Archivo mensual: junio 2014

La Racachaca

La Racachaca. Foto Orlando Ortega Reyes

 

Uno de los cruceros vitales en el occidente de la Managua actual es la intersección de la Pista Benjamín Zeledón con la 20 Avenida Suroeste. En virtud de que la mayoría, por no decir la totalidad de los lectores se habrá quedado en Ele Olo Chico Zapote con esta referencia, es menester aclarar que se trata de los semáforos de La Racachaca. La Pista Benjamín Zeledón que viene de Plaza España para fenecer en la Carretera Sur, a la altura de El Guanacaste, maneja gran parte del tráfico del oriente de la capital hacia el noroeste, mientras que la 20 Avenida Suroeste conecta los barrios sur occidentales como Independencia, San Judas y Loma Linda, con la propia Altagracia y sectores situados en el noroeste.
El nombre que tiene esa intersección se lo debe a una famosa fritanga que estuvo ubicada ahí y cuya historia es por demás interesante. Podría decir que dicha historia comienza en la ciudad de Ramallah, en Palestina. A diez kilómetros al norte de Jerusalem, en la Montaña de Alá, que es el significado del nombre Ramallah, vivía un joven llamado Mustafá Dipp, perteneciente a una familia acomodada y que ávido de aventuras, un día se armó de valor y decidió viajar a América.
El azar lo trajo hasta Nicaragua y a finales de los años veinte, Mustafá comenzó a trabajar duro, como lo han hecho todos los “baisanos”, primero con el negocio de las telas, actividad predilecta de los “turcos” como genéricamente se conocía a los inmigrantes del Asia Menor y luego en el sector inmobiliario, convirtiéndose en un importante casa teniente y sumando a sus ingresos del comercio, las rentas producidas por las diversas casas que había adquirido en la vieja Managua. Mustafá se casó con una nicaragüense, Emma Fonseca y en 1928 nació su hijo Jorge Efraín, quien con el tiempo se convertiría en ayudante de su padre, en especial en la administración y mantenimiento de las casas que poseía la familia.
Para 1972, la suerte le sonreía a la familia Dipp que vivía en el sector del Mercado Boer, sin embargo, el sismo de diciembre de ese año, vino a dejar en el suelo todas las aspiraciones familiares, al igual que la totalidad de inmuebles que tenían, lo que los dejó en una situación económica crítica. La primera alternativa vislumbrada por Jorge fue obtener financiamiento de parte de la familia de su padre en Palestina, pero el conflicto con Israel imposibilita cualquier ayuda al respecto. Después de analizar varias opciones, en 1975 Jorge se decide a emprender el proyecto de establecer una fritanga y se decide hacerlo en el barrio Altagracia. Para ese entonces, el régimen dictatorial de Somoza, quien para disimular la opresión hacia el pueblo, mostraba un desmedido afán de progreso, especialmente la construcción de obras de infraestructura, se encontraba construyendo una pista adoquinada que iba desde un nuevo complejo inmobiliario de oficinas y comercios llamado Plaza España, en el sector de Bolonia, hasta la carretera sur, en El Guanacaste, en donde quedaba la Casa Lang. En ese trayecto, en el corazón de Altagracia, Jorge consiguió un terreno en una esquina en donde improvisó, con una construcción de madera, un local para su negocio.
La clave de sus estrategia fue ofrecer una fritanga de calidad, a través de carne de primera para asarla y ofrecerla con los acompañamientos clásicos de las fritangas, gallo pinto, tajadas de plátano frito, queso frito y demás delicias, con diferentes refrescos, sin embargo, se especializaría en el tradicional cacao. Sólo faltaba el nombre. Por mucho tiempo estuvo barajando diferentes alternativas pero ninguna le convencía.
Una noche, Jorge se fue con un sobrino a tomar unas cervezas y ya medio sesereques, les dio por cantar. De pronto comenzaron a entonar la canción que interpretaba Javier Solís, de la autoría de Alvaro Carrillo: La mentira (Se te olvida), que era una de las preferidas de Jorge y resulta que a mitad de la canción, quién sabe si por el efecto de las cervezas, se les olvidó la letra; sin embargo, esto no detuvo a los inspirados cantantes que continuaron con la melodía exclamando onomatopéyicamente: Racachaca, racachaca chacachacachacachaca, racachaca, racachaca, habiéndoles caído pan de rosa el asunto y así finalizaron el tema y no sólo eso, sino que a Jorge se le ocurrió que así se llamaría su fritanga: La Racachaca.
De la misma forma, Jorge bautizó con ese nombre a la especialidad de la casa, que era una orden de carne asada de primera con gallo pinto y que se pedía como una Racachaca. Fueron varios los factores que se juntaron para que el negocio de la fritanga floreciera. En primer lugar la nueva pista que vino a traer un tráfico impresionante, poniendo a Altagracia en un lugar privilegiado. La gestión empresarial de Jorge que fue clave en el éxito del negocio, pues estaba presente en todos los procesos del negocio y cuidando todos los detalles para que la satisfacción de la clientela estuviera garantizada. Aunado a lo anterior, estaba la calidad de los productos, en especial la carne que era de primera y el delicioso cacao se convirtió en una bebida altamente demandada.
Durante la primera mitad de la década de los ochenta, a pesar de las enormes restricciones, el negocio de Jorge continuaba con cierto éxito. Sin embargo, en 1985, Jorge falleció a la edad de 57 años. Tras su muerte, sus hijos emigraron a los Estados Unidos y el negocio prácticamente quedó abandonado.
A mediados de los años noventa, un familiar de Jorge, se aventuró a levantar el negocio, sin embargo, tuvo la mala suerte que en paralelo, a la media cuadra, otra fritanga se levantó de manera impresionante, llevándose doña Julia la mayor parte de los posibles clientes, obligando al negocio de La Racachaca a languidecer tristemente en su esquina. Hubo, varios intentos de reanimar la imagen del negocio, incluso cuando de pronto la fritanga de doña Julia cayó estrepitosamente, sin embargo, no tuvo éxito. Un poco más de suerte tuvieron los negocios de leche agria que se fincaron alrededor de estas fritangas.
En los últimos años, se dieron dos intentos por revivir a La Racachaca, uno de ellos transformándolo en una cafetería, con asados y repostería, pero no logró levantar cabeza y desde hace un año aproximadamente, el negocio se orientó exclusivamente a la panadería y repostería con mejores resultados, de tal manera, que aquella efervescencia de antaño, se vuelve a observar en la improvisada esquina de Altagracia.
Esta es pues, la verdadera historia de La Racachaca. Después de cuarenta años, ya existen varias versiones del origen del nombre, incluso una que lo deriva del árabe. Lo cierto es que en esta historia, hay una alta dosis de trabajo, de espíritu emprendedor y de originalidad. Y como finalizan los mariachis: “Chan charrán chan chan”.

 

Agradezco sobremanera a Iván Dipp por su invaluable ayuda para redactar este post.

 

 

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