Y después de darlo todo,
en justa correspondencia,
todo estuviese pagado
y el cané de jubilado
abriese todas las puertas…
Serrat
Hace ya algunos años, cuando era inminente que traspasaría el umbral de la tercera edad, me formulé algunos propósitos, entre los cuales estaba no teñirme el cabello ni mucho menos realizarme operación estética alguna. Siempre me ha parecido extremadamente patético ver a hombres que se resisten a las manifestaciones de vejez de su propio cuerpo y cuando aparecen las primeras canas corren presurosos a teñirlas, algunos de ellos utilizando un Wella Koleston, un Natural Instincts de Clairol o los más “holidays” unas pastillas mejicanas (no las chupacabras, que son para suprimir el apetito). De esa forma observamos a prominentes figuras de la vida pública, artistas, cantautores, magistrados, diputados, ministros, locutores, presentadores e incluso algún alto prelado eclesiástico, que presumen una cabellera más negra que el ala del misterio, como diría Amado Nervo y por otra parte muestran una piel más arrugada que el acordeón de Peñaranda, pues son muy pocos los que se atreven a realizarse una cirugía cosmética.
Podría ser un atenuante el trabajar con el físico como decían antes, pues muchas veces el público administra sus preferencias con base en las apariencias, pero para aquellos que trabajamos con la materia gris, la belleza de la juventud es simplemente un adorno pasajero y no afecta en nada nuestro rendimiento o productividad, así pues fui categórico al plantearme ese propósito.
No obstante, al observar los últimos acontecimientos derivados de las protestas de los miembros de la UNAM (Unidad Nacional del Adulto Mayor) y la desproporcionada reacción de la Policía Nacional, como que de repente acudieron a mi mente aquellos dichos: “Nunca digas de esta agua no he de beber” y “Sólo los ríos no se devuelven”. Lo anterior debido a que me asalta la duda de que si esto fue tan sólo el inicio de una acción en contra de la tercera edad, que de la noche a la mañana se ha convertido en un grupo subversivo, rayando incluso en el terrorismo y al rato, cualquiera que muestre signos de pertenecer a este grupo coetáneo, sería sospechoso inmediato y estar sujeto a cualquier medida represiva. Cabe tal vez recordar la crueldad con que actuaban los ejércitos romanos y ahí está la crucifixión como prueba de los niveles de sadismo con que actuaban contra los subversivos, sin embargo, cuando el Cirineo se acercó a ayudar a Jesús con la cruz o la Verónica a limpiarle el rostro, no hubo ninguna medida represiva de parte de las temidas cohortes, sin embargo, todo aquel que quiso pasar víveres, agua o medicinas a los ancianos, recibieron también su ración de sopa de muñeca.
Pareciera, por esta actitud, que la Policía Nacional, que por muchos años presumió de su institucionalidad, está sufriendo una metamorfosis para convertirse en una guardia pretoriana y qué mejor escenario para practicar sin mucho riesgo que con los adultos mayores, cuya capacidad de reacción está limitada tanto en reflejos como en fuerza, así que llevan los uniformados todas las de ganar. Lo inquietante es que a la fecha no ha salido la otrora altamente calificada en las encuestas Comisionada Mayor de esa institución a explicar y presentar disculpas por los excesos cometidos por el personal a su cargo. A lo mejor se limita a cantar: Pumichito cucudrilo.
Mirando desapasionadamente los acontecimientos, a diferencia de los “indignados” de otros países, que piden el cambio del sistema, la caída de un gobierno o la muerte o renuncia de uno o varios funcionarios, estos valientes ancianos, lo que piden es que el INSS cumpla con un derecho que ganaron después de trabajar toda su vida y que se limita a una pensión, ni siquiera completa como debería asegurar un Estado que se precie de velar por sus ciudadanos, sino que reducida. Nada más. Si existe alguna manipulación aquí es tan sólo de parte del hambre.
Las explicaciones que han surgido parecieran diseñadas para o por un oligofrénico y de ipegüe, sale del fondo de la vieja chistera la palabra “derecha”. Me viene inmediatamente a la mente la escena de El Exorcista, cuando Regan gira su cabeza hacia la izquierda, pero deja atónitos a todos cuando sigue girando hasta llegar por la derecha a donde estaba antes. Recórcholis.
Que el INSS no tenga dinero para pagarles, esos son otros cien pesos. Esto no demerita la demanda de los viejos. La causa de por qué el INSS no tenga esos fondos, tal vez en estos momentos no es relevante, por lo tanto se puede dejar para investigar seriamente después de resolver el problema de las pensiones de los adultos mayores, en lugar de tratar de emular a Sherezada. Es ahora cuando la institución, sino el Gobierno, echando mano de la creatividad que tienen sus funcionarios, debe buscar soluciones al problema, dialogar con la UNAM y más que nada, mandar un mensaje a todos los exponentes de la tercera edad: que su bienestar les importa. Sin tener la capacidad de Alan Greenspan, se me ocurre que a lo mejor el chinito ese del canal, el que habla con un acento más lírico que el de Tu Fu, en retribución por todas las concesiones recibidas, podría donar al INSS algunos millones de dólares, que comparado con todo lo que le meterá y/o sacará al canal sería como quitarle un pelo a un gato, resolviendo así la iliquidez de la institución, se soluciona el problema y los bonos del oriental en el ánimo de los nicaragüenses suben al cielo. Al ver lo anterior, es posible que Carlos Slim no quiera quedarse atrás y haga lo propio. Ya de perdida, que financien la contratación de un Incaista del tercio superior para que les ayude a encontrar la piedra filosofal.
Mientras tanto, los responsables de este problema se echan al suelo como Lázaro, en espera que una voz les comande: – Levántate y anda. Los veteranos por su parte seguirán en su lucha y por lo tanto la única salida será la acción de la Policía y turbas anexas. Aquí es donde regreso a mi cuento. Ha crecido un temor en mí de que en un futuro no muy lejano, cualquier exponente de la tercera edad, tan sólo por serlo, pueda ser víctima de cualquier ataque, no sólo de parte de la Policía, sino de cualquier horda que quiera hacer méritos para un bono. Ahora bien, debo de confesar que un escalofrío recorrió mi ser cuando escuché en la televisión una entrevista a un hombre vapuleado por los valientes agentes del orden que al ser interrogado por el entrevistador sobre su edad, el anciano respondió: -Sesenta y dos años. Ay güey me dije, si yo tengo sesenta y tres. Corrí al espejo y desapasionadamente observé mi rostro y tan sólo mis canas delatan mi edad y ni decir mi piel que parece perder su batalla contra las arrugas. De esta manera, he estado pensando seriamente en algún extreme make over. Debo de aclarar de entrada que no es para nada cobardía, sino simplemente precaución. Si se tratase de enfrentar a un solo agente del orden o simple poblador (eufemismo para miembro de la horda), en igualdad de condiciones, sin protecciones y sin armas, pues al final un anciano lleva las de perder, pero el otro no se la comería sin bastimento. Pero el problema es que atacan de a montón con al menos una clava o un garrote y ahí la cosa se convierte en lucha entre tigre y burro amarrado, a excepción tal vez de Jet Li o La Roca. Por otra parte, un anciano con una deshidratación puede irse al otro barrio en un santiamén, cualquier hueso golpeado llega a colapsar y es necesaria una cirugía y una prótesis al menos, una herida asociada a la diabetes es candidata a una gangrena y la irremediable amputación. Así pues, aún en contra de mis principios, creo que voy a buscar algún tinte para cubrir las canas que tengo en profusión. Ya he dejado de formarme en la fila especial para la tercera edad en los bancos y estoy practicando a caminar sin perdonar al viento, para no parecer lerdo y voy a tratar de con la ayuda de unos tirantes de disimular la figura pesada que da la edad que se viene encima. Cuando me incorporo, disimulo acomodándome la camisa mientras se desentumen las articulaciones y los chisperos que ya no queman parejo agarran su ritmo. Con la ayuda de un diclofenaco sódico de 100 mgs, puedo alcanzar un paso firme y vigoroso al andar. Con pantalón y camisa “tallarín” y zapatos Converse, así como unos audífonos pegados a las orejas, ya podría dejar de parecer un candidato ideal para una garroteada.
Lo más irónico es que todo esto está sucediendo a un paso de celebrarse el Día del Padre y me pregunto yo ¿En qué pensarán todos aquellos que se han ensañado con los adultos mayores cuando vayan con sus respectivos padres (si es que los conocieron) y vean en los rostros cansados de ellos, las mismas expresiones de los ancianos que vapulearon o peor aún, mandaron a vapulear? ¿Tendrán acaso la capacidad para realizar una asociación de esta naturaleza o el alcance para pensar que en algunos años, todos ellos, sin excepción, llegarán a ser viejos? ¿Qué sentirán cuando escuchen a Piero cantar: “Yo soy tu sangre mi viejo, soy tu silencio y tu tiempo”?