El sueño del héroe es ser grande en todas partes y pequeño al lado de su padre. Víctor Hugo.
Cuando yo era un niño no había día del padre. El 30 de mayo, saturado con el tema Cariño Verdad de los Churumbeles de España, absorbía toda la emotividad del pueblo nicaragüense, que una vez al año brotaba a raudales reconociendo el preciado tesoro que es la madre, símbolo del amor y la abnegación. Los padres en realidad no necesitaban de un día especial que reconociera su papel dentro de la familia, porque de manera tácita, en los trescientos sesenta y cuatro días restantes era el rey de la casa, era quien proveía el sustento, daba protección y por lo tanto era el merecedor de todo el respeto y consideración en el hogar. El día de la madre era, visto de esta manera, como para taparle un tanto el ojo al macho, remarcando esta situación con el tipo de regalos que se ofrecía a la reina del hogar: planchas, lavadoras, cocinas, máquinas de coser, licuadoras.
Independientemente de la responsabilidad con que asumía su papel, el padre tenía todas las prerrogativas en su casa, en pocas palabras, se hacía lo que él consideraba que debía hacerse. En aquel tiempo, mi abuelo era la cabeza y líder de la familia y mi abuela tenía que adivinar sus deseos para estar pronta a servirlo y no me imagino a ninguno de los dos interactuando en un día del padre.
Por otra parte, el machismo imperante no podía permitir que el varón se involucrara, como objeto de celebración, en el frívolo sentimentalismo de un evento como la del día de la madre. Así pues, con el 30 de mayo bastaba y sobraba.
Mi abuelo murió a inicios de los sesenta y nunca llegó a conocer lo que era una celebración del día del padre. No supo que para esas fechas un grupo de comerciantes de Managua se reunió para analizar la posibilidad de multiplicar sus ventas con un evento equivalente al día de la madre, a través de la figura del padre. En virtud de no existir una relación cordial entre los comerciantes y el gobierno de Luis Somoza, como para pedirle que oficializara dicha celebración a través de un decreto, como después lo haría Lyndon B. Johnson en los Estados Unidos, por lo tanto lo instauraron de facto o mejor dicho de a wilson. Cabe decir que al inicio no hubo una respuesta positiva de parte de los nicaragüenses que no salían de su asombro con la designación de parte de los comerciantes de Managua del 23 de junio como día del padre. Es la fecha y nadie sabe el por qué se escogió esa fecha. En esa época la sociedad nicaragüense se movía en forma muy independiente de lo que ocurría en otros países, en especial en los Estados Unidos, de tal forma que no había reparado en que en ese país, el día del padre se celebraba de manera informal desde inicios del siglo XX, de la misma forma que en Nicaragua en ese tiempo les valentín el día de San Valentín, lo mismo que el Halloween.
Durante el resto de la década de los sesenta, el comercio y sus campañas publicitarias se encargaron de promover, cada vez más intensamente el día del padre, aunque sin provocar mucho entusiasmo en la población. La verdad era que no se concebía una serenata para el padre, tampoco un ramo de flores para él, es más, ni siquiera había una canción que hablara del cariño hacia el padre. En nuestra casa no fue sino hasta en 1969 que nos trasladamos a Managua que empezamos poco a poco a celebrar ese día, con las limitaciones del caso, pues a diferencia del 30 de mayo en donde había asueto en todo el sistema educativo y en algunos centros de trabajo, el 23 de junio se trabajaba como cualquier otro día.
El día del padre que se me quedó grabado para toda la vida fue el de 1973, cuando yo había ingresado a trabajar por primera vez y fue en el Banco Nacional de Nicaragua a inicios del mes de junio. Por esas fechas se dio la mala suerte que dos llantas de la camioneta de mi padre se reventaron sin lugar a reparación, siendo esa época muy difícil pues a seis meses del terremoto la situación económica de la familia no lograba estabilizarse. Al recibir mi primer pago, fui con el dinero ante mi padre y le manifesté que como regalo del día del padre le compraría las llantas nuevas. El se emocionó mucho y aceptó ese regalo, aunque no pude decirle que aunque no hubiese sido el día del padre, lo hubiera hecho como un reconocimiento a todo el apoyo que con todo cariño me había brindado toda la vida y más que nada, por la confianza que sin límites me tuvo siempre. No obstante, en ese momento mi padre se dio cuenta que yo ya era un hombre y a partir de entonces, cada domingo que él acompañaba su comida con un cóctel, siempre había uno igual para mi.
Años más tarde, en 1979 para ser más precisos, un sábado a finales de junio acompañé a mi padre a llevar a mi hermana a Managua, pues la embajada de México en Nicaragua ofreció llevarla a ese país. Quien se encargaría de la logística de salida fue la Embajadade USA, así que sorteando retenes y tranques la llevamos hasta la residencia de la misma, en la casona de la colina enfrente de Las Piedrecitas. Al regreso venía manejando por el rumbo de Pacaya cuando en el radio alguien dijo que era 23 de junio, como en esos días no sabíamos en qué fecha estábamos, simplemente le dije: ¡Ah, felicidades, pues!
Conforme pasó el tiempo, el día del padre fue siendo aceptado de manera paulatina, a medida de que el hombre se fue despojando de aquella corona que lo entronizaba como el amo y señor del hogar. De cualquier forma, nunca ha llegado a alcanzar el nivel de participación y emotividad que tiene el día de la madre.
Fue una sensación muy especial el jugar un doble papel en el día del padre, el de hijo que reconocía todo el esfuerzo de su padre, así como su claro ejemplo de dedicación al trabajo, por un lado y el de padre, recibiendo las primeras manifestaciones de mis hijos, primero a través de un simple abrazo y un beso, luego con las manualidades que hacían en la escuela y después con un regalo comprado con grandes esfuerzos de ahorro.
Cuando mi padre falleció, me dolió mucho pues sentí que su partida era prematura y todavía había mucho que conversar entre nosotros, sin embargo, con el tiempo llegué a entender que esa es la ley de la vida y llegué a resignarme a que en los sucesivos días del padre, él sería tan solo un grato recuerdo.
Este día del padre será el primero que no estará con nosotros mi hijo Rodrigo. Su partida fue más dolorosa aún y será mucho más doloroso recordar todo el cariño que le imprimía al día del padre, pues siempre venía a verme con un regalo en la mano y mejor que eso, un fuerte abrazo y un beso. Voy a extrañar el cariño con que me decía: Felicidades Jefe. Tendré que hacer un esfuerzo sobrehumano para sobrellevar esa situación, tratando de entender las aberraciones que tiene el destino.
Sin embargo, lo que me costará más trabajo será enfrentarme a sus dos pequeñas hijas, que seguramente en esa fecha cuando las lleve al cementerio a visitar a Rodrigo, volverán a insistir que no quieren a su papá en el cielo, sino junto a ellas. He tratado de suplir parcialmente el papel de mi hijo, dándoles todo el cariño que su padre no podrá darles, pero no podré contestarles muchas preguntas y tendré que pasar por ignorante, antes de recurrir a esas tomaduras de pelo que se acostumbran en estas circunstancias.
De cualquier forma, en este día es digno, justo y necesario hacer un brindis (o los que sean necesarios) por el padre, esa figura esencial, que con su fuerza, determinación y ejemplo, nos hizo siempre sentirnos pequeños a su lado, no importa cuán héroes fuésemos en otra parte.