Archivo mensual: May 2018

Entre serviles te veas

 

En una piscina ubicada en un lugar, de cuyo nombre los protagonistas de la historia no quieren acordarse, el Presidente de la República se encuentra disfrutando de un baño, acompañado de un nutrido grupo de su gabinete.  El ambiente es extremadamente relajado, pues reciben la frescura del agua que mitiga el sofocante calor producido por los rayos del sol, que pesadamente caen sin misericordia.  Finos licores y deliciosos bocadillos son servidos a discreción por solícitos meseros.  A una distancia prudente, los guardaespaldas conversan animadamente.

 

Las pláticas iniciales, que giraron en torno a problemas puntuales de trascendencia para el Estado, concluyeron y dieron paso a un ameno cotilleo de lo más intrascendente.  Las ejecutivas y sonoras risas llenan el ambiente y todo transcurre apaciblemente, cuando el señor Presidente siente la inminente necesidad de expulsar un gas.  No le pasan por la mente, ni de manera remota, las leyes de Murphy.  Inocentemente cree que el agua de la piscina amortiguará cualquier ruido y/o aroma que pueda resultar.  Agita las manos en el agua para disimular cualquier burbuja delatora y con el ímpetu de un center fielder, lanzando hacia el home plate, lo suelta con todas sus fuerzas.  Es ya demasiado tarde cuando se da cuenta que el destino y un medicamento que está tomando para bajar de peso, le juegan una mala pasada.  El fármaco en cuestión evita la absorción de las grasas y las elimina directamente en las heces.  De esta forma, el inocente flato se ve acompañado de un líquido grasoso de color sepia, de tal manera que como un calamar en “modo evasión”, suelta una oscura estela que comienza a crecer en el área posterior del excelentísimo, quien en medio de su espontaneidad exclama: -¡Ay, me cagué!

 

Quien advierte primero la situación es la Primera Dama, quien está a punto de lanzar un grito de terror, pero su marido le clava los ojos y la agarra fuertemente de la muñeca, mientras siente que se encuentra entre la espada y la pared, pues una graciosa huida lo pondría en el más grande de los ridículos, algo fatal para su imagen de mandatario y por otra parte, el obligar a todo el  mundo a quedarse a su lado requiere de una inmensa dosis de lealtad, por no decir servilismo de parte de su equipo y no tiene la plena seguridad de ello.  Al final decide quedarse inmóvil.

 

Uno a uno los miembros del gabinete se van dando cuenta de la situación y se quedan petrificados mientras elucubran cómo proceder.  Uno de ellos, piensa que si un miembro del servicio secreto norteamericano está dispuesto a recibir una bala por su presidente, por qué él no puede recibir algo menos letal por su jefe.  Otro ministro, con el estómago revuelto piensa que abandonar el lugar equivale a una renuncia irrevocable y se imagina la crueldad del desempleo y decide permanecer inmóvil.  Otro miembro del equipo mantiene la esperanza que uno de sus colegas emprenda un escape para inmediatamente seguirlo, pero nadie lo hace y por lo tanto concluye que lo más prudente es permanecer en posición de firmes. Uno de ellos, servil a toda prueba, sólo lamenta no haber estado a la par de su jefe para echarse él la culpa y librarlo de semejante desaguisado.  Otro, disimuladamente mueve una pierna hacia adelante una y otra vez, con la esperanza que aquella estela que se está esparciendo por toda el área, pueda contenerse antes de llegar a su persona.

 

De pronto, un edecán se acerca al Presidente con una tarjetita que le entrega con un gesto de urgencia.  El mandatario la lee e inmediatamente, no se sabe si como un pretexto, sale de la piscina con la ayuda de dos guardaespaldas, toma un teléfono celular y como sin querer queriendo hace mutis por el foro, momento que aprovecha la primera dama para salir de aquella inmundicia, siguiéndola inmediatamente los miembros del gabinete que cual sapos saltan fuera de la piscina e inmediatamente se dirigen a las duchas para purificarse.   Una vez vestidos, dejan pasar un tiempo prudente y como el presidente no da señales de vida, se miran entre ellos y sin mediar palabra deciden desfilar hacia sus camionetonas y emprenden la retirada.  En aquellos tiempos no se aplicaba la ley Omertà, así que muy a sotto voce se fue filtrando la noticia, que ahora parece ser del dominio público.

 

Este podría ser el episodio más sonado relacionado con el servilismo en la historia reciente de Nicaragua, al menos de los que se conocen, pues cabe agregar que en los últimos cien años pareciera que este vicio se ha ido enquistando en el espíritu de nuestros conciudadanos.

 

Lo cierto es que el servilismo es tan antiguo como la humanidad y en su aspecto básico es la adhesión a la autoridad de manera ciega y baja.  Sin pretender ingresar en profundas consideraciones sociológicas, podría decirse que el ejercicio del poder, que de manera secular se ejerció de forma absoluta, principalmente desde monarquías, demandaba la obediencia ciega, en donde la dignidad personal no tenía ningún valor.  Las religiones por su parte, abonaron en este sentido al establecer en su mayoría una relación de extremo sometimiento entre creadores y criaturas.  Así pues, el servilismo ha sido una constante en la historia de la humanidad y se encuentra plenamente consignada en la literatura universal.

 

Lo importante en nuestro caso, son los rangos en que se mueve el servilismo, desde el simple respeto a la autoridad, hasta la adhesión y sometimiento a la misma, en los diferentes grados que comprende: la adhesión con cierto espíritu crítico, la forzada, la ciega, la ciega y baja, la ciega, baja y aduladora y la ciega, baja, aduladora y delatora de los detractores, dando como resultado esta última a los conocidos sapos.

 

En muchas ocasiones quien ha detentado el poder promueve por diversos medios el asentamiento del servilismo en su ámbito, como fue el caso de Anastasio Somoza García con su famosa ley de las tres “p”,  plata para los amigos, plomo para los enemigos y palo para los indiferentes, orillando de esta manera a todo mundo a una adhesión ciega y baja.  Se cuentan muchas anécdotas al respecto, que a veces parecieran inverosímiles, pero algunos testigos juraron que en realidad sucedieron, como fue la designación de dos importantes cargos gubernamentales, uno de ellos si mal no recuerdo, la embajada en Francia, ganados al aceptar los aspirantes desafíos como montar un toro o sostener en su cabeza una fruta, para que a manera de Guillermo Tell, el presidente practicara su puntería con un revolver.    A través de su propio diario, Novedades, muchos serviles utilizaron su pluma para deshacerse en exagerados elogios  hacia el mandatario y su familia.

 

En un artículo muy bien logrado de Federico Michell Zavala, hace alusión a una anécdota del genial periodista y humorista Gustavo Rivas Novoa, conocido como G.R.N. que le fue confiada por don Octavio Caldera Noguera.  Relata Michel Zavala que le contaba don Octavio que en cierta ocasión coincidieron en un bar de la vieja Managua, Anastasio Somoza García, acompañado por un grupo de adláteres, con don Gustavo Rivas Novoa quien departía con algunos colegas, cuando en cierto momento se levantó el humorista y a todo pulmón gritó: “Serviles”.  De repente en el bar reinó un silencio sepulcral y hasta Somoza se quedó a la expectativa.  Los segundos transcurrieron como si fueran horas, cuando don Gustavo ahora dirigiéndose a uno de los meseros le gritó: “Serviles a todos otro trago, que la próxima ronda la invito yo”.

 

Por su parte, Somoza Debayle continuó cultivando el servilismo entre sus adeptos, tal vez haciendo un poco a un lado la ley de las tres “p” de su padre y aplicándola selectivamente.  A medida que se iba aferrando al poder, la cantidad  de serviles iba creciendo de manera exponencial y las manifestaciones de ellos podrían llenar un tratado completo.  Los extremos han pasado a la historia, como el caso de un servil, según recuerdo del lado del norte del país, propuso de la manera más tranquila que se cambiara la Constitución para proclamar a Somoza Debayle, Rey de Nicaragua.  De la misma forma un afamado periodista se lució con aquella frase: “Para que Nicaragua pueda progresar, un Somoza en el poder debe de estar”.   Si en algún momento el Titular del Ejecutivo tuvo la tentación de retirarse y dejar el poder, un grupo de serviles empezó a corear: ¡No te vas,  te quedás. Viva Coyoles!

 

Para la revolución del 79 pudo observarse una interesante metamorfosis de los serviles, que después de declararse incondicionales de El Hombre, al ruido de los caites, se disfrazaron de verde olivo y gritaron al unísono: ¡Dirección Nacional Ordene!  Esa década fue el perfecto escenario para observar todo el rango que mostraba la adhesión ciega y baja.  Los delatores sentían que su misión era un compromiso ineludible para con la revolución y el servilismo florecía como en cascada.  Un  magnífico ejemplo fue aquella desquiciada consigna: ¡El que no brinca es contra! una posición que dejaba al ciudadano entre la espada y la pared, con dos alternativas, ser contra o ser sapo.

 

Después del triunfo de Violeta Chamorro, muchos de los incondicionales se organizaron para “gobernar desde abajo” mediante los métodos que siempre les han caracterizado; sin embargo una mayoría se mimetizó y sobrevivieron flexibilizando su pescuezo.  Posteriormente, el liberalismo, se convirtió en un terreno fértil para el servilismo, que se dio a todos los niveles.  Recuerdo muy bien, un evento que presidiría una delegada ministerial.  Al llegar el turno para que la citada delegada interviniera, el maestro de ceremonias la anunció como la lindísima, preparadísima y cultísima, Licenciada Fulanita de Tal.  Cabe aclarar que la licenciada en cuestión, era un tropezón en ayunas, tenía un título medio dudoso y creía que el Fénix de los Ingenios era Firuliche.

 

De esta forma, el servilismo podría decirse ha sido una constante en el último siglo en este país, con todos los malabarismos que pueden concebirse, observándose una considerable cantidad de individuos que haciendo gala de esta innata cualidad, como gatos, siempre caen parados.  No obstante, lo interesante en este caso, al igual que en el lobo de San Francisco, son los motivos.  Muchos serviles lo traen en el ADN y su condición natural es tener el pescuezo flexible a más no poder y por lo tanto, lo hacen por innata vocación.  Sin embargo, hay quienes lo hacen obligados por las circunstancias y en este sentido, el ejemplo más claro es el de aquel magistrado que con una alta dosis de candidez declaró: “Es que la calle está dura”.

 

En un país con una enorme tasa de desempleo, es fácil tener al ciudadano agarrado del estómago.  También hay que considerar que el sistema puede contar con todos los elementos para reducir la dignidad de cualquiera.  Una de las películas que más me han impactado fue 1984, basada en la obra de George Orwell.  La miré a finales de los años cincuenta y recuerdo la lucha del protagonista en contra del poder omnipresente del Hermano Mayor, sin embargo, el sistema prácticamente lo aplasta y al final del film, sale a la calle gritando con vehemencia: ¡Viva el Hermano Mayor! Durante la última década se ha observado una mezcolanza de todo lo vivido anteriormente, nada es nuevo, todo parece un Déjà vu.

 

Mientras tanto, en Managua que a veces pareciera un universo paralelo, voy de prisa por una de sus calles.  A medida que el automóvil se va acercando a la rotonda, el tráfico se va volviendo más espeso; un poco más cerca, mi amigo que viaja a mi lado exclama: -Lo que nos faltaba, un plantón.  Cuando al fin estamos a unos metros del lugar, las banderas que se agitan al viento despejan cualquier duda.  Mi amigo hace un gesto de extremo desagrado y exclama: -¡Serviles!  –No creo, le digo, mientras entramos a la rotonda y agrego –Voy a dar un par de vueltas y me gustaría que observaras los rostros de estos ciudadanos.  En muchos de ellos se puede adivinar un tedio terrible, es más, algunos al sentirse observados mientras fingen “orar”, no pueden ocultar cierta vergüenza, tal vez algunos cuantos muestran cierta resignación y quizá un par de dadores a creer fingen que la están gozando.  Estos son empleados públicos que fueron “invitados” a asistir bajo la velada amenaza de correrlos si no se identifican con los ideales del pueblo presidente.  De esta manera, esas rotondas hacen recordar a la piscina aquella, en donde el mayor anhelo de los ahí metidos era salir de aquella inmundicia.

 

Fuera de la rotonda, un individuo ubicado cerca de una camioneta pick up tuneada, habla por un I-phone.  El tipo está mejor vestido que los asistentes al plantón, lleva una esclava de oro en la muñeca, reloj de lujo, anteojos oscuros de diseñador. Por los gestos que hace y las continuas inclinaciones de cabeza que realiza mientras habla se nota que está reportando a un  superior.  A su alrededor, tres asistentes, huelepedos,  como se les conoce en el lenguaje popular, esperan atentos por instrucciones.  Entonces le digo a mi amigo -Ahí está el rostro del servilismo.  –Ecce bufonidae.  Y así será hasta el final de los tiempos.  Dijo José Martí: No hay espectáculo en verdad más odioso, que el de los talentos serviles.  Pero lo peor, es que aquí el talento parece brillar por su ausencia.

 

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