Estrenábamos la década de los sesenta, en aquel período entre el bolero y la balada, cuando nos llegó un tema que se destacó más que por su melodía y su nítida interpretación, por lo jocoso de la letra. Me refiero a “Se me olvidó tu nombre” del gran autor puertorriqueño Raúl René Rosado, que también nos regaló “En un bote de vela”. El tema que nos ocupa estaba interpretado por el gran cantante de origen cubano Roberto Ledesma, poseedor de una inigualable voz y que ya había cautivado a la audiencia con su éxito “Con mi corazón te espero”. Aunque ese mismo tema también fue grabado entre otros, por Javier Solís, Juan Legido y Daniel Santos, la versión que más éxito tuvo fue sin duda alguna la de Ledesma.
En una época en que las canciones de desamor estaban llenas de injurias y altas dosis de odio, el llevar el desprecio al nivel de olvido era algo que sorprendía. En su parte principal el tema cándidamente decía: “Que raro, ayer te vi pasar y al quererte llamar, la verdad, es para que te asombres, a pesar de lo mucho que te amé, ¿Me puedes tú creer? Se me olvidó tu nombre…” La letra planteaba la gran interrogante de si era posible olvidar el nombre de la persona a quien se amó intensamente, y por otra parte, si fue de manera involuntaria o si fue el producto de un intenso ejercicio de echar al olvido.
Años más tarde, unos treinta tal vez, el Príncipe de la Canción: José José se fue por ese mismo camino con el tema de Chico Novarro y Dino Ramos: “Amnesia”, en donde concluye: “Perdón, no la quisiera lastimar, tal vez lo que me cuenta sea verdad, lamento contrariarla pero, yo no la recuerdo”. En este caso, el olvido llega al extremo y no recuerda para nada a la ex amante.
Obviamente, estas situaciones nos hacían inflar por encima de nosotros, un enorme signo de interrogación, pues eso de la amnesia era tan extraño, que en el sentir popular se movía en el terreno de la ficción y sólo se concretaba de manera prolífica en las películas y en especial en las telenovelas, en donde con el mayor desparpajo, un sujeto o una sujeta, después de un contundente golpe, despertaba sin saber nada de su pasado. Un caso épico lo constituye el personaje del escritor Robert Ludlum: Jason Bourne, agente de la CIA que después de un severo trauma se olvida de todo su pasado, sin embargo, no se le olvidan los siete idiomas que domina a la perfección o las letales técnicas de defensa personal que saltan ante el resorte de sus felinos reflejos.
Sin embargo, por muchos años, observamos el extremo cinismo de algunos ciudadanos que en lugar de borrar de su memoria la información que no era relevante, lo hacían con la información que no les convenía. Ha sido muy común el formateo de aquellos sectores del disco duro de la memoria respecto a las obligaciones financieras, la paternidad, o bien, los desmanes de quienes abusan del alcohol.
En los estertores del siglo XX, el Alzheimer se encargó de sacudir nuestras conciencias respecto a la vulnerabilidad de nuestra memoria, ante el deterioro cognitivo que provoca esta enfermedad. Su condición terminal e incurable vino a flagelar al mundo entero, con un importante crecimiento de su incidencia. De esta manera la amnesia dejó de presentarse como una sombra de la ficción y dejó ver su cruda realidad.
El problema es que en forma paralela ha surgido una corriente, de parte de algunos sectores de nuestra sociedad, que pretenden que la amnesia, una condición de carácter neurológico pase a ser de carácter infecto contagioso, pues los sujetos en cuestión borran ciertos eventos de su memoria, pero a la vez pretenden que todos a su alrededor también lo hagan, de tal manera que dichos eventos desaparezcan totalmente de la memoria colectiva, como si nunca hubiesen ocurrido y muchos llegan al colmo de reescribir la historia a su conveniencia y a fuerza de repetición tratar de cambiarla.
No importa que dichos eventos estén documentados a través de diversos medios de comunicación, pues pueden presentarles un video con una contundente declaración diametralmente opuesta a su actual posición y éste, sin inmutarse continúa con su verborrea en la línea que ahora le conviene.
Como decían Los Socios del Ritmo: “Mira lo que son las cosas…”, muchas personas ahora pagan por escuchar a Roberto Ledesma, a sus 91 años o a lo que queda de José José a sus 67, a sabiendas que de aquel chorro de voz, sólo les quedó el chisguete; sin embargo, los mueve el recuerdo de aquellos ídolos que un día los hicieron soñar con su poderosa voz. Por otra parte, en un mundo paralelo, hay personas que ayer nomás decían que habían visto una serpiente y ahora juran hasta con los dedos de los pies, que se trataba de un cordero enardecido.