Archivo mensual: enero 2011

El curandero del Cerro de la Cruz

Durante la conquista de América, uno de los propósitos fundamentales planteados por la Corona, fue arrancar cualquier vestigio de la cultura indígena, en especial su religión y de esta forma, a sangre y a fuego, se sustituyó al panteón indígena por un dios invisible y único, pero que con su corte celestial alcanzaba para reemplazar toda la pléyade de deidades de nuestros antepasados.  Sobre las ruinas de los templos indígenas se levantaron los nuevos templos católicos y lo que no se logró terminar de arrancar durante la conquista, la Santa Inquisición se ocupó de hacerlo.

No obstante lo anterior, algunas manifestaciones propias de los indígenas no pudieron ser erradicadas por completo y se mantuvieron, un tanto encubiertas, dentro de la vida de los entonces cristianos conversos.  Uno de estos aspectos, estaba relacionado con la medicina.  Ante el casi imposible acceso de la población a los exiguos servicios de salud que podían ofrecer los conquistadores, se mantuvo la tradicional práctica médica de los nativos, caracterizada por el uso de una mezcla del herbolario con prácticas mágicas a través de chamanes o curanderos.

Esta práctica de curación se ha mantenido hasta nuestros días y es sorprendente la cantidad de personas de diferentes estratos sociales que recurren a la atención de parte de curanderos.

El episodio más célebre de los últimos tiempos relacionado con la actuación de un curandero ocurrió a inicios de la década de los setenta en el departamento de Jinotega, específicamente en el lugar conocido como Cerro de la Cruz o bien Peña de la Cruz, muy cerca de Jinotega, la ciudad de las brumas.  Fue una verdadera paradoja que el hecho ocurriera en este lugar, en donde se dice que en el año 1705 el fraile franciscano español, Antonio Margil de Jesús, mandó a instalar una cruz en la cima de ese cerro, con el fin de alejar a los espíritus de los ancestros que según los lugareños, habitaban en ese lugar.  Además, predijo que con la instalación de la santa cruz, el cerro iba a empezar a crecer hasta llegar hasta el cielo.

En las cercanías de ese cerro, alrededor de 1970 cobró fama el curandero llamado Bernardo Gadea Chavarría, mejor conocido como Nando, quien con el tiempo se convertiría en una verdadera leyenda.  Cuentan que en su juventud, Bernardo llevó una vida licenciosa, al igual que todos sus coterráneos, sin embargo, ya en su madurez a finales de los años sesenta, al ser afectado por una dolencia en la piel, se dedicó a rescatar las propiedades del herbolario tradicional de la región, habiéndose retirado como un asceta y convirtiéndose con el tiempo en un curandero muy acertado.

Poco a poco la fama de Nando se fue difundiendo por todo el territorio nacional y el Cerro de la Cruz se convirtió en un verdadero santuario de peregrinación en donde gentes de todos los lugares, incluyendo El Salvador y Costa Rica, acudían a ese lugar en busca de alivio a sus dolencias.  Los pacientes, que en este caso le hacían honor a su nombre, tenían que subir una empinada cuesta hasta el cerro y hacer filas que con el tiempo se hacían kilométricas, con el fin de obtener la cura de parte de Nando, que de acuerdo a cada padecimiento buscaba algunas hierbas o cáscaras y se las daba al enfermo, quien recibía además escupitajos y una larga jerigonza de parte del curandero y que según muchos llevaba milagrosamente al alivio de sus males.

Nando no cobraba ningún emolumento por sus servicios, sin embargo, los pacientes agradecidos le dejaban una ofrenda en metálico de acuerdo a sus posibilidades.  El curandero no le prestaba atención a lo anterior y se concentraba únicamente en el padecimiento de cada paciente, mientras lo envolvía de una nube de humo que salía de sus pulmones, producto de un puro chilcagre que manejaba con singular maestría y que hubiera sido la envidia de Clint Eastwood.

En las largas filas de pacientes podía observarse desde gente humilde de los alrededores, hasta encopetadas damas del centro y según se cuenta, en una ocasión aterrizó ahí un helicóptero que llevaba a la esposa de un alto tiliche del gobierno, según algunos de un militar, que le compró el turno al primero de la fila en una buena suma de dinero y pasó a consulta con Nando.

Por mucho tiempo, Nando fue el centro de atención para todos aquellos que hablaban del tema de salud, enfermedades y curas.   Fue en septiembre de 1998 a la edad de 102 años, que Bernardo Gadea Chavarría dejó este mundo.  Aparentemente su hijo Porfirio Gadea Castro, aprendió de su padre, la ciencia de la herbolaria y actualmente continua con la misión de su padre, atendiendo a todos aquellos que se desplazan hasta Jinotega en busca de un alivio a sus padecimientos, con la diferencia que Don Porfirio atiende en el cementerio local, pues aunque todavía habita en las inmediaciones del Cerro de la Cruz, se desplaza en un caballo hasta su improvisado consultorio.

De la misma manera, a finales de la década de los setenta, otro caso relacionado con esta práctica fue muy comentado, aunque esta vez con mucho sigilo por las implicaciones que tuvo.  Cuentan que allá por 1977, cuando el furor por Nando había menguado, que de pronto se puso de moda un curandero que atendía en la ciudad de Diriamba.  Aparentemente se trataba de un ciudadano de origen desconocido que se estableció en esa ciudad y empezó a publicitar un tanto a sotto voce, sus capacidades curativas.  Lo extraño en este caso, es que la clientela del curandero era exclusivamente femenina.  Mantenía el sujeto en cuestión una discreción absoluta, sin embargo, en pueblo chico, infierno grande, de alguna manera se empezó a manejar que el tratamiento del curandero, iniciaba con un ritual en donde las féminas, algunas de ellas señoras encopetadas, se desnudaban y el sujeto les pasaba un sapo por todo el cuerpo.   Otra cosa que se llegó a manejar fue que el curandero en cuestión llevaba una bitácora secreta en donde consignaba todas sus actuaciones del día.   Aparentemente, una de las pacientes era la esposa de un alto funcionario del gobierno, ligado al ejército, quien a través de sus servicios de inteligencia descubrió el tratamiento del que era objeto su esposa y cuentan que una noche, un jeep llegó al domicilio de curandero de donde descendieron  varios hombres que lo sacaron a la fuerza y se lo llevaron en el vehículo y nunca nadie volvió a saber de él ni de su bitácora.  Como en ese tiempo no existía el CSI (ahora tampoco) el caso nunca se resolvió y quedó dentro de los misterios sin resolver.

En estos dorados tiempos en que el internet se ha convertido en una panacea para quienes padecen de cualquier dolencia y mediante una exploración en Google, logran encontrar un diagnóstico y tratamiento, que acertado o no, les ayuda por lo menos en la parte psicosomática, si no es que les sale la venada careta al automedicarse.  A pesar de lo anterior, todavía en muchos lugares, dentro de la más grande clandestinidad, se encuentran los famosos curanderos, que tienen una clientela cautiva, que guardan la fe de los antepasados y encuentran en ellos la única salida a sus padecimientos.

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Los cofaleados hijos de Eva

Las postrimerías del siglo XIX trajeron una verdadera revolución en el ramo farmacéutico.  Con la aparición de nuevos laboratorios con un enfoque industrial, empezó a menguar la medicina tradicional basada en complejos preparados que requerían de un alquimista que combinara en las proporciones adecuadas las sustancias medicinales.  De esta manera, aparecieron en el mercado mundial nuevos productos ya preparados como el caso de la aspirina que surgió como una panacea para el dolor, la fiebre y la inflamación.  Así mismo, el mundo vio el surgimiento de reconstituyentes como la Emulsión de Scott, tónicos como al inicio fue la Coca Cola, así como una amplia gama de productos diversos que se vendían ya preparados y envasados industrialmente para el consumo masivo.

En la última década del siglo XIX aparecieron en el mercado, casi de manera simultánea dos productos dirigidos a aliviar las molestias del resfriado bajo la presentación de ungüentos.  Uno de ellos fue el Mentholatum fabricado por la empresa del mismo nombre fundada por Albert Alexander Hyde en Wichita, Kansas, EE.UU., quien había ensayado la manufactura de productos como jabones y cremas para afeitar y luego se aventuró con un jarabe para la tos.  El Mentholatum se basa en las propiedades del mentol, el alcanfor, acompañados por el petrolato, combinación de donde se deriva su nombre. Pocos años más tarde, Lunsford Richardson fundó en Greensboro, North Carolina, EE.UU., la empresa Vick Family Remedies Company, habiendo escogido el nombre Vick de su cuñado.  Estos laboratorios fabricaban un medicamento compuesto por eucalipto, trementina, alcanfor, nuez moscada, mentol y vaselina llamado Vicks Vaporub.

A inicios del siglo XX se dio en Nicaragua una considerable expansión en el comercio de productos farmacéuticos industrializados, que en aquellos tiempos se llamaban “de patente” para diferenciarlos de los medicamentos recetados por los médicos y preparados por los “farmacéuticos”.  Fue un tanto difícil la aceptación de parte de la población el ingerir con confianza alguna tableta fabricada en Alemania o Estados Unidos, mediante el nuevo ejercicio de hacerla pasar con un trago de agua.  Un poco menos difícil fue la aceptación de los tónicos o jarabes a los que había que apartar el mal sabor que tenían, como es el caso de la Emulsión de Scott y fue más fácil la adopción del uso de pomadas y ungüentos, tal vez debido al uso extendido de las aplicaciones tópicas de los exponentes del herbolario indígena.

Así pues, se hizo de rigor la aplicación de estos ungüentos en los casos de molestias respiratorias por el resfriado en un inicio y extendiéndose luego a un sinfín de usos, incluyendo la aplicación en los ojos para fingir lágrimas de cocodrilo.  Había la facilidad de que estos medicamentos se vendían además de los frascos de 50 gramos, en unas latitas pequeñas con unos 12 gramos, a precios que estaban al alcance de todo el mundo.  Con el tiempo, se hizo indispensable la existencia de una buena dotación de estos productos en el botiquín de cada hogar.  Se conocían estos productos como Mentolato y Vaporub o bien Pupurrú, para quienes no dominaban el inglés.

Poco tiempo después, en Oklahoma, EE.UU., el Dr. Samuel Gotcher desarrolló la fórmula de un ungüento específico para el alivio de la neumonía, preparado a base de guayacol, creosota de la Haya y salicilato de metilo, el cual patentó con el nombre de Numotizine, que después fue extendido su uso para bronquitis, resfriados y demás padecimientos, utilizándose a manera de cataplasma.  El Numotizine también encontró una gran aceptación entre los nicaragüenses quienes lo utilizaban para padecimientos mayores y era de rigor para el tratamiento de la “topa” (parotiditis) acompañado de las hojas de higuera y collares de carrizo.  Lo que distinguía a este medicamento era su particular color, que se asemeja al rosado chicha mezclado con lila y el característico olor que le daba la creosota.

En los años sesenta, entraron al mercado centromericano dos productos que competirían con los clásicos ungüentos:  el Cofal, fabricado por el laboratorio Cofala, S.A. de Costa Rica y el Zepol, fabricado por los laboratorios del mismo nombre, también de Costa Rica.  Ya para ese tiempo, por lo accesible de sus precios y el poder adquisitivo de la población, se utilizaba más el frasco de 50 gramos.  Entre ambos productos, lograron quitarle una gran parte del mercado al Mentolato y al Vick Vaporub.

En la década de los ochenta, cuando escasearon los vasos y demás recipientes de vidrio, supuestamente para envasar los ríos de leche y miel, se empezó a utilizar los envases de Zepol para el expendio del guaro, por lo que se empezó a llamar Zepolazo al trago de guaro y en muchos lugares todavía se utiliza este vocablo aunque ya el envase no provenga de ese ungüento.  Así mismo, a los guardas de seguridad conocidos como C.P.F (ce-pe-efe), por ser las siglas de Cuerpo de Protección Física, se les ha llamado Zepol, remoquete que no les entusiasma mucho.

El Cofal por su parte, vino a dar su nombre a un verbo que ahora se ha extendido y forma pare del léxico nicaragüense: Cofalear.  No hay que confundir con el uso que le dan los ticos a este verbo y que es sinónimo de golpear.  Resulta que después de muchos años del uso extendido del Mentolato y el Vaporub, se hizo costumbre de muchas personas de cubrirse el cuerpo del ungüento, cada noche antes de ir a dormir.  Esta costumbre está tan arraigada en algunas personas que se les hace imposible conciliar el sueño si no están embadurnados del producto.  Con la entrada al mercado del Cofal, empezó a utilizarse cofalear o cofalearse, al acto de embadurnarse de Cofal u otro producto similar.  Aunque se atribuye esta práctica a las personas de la tercera edad, en la realidad personas de todas las edades incurren en la misma.  Es muy común escuchar a alguien decir que no puede salir de su casa pues ya está cofaleado.

En las últimas décadas las cremas y ungüentos han sido desplazados por el gel y la aparición de nuevas fórmulas de analgésicos y antinflamatorios, han venido a reducir significativamente el uso de los ungüentos clásicos del pasado, pues además de que el gel desaparece después de su aplicación, a diferencia de la sensación grasosa que dejaban aquellos, el olor de los nuevos productos es más tolerable.  De esta forma, los gel de diclofenaco o incluso mentolados son preferidos ante los mentolatos.

En estos días cuando tiende a olvidarse la cortesía de anunciar anticipadamente una visita, si al llegar a una casa después del ocaso y al momento en que se dispone a tocar la puerta siente un fuerte aroma que se cuela del interior del inmueble, que da la sensación de estar en medio de un equipo de beisbol, lo más prudente es abstenerse de tocar, pues la persona a quien buscamos o su compañía está debidamente cofaleada, con los ojos llorosos y pronta a ponerse en los brazos de Morfeo.

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Stayin´alive…

Corría el año 1978 y la ciudad de Managua parecía surgir entre las cenizas.  Poco a poco el proceso de reconstrucción de la ciudad iba dándole un aspecto de vitalidad, moderna aunque desordenada y sus habitantes iban abandonado aquel miedo que se anidó en sus almas y que frecuentemente los hacía dormir en la calle, ante la eventualidad de un nuevo sismo.  Las luces mortecinas poco a poco fueron dando lugar al regreso del neón y la vida nocturna volvió por sus fueros.

El Centro Comercial Camino de Oriente inaugurado cuatro años atrás vino a convertirse en el nuevo centro de atracción de la ciudad, albergando un variopinto de negocios entre los que se destacaban dos salas gemelas de cine.  Aquella noche, en el Cinema 1 se agolpaba una nutrida concurrencia que poco a poco fue llenando la sala.  Con una ocupación del 70 por ciento se consideraba, para los estándares de la Managua de esa época, que el cine estaba de bote en bote.  Las luces del recinto se apagaron suavemente y la película anunciada empezó a proyectarse de inmediato.  En aquellos tiempos, no era de rigor como ahora, los diez o quince minutos de anuncios y trailers.    Un vagón del metro de Nueva York surgió en la pantalla y los créditos en rojo anunciaron la participación estelar de un actor, para la mayoría de la audiencia desconocido: John Travolta (casi nadie recordaba su aparición en “Carrie”) y de manera simultánea, la música de los Bee Gees, un tanto fuera de su tradicional estilo, pero con la inconfundible voz de Barry Gibb, inundó el cine.  El público empezó a moverse en sus asientos, mientras se anunciaba el título de la película “Saturday Night Fever” y la cámara seguía en una toma baja, casi al nivel del suelo, los zapatos de tacón color vino de Travolta contoneándose por las calles de Brooklyn, con un galón de pintura en la mano.  A medida que avanzaba el tema introductorio de la película, Stayin´alive, el público iba sintiendo cada vez más aquella atracción del nuevo estilo de los Bee Gees, grupo que para muchos ya había fenecido artísticamente.

Al final de la proyección el público abandonó la sala completamente satisfecho y se desparramó por el Centro Comercial buscando un sitio para comentar la película.  Algunos fueron al Topkapi, en donde servían una cerveza bien fría acompañadas de unas pequeñas enchiladas.  Los más elegantes se fueron a la Sala de Té Marçois que ofrecía el té helado en unos vasos altos y los acompañaban con sofisticados pasteles y quienes salieron con la comezón del baile se fueron a las dos discotecas del Centro, el Lobo Jack y El Infinito.

La película de John Badham definitivamente los había estremecido, al igual que sucedió en todo el mundo.  No obstante, los aspectos que mayor peso tuvieron en el gusto de los nicaragüenses fueron la sensacional intervención coreográfica de John Travolta y la inigualable música de los Bee Gees.  Esta simbiótica relación había logrado el éxito de la película y había fortalecido la cultura “disco”, si así podía llamarse.

En lo que tal vez no logró reparar a cabalidad el público nicaragüense fueron ciertos aspectos de fondo.  En primer lugar la película se había basado en un artículo del crítico inglés de rock Nik Cohn  publicado en el New York Times en 1976 llamado “Ritos tribales del sábado por la noche”, en donde describe la cultura disco de Nueva York a mediados de los años setenta y que muchos consideraban “underground”.  Por muchos años se creyó que el artículo era un reportaje basado en hechos reales, sin embargo, treinta años después el autor confesó que todo fue ficción, pues ajeno a la cultura neoyorkina se sacó el artículo de la manga.  La película sin embargo, logró describir con bastante realidad, la vida intranscendente de muchos jóvenes neoyorkinos y que en el baile de los sábados por la noche en las discotecas del rumbo, trataban de encontrar un escape, compitiendo por ser los mejores bailarines.

Por otra parte, la película fue la primera que utilizó el crudo lenguaje de la calle, con todas las procacidades posibles, lo que le valió la clasificación “R”, lo cual prácticamente se perdió en los subtítulos en español que seguían manejando una hipocresía manifiesta en la traducción.

Habría que admitir que la película tuvo un impacto tal que logró provocar grandes cambios en todos los ámbitos de la cultura.  Por una parte, vino a echarle la última palada de tierra al fallecido movimiento hippie, con todas sus manifestaciones, principalmente la moda.  Aquel estilo informal, tirándole a descuidado dio paso al regreso de la elegancia, especialmente en la indumentaria del varón, aunque esta vez con un tinte “chivesco” que resaltaba las camisas de seda apretadas al cuerpo y los trajes de poliéster, con pantalones ajustados arriba y ligeramente acampanados abajo, completados con zapatos con mínima plataforma y tacones.  El famoso traje blanco de John Travolta es un ejemplo clásico de lo anterior.

El cambio de una actitud contemplativa del hippismo hacia una nueva, un tanto agresiva, se reflejó en el baile, en donde aparecen figuras coreográficas con mayor grado de complejidad que aquel místico estilo del “Peace and love”.

En la música los Bee Gees lograron consolidar la nueva corriente musical que años antes iniciaron músicos como Leo Sayer, los Rolling Stones y otros.  Después de haber caído en un impase del cual muchos creyeron no iban a salir, el trío de los hermanos Gibb logró acaparar los primeros lugares de los hit parade de todo el mundo y de la misma forma, el álbum doble con el soundtrack de la película se ubicó en los top ten de todos los tiempos, incluyendo además los temas de David Shire, Yvonne Elliman, Kool & the Gang, The Trammps, K.C. and the Sunshine Band y Walter Murphy.

De cualquier manera, la película provocó que el mundo entero volteara su mirada hacia una juventud en constante evolución y en donde la rebeldía, con causa o sin ella, seguía siendo un motor importante.  El cine continuaría centrando su temática en la juventud, la música seguiría la senda marcada por los Bee Gees, dándole entrada a las dos divas de la música disco, Donna Summer y Gloria Gaynor.  Los jóvenes empezaron a vestir al estilo de Travolta, muchos de ellos imitando el contoneo de su paseo por Brooklyn.

En Nicaragua, sin embargo, esa chispa encendería una mecha con un destino completamente diferente.  El país vivía ese año el comienzo de una verdadera convulsión.  En enero de 1978 con el asesinato de Pedro Joaquín Chamorro explotaría una protesta generalizada en contra del Gobierno de Somoza, sospechoso de dicho asesinato y culpable mientras no se probara lo contrario.  Así pues, la fiebre por la música disco duraría muy poco.  Después de la presentación de Saturday Night Fever se multiplico la afluencia hacia Lobo Jack, El Infinito y una mini discoteca llamada Galería que quedaba en un pequeño centro comercial frente a Plaza España, en donde los Wong tuvieron un supermercado.  No obstante en lo efímero de este movimiento, los asistentes que querían ser émulos de John Travolta asistían con cierto miedo o cargo de conciencia, pues mientras ellos trataban de divertirse un tanto al estilo avestruz, en muchas partes del país se libraban duras batallas para sacudir la dictadura de Somoza.

De esta manera, todavía flotaba en el ambiente la gran nube levantada por Saturday Night Fever, la música de los Bee Gees, Donna Summer, Gloria Gaynor, la figura de John Travolta, haciendo el paso del reloj por la pista multicolores de la discoteca Odisea 2001, cuando los vientos del cambio soplaron tan fuerte que la borraron completamente de la noche a la mañana.

Quizá de cierta forma, muy en el inconsciente, quedó el espíritu de la película, aquel sueño de los jóvenes de Brooklyn de algún día poder cruzar el puente, es decir pasar de su barrio hacia Manhattan.  Lo interesante es que acá cada quien buscó su propio puente y su propio destino, algunos hacia el poder, otros hacia el dinero, otros hacia la libertad, donde quiera que estuvieran, no importa si lo que había después era un espejismo.

Pocos años después, se generó un movimiento mundial orientado a desmantelar la cultura disco, logrando desterrarla de la mente de sus seguidores.  Pero es interesante saber que después de treinta años, pareciera volver a renacer, al igual que muchas cosas, un poco lo que decía Blood sweat and tears: Spinning Wheel got to go round.

Por mi parte, desde hace algunos años cada vez que despierto y me veo frente al espejo, se me viene a la mente aquel estribillo de la canción introductoria de la película:  Stayin´alive, ah, ah, ah, ah, stayin´alive… Por lo menos por este día.

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A la Maestra, con cariño

Los mejores maestros son aquellos que saben transformarse en puentes y que invitan a sus discípulos a franquearlos.

Nikos Kazantzakis

Tendría yo unos tres años cuando en mis incursiones en la botica de mi abuelo, buscaba el área en donde se ubicaban las latas de galletas que surtían a los vasos de cristal que estaban colocados encima del mostrador.  Eran unas cajas de latón que estaban cubiertas con papel decorado y en donde se indicaba el tipo y sabor de las galletas.  Entonces yo con un pedazo de papel de envolver y un lápiz me sentaba frente a esas cajas y empezaba a dibujar.  En cierta ocasión me dio por dibujar las letras que miraba en la lata y de tanto practicar me salió bastante decente: “Galletas Cristal”, de tal forma que podía leerse de forma más o menos clara.  Ocurrió que en esa ocasión llegó a la botica la Niña Flérida Noguera, insigne educadora, quedándose asombrada.  No calibró tal vez que no se trataba más que de un buen dibujo y que yo no tenía ni idea de las palabras que ahí se encontraban.  No obstante, insistió con mis abuelos y mis padres que era necesario que yo ingresara al kinder.

Después de un prolongado e intenso debate sobre el tema, llegaron a decidir que ingresaría al kinder de la Niña Carmencita González, el cual estaba ubicado en la casa de la educadora, media cuadra al oeste del Cabildo Municipal.  Tengo vagos recuerdos de mi fugaz paso por ese kinder, algunas compañeras como las hermanas Auxiliadora e Indiana Ortega, Ninoska Urbina y no estoy seguro si Magda Ovidia Pérez.  Viene a mi memoria una que otra canción como la de las estrellitas que van a la escuela, pero lo que más recuerdo fue el motivo de mi retiro del centro.  En cierto momento la Niña Carmencita nos inició en la oración y para este efecto empezó a enseñarnos el Dios te salve María.  En virtud de que siempre me ha gustado saber el significado de lo que estoy diciendo, estando en la mesa con toda la familia presente, se me ocurrió preguntar cuál era ese fruto del vientre de María.  En aquellos tiempos en que los niños tenían que creer a pie juntillas que a los bebés los traía la cigüeña, empezar a indagar el significado de la oración respecto al tema del embarazo y el parto y encima aquel producido por la sombra del Espíritu Santo, pues era algo inconcebible.  Mi abuela casi se rasga las vestiduras, mi madre se quedó sin habla, mi abuelo lanzó una sonrisa bandida y mi padre tuvo que entrar al quite recomendando mi salida del preescolar, por motivos de salud.  Así fue mi primera experiencia con la escuela; como dicen en el béisbol, me caminaron; debiendo yo regresar a mi lata de galletas Cristal y a rezar el Angelito de la Guarda, que bajo aquellos parámetros era inocua, pues los angelitos ni sexo tenían.

Para el siguiente año escolar decidieron que ingresaría a la Escuela Superior de Varones de San Marcos, que funcionaba bajo la férrea dirección del gran educador Don Fernando Rojas Z., aprovechando que el grado de Infantil estaba a cargo de la Profesora Ofelia Ortega de Morales, muy amiga de mis padres e hija de don José Manuel Ortega y de doña Esmeralda Robleto, entrañables amigos de mis abuelos.

Cabe la aclaración que en aquellos tiempos, a las docentes se les llamaba “Niña”, tratamiento utilizado para las señoritas solteras pero que en el caso de educadoras se empleaba aunque estuvieran casadas.  La Niña Ofelita estaba casada con Don Orlando Morales Mejía, quien por esa época falleció en un trágico accidente automovilístico.

El grado de Infantil equivalía en esa época a un tercer nivel de preescolar de ahora y es importante resaltar que en esos tiempos no existía como hoy, un currículum especializado para el aprestamiento de los niños en términos socioafectivos, de motricidad y cognitivos.  No obstante, siento que la enseñanza se enfocaba a conocimientos prácticos y especialmente pertinentes.

Una de las lecciones que aprendí con la Niña Ofelita y que recuerdo como si fuese ayer, fue la relativa a saber orientarnos.  Decía textualmente la lección: “Si pongo mi mano derecha al lado donde sale el sol, tendré de frente al norte, a mis espaldas el sur, a mi derecha el este y a mi izquierda el oeste”.  Más allá del conocimiento geográfico, que en estos tiempos se puede suplir con la ayuda de un GPS, era relevante que el niño supiera su ubicación, hacia donde quería ir y por dónde debía de ir.  Este conocimiento lo aplicábamos prácticamente conociendo la ubicación de la escuela que al oeste tenía al Molino San Cayetano, al Este la casa de Doña Teresita v. de Morales, al norte la casa de don José Robleto y al sur la casa donde vivía la niña Goyita o bien la ubicación del parque que tenía al Este la Iglesia, al Oeste el Teatro Julia, al Norte el Comando GN y al sur la Aguadora.

Aprendí también sobre la historia de San Marcos, la construcción de la iglesia de parte del Padre Eduardo Urtecho, la instalación de la luz eléctrica gracias a las gestiones del alcalde don Solón Campos, aunque según Jorge Morales, la luz se debía a su papito Marcos; la construcción del parque en donde era una caballeriza por parte del alcalde don Jorge Robleto, la capilla de El Calvario financiada con fondos donados por las señoritas Carrión de Masaya, el portal y muro del Cementerio construidos por el alcalde don Ricardo Robleto.  Otro tema en el área de historia era lo relativo a los indígenas y sus costumbres, los tiangues, los ritos de los casamientos donde el novio sostenía una astilla de ocote encendida, las divinidades, Cipactomal y Tamagastad, las tribus quiches y cakchiqueles y la famosa guerra de las tortillas, los sacrificios humanos y demás.

En cuanto al comportamiento, la niña Ofelita reiteraba en la clase de moral y cívica: “Debemos ser buenos, respetuosos y atentos con nuestros semejantes, especialmente con nuestros padres que nos dieron la vida y con nuestros maestros que nos dan el pan de la enseñanza”.  Claro que en esa época no entendía la metáfora del pan, pues cerca de las once sentía un hambre atroz y por otra parte tenía la sensación que entre más aprendía más quería aprender.

Así mismo, ese año aprendí a leer y escribir con la ayuda del Silabario y Catón, además de la dedicación y constancia de la Niña Ofelita, quien con extrema paciencia trabajaba conmigo aquellos soles con una consonante en medio y las vocales desprendiéndose de sus rayos.

Más de medio siglo después, siento que ese año fue fundamental para mi educación, pues tal vez no aprendí a recortar, a manejar crayolas, a jugar con arena, ni a desarrollar la motora gruesa, pero aprendí a ubicarme, no sólo geográficamente, sino saber sobre qué estoy parado y a dónde quiero ir; conocí a mi pueblo, las normas básicas de convivencia y encima de todo a leer y a escribir.  Pero lo más importante de todo, es que ese puente entre el hogar y la escuela estuvo construido con cariño, pues a pesar de la rectitud y disciplina mantenida en el aula por la niña Ofelita, había una considerable dosis de consideración y afecto.  Fue tanto mi apego con mi maestra, que después de haber aprobado el Infantil con sobresaliente, me negué rotundamente a ingresar al primer grado pues estaría a cargo de otra docente.  Lo anterior me valió para que mi padre decidiera que ingresara semi interno al primer grado con los ínclitos hijos de La Salle en Diriamba.

La niña Ofelita también le enseñó a leer y a escribir a la mayoría de mis hermanos, por lo que el afecto y la gratitud de mi familia fue siempre especial para la educadora, quien continuó con esa misión tan especial por varios años. Muchos sanmarqueños aprendieron sus primeras letras y conocimientos con la niña Ofelita y estoy seguro que la recuerdan con mucho cariño.  En los años setenta fue designada directora del Instituto Juan XXIII, cuando este centro tuvo su primer edificio propio, contiguo a la Colonia Obrera. Al igual que muchos grandes docentes, la niña Ofelita abandonó su misión en los años ochenta, cuando todavía tenía muchos años más que entregar a la educación.  De repente, su querido San Marcos se transformó de manera apocalíptica.  Aquel pequeño pueblo en donde reinaba la paz y la armonía, de pronto convulsionó y los lazos de unión que un día parecieron imperecederos, se desbarataron como hojas secas.

Nunca me he sacado la lotería y muchas de las cosas que a otros les llegan por añadidura a mi me han costado sangre, sudor y lágrimas, pero he tenido la suerte de tener grandes maestros, con sus reglamentarias excepciones.  Cuando ingresé al Instituto Pedagógico de Diriamba me recibió con los brazos abiertos el gran educador Prof. Juan Carlos Muñoz, luego estuvo el Hermano Agustín, la Doctora Aidalina García en el Juan XXIII, los Hermanos Silverio María, Domingo Esteban González, Javier Resano, así como los Profesores Paco y Bayardo Cordero y Heberto Linarte.  Igualmente me sucedió en la universidad, pues tuve como catedráticos a Julio C. Vega, Roberto Zelaya, David Mc. Field, León Paulino Pérez, Bayardo Méndez, Francisco Laínez, Edgard Martínez, Ramón Romero, Mauricio Santamaría, entre otros.  Sin embargo, debo resaltar que el cariño, respeto, agradecimiento y admiración que siento por la Niña Ofelita Ortega supera por mucho al que siento por mis otros maestros.

Este sentimiento por mi maestra, no es tanto por esa máxima jurídica que reza: “Primero en tiempo, primero en derecho”, sino porque a medida que pasa el tiempo, más me convenzo de la importancia que tuvo en mi vida ese nivel de Infantil por el que con extremo cariño ella me condujo, más ahora que me he adentrado en el fascinante mundo de la educación preescolar y entiendo el papel fundamental que juega en el futuro de un niño.  Mi admiración por ella se magnificó además por el coraje que tuvo al hacerse cargo de la formación sus hijos al enviudar y saber encaminarlos por la senda de la rectitud.

Estoy convencido que el reconocimiento debe ser ante todo oportuno y estoy seguro que ella leerá estas humildes líneas y sabrá que de aquella semilla que sembró hace tanto tiempo, germinaron tantas cosas, pero antes que nada la gratitud.  Cabe tal vez para finalizar este homenaje, la estrofa final del Himno al Maestro:

Que cultivas la sabia simiente

laborando constante y con alma,

que iluminas del niño la mente,

transformándole el cuerpo y el alma.

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Pon-pon, se acabó el jabón


Que se me acabe la vida,
frente a una copa de vino.
José Alfredo Jiménez

 

El pasado fin de año, después de haber vivido, tal vez el peor tiempo de mi vida; un año funesto; annus horribilis como diría la Reina Isabel de Inglaterra, tenía yo la expectativa de que el 2011 no podría ser peor y eso sería ganancia.  Necesitaba  que la vida me concediera una tregua, como señalaba Benedetti, así pues inicié el año con cierto optimismo respecto a lo que este podría ser.

No había finalizado de digerir ese estado de mente, cuando este pasado 2 de enero, regresando del aeropuerto de Managua, escuchando en el autoestéreo Hoy puede ser un gran día, cuando en el semáforo de La Subasta, exactamente donde está la 6ª. Delegación de Policía, observé un rótulo gigantesco, de esos que sólo las grandes empresas comerciales y los políticos pueden pagar.  Me puso los pelos de punta, pues dice literalmente:  El Día del Juicio Final: 21 de mayo de 2011.  Arriba de este terrorífico anuncio, está una cita bíblica: “tocaré trompeta…avisaré al pueblo”  Ezequiel 33:3.   Luego, abajo en letra más pequeña: folletos gratuitos: Family Radio, Oakland, CA 94621, USA.  A la derecha en letras más grandes, una URL:  FamilyRadio.com.

Ante un anuncio de esa naturaleza cabe toda suerte de exclamaciones.  Como se diría en castizo nicaragüense: ¿Ideay?, o tal vez como expresaría un banquero: Cómo que se murió, si me debía, o quizá como diría una de las viejas de mi pueblo: Dios nos coja confesados.  Un cinéfilo podrá cuestionarse sobre qué pasará con la segunda parte de la película de Harry Potter,  una muchacha pensará en el destino de la fiesta de sus quince años.  El Gordo Rivas, al igual que muchos dirá:  ¿Y las elecciones, papá?  A mí, la verdad, se me hizo un nudo en la garganta y al recuperar el resuello, sólo pude exclamar, de acuerdo a las circunstancias: ¡Chanfle!

En el trayecto de regreso a mi casa estuve visualizando una estrategia para enfrentar tan inexorable fin.  Estaba la posibilidad de fiar un crucero por Alaska, un viaje por España, abandonar cualquier tipo de restricción en cuanto a la comida y a la bebida, en fin, despreocuparme por todo lo que podría ocurrir después de la fatídica fecha.

De regreso en mi casa, todavía con el fondillo a dos manos, lo primero que hice fue buscar en internet aquel profético sitio: FamilyRadio.com, quien muy inteligentemente, al detectar que la búsqueda procedía de Nicaragua, automáticamente me redirigió hacia otro sitio en español.   De no haber estado familiarizado con el funcionamiento de estos sitios, hubiera creído que era algo sobrenatural.  El sitio está manejado por la organización Family Radio que es una franquicia de radiodifusión en los Estados Unidos que tiene su base en Oakland, California y repetidoras en todos los Estados Unidos.  Fue fundada en 1958 por Harold Camping y a pesar de sus integrantes originales procedían de diferentes religiones: bautistas, presbiterianos conservadores, cristianos reformistas, entre otros, la estación se declara como independiente de cualquier denominación religiosa.  La emisora funciona gracias a donaciones de los radioescuchas y se estima que tiene activos del orden de los 150 millones de dólares.

El sitio está dedicado exclusivamente al Día del Juicio y tiene tres enlaces para archivos de audio con los nombres: Día del Juicio, Nadie sabe el día o la hora? y Otra prueba infalible.  Estos mismos archivos están escritos en formato pdf.  Escuché un poco del archivo de audio, pero la voz se me pareció a aquellas que emanaban de las “baratas” que anunciaban toda suerte de productos y servicios en la vieja Managua, así que opté por leer los archivos pdf.

Los tres archivos contienen a lo sumo seis páginas en las cuales las gentes de Family Radio realizan un análisis de la Biblia y mediante una serie de malabarismos llegan a la conclusión, según ellos irrefutable, que el 21 de mayo de 2011 el Señor destruirá el mundo.   La base para ese cálculo es en primer lugar una cita bíblica respecto al diluvio universal cuando Jehová le anticipó a Noé que en siete días terminaría con el mundo.  Luego, estos exegetas se van hasta una cita de la segunda carta de Pedro en donde reflexiona que para el Señor un día es como mil años y mil años como un día.  De esta forma, extrapolan la reflexión de Pedro a los siete días del diluvio y concluyen que a la misma vez que Jehová predijo lo del diluvio, estaba anticipando que siete mil años después, ni un día más, ni un día menos, volvería a destruir al mundo.   Luego se sacan de la manga una fecha para los siete días previos al diluvio y llegan con una precisión sorprendente, casi al nivel de El Firuliche, que esto ocurrió el 21 de mayo del año 4,990 antes de Cristo, a eso de los ocho y cuarenta y cinco de la mañana.  Aquí no queda de otra que exclamar:  Recórcholis.

Luego para reforzar su conclusión, los sabios de la Family Radio agregan que hace 35 años, Jehová empezó a abrir el entendimiento de los verdaderos creyentes respecto a la cronología de la historia.   No obstante lo anterior, fue hasta hace unos pocos años, no precisan cuando, que Jehová empezó a revelar a unos pocos creyentes, el conocimiento exacto de toda la cronología de la historia y son estos quienes han llegado a determinar con extraordinaria exactitud la fecha del fin del mundo.  Habría que aclarar también que en esta fecha coinciden, El Rapto, la destrucción del mundo y el Juicio Final.  Nadie proporciona explicación alguna de lo que significa El Rapto, si se trata de una abducción o bien una derivación del tiempo, en donde un rapto puede ser toda la nopche.

Luego entra en acción el libro de Daniel, me imagino que hablan del Profeta, que ha estado sellado con siete sellos (número cabalístico)  pero que ya se abrieron, pues según el Apocalipsis cuando se abrió el séptimo sello se hizo un silencio en el cielo.  Ahora bien, estos sabios hacen ver que el silencio en el cielo se dio a partir del 21 de mayo de 1988 (Atiza) porque el gozo en el cielo tiene lugar cuando los pecadores se arrepienten.  Ese mismo día, comienza el período de 23 años que se conoce como la Gran Tribulación, durante el cual Satanás está siendo usado por Dios para que gobierne de manera oficial en todas las iglesias y durante los primeros 2,300 días, el Espíritu Santo ha sido retirado de todas las iglesias.  Luego estos exégetas saltan a Tesalonicenses en donde dice que el Señor vendrá como ladrón por la noche, pero los que no saben la cronología viven en la noche espiritual, entonces cuando venga Cristo, serán destruidos en el Día de Juicio: Que horrible, como diría el Longe, no así los que saben con precisión el día en que acabará el mundo.

En el tercer documento, los sabios de Family Radio se dedican a jugar con los números, realizando toda suerte de cálculos al revés y al derecho, sin embargo, para no meterse en honduras, se limitan a cálculos simples de sumas, restas, multiplicaciones y divisiones, pues con una ecuación hipocicloide se los hubiera llevado Candanga.   De la misma forma, le asignan significado a cada número, al igual que hacía la Charada Cubana y que utilizaba graciosamente Trespatines.

Después de leer los documentos de Family Radio respiré tranquilo con la plena conciencia de que se trata de una tomadura de pelo.  Algunos crédulos de lo que dice esta radioemisora e incrédulos de lo que yo digo, se preguntarán: – ¿Y en qué se basa este mono para afirmar tal cosa?

Tal vez aquí quepa la frase, para algunos apócrifa, de Sherlock Holmes: Elemental querido Watson.  En primer lugar, debemos considerar que si para científicos de la cosmología física como Friedman o Lemaitre, les llevó décadas de investigación y miles de documentos para exponer a grandes rasgos la teoría del Big Bang, a los iluminados de Family Radio les basta con seis cuartillas para precisar de manera exacta, el día en que finalizará este mundo. Ni que decir de los complejos cálculos matemáticos y físicos que tuvieron que realizar aquellos científicos, comparados con las vaciladas matemáticas que realizan los seguidores de Camping, simplicidad que nos recuerda aquellos versos que se introdujeron en La Bamba:  Para subir al cielo se necesita, una escalera grande y otra chiquita.

Por otra parte, es sumamente contradictorio suponer que Jehová, al momento de anunciarle a Noé que en siete días destruiría el mundo, supuestamente para darle una nueva oportunidad a la humanidad para que corrigiera su imperfección, estuviera pensando al mismo tiempo que dentro de siete mil años exactamente, volvería a destruir al mundo porque no aprovecharía esa segunda oportunidad, además del sacrificio de su hijo unigénito al que mandó a la cruz para borrar los pecados de la humanidad.

Otro de los puntos fundamentales del cálculo de estos iluminados es una frase de Pedro en su segunda carta que dice literalmente:  “Pero, amados, una cosa no paséis por alto: que delante del Señor un Día es como mil años y mil años como un Día”.  Si se observa bien el contexto de la frase, puede colegirse que Pedro está hablando a nivel de plática de preso, es decir, una apreciación muy general, como cuando se dice:  «Es como quitarle un pelo a un gato».  Sería absurdo realizar un cálculo determinado, partiendo del número promedio de pelos que pueda tener un gato.

Así mismo, no existe la menor lógica al considerar que en medio de su sabiduría, Jehová ha seleccionado a cuatro pelafustanes para que esclarezcan la fecha del fin del universo, si existen en el mundo gentes de mayor mérito para realizarlo, con base en su santidad y trayectoria, como el Dalai Lama, el propio Papa o bien un Rabino para considerar a su pueblo escogido.  O tal vez, en un afán de transparencia y claridad, encadenar a todas las emisoras y estaciones de televisión del mundo, para dirigirse a su pueblo y anunciarle lo que viene.

Así pues amables lectores, como dijo William Shakespeare:  «Fear no more», «No temáis», que el mundo no será destruido por Jehová el próximo 21 de mayo y lo más probable es que estos amigos de Family Radio, aparecerán en junio próximo con aquella frase tan de las ruletas: “ Va jugando”.

Lo que si debe de ponernos con los pelos de punta es la creciente carrera armamentista a nivel nuclear de parte de algunos países que son gobernados por verdaderos orates y que a causa de un estornudo pueden llevarnos a un holocausto.

Disfrutemos pues de nuestra vida, recuperemos el optimismo y aunque tengamos la plena conciencia de que este año viviremos como dice mi amigo Pío Martínez, «peligrosamente» y si escuchamos una trompeta, que sea la del Maestro Víctor “Vitín” Paz.

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