrega a su práctica profesional hicieron que yo desarrollara un enorme respeto y admiración por la medicina.  De la misma manera, tengo muchos amigos que son médicos y he tenido la oportunidad de observar de cerca sus prácticas profesionales, lo cual ha reafirmado en mí, los mismos sentimientos hacia esa noble carrera.

No obstante, la negligencia profesional o mala praxis médica es un hecho innegable y no es posible abstraernos de este problema, sino que es necesario realizar un amplio debate sobre este particular, así como las implicaciones de carácter legal que se derivan de la misma. La negligencia médica abarca a todos aquellos hechos u omisiones de un profesional de la medicina que caen debajo de los estándares aceptables de la práctica médica y causan daño o muerte a un paciente y que en la mayoría de los casos involucra un error médico.

El país cuenta con muchos médicos que tuvieron la oportunidad de estudiar, especializarse e incluso desarrollar su práctica médica en escuelas y hospitales de prestigio y cuentan con una experiencia que ha venido a enriquecer a la medicina nacional.  También es cierto que a la par de esa proporción de médicos altamente competentes, hay un sector que no ha tenido la oportunidad de tener estudios ni prácticas rigurosas, pues provienen de universidades que tienen como política no reprobar a los alumnos que estén al día en el pago de sus aranceles y por lo tanto pueden concluir sus estudios confundiendo todavía una asepsia con una autopsia.

En lo particular, no creo, que abordar el tema de la mala praxis y discutirlo a fondo se trate, bajo ningún punto, de criminalizar a la práctica médica, ni mucho menos, de menospreciar a tan noble profesión.

Tal vez, es un tema que puede causar tremendas controversias, debido principalmente a que nunca se ha dimensionado de manera correcta este problema, al no existir estadísticas nacionales al respecto, debido principalmente al secretismo que se maneja alrededor del mismo.  Sin embargo, en los Estados Unidos, de acuerdo a la revista de la Asociación Norteamericana de Medicina (JAMA) la negligencia médica constituye la tercera causa de muerte en ese país, después de las enfermedades cardiacas y el cáncer. Asimismo, se detalla que anualmente los errores médicos causan la muerte de un total de 220,000 pacientes y en 2012 las indemnizaciones por esta causa sobrepasaron los 3 mil millones de dólares.  En España se estima que el número de las víctimas de la mala praxis es mayor que el de las víctimas de los accidentes de tránsito.

Otro aspecto importante es que la negligencia médica no sólo se refiere a la muerte del paciente durante una intervención quirúrgica, sino que abarca también los efectos causados al dejar materiales extraños dentro del cuerpo del paciente después de la intervención, operaciones en el lugar u órgano equivocado, operaciones innecesarias, malestares derivados de la operación, infecciones o úlceras.  Asimismo, abarca también los diagnósticos equivocados, receta de medicamentos equivocados o innecesarios, equivocación en la dosis del medicamento prescrito o falta de previsión de posibles interacciones entre medicamentos, entre otros y que en casos extremos también pueden provocar la muerte.

Así pues, un debate serio y profundo sobre este tema es prioritario y un aspecto importante en este sentido, es que no le cierren las puertas al ciudadano común y corriente, pues aunque no sepa dónde se encuentra el hueso esfenoides, es el sujeto que sufre en carne propia los flagelos de una enfermedad y que espera de un médico, una atención eficiente y de acuerdo a ciertos estándares, de manera que le devuelva su salud.    Así pues, en la reflexión sobre las implicaciones de la práctica médica es necesario considerar las inquietudes, miedos y aspiraciones de los pacientes, independientemente de si el mismo acude a la práctica privada o asistencial.

Un paciente demanda, antes que nada, información sobre todo el proceso de atención médica.  Es posible que no todos los pacientes puedan comprender los pormenores de un diagnóstico o de su tratamiento, sin embargo, el galeno debe tratar de explicar de la manera más sencilla sus estimaciones del diagnóstico y las alternativas de tratamiento y considerar todas las inquietudes del paciente al respecto.  Al momento de la elaboración del historial del paciente, el galeno puede inferir con una alta dosis de certeza, el nivel de comprensión que puede tener el paciente y si bien es cierto, habrá algunos que se confundirán fácilmente, como aquel caso del “soplo en los ovarios”, una importante proporción podrá manejar eficientemente la información que el médico le proporcione.  Por otra parte, el paciente tiene todo el derecho de investigar por su cuenta, ya sea en libros o en internet, los pormenores de su dolencia y el médico no debe perder la paciencia ante esto, sino más bien, orientar al paciente sobre el manejo adecuado de la información.

Otro aspecto muy importante que afecta sensiblemente a los pacientes es la prescripción de medicamentos.  En un país en donde el PIB per cápita apenas alcanza los 2,000 dólares anuales, es de vital importancia que el análisis del tratamiento a prescribir deba de llevar en paralelo un análisis de la capacidad financiera del paciente, de tal manera que esté en condiciones de adquirirlo sin afectar sus gastos prioritarios.  Esto necesita un acercamiento del médico a la realidad del paciente y consideraciones conjuntas sobre su capacidad para asumir determinado tratamiento.  Por ejemplo, el uso de un medicamento de última generación para la presión arterial puede rondar los 35 dólares mensuales, es decir 420 dólares anuales, lo que representa el 21% del ingreso promedio de un nicaragüense.

Al respecto, el médico debe de estar consciente que antes de la confianza que le profesan a las grandes empresas farmacéuticas, está el compromiso con el paciente para la búsqueda de la salud de este último en términos sostenibles.  No debe por lo tanto considerar un pecado o una falta de lealtad, prescribir algún medicamento genérico.

De la misma forma, el paciente espera que aunque la práctica no tenga un giro comercial propiamente dicho, se le considere como un cliente y por lo tanto el tratamiento sea en los términos que pudiera marcar las normas de servicio al cliente.  Es más, el médico a veces tiene que descender del oráculo a un papel de asesor.  No importa que se trate de una atención en una previsional del INSS, o un centro de salud, siempre se requiere una alta dosis de humanismo hacia el paciente.

El camino hacia una cirugía debe ser lo más transparente posible de tal forma que el paciente tenga un panorama completo de la rigurosa necesidad de la misma, sus riesgos tanto de practicarla, como de no hacerlo, los detalles del procedimiento y posibles efectos posteriores.  Un claro ejemplo de los vicios que ocurren al respecto, son las cesáreas que de manera innecesaria se practican en el sistema de salud, muchas veces sólo para programar la agenda de un obstetra en un horario cómodo, amén del sobreprecio.

En fin, son muchas las expectativas de un paciente cuando se quebranta su salud y busca desesperadamente asirse de la sabiduría y experiencia de un galeno que la restablezca.  En un tiempo en que los juramentos por Apolo, Esculapio, Higía o Panacea ya no tienen cabida, es menester contar con un código de ética que deba ser seguido al pie de la letra por todos los médicos.  Lo del establecimiento de un Colegio Médico en Nicaragua es una quimera, desde que estos oficios han caído en la ciénaga de la política.  Yo en lo particular no me dejaría auscultar por un médico que se proclame miembro de la Asociación de Médicos Anarquistas o de la Liga de Médicos pro Trump.  En este oficio no caben ese tipo de agrupaciones.

En vías de mientras, creo que los galenos deberían recordar siempre las sabias palabras de Hipócrates: “Cada vez que el médico no pueda hacer el bien, debe evitar hacer el daño”.

 

 

 

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