Archivo mensual: abril 2015

¿A quién buscáis?

A quien buscáis. Imagen tomada de Inernet

 

En mi pueblo no había judeas para Semana Santa.  Esta tradición de realizar una representación de la pasión y muerte de Jesucristo se observa en muchas localidades de Nicaragua, en donde grupos de teatro de aficionados realizan la representación de esos eventos, con el toque particular que cada director quiere darle o bien que marca la tradición que se trasmite de generación en generación.  En el  vecino Masatepe, son famosas esas judeas, en donde la representación se centra en la búsqueda y encadenamiento de Judas Iscariote, para vengar la traición que le hizo al Nazareno.  Con un toque más folklórico que de apego a los relatos de los evangelios, estas judeas atraen cada vez a más turistas.

En el pueblo, allá por la mitad del siglo XX, se manejaba que dichas judeas eran un soberano relajo, pues en cada barrio se organizaba una representación y durante el recorrido, amarraban al Jesús a un poste de luz y el resto de judíos se metían a una cantina a ingerir licor, de tal suerte que cuando salían la cosa se ponía alegre, al punto que si llegaban a coincidir dos de esas comparsas, se armaban tremendos pleitos.   Así pues, por prudencia, no se daba ninguna afluencia de paisanos al vecino pueblo.

En cierta ocasión, a finales de los años cincuenta, el Teatro Julia anunció para la semana santa, la presentación de una judea, sepa Judas de dónde venía, pero se revestía de cierta categoría pues se hablaba de un cuadro dramático, con actores, director, productor, efectos especiales y demás.  Al ser una novedad para el pueblo, la noche del estreno y cabe aclarar, la única función, el teatro se puso de bote en bote.  Todas aquellas viejecitas que nunca asistían al teatro al considerar que el cine era algo pecaminoso, se aparecieron aquella noche con sus mejores galas.  Mi madre me llevó a ver aquel espectáculo, llegando temprano para agarrar lugar, pues en efecto, cinco minutos antes de la hora señalada, ya no cabía ni un alfiler.  El teatro estaba inundado de un penetrante aroma de Heno del Campo, el perfume de moda en aquel momento.

Casi puntualmente se abrió el telón del teatro y un individuo elegantemente vestido de saco y corbata, se presentó como el director de la compañía fulana de tal, que se enorgullecía en presentar, ante tan selecta audiencia (aquí se observaron profundos suspiros de la concurrencia), la representación de la pasión y muerte de nuestro señor Jesucristo.  Solicitó encarecidamente al respetable público,  que guardaran silencio para que todos pudieran apreciar los diálogos provenientes de las sagradas escrituras.  El director realizó una marcada reverencia y los aplausos de la concurrencia no se hicieron esperar, saliendo éste de escena con pompa y circunstancia y caminando con cierta dificultad, pues el pantalón le quedaba un tanto apretado, como decían antes, era más pequeño el difunto.  Abajo el telón.

Una voz en off, ubicaba al redentor en el huerto de Getsemaní con sus discípulos, la noche de la pascua judía; se levantó el telón y ahí estaba un Jesús, para el gusto de la concurrencia, un poco más chaparro de lo esperado, pero por respeto nadie se atrevió a comentarlo y en profundo silencio se escuchó la tremenda voz de locutor del Jesús aquel, expresándole a sus discípulos de confianza que su alma estaba triste hasta la muerte y que velaran con él y a continuación con la oración en que pedía a su padre que apartara aquel cáliz.

Cuando finalizó aquel cuadro, apareció en escena Judas Iscariote.  Como siempre sucedía en aquellos tiempos, para resaltar al personaje y facilitar su identificación, el director recurría al racismo y el actor que lo encarnaba era moreno con ganas, con una barba medio escasa y con un ligero estrabismo, que desde luego no era actuado.  Alguien de gayola exclamó: -Ah que fulanito, para indicar su parecido con algún paisano, sin embargo, la concurrencia lo calló inmediatamente y no le celebró el chiste.    Después que el discípulo le estampó un beso al Jesús y éste le reclama si era así que entregaba al hijo del hombre, entran al escenario los soldados del templo.  Para magnificar el carácter de la autoridad de aquellos soldados, el encargado del casting había seleccionado a tres recios actores, que de tan fornidos rayaban en la obesidad, resaltada con aquellos uniformes que parecían las minifaldas que Mary Quant lanzaría años más tarde y que dejaban al descubierto las peludas y mochetudas extremidades de los soldados.

En ese momento, Jesús saca de su ronco pecho la frase: -¿A quién buscáis?, a lo que al unísono los soldados exclaman: – A Jesús de Nazareth, a lo que sin dilación el primero responde: – Yo soy.  En ese momento, los soldados retroceden y se tiran al suelo.

Ni el director, ni el encargado de la logística se habían tomado la molestia de revisar el escenario en donde se realizaría la representación.  Si de manera responsable lo hubiesen hecho, se habrían dado cuenta que las tablas del escenario eran las originales del teatro y nunca le habían dado mantenimiento, por lo tanto no tenían la resistencia del Teatro Apollo de Londres, por ejemplo.

El caso es que al caer de un solo mecatazo cerca setecientas libras de los tres soldados, el tablado cedió y se rompió, cayendo los tres al fondo del foso.  Aquello parecía una escena del coyote y el correcaminos.  El respetable público no resistió y comenzó a desternillarse de la risa, seguido de aplausos en estacato y rechiflas por doquier.  Ni siquiera una película de Cantinflas había provocado aquella algarabía.  Inmediatamente, el director pidió que bajaran el telón y muy circunspecto salió para dirigirse al público, exclamando: -Distinguida concurrencia, recuerden que esta es una representación sacra, más respeto por favor.  Las carcajadas y aplausos no cesaban, lo que provocó la ira del director, que clamaba por respeto, amenazando con suspender la obra, a lo que algún lustrador le lanzó una sonora pedorreta, la cual fue celebrada por el auditorio con más aplausos.    Una señora cercana a nosotros exclamó: -Esto huele a rifa.  Mi madre no quiso esperar más, me tomó de la mano y antes que las cosas pasaran a más, salimos corriendo del teatro.

Nos dimos cuenta luego que la representación no continuó, debido a la molestia del director, además que los mismos soldados del templo, con un ligero cambio de indumentaria, serían los soldados romanos que llevaban a Jesús al calvario y estos mostraban politraumatismos y escoriaciones en diferentes partes del cuerpo, como diría un socorrista de la Cruz Roja a los micrófonos de la nota roja.  Los organizadores del evento se negaron a regresar las entradas y al final de cuentas, el público tuvo que sopesar que el precio que habían pagado por la entrada, valió la pena por la escena de los tres soldados dar el ranazo contra las tablas del escenario.

Me parece que esa fue la última, tal vez la única judea en vivo que se vio en el pueblo.  A inicios de los años sesenta, pudo darse la oportunidad de organizar el teatro popular religioso en el pueblo, cuando llegó el Padre Etanislao García (q.e.p.d) quien tenía una marcada vocación para la farándula, al insertar representaciones en vivo en los via crucis y demás procesiones, amén de una pastorela que causó sensación en la región.  Según algunos allegados al párroco, estaba planeando organizar una judea, cuando le llegó la noticia de su relevo de parte de los padres canadienses.

Como es natural, muchos de los recuerdos de la infancia, a mi edad se van difuminando y amenazando con desvanecerse por completo, sin embargo, aquella escena todavía está nítidamente marcada en mi memora, cuando después de escuchar la poderosa voz de aquel Jesús exclamar: -Yo soy, veo en cámara lenta a los corpulentos soldados caer al suelo y chocar con las frágiles tablas y sus rostros de estupefacción al darse cuenta que las tablas cedían y caían con ellas hasta el fondo del foso, y veo en aquella escena, en blanco y negro, como una película de Fellini, a las señoras emperifolladas riendo a carcajadas y aplaudiendo a más no poder.

 

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