Desde muy temprana edad mi madre me cantó a todas horas, lo cual hizo que yo alcanzara luego una buena apreciación musical, no obstante mi capacidad para el canto estuvo completamente negada. Cuando ingresé al Instituto Pedagógico, tenía que participar en los cantos que toda la clase debía entonar, bajo la dirección del Profesor Obregón, quien nos enseñó a interpretar aquellas viejas canciones napolitanas traducidas al español: Santa Lucía y O sole mío, entre otras. Luego con el Hermano Agustín, teníamos que ejecutar algunos cánticos, así como ciertas piezas de su inspiración, como una dedicada al I.P.D. con la música de Jingle Bells y otra que hablaba de los pinoleros. Lo interesante era que en medio de todo el barullo de la clase, mi voz no llegaba a notarse, por lo tanto, nadie advertía que yo no podía cantar, mucho menos yo. De cualquier forma, nunca hice el intento de atreverme a cantar solo.
Sin embargo, allá por 1957, empezó a escucharse a un niño que cantaba de manera extraordinaria y que en poco tiempo captó la atención de todo el mundo. Su nombre era Joselito y era español. Serían tal vez sólo tres temas los que se repetían incansablemente en las radiodifusoras: Dónde estará mi vida, En un pueblito español y Violín gitano. No había quien no hablara de la privilegiada voz de aquel niño y cuando llegó la noticia de que ya el pequeño había filmado una película, todos esperaron pacientemente a que llegara al cine del pueblo. No sé por qué razón, pero a mi padre no le hacía mucha gracia, de otra forma, hubiésemos ido a Managua a ver el estreno. Es más, cuando todos hablaban de la belleza del tema En un pueblito español, él decía que era más viejo que el pinol y que cuando él era niño, llegó un circo al pueblo que hacía sonar esa canción mañana, tarde y noche.
Cuando al fin llegó la película, ahí estábamos desde temprano, agarrando lugar pues tal como se esperaba, el Teatro Julia se puso al reventar. La película se llamaba “El pequeño ruiseñor” y mentiría si dijera que me acuerdo del argumento, sin embargo, no es difícil adivinar que se trataba de una completa gilipollez, como todas las cintas de la época del franquismo. Lo que cautivó al público fue ver al pequeño muchacho, con una carita de “yo no fui” a quien no se le entendía nada cuando hablaba, sin embargo, las canciones que interpretaba parecían salidas de la garganta de un ángel, si es que estos tuvieran garganta o pudiesen cantar.
Huelga decir que en aquel tiempo, empezaron a proliferar los Joselitos por todo el país. En mi caso, ignorante de mis limitaciones en ese menester, como dicen, agarré la yarda y me propuse que yo sería cantante. Recuerdo que me iba al fondo del patio de la casa de mis abuelos y ahí empezaba a querer clonar la interpretación del pequeño ruiseñor. Muy seriamente comenzaba: “Una vez un ruiseñor, con las claras de la aurora, quedo preso de una flor, lejos de su ruiseñora…”, repitiendo una y otra vez, tratando de alcanzar los registros del rapaz. Naranjas chinandeganas. La primera crítica vino de parte de la lora de mi tía Mélida, quien desde su estaca empezaba a emitir sonoras carcajadas y el comienzo de la canción. En aquel tiempo no tenía la ecuanimidad ante la crítica que poseo actualmente, así que después de varios episodios me enfurecí y con una vara que se ocupaba para cortar naranjas, agarré a la lora y la lancé hacia la pila. La pobre ave gritaba a todo pulmón y en su caída parecía decir: ¡Mayday!, ¡Mayday!. Cuando escuché el ¡Chocoplós! del impacto del plumífero en el agua, me asusté, pues tenía la seguridad de que me acusarían de animalicidio. Afortunadamente, ante los gritos del animal, salió la tía Mélida y rápidamente habilitó una canasta con un mecate e inició el rescate, el cual tuvo éxito después de varios minutos de intensa lucha. Yo me fui agachado bordeando la pila e ingresé a la casa por la puerta del comedor, situada en el otro extremo. Después del susto, reinicié mis intentos de escalar hacia la fama y la lora, nada tonta, no volvió a decir nada ante mi “canto”. Hubiera seguido por varios meses, con la tenacidad de Mister Frodo, si no hubiera sido que por esos lados del patio, mi abuelo tenía sus siembros, : rosa de Jamaica, fresas, uvas y demás rarezas, en cierta ocasión que los andaba viendo, al escucharme cantar, se limitó a decirme: “Zapatero a tus zapatos”. Sin entender lo que me quiso decir, sólo pude intuir que era una invitación a que me callara. Le consulté a mi madre el significado de esa máxima y me explicó que quería decir que cada quien debía ocuparse de lo suyo. Sin mucha claridad todavía, me di cuenta que mi incursión por el canto era una empresa fallida y opté por abandonarla.
Miraba con cierta envidia a todos aquellos que, sin llegar a tener la calidad interpretativa de Joselito, llegaron a convertirse en los Joselitos locales, como un muchacho en el colegio que un tanto lejos del ruiseñor, fue bautizado por los ínclitos hijos de La Salle, simplemente como “Nuestro Joselito”. De la misma forma, en las principales ciudades destacaron émulos del pequeño ruiseñor, como es el caso de León en donde el economista emérito Francisco (Panchito) Mayorga, imitaba con buen suceso al prodigio español.
Las películas y canciones de Joselito continuaron llegando, aunque poco a poco fue perdiendo su encanto y a pesar de que mantenía su calidad al cantar, el público no mostraba el mismo entusiasmo con sus temas posteriores, como por ejemplo Doce cascabeles, Clavelito, Campanera. Luego ingresó al cine mexicano y tuvo que cantar rancheras como La malagueña, El pastor, Huapango torero, entre otras. Las películas de pronto se volvieron del montón y poco faltó para que apareciera al lado de Santo el Enmascarado de Plata.
No recuerdo el año exacto, pero a finales de los cincuenta, llegó a Managua un tal Joselito de Oro, que al final de cuentas no supe si se trató del original o de cualquier imitador, pues conociendo la aversión de mi padre hacia el ruiseñor, no hice ni el intento de proponerle ir a verlo.
Los últimos éxitos del cantante que nos llegaron fueron Ese toro enamorado de la luna y Egoismo, en donde ya se mostraba mozalbete. Después como por arte de magia se desapareció del mapa. En ese momento entraron en escena Marisol, luego Pili y Mili, quienes se encargaron de borrar aquel entusiasmo que había motivado el pequeño ruiseñor.
En mi mente prácticamente desapareció, tanto el cantante y sus temas, como el recuerdo de mis vanos intentos de ser cantante. Con el tiempo, en ciertas reuniones familiares, ya con algunos trancazos adentro, me aventaba a cantar Come un ragazzino, de Peppino Gagliardi, tema un tanto fácil y que a la media noche era difícil que alguien se pusiera con el oído crítico de la lora de mi tía Mélida.
Cuando regresé de México en los noventa, me sorprendía ver los coches del estilo Ben-Hur, desplazarse plácidamente por cualquier calle o rotonda de la capital y semejante paciencia me traía, es más todavía me trae a la mente a Joselito en un carromato cantando Doce cascabeles, muy quitado de la pena.
Hace algunos tres años, tuve la oportunidad de ver un programa español en donde presentaron a Joselito a sus 67 años, contando parte de su azarosa vida. Según la crónica presentada, su verdadero nombre es José Jiménez Fernández y nació en 1943, de tal manera que el pequeño ruiseñor contaba, cuando salió en 1956, con trece años, sin embargo, con su tamaño lo hacían pasar como de siete. Las historias que después de tanto tiempo vine a conocer van desde un intento de suicidio hasta su viaje a Angola, en donde estuvo ocho años con un grupo de cazadores, según él, pero que en España se manejó que se había convertido en un mercenario peleando en ese país africano. Tuvo la oportunidad de cantar un tema flamenco y a pesar de que su voz distaba mucho de aquel delicado trino, todavía se nota que domina la técnica y lo hizo muy bien.
Ya son casi 57 años desde la ocasión en que el pequeño ruiseñor nos deleitó con aquella maravillosa voz y me motivó para soñar que yo también podía ser cantante. A estas alturas del partido, ya estoy completamente consciente de mis limitantes en ese campo, aunque todavía, de vez en cuando, trancazos más o trancazos menos adentro, me lanzo Come un ragazzino. De las canciones del ruiseñor, tan sólo me queda una línea que me viene a la mente cuando veo mi rostro en el espejo: ¿Dónde estará mi vida?