Tal vez ya no tenga la oportunidad de tomarme un espresso en el Caffé Florian de la Plaza de San Marcos en Venecia, recorrer el Museo Hermitage en Saint Petersburgo ni caminar por la Ciudad Prohibida en Beijing. Sin embargo, puedo decir y vanagloriarme de haber conocido la vieja Managua y puedo expresar, como muchos, que fue una experiencia inigualable. Con las suelas de mis zapatos resbalando en un asfalto que a veces parecía melcocha por el intenso calor, recorrí sus calles, de arriba a abajo y viceversa, e igualmente de la montaña al lago. Pude sentir el aroma que emanaba de sus entrañas temprano en la mañana, llegando el mediodía o bien al caer la noche. Lo interesante es que ese íntimo contacto con aquel pedacito de paraíso ocurrió en los años anteriores a que cayera destruida por la furia de la naturaleza. En mi memoria están fijas, de manera lúcida, vívidas postales de muchos rincones de la ciudad e invariablemente están ligadas a una determinada canción que escuché ahí por primera vez o bien que escuché muchas veces en ese sitio.
En ese tiempo me convertí en el asistente de mi padre, realizando labores de cobranza, gestiones diversas en bancos, tiendas y demás, sin embargo, el oficio más atractivo para mí era ser su conductor. Mi padre realizaba varias visitas a pacientes en su domicilio y yo lo llevaba y lo esperaba pacientemente, pues en algunos casos, además de sus dolencias, sus enfermos le contaban sus cuitas, de tal manera que la visita, terapia incluida, se prolongaba por más de una hora. La que batía todos las marcas de duración era la visita a Don Miguel G. Hernández, el Zar de las Roconolas, pues ahí nos llevábamos más de hora y media. La casa de don Miguel estaba ubicada en la intersección de la calle que venía desde El Hormiguero hacia el Ramírez Goyena, con la cuarta avenida sureste. Yo me estacionaba en la avenida, en la casa opuesta a la de don Miguel que era de unas tías del Dr. Gustavo Guerrero que fue Presidente del Banco Central y que colindaba al norte con la casa del Coronel Calderón de la FAN. Era una casa antigua que estaba rodeada de un gran jardín. Esta imagen está en mi mente ligada a la canción llamada Si las flores pudieran hablar en la voz de Nelson Ned. En mi prolongada espera me acompañaba el radio de la camioneta en donde escuchaba los éxitos que trasmitían las principales radiodifusoras de la capital.
Sería a finales de 1971 o comienzos de 1972 cuando ese tema del brasileño empezó a ocupar los principales lugares del hit parade local. La voz de aquel cantante era especial y le imprimía a sus canciones un sentimiento inigualable. El tema Si las flores pudieran hablar salió casi de manera simultánea con la versión de Los Ángeles Negros, cuando contaban con la voz de Germain Lafuente. A pesar de que la interpretación de Germain era un derroche de voz, algo tenía la versión de Nelson Ned que la otra no llegaba a superarla, pues mientras Germain cantaba con un culto a su propia voz, Nelson lo hacía con un alma, vida y corazón. En esa época no conocíamos mucho de la vida de los cantantes, es más, no sabíamos que Nelson Ned era el compositor de la mayoría de sus canciones, ni mucho menos de su condición física. Fue mucho tiempo después cuando comprendimos la dimensión de su sobrenombre “El pequeño gigante de la canción”, que entendimos de dónde venía aquella voz tan potente.
Pues bien, fueron muchas las veces que escuché aquella interpretación del brasileño teniendo como fondo el jardín de la casa esquinera y reflexionando sobre el enorme romanticismo que representaba robarse las flores de un jardín para llevarlas a la persona amada. Nunca me atreví a meterme furtivamente a la propiedad para sustraer algunas rosas, pero la canción se quedó clavada en mi memoria para siempre y cada vez que la escucho me transporto a la casita aquella y su jardín en donde más paciente que sus enfermos, esperaba a mi padre.
Para esa misma época salió, también simultáneamente con una versión de Los Ángeles Negros, Déjame si estoy llorando, tremendamente triste y que una vez más hizo que el dramatismo que le imprimía Nelson dejaba siempre atrás a la impresionante de voz de Germain.
Si mal no recuerdo, el gran éxito del brasileño Todo pasará, que le valió el primer lugar en un festival en Argentina en 1968, nos llegó primero en la voz de Matt Monro, quien logró un gran éxito con el tema en un álbum de éxitos en español, así como su versión en inglés All of a sudden. Monro era un prestigiado cantante inglés que lo conocimos cuando interpretó el tema del film de James Bond From Russia with love; no obstante, a pesar de la calidad de Monro, la interpretación de parte de su autor era inigualable y aunque nos llegó mucho más tarde, fue su versión la se quedó grabada en nuestras mentes.
Así pues, esos últimos meses de la vieja Managua estuvieron llenos con la música de un joven que le imprimía una pasión extraordinaria a sus interpretaciones, como una forma de llevar a su corazón mucho más alto que el metro con doce centímetros de su estatura y estoy seguro que muchos amigos sexagenarios y sus alrededores, al escuchar su música invariablemente se transportarán a aquella Managua, la bella.
Cuando ya en 1974 nos estábamos recuperando del shock en que nos dejó el sismo, una nueva canción de Nelson Ned nos hizo recordar la profundidad de estas interpretaciones. Tradicionalmente en la cultura nicaragüense, el rompimiento amoroso significaba una aniquilación completa de sentimientos y cualquiera de los dos fingía no conocer a su ex pareja en caso de encontrársela de nuevo, en el mejor de los casos y llegar en el otro extremo a expresar odio o desamor. No obstante, con su interpretación Happy Birthday, my Darling, en donde el pequeño gigante presumía de una buena pronunciación del inglés, nos enseñaba que era posible mantener un sentimiento noble hacia la ex pareja. Aunque muchos no llegaron a asimilar esta actitud, la canción se convirtió en un verdadero éxito. Fue la interpretación de este tema lo que le valió un nutrido aplauso cuando en ese año se presentó en el emblemático Carnegie Hall de Nueva York. Por ese tiempo apareció una de las canciones románticas más sentimentales del brasileño y tal vez de toda esa década. Era un tema que inexorablemente conducía al deseo de tomar a la mujer de los sueños entre los brazos y bailar teniendo como fondo ¿Quién eres tú?
A finales de los setenta Nelson Ned aprovechando el sentimiento en sus interpretaciones nos envió una serie de éxitos románticos que no eran de su autoría. La canción que causó sensación fue indudablemente la ranchera de Roberto Cantoral, El preso número nueve, que en estos dorados tiempos causaría escozor en muchas organizaciones no gubernamentales. Este último tema superó incluso la sentida interpretación de Ned del clásico de María Grever, Júrame. Aunque dicen que en gustos se rompen géneros y en petates me da la impresión que otras cosas, en lo particular prefiero, entre esos ajenos, el tema del argentino Oscar Kinleiner: Una aventura más.
A mediados de los ochenta Nelson nos volvió a impresionar con un tema que tenía un ritmo pegajoso, a pesar de lo dramático de la letra: Todavía duele, demostrándonos que todavía las podía.
Después de ese éxito, el brasileño cambió su producción musical para ser el protagonista de la naciente industria del “periodismo” de espectáculos que se dio gusto resaltando los excesos del cantautor, aunque para quienes disfrutamos de sus canciones lo importante fue aquel sentimiento que inspiraba con su voz, de la misma manera que cuando lo escuchábamos no le poníamos cuidado a su estatura.
El pasado 5 de enero se propagó la noticia de que Nelson Ned había fallecido víctima de una neumonía a la edad de 66 años. Los believers y demás ni siquiera llegaron a saber de quién se trataba, sin embargo, los sexagenerios deploraron la noticia y obviamente pensaron que todavía estaba entero. Otros reflexionaron más filosóficamente que al igual que su éxito, todo pasa, todo pasará y nada queda nada quedará, aunque pensándolo bien, algunas cosas pasan y otras quedan para siempre, como sucedió con la vieja Managua. Tal vez ahora se distinga por ser un bosque metálico en donde flotan eslóganes al por mayor, sin embargo, gracias a la memoria de muchos, todavía vive aquella ciudad que tenía alma (sin mayúsculas) y más de alguno cuando escuche Si las flores pudieran hablar, venga a su recuerdo algún jardín de su querido barrio que provocó la tentación de robarle una rosa.