Archivo mensual: diciembre 2011

El deleite de Moctezuma

Es el año 1514 de nuestra era y en la enorme Tenochtitlán, la capital del imperio mexica el sol cae pesadamente en una tarde de primavera.  Por la Calzadade Iztapalapa, los vigías ven la figura de hombre que con escasa indumentaria y un bulto adosado a su espalda corre con paso cansado pero firme, avanzando por la calzada.  A su paso, uno de los vigías toma un enorme caracol y emite un poderoso sonido que finaliza de una manera muy particular y que surcando el límpido aire de la urbe, llega hasta el Palacio Imperial.  Al llegar al sitio conocido como Hitzilopochco, el corredor detiene su marcha se quita el bulto de su espalda y se lo entrega a un relevo que lo está esperando y que sin perder tiempo se lo fija en su espalda y continúa a toda velocidad por la calzada.  El corredor exhausto queda tirado en el suelo, sin aliento y sin que nadie repare en él.

El nuevo relevo, a pasos agigantados, va devorando la distancia que lo separa del Palacio de Moctezma, el Huey Tlatoani de los Mexicas, señor sañudo, hombre grave, circunspecto, quien habita en un complejo de cinco palacios intercomunicados entre sí a través de plataformas y que se conocían como Casas Nuevas.   En la entrada del Palacio, muy cerca del Templo Mayor, un sirviente le espera, toma el bulto y se dirige al recinto que hace las veces de la cocina del emperador, en donde espera un grupo de sirvientes que toman el bulto y cuidadosamente lo abren en sus diferentes capas y que al final dejan al descubierto una considerable masa de nieve que proviene del volcán Popocatepetl, en donde cinco horas antes, una delegación había buscado la nieve más limpia y la había empacado cuidadosamente en un bulto que aísla el contenido de la temperatura ambiente, habiéndolo colocado en la espalda de un primer relevo quien a toda velocidad emprendió su marcha hacia la gran Tenochtitlan, en cuyo camino encontrará a otro relevo que seguirá su marcha hasta el destino final.

En una copa de oro se ha colocado una generosa porción de nieve a la que delicadamente le han agregado miel de abejas y adornado con flores de vistosos colores y junto con un pequeño huacal en forma de cuchara, labrado minuciosamente, se hace llegar al Huey Tlatoani, quien se encuentra meditando enla Casa Denegrida, parte del complejo del Palacio Imperial llamado así por sus paredes color negro y en donde la falta de ventanas le proporcionaba una considerable oscuridad y que era empleada por el emperador para reflexionar y meditar.   El sirviente atraviesa cuidadosamente el piso de basalto negro y deja en una mesita el manjar del emperador.  Moctezuma interrumpe sus cavilaciones sobre las señales que se han venido presentando y que auguran tiempos aciagos, para disfrutar de la delicia de aquella nieve con sabor a miel, que solo él y unos pocos nobles tienen derecho a probar.  En la penumbra del palacio y de su alma Moctezuma deja que el exquisito sabor de la nieve calme la profunda tristeza que lo agobia.

445 años después, en un pequeño pueblo de la meseta de Carazo, soy yo el que va corriendo de prisa por una calle, no llevo ningún bulto en la espalda y lo único que me acompaña es una moneda de veinticinco centavos.  Al final alcanzo a un hombre que empuja un carretón.  De mi pantalón corto saco la moneda de veinticinco centavos y se la entrego al hombre quien abre una tapa del carretón forrada en aluminio y con un cepillo metálico comienza a raspar una maqueta de hielo, a esa hora ya un poco gastada y va colocando unos paralelepípedos  de hielo sobre un cono de papel, luego toma una botella de un sirope un tanto espeso de color rojo intenso y vierte un chorro sobre el hielo y me lo entrega.  Después de volver  a ver a todos lados para confirmar que no hay moros en la costa empiezo a disfrutar, con el mismo deleite de Moctezuma el sabor del raspado impregnado con un dulce sabor, además del sabor de lo prohibido, pues esa delicia está en la lista negra, no por alguna disposición imperial, sino por el criterio de mis abuelos.  Al igual que los mamones, por lo ácido que afecta a las amígdalas, las sandías en rodajas por las moscas que las merodeaban, las chibolas por el agua insalubre con que eran preparadas, los sorbetes de carretón por las mismas razones y muchas otras delicias que el resto de la población degustaba sin ninguna aprensión.

Antes que la industrialización alcanzara al rubro alimenticio, el raspado con sus diferentes siropes: de piña, tamarindo, leche o bien el clásico rojo que no obedecía a ninguna fruta en especial, era una de los antojos más demandados por parte de la población, que en cualquier momento caluroso disfrutaba de su inigualable sabor.

En Managua, la demanda era igual de amplia, sin embargo la oferta se mostraba más diversificada, con raspados sofisticados como los raspados rellenos que se hicieron famosos en el recordado expendio que tenía un nombre elegante a más no poder:  La Riviera, ubicada en las inmediaciones de la Unión Radio.  Este raspado llevaba entremezclado con el hielo un pedazo de torta y el sirope espeso era de leche.  Posteriormente surgieron los no menos famosos Raspados Loli, que la familia Guatemala fundó a finales de los años sesenta en la Calle 27 de mayo, cerca de donde fue el Cine Cabrera y que después del terremoto se ubicó en un ranchito en las inmediaciones del Centro Cívico.  De la misma forma se recuerda en la vieja Managua a La Granizada, un negocio ubicado en las cercanías de la Catedral de Managua, por el rumbo del cine Alcazar, antes Salazar y que con una máquina casi pulverizaban el hielo ofreciendo un raspado diferente al clásico de cepillo.

La aparición en escena de los bolis a finales de los años cincuenta, vino a reducir la demanda de los raspados, tanto por la novedad como por lo práctico de su bolsa de plástico, aunque en precio no había diferencias significativas.  No obstante, el raspado se mantuvo contra viento y marea.

En la actualidad el raspado tradicional de carretón sólo se encuentra en las periferias de las grandes ciudades y en las ciudades pequeñas, así como en las zonas rurales.  En las zonas urbanas se ofrece en expendios ubicados en locales establecidos y ahí mantienen su liderazgo en Managua y algunas ciudades del interior, los Raspados Loli, aunque el precio es equivalente a un helado o sorbete, llegando a costar cerca de US$1,50 dólares.

Yo por mi parte, debido a mis rodillas, deterioradas como las de un promesante radical, no puedo correr más y mucho menos detrás de un carretón de raspados, pues bastaría unas dos cucharadas de uno de ellos, para causar un verdadero caos en mi páncreas.  Sin embargo, en la oscuridad de la casa denegrida, en medio de mis cavilaciones recuerdo aquel placer sin igual de saborear aquel deleite proscrito, de un raspado de sirope rojo.

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Volver a verte

A inicios de 1964 mi hermana Oralya fue a visitar a los abuelos a México y como siempre era una tremenda emoción esperar el regreso de quien realizaba el viaje, pues la familia de allá se esmeraba en enviarnos abundantes regalos.  En aquella ocasión, además de todos los presentes recibidos, ella presentó un regalo especial.  Se trataba de un disco del tamaño Extended Play, de los medianos que traían cuatro canciones y se trataba de una artista que estaba empezando a causar furor en México.  Era una cantante española y su nombre era Rocío Dúrcal.  Para ese tiempo, en las radiodifusoras nicaragüenses todavía no sonaba ninguna de sus canciones.  El disco era parte de las canciones de la película “Rocío de la Mancha” que la artista había filmado en 1963 y que traía Que tengas suerte, Canta conmigo, Nubes de colores y otra que no recuerdo.   Rocío había filmado anteriormente en 1962 la película “Canción de Juventud”, la cual llegó a Nicaragua con bastante retraso, al igual que la canción más destacada de la cinta: Volver a verte.

Al inicio, escuchamos las canciones de aquel disco, para ser franco, sin demasiado entusiasmo y no fue sino hasta algunos meses después que llegó a las radiodifusoras locales la banda original de la película” La chica del trébol”, que fue poniendo en los primeros lugares de audición los éxitos:  Trébole, Los piropos de mi barrio, Hay tantos chicos y Mucho más, por cierto esta última era un cover del hit de Ricky Nelson Fools rush in.  Cierto tiempo después empezaron a presentarse las películas de Rocío.  La frescura y grácil figura de la española captó al instante las preferencias de los jóvenes de aquella época.  En esos años empezamos a asistir a fiestas danzantes en donde se fue haciendo una costumbre tocar los éxitos de Rocío, a pesar algunos no se prestaban mucho a ese efecto, imagínense a alguien en esos tiempos tratando de bailar Trébole.  Luego llegó el tema Tengo 17 años de la película del mismo nombre que rápidamente se colocó en los primeros lugares.

Sin embargo, fue cuando se presentó la película “Más bonita que ninguna”, filmada en 1965 que Rocío se apoderó de nuestros corazones.  En general, las películas españolas de esos tiempos, todavía bajo el manto del franquismo, eran unas completas gilipolleces, pero en esa cinta se presentó Rocío como nunca antes lo había hecho, un tanto más madura, derramando gracia, elegancia y una belleza sin igual, en especial cuando interpreta el tema que dio lugar al título de la película, con un dominio escénico sin igual, una coreografía insuperable y una estampa que definitivamente no nos dejaba lugar para dudar que difícilmente encontraríamos a una muchacha tan bonita como ella.

A partir de entonces Rocío Dúrcal llegó a arraigarse en nuestras vidas, como parte esencial de ellas, pues por mucho tiempo fue marcando cada una de nuestras etapas con sus temas que llegaron a producirse al por mayor.

A finales de 1967, el artista radial y empresario de espectáculos Richard Moore hizo los arreglos para que Rocío Durcal viniera a Nicaragua.  La gran noticia en Carazo fue que dentro de la gira programada para ella, estaba una presentación en el recién inaugurado Teatro La Salle en el Instituto Pedagógico de Diriamba.  Mi hermana Oralya me dijo que una amiga suya de apellido Obaldía de Jinotepe, tenía boletos para la función y como en aquellos tiempos una entrada a estos conciertos no llegaba a los 4 dólares, no como ahora que cualquier hijo de vecino pide un ojo de la cara, conseguimos un par de boletos y nos fuimos al concierto.  Tuvimos entonces la suerte de verla en vivo interpretar sus grandes éxitos.  Todo el teatro se emocionó y aplaudió al máximo sus interpretaciones, todavía no se estilaba hacerle el coro a ninguna de ellas y debo de admitir que disfruté mucho de esa velada, aunque francamente no miré el glamour que Rocío derramaba en su interpretación de Más bonita que ninguna de la película.

A pesar de que antes de llegar a Nicaragua ya había filmado “Acompáñame”, no fue sino hasta meses después de su presentación que disfrutamos del tema del mismo nombre, que por alguna razón de las disqueras, en la versión discográfica no la acompañaba Enrique Guzmán, sino un español con el timbre de Alberto Vázquez.  Desde luego el tema ocupó los primeros lugares en las listas de éxitos de las radiodifusoras, al igual que algunos meses después lo hizo con el tema Cartel de Publicidad, y luego Amor en el aire, de la película homónima con Palito Ortega.

Después vinieron unos años de vacío, cambio de sello discográfico y la unión de Rocío con el cantautor Antonio Morales “Junior”, quien tuvo mucho que ver en el regreso de la cantante con el álbum Una vez más en 1977, en donde destaca Sola y En algún lugar con un marcado sello de Junior.

En ese año precisamente se produce el encuentro entre Rocío y el cantautor mexicano Juan Gabriel y la cantante toma un nuevo rumbo en su carrera, lanzándose a bucear en las aguas de la canción ranchera, con gran suceso de tal suerte que prácticamente fue adoptada por los mexicanos.  De esta forma lazó los grandes éxitos de Juan Gabriel que en su voz adquieren una enorme dimensión.

En los años ochenta que estuve en México fui testigo de la forma en que Rocío Dúrcal se adueñó de gran parte de las listas de popularidad, no solo con los éxitos de Juan Gabriel sino que con las rancheras clásicas.

En 1981 Rocío retoma la balada y selecciona al compositor español Rafael Pérez Botija para integrar un álbum que también logra la cima de la popularidad con los recordados temas La gata bajo la lluvia, No sirvo para estar sin ti y La verdad de la verdad, entre otros.

En el año 1983, Rocío regresa con Rafael Pérez Botija quien produce el álbum, que para mi humilde criterio es el mejor de toda la carrera musical de Rocío, Entre tú y yo.  En este álbum están los grandes éxitos: Jamás te dejaré,  Tu foto en la pared, Amor no gracias, Fruta verde, Tú si que sabes amar y Por qué será. Estos dos últimos temas de la autoría y con la participación de del gran maestro Clare Fischer, el autor del clásico Morning.

En el resto de los ochenta Rocío sigue grabando canciones mexicanas, con Juan Gabriel y luego con Marco Antonio Solís “El Buki” y en los noventa graba temas de Joan Sebastian, del argentino Roberto Livi, de quien grabó Cómo han pasado los años.  Sigue produciendo álbumes de sus mejores canciones y antologías diversas y en los años dos mil continua su carrera en donde se destacan Entre tangos y mariachis producido por el renombrado director y arreglista Bebu Silvetti, así como el álbum Caramelito que lo produjera el colombiano Kike Santander y que fue nominado a un premio Grammy Latino en 2004.  Para esa época se le detectó un cáncer que la obligó a cancelar muchos compromisos e iniciar un largo camino que desembocó en su fallecimiento en el año 2006.

Después de tantos años en que Rocío y sus canciones fueron parte fundamental de la banda sonora de nuestras vidas y que siendo ligeramente mayor, iba marcando las diferentes etapas de nuestra existencia, su partida no dejó de impresionarme.  A la mayoría su muerte tal vez trajo a la mente esos temas que dejó como un himno de despedida: Amor eterno y Cuando dos almas, yo en cambio retomé una canción que en su momento no tuvo un gran significado para mí, pues en esa época el verbo extrañar no estaba prácticamente en mi vocabulario.  Fue a mediados de los sesenta cuando en una matinée de beneficencia miré “Canción de juventud”, en donde Rocío interpreta Volver a verte.   Ahora, que el verbo extrañar es una constante en mi vida, escucho ese tema y llego a comprender ese profundo sentimiento que envolvía la canción en su sencilla letra y de esta manera, la vuelvo a ver, con su vestido rojo, sus guantes blancos, su peinado embombado, el prendedor que remataba su discreto escote y su melodiosa voz que insistía: Más bonita que ninguna y yo que me siento vestido con un smoking y una copa de champán contemplando la escena y al divino tesoro que se fue para no volver.

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El vil placer de quemar el dinero

No cabe duda que para nuestros antepasados indígenas, la llegada de los conquistadores constituyó un evento hasta cierto punto traumático.  Las grandes naves en las que llegaron equivaldrían a que en la actualidad avistáramos una nave alienígena.  Los pasajeros que venían eran blancos, hirsutos, malolientes.  Los jinetes y sus caballos daban la impresión de ser una sola bestia, aunque cuando descendían de sus monturas, los conquistadores parecían ser más fieros que la otra.  Sin embargo, lo que causó un tremendo estupor fue sin duda alguna la pólvora.  Como si fuera un evento mágico, un ruido ensordecedor iba acompañando a la muerte.

El trauma producido por la conquista, equivalente al de una violación, causó trastornos severos en el inconsciente colectivo de los indígenas y por lo tanto de los mestizos.  Es la fecha y todavía no se ha podido superar totalmente los efectos del daño causado y solamente se pudieron menguar, gracias a que en sus manifestaciones culturales la nueva raza introdujo la deformación de algunos de estos elementos.  Así vemos las máscaras que tratan de imitar los rostros europeos, los bailes que mezclaron las danzas de los conquistadores con las autóctonas indígenas, aún la religión debió pasar por un proceso de adaptación para llegar a mezclarse en un nuevo panteón, al igual que la gastronomía y no se diga del lenguaje que fue manipulado al antojo de los nuevos parlantes.  En cuanto a la pólvora, aprendieron a dejar de temerla, a dominarla y a introducirla como elemento sine qua non, de las festividades tanto religiosas como comunitarias.

En la actualidad, la raza de bronce todavía trata de comprender la magia que representa el estallido que produce la pólvora y la continua utilizando en todas sus festividades, especialmente las religiosas en donde la creencia popular ha determinado que una divinidad no puede aceptar la adoración o veneración de parte de los mortales, si no está acompañada por quema en profusión de diversos artilugios basados en la pólvora y como pareciera que ocurrió una tremenda falla en la comunicación entre el panteón y la tierra, ninguno de ellos ha podido negar o refutar esa creencia, así que pareciera que se convirtió en un dogma de fe el requerimiento inminente de parte de la Iglesia Triunfante de la pólvora como elemento indispensable para su bienestar.

De esta manera observamos que uno de los países más pobres de Latinoamérica se da el lujo de, literalmente, quemar el equivalente a un millón de dólares anualmente y es precisamente en este mes de diciembre cuando ocurre la mayor parte de este dispendio, durante la celebración de la Purísima y demás fiestas decembrinas.  Cuando observábamos aquel socorrido cliché del cine de hace muchos años, en donde algún nuevo rico se daba el lujo de encender un puro con un billete de cien dólares, nos quedábamos atónitos ante semejante extravagancia, sin percatarnos que algún día, muchos conciudadanos podrían quemar mucho más de cien dólares durante todo el mes de diciembre.

Si sumamos a este dispendio sin sentido, los peligros que encierra esta práctica, encontraríamos más razón a la necesidad de finalizarla.  En primer lugar está el riesgo de que alguna persona sufra quemaduras por algún accidente en la manipulación de la pólvora, en especial los menores de edad.  Afortunadamente este año la cifra descendió sensiblemente, aún así, creo en lo particular que dos niños quemados es siempre demasiado.  De la misma forma, debemos considerar los daños al ambiente derivados de toda la combustión que se origina, especialmente cuando son quemas masivas en determinado lapso, como lo que ocurre cada seis horas en las principales fiestas, debiendo agregarse el ruido que afecta sensiblemente a quienes tienen la desventura de estar cerca de estos estallidos.

Podría entonces ayudar en este sentido, una bula papal que afirme a nivel de dogma de fe que ni el Señor, ni la virgen, ni los ángeles ni los santos necesitan de la pólvora para volver a nosotros sus ojos misericordiosos.  En cuanto al inconsciente colectivo sería tal vez un buen coadyuvante la práctica, menos dañina, que se está poniendo de moda y que consiste en exageradas manifestaciones, enarbolando por todas las calles la bandera de un club de fútbol español, cada vez que hay un “clásico”.

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Entre chicha y chicha

Había conocido a Auxiliadora en la UNAN, cursaba ella años superiores y era una mujer de muchos recursos.  Cuando estuve en México en los años ochenta, un día, de casualidad me la encontré en Gobernación  y de ahí en adelante llevamos una relación bastante cercana.  Ella se había visto involucrada de manera un tanto indirecta en la insurrección y había tenido que asilarse en ese país y ahí se quedó.  Gracias a su capacidad, impresionante audacia y tremenda fortuna, logró conseguir buenos puestos.

Trabajaba ella en aquel entonces enla Procuraduría Federaldel Consumidor y en una céntrica oficina tenía su despacho, en donde se atendía al público que interponía denuncias por abusos de las empresas.  Era un local amplio sin divisiones y ahí se encontraban pares y subalternos de ella, además del público que tramitaba sus casos.  Aquel día era el cumpleaños de Auxiliadora y de pronto en el local irrumpió un paisano, que como todos solía hablar en voz alta, así que desde el otro extremo del salón le gritó: -¡Ideay Chiló, sacate la chicha!

De pronto el barullo que se extendía por toda la oficina se calló completamente y un denso silencio quedó reinando en la estancia.  Como en un partido de tenis, todos, casi sin excepción, volvían a ver tanto al individuo que había entrado, como a Auxiliadora.  El motivo de la consternación es que en México, especialmente en el Distrito Federal, el vocablo chicha sólo se refiere a la mama, pecho o seno femenino, así que cuando se dice que alguien se saca la chicha, quiere decir que la mujer se apresta a amamantar a su bebé o bien que una stripper o encueratriz, está realizando su acto.  Los ahí presentes no salían de su asombro, algunos reían disimuladamente y no faltó alguno que entre dientes exclamara: -Que la saque, que la saque.

Auxiliadora pasó en cuestión de segundos de un rojo carmesí a un morado subido para pasar luego a un blanco pálido.  No obstante, echando mano de su extrema sagacidad logró rápidamente recobrar su color y sacar del fondo de su ser una sonrisa, para exclamar a continuación:  -Ay, este Manuelito, siempre tan ocurrente.  Al acercarse Manuelito y lanzarle un abrazo que parecía de luchador sumo, le soltó un: Japi berdi tuyú.  Todavía sonriendo Auxiliadora le respondió: Gracias, Manuelito.  Porque eso sí, ella nunca perdía su ecuanimidad.

Después, al momento en que sus amigos de la oficina llevaron un pastel de Sanborns para homenajearla por su cumpleaños, Auxiliadora aprovechó para aclarar algunas cosas.  Muy astutamente les pidió perdón por el ex abrupto de su amigo, pero había que dejar muy claro que en Nicaragua, al igual que muchos países latinoamericanos, la principal acepción de chicha era una bebida que resulta de la fermentación del maíz y que en muchos países, los principales eventos de la vida social se celebran bebiendo chicha, por lo que Manuelito, inocente de la mala interpretación que pudiese ocurrir, había realizado esa exclamación.  Les anticipó que en breve les invitaría a una reunión en su casa en donde les ofrecería de beber una deliciosa chicha de maíz.  Entre broma y broma, los compañeros de trabajo quedaron más tranquilos con la explicación y esperaron ansiosos la fecha de la invitación de Auxiliadora.

Como Auxiliadora era mujer de palabra, se preparó para la degustación de chicha que había prometido y uno por uno fue consiguiendo los ingredientes.  En primer lugar buscó en un mercado por la calle de Medellín un maíz blanco, lo más parecido al que se utiliza en Nicaragua, piloncillo, que es el dulce de rapadura, vainilla de Papantla, espíritu de frambuesa.  Se llevó toda una semana en preparar la chicha, pues trabajaba en ella por las noches, cuando llegaba del trabajo, primero lavando bien el maíz y dejándolo en remojo todo un día, luego volviéndolo a lavar y moliéndolo en una máquina parecida a las de moler carne, pero más grande, que una vecina le prestó y que le permitió darle el tamaño adecuado a la molienda.  Otra noche, le quitó toda la cascarilla que quedaba y luego la puso a cocer. En la madrugada siguiente, cuando se enfrió el maíz, le agregó el dulce y agua y lo dejó todo el día.  Por la noche, amasó de nuevo la mezcla y le agregó más agua, más dulce y le puso la vainilla y la frambuesa.  Luego le añadió un colorante Mc Cormick hasta que la mezcla alcanzó su rosado peculiar y la guardó en una olla de barro hasta el sábado.

Para acompañar a la chicha Auxiliadora preparó un vigorón, habiendo conseguido en el mismo mercado de Medellín una yuca bastante decente, sin embargo, fue imposible conseguir el chicharrón tal como se come en Nicaragua, pues el que se expende en el Distrito Federal se le quita toda la carne con el fin de que quede más crujiente y suave.  Pero como decía don Miguel Hidalgo:  Algo es algo.   La ensalada callejera no podía faltar y ahí sí consiguió todos los ingredientes: repollo, tomate, chiles congos y vinagre.

El sábado por la noche fuimos invitados al igual que algunos selectos miembros de la colonia nicaragüense en el D.F. a una degustación de chicha y vigorón en casa de Auxiliadora.  Ahí nos encontramos con los amigos de trabajo de Auxiliadora que sentían curiosidad por conocer la chicha de Auxiliadora.   Después de exclamar un sonoro charaaaaaaaaaaaaaan, Auxiliadora salió con una bandeja con vasos de chicha de maíz rebosante entre generosas cantidades de hielo.  Los primeros en realizar la degustación fueron los amigos de oficina, quienes al probarla pusieron una cara de: ¡Ay güey!   Creo que aquí es prudente hablar de lo que se conoce como gusto adquirido, que se refiere a la apreciación de un alimento o bebida y que concluye que para poder sentir agrado es necesario tener una exposición prolongada a los aromas, sabores, texturas hasta convertirse en algo familiar.   Para establecer un símil se podría citar algo equivalente y es el tepache, que no es otra cosa que una chicha preparada con la cáscara de la piña.  En México es una bebida muy popular, sin embargo, los nicaragüenses que la probaban por primera vez no podían hacer otra cosa que arrugar la cara.  Mi madre la llegaba a preparar cuando vivíamos en San Marcos, pero nunca me hizo gracia, sin embargo, en México poco a poco fui encontrándole el sabor, hasta llegar a apetecer un vaso de tepache frío que servían de un tonel de madera en un mercado ambulante que se ponía los domingos en la Colonia Doctores.

Un poco retrasado llegó Manuelito, quien muy quitado de la pena saludó a todos los presentes y en forma muy especial a los compañeros de trabajo de Auxiliadora y al verlos que degustaban el delicioso vaso de chicha les dijo: – Se pueden comer hasta el chingaste.  Auxiliadora con su eterna sonrisa se llevó a Manuelito, todavía sin saber qué pasaba y le dijo: – Ay Manuelito ya la idem otra vez.

Luego Auxiliadora nos sirvió un vaso a nosotros y al momento de probar aquella bebida, se me vino a la mente aquellos días de la niñez en donde en todo rezo era obligado un vaso de chicha. A pesar de que la chicha que preparó Auxiliadora tenía un fermento mayor al que regularmente se acostumbra en Nicaragua, el sabor que predominaba hacía evocar aquellos días en que a punto de probar la chicha, se llegaba a aceptarla.   Me vino a la mente también aquella respuesta a: -¿Quién causa tanta alegría?  ¡La chicha y la cajetilla!, pues era de rigor en muchas purísimas el ofrecer en el brindis un vaso de chicha de maíz.  Así pues aquel sábado muchos recordamos tiempos fabulosos saboreando un vaso de chicha y una aproximación al vigorón.

Al igual que en muchos países de Latinoamérica, en Nicaragua la chicha de maíz era la bebida por excelencia, inicialmente con un carácter ritual y posteriormente como parte de toda celebración que se realizaba en las comunidades.  La supremacía de la bebida se mantuvo hasta el siglo XX, cuando la aparición de las bebidas carbonatadas irrumpió en la vida nacional y prácticamente se adueñó de los gustos y preferencias de muchos consumidores.  Todavía a mediados del siglo XX se acostumbraba a tomarla regularmente e incluso había locales exclusivos en donde se expendía la chicha de maíz, acompañada de un suculento vigorón, como en la legendaria Chichería París en Granada.

En la actualidad el consumo de chicha de maíz se ha reducido significativamente.  Se mantiene el consumo en lugares como mercados, sitios de carácter turístico como en los expendios de vigorón, o bien en ciudades como Diriomo cuyo atractivo es la famosa chicha bruja o calavera de gato, cuya fermentación le otorga un nivel alcohólico considerable o en algunas celebraciones religiosas en donde es de rigor, como la celebración de San Benito en León.  No obstante, en las purísimas ha descendido notablemente la chicha como parte de la gorra o brindis, sustituyéndose por un prosaico Hi-C.

Lo que sí ha inundado al territorio nacional es el color de la chicha, que muchos gustosamente han aceptado que les administren como si fueran supositorios y no les queda más que gozarla.  Pero aquí no hay más que retomar lo del gusto adquirido y tal vez aquella famosa máxima:  En gustos se rompen sacos.

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