No cabe duda que el habla nicaragüense guarda una dinámica extraordinaria y se ha movido a través del tiempo al compás de los eventos fundamentales que han impactado nuestra cultura, como podría decirse de la transculturización que se ha derivado del proceso de globalización, así como de los movimientos migratorios que se intensificaron a partir de la década de los ochenta. De la misma forma puede decirse de las catástrofes naturales que han provocado siempre cambios radicales en todas las expresiones culturales.
El terremoto de 1972 vino a dar un vuelco significativo en la vida de los capitalinos y en general de todos los nicaragüenses y a partir de entonces surgieron nuevos vocablos y expresiones a la vez que desaparecieron muchos que estaban ligados a la vieja ciudad.
Una de estas expresiones que quedó entre las ruinas de Managua fue “Turco-circuito”, vocablo derivado de “Corto circuito” y que se usaba en los casos en que esta falla en un sistema eléctrico era la causa de un incendio.
Después que los capitalinos observaron que de manera misteriosa la voracidad de las llamas consumieron los establecimientos comerciales de inmigrantes del Oriente Medio en el centro de la ciudad, sin mayores evidencias fácilmente achacaron el siniestro a un ardid de los comerciantes para cobrar el seguro que cubría a dichos establecimientos en el caso de estas eventualidades.
Aquí es importante aclarar el porqué del gentilicio devenido a hipocorístico “turco” aplicado a todos los inmigrantes provenientes del Oriente Medio, independiente de su país de origen. Según algunos investigadores, la única manera que un ciudadano de toda la región del occidente de Asia viajara a estos lares era consiguiendo una visa en Turquía que era el único país que tenía un consulado para dicho trámite. De esta manera todos los inmigrantes viajaban mediante una visa otorgada en Turquía, de tal forma que libaneses, palestinos, judíos, árabes, libios, jordanos y demás eran etiquetados rápidamente como “turcos”.
Estos inmigrantes eran gente trabajadora y se dedicaban principalmente al comercio, en donde en su propia versión del español anunciaban las más sorprendentes ofertas de precios bajos. Iniciaban vendiendo de manera ambulante y después de muchos sacrificios lograban instalar un establecimiento comercial, preferentemente en los alrededores de los mercados Central y San Miguel de la vieja Managua.
Por otra parte, la práctica de asegurar un negocio y luego provocar un incendio para cobrar la póliza correspondiente era de vieja data y ocurría en cualquier país del mundo. Es más, en Nicaragua ya había sido utilizada ocasionalmente por uno que otro comerciante local. Casi siempre a pesar de las sospechas en esta práctica, al no tener el cuerpo de bomberos, especialistas en la investigación de este tipo de eventos, casi siempre se determinaba que la causa del incendio era un corto circuito y al final la compañía aseguradora debía pagar la suma asegurada al inconsolable comerciante.
No obstante, allá por la década de los cincuenta bastó que ocurrieran tres eventos en tiendas propiedad de “turcos” para que el ingenio de los capitalinos cambiara el término de corto circuito por el de “turco circuito”, vocablo que quedó acuñado para clasificar a un incendio en un establecimiento comercial, independientemente del origen del propietario del local, en donde se sospechara que no era accidental.
El terremoto de 1972 provocó en la ciudad voraces incendios que redujeron a cenizas gran parte del centro de la misma y en donde no quedó ni la menor duda del origen del mismo. Después del evento, el comercio comenzó a instalarse de manera desordenada por varios puntos de la ciudad y poco a poco fue disminuyendo los eventos en los que parecía que un siniestro era provocado por su propietario a fin de cobrar un seguro. De esta manera el vocablo “turco circuito” quedó en desuso hasta el punto en que a estas alturas para todos aquellos menores de cuarenta años, es algo completamente desconocido.
Ya un incendio provocado para cobrar un seguro es un evento casi en desuso. En primer lugar debido a que los cuerpos de bomberos tienen técnicos que al mejor estilo de CSI, pueden determinar desde el detonante, el acelerador y demás pormenores que dieron origen al siniestro, así que pueden concluir fácilmente si un incendio fue provocado o no. Por otra parte, las instalaciones eléctricas han avanzado con la tecnología de tal manera que a menos que se trate de sistemas improvisados con mal material, no son sujetos de provocar un corto circuito. Finalmente las compañías aseguradoras, como venados “lampareados”, son más precavidas en la administración de pólizas de seguro, hasta el punto de que pecan de ser más papistas que el papa.
El año pasado tuve que renovar mi automóvil y por la debilidad de mis finanzas tuve que sacarlo al fiado a través de un crédito bancario, el cual conseguí sin mayor problema, sin embargo, me obligaron a tomar un seguro de vida por aquello de las cochinas dudas. Empecé a pagar mis cuotas formalmente, incluyendo el seguro de vida, sin embargo, de pronto recibí un requerimiento de la aseguradora de llenar formulario tras formulario sobre aspectos de mi salud, los primeros llenados por el suscrito, luego por mi médico y después por especialistas, electrocardiograma y finalmente querían meterse con mi próstata y ahí los paré en seco, manifestándoles que era absurdo que se preocuparan más por mi salud que algunos de mis amigos o que yo mismo.
Regresando a los “turcos”, en la actualidad se ha ampliado la inmigración de todos esos países y aunque ya no tienen que pasar por Turquía, no escapan a ese apelativo debido a la dificultad de identificar su país de origen. Algunos de ellos siguen trabajando en el sector comercio, aunque han ampliado la gama de sectores dentro de esta actividad y otros ya incursionan en las finanzas y otras actividades básicas. Los descendientes de los primeros inmigrantes son en su mayoría destacados profesionales. Me imagino que celebran que haya desaparecido esa etiqueta un tanto racista que por algunas décadas tuvieron que portar.
A pesar de lo anterior, las prácticas fraudulentas no han desaparecido, sino que han buscado caminos más refinados y no es extraño ver a individuos, no sólo extranjeros, sino que paisanos de alcurnia y rebuscas como diría don Mario Fulvio, campear por todo el país con un bate de aluminio en la mano y ¡ay de quien se descuide!, pues ni las monjitas se escapan.