Entierro de pobre, ya sabes amigo,
no quiero que vengan, los otros conmigo.
Azarías H. Pallais.
Uno de los rituales más enraizados en el ser humano desde tiempos inmemoriales es sin duda alguna el funerario. Todos los sentimientos en torno a la muerte, desde sorpresa, negación, ira, llanto, tristeza, de acuerdo a cada cultura fueron transformándose en ritos que acompañaban a ese ineludible acontecimiento.
De mi infancia viene a mi memoria aquel grito desgarrador que llegaba a romper la paz que respiraba el pueblo y que anunciaba que alguien había pasado a mejor vida. Su deudo más cercano, invariablemente una mujer, debía de anunciar el deceso con gritos desconsolados y los vecinos debían hacerse presentes para unirse al duelo, haciendo preguntas perogrullescas, ofreciendo el apoyo en todos los sentidos y de manera un tanto informal se organizaba un comité que se encargaría del acto central del rito que era la vela, el momento indicado para recibir las muestras de condolencia. Con el tiempo entró en escena la “barata”, perifoneo para los elegantes, que anunciaba a los cuatro vientos los detalles del deceso y la invitación de la familia doliente para los actos funerarios, con el horario y la respectiva dirección. En horas de la tarde, los empleados de la funeraria llegaban con el ataúd, colocaban al finado vestido para la ocasión y aprovechaban para aplicar una pasada final con barniz para que el féretro luciera impecable sobre su catafalco, también de madera. Se colocaba una cortina de color negro o blanco, de acuerdo al gusto de los dolientes, detrás del féretro, con una cruz y cuatro cirios, que luego fueron sustituidos por luminarias.
En la cocina de la casa se observaba un enorme perol en el que hervía agua para el café que se repartiría en la vela. Algún acomedido insistía en que no debía escatimarse el gasto en guaro, tan necesario para disolver las penas por aquella irreparable pérdida. Muchos de estos gastos salían del peculio de los deudos y en algunos casos, algunos vecinos contribuían con cigarrillos, pan dulce. Las amistades de recursos holgados, entregaban una cooperación en efectivo con la mayor discreción posible. Otros un tanto más previsores, compraban unos cuatro mazos de naipes, porque en aquellos tiempos había que velar al muerto por toda la noche y el mayor contingente abandonaba el local con las primeras luces de la mañana y el juego hacía más llevadero aquel desvelo. En ciertos casos cuando debía esperarse a algún familiar por encontrarse lejos del pueblo, se preparaba al finado para velarlo por dos noches seguidas. Alguien cercano se hacía cargo de conseguir una botella de las grandes de Agua de Florida, de Lanman & Kemp, que se utilizaba para reanimar a todos los deudos, féminas generalmente, que en los momentos más álgidos del evento, se “atacaban” como se decía antes, es decir, sufrían un ataque de nervios que las hacía, en el peor de los casos, caer de un solo platanazo. Así pues el recinto en donde se velaba al finado tenía un aroma mezcla del barniz del ataúd con las naranjas dulces, lavanda y clavo de olor del Agua de Florida que recibían en profusión las atacadas.
Ya en mis tiempos no se acostumbraban las plañideras, quienes por una módica suma, lloraban durante toda la vela y por unos centavos más, hasta se atacaban. La vela se calificaba en el pueblo de acuerdo a la cantidad y calidad del café, guaro y comida que se ofrecía, así como el tamaño del contingente que amanecía. En algunos casos se calificaba también lo gracioso de los chistes que ahí se contaban, todo para mantener despiertos a los concurrentes.
Al día siguiente, se efectuaba el entierro, que en la mayoría de los casos incluía una misa de cuerpo presente, incluyendo dobles de campana para la ocasión. Luego el cortejo fúnebre en donde, ante lo inminente de la despedida, el llanto iba en crescendo. El féretro por lo general iba cargado por los deudos o amigos más cercanos. Al momento de cerrar la tumba no había ningún rito como tirar flores o un puño de tierra, simplemente más llanto o la finta de alguien de querer tirarse al fondo de la tumba, ante lo cual amigos muy alertas lo evitaban, sujetando firmemente a quien lo intentaba.
Con el tiempo, estos ritos fueron cambiando un poco, coexistiendo algunas nuevas con las costumbres de antaño. Todavía una gran proporción de las velas se llevan a cabo en las casas de habitación de la familia doliente y en algunos casos se sigue invitando a través de una “barata”. Otros más modernos lo hacen a través de las redes sociales. En una considerable proporción la familia doliente, por sus pistolas, cierra la calle de su domicilio e instala un par de toldos, ya sean institucionales o comerciales, de acuerdo a los conectes de la familia. Es muy extraño escuchar gritos de parte de los dolientes y salvo raras excepciones hay personas atacadas y en esos casos una alprazolan de 0.5 mg. resuelve más que el Agua de Florida. Siempre existe la solidaridad para el café, pan dulce y otros bocadillos que se ofrece a la concurrencia. Ya es muy raro que repartan guaro o licores y menos cartas para el juego, aunque se mantienen los chistes. En muchos casos, la vela no se extiende hasta el amanecer, sino que prudentemente a media noche se abre un impase hasta el entierro.
El entierro se realiza más o menos en los mismos términos que antes, tal vez es más usual el uso de la carroza fúnebre y una caravana de vehículos, por las distancias a recorrer. Siempre hay un servicio religioso previo y por lo general prevalece la ecuanimidad.
Cada vez es más usual la realización de las velas en alguna capilla de una empresa funeraria que ofrece, por alguna friolera, el ataúd, el alquiler del local y bocadillos, refrescos y café, limitados. Generalmente se establece un horario durante el cual se recibirá el duelo y se provee un libro de registro para los asistentes. En caso en que se sobrepase la cantidad de bocadillos y bebidas establecidos en el contrato, los adicionales los cobran a precios del Serendipity 3.
Todo esto se ha ido al traste con la llegada de la pandemia del COVID-19. En un arranque de estulticia, las autoridades nacionales se anticiparon a la llegada de la enfermedad con un protocolo, obviamente tomado de otro país y luego mediante una laboriosa labor de copy/paste, encima fueron cambiando las medidas por acciones opuestas. En donde decía restringir pusieron abrir, en donde decía permitir, pusieron prohibir y así por el estilo. Parecía que el encargado de esta preparación fue Bizarro. Lo que dejaron igual fue el riguroso protocolo para el manejo de los cadáveres de las víctimas del COVID-19. Las mismas, cuando al MINSA se le antojara declararlo así, se entregarían en ataúdes sellados (sin especificar quién pagaría por los mismos) y deberían enterrarlos de inmediato, con una asistencia máxima de cinco personas. Nada de velas.
El caso es que ahora, al igual que nadie quiere enfermarse por temor a asistir a una clínica u hospital en donde contagiarse es tan fácil como que le abran la cartera en una ruta, de la misma forma, nadie quiere morirse, aunque en estos tiempos es tentador, pues parte de ese protocolo se aplicaría, debido a que una enorme proporción de la población, que desde luego no se chupa el dedo, se ha auto impuesto una cuarentena. Así pues, en virtud que nadie sabe a ciencia cierta de qué falleció determinado ciudadano y muy pocos creen en las estadísticas del MINSA, para el resto, todo finado cae en la categoría de la pandemia, aunque hubiese sido de una tripa retorcida. Por otra parte, asistir a una vela en donde difícilmente se cumplirán las normas de alejamiento y quienes reparten el café y el pan dulce, no usan barbijos, está difícil, por muy apreciado que haya sido el finado. Muchos pedirán una vela por Zoom o algo parecido.
Así pues, ya el dilema no es : Ser o no ser, sino, Morir o no morir, pues es triste irse de este mundo alejado del afecto y aunque no se dieran los gritos desgarradores de antaño, sentir la cercanía de alguien con el dolor a flor de piel, atenúa esa sensación de perderse en el infinito.
De la misma forma en que después de la pandemia, quienes sobrevivan van a enfrentarse un mundo diferente, en donde el estilo de vida que prevalecía hasta 2019, va a quedar en el olvido y de la misma forma en que los saludos tan afectuosos de antes, al igual que las golondrinas que aprendieron nuestros nombres, no volverán, de la misma forma, el último adiós para un ser querido, será indudablemente muy diferente a todo lo que vivimos, o más bien morimos.