Los defectos de los nicaragüenses son muchos, pero tienen la particularidad de que son discutibles. Cada quien y de acuerdo a su propia naturaleza trata de maximizar o minimizar algunos de ellos, según le convenga o no a sus intereses, utilizando los más diversos e inverosímiles argumentos. Existe uno que es admitido por una abrumadora mayoría, pues ante su patente evidencia histórica no hay otra alternativa más que aceptarlo abiertamente y es la impuntualidad; sin embargo, es necesario analizar este problema a la luz del contexto en el que se ubica actualmente Nicaragua.
Se dice que el nicaragüense es impuntual por naturaleza; como si fuera una condición propia de su ser. Muchos han sido los tratados que han intentado explicar la causa de este defecto y han profundizado en aspectos que pasan de las expresiones de una conducta irresponsable a la manifestación de un espíritu rebelde ante los convencionalismos. Yo en lo particular creo que es una cuestión de educación, pues la puntualidad como valor no ha sido reforzada en el individuo y por lo tanto, se ha trasmitido de generación en generación una insensibilidad ante la importancia de dicho valor, que ha reforzado en el nicaragüense una permisividad tan amplia, que en cierto momento se llegó a acuñar el término “hora nica”, tan comentado por diversos autores y que refleja esa flexibilidad, casi absoluta, respecto la aceptación de parte de todas los involucrados, de la ubicación en el tiempo de determinado evento.
En Nicaragua, si se gira una invitación a una fiesta a las siete de la noche y se agrega “hora nica”, debe entenderse que el invitado puede llegar a las ocho o nueve de la noche sin ningún problema, pero también quiere decir que el invitado puede llegar a las ocho de la noche y encontrarse que el anfitrión todavía está en el baño acicalándose y tampoco hay problema. Lo grave de este asunto es que no existen parámetros para el cálculo de la desviación respecto a la hora que se puso como referencia. De esta forma, “la hora nica” vino a reafirmar esa cultura de desprecio hacia la puntualidad
Sin embargo, las condiciones de convivencia en esta aldea global han venido a cambiar drásticamente este tipo de actitudes y un tanto obligadamente, poco a poco el nicaragüense ha debido someterse a la disciplina de la puntualidad. Los esquemas de integración conllevan a una serie de prerrequisitos de orden económico, jurídico, social o ambiental y de una manera tácita, también cultural. Esto significa que para sobrevivir en la sociedad moderna debemos estandarizarnos con ciertos parámetros internacionales que nos obliga a eliminar el ancestral defecto de la impuntualidad.
Por esta razón, en estas fechas podemos observar en el país, una amplia gama de comportamientos respecto a la puntualidad. Por ejemplo, existen ámbitos en los cuales la puntualidad es ineludible y todos deben adaptarse de manera forzosa. En el aeropuerto, los vuelos están programados para salir y llegar a determinada hora y salvo imponderables, estos horarios se respetan cabalmente, así que con las aerolíneas no hay “hora nica” que valga y si el pasajero no llega antes de que se cierre el vuelo, simplemente se queda. Esto también aplica para los autobuses internacionales, pues en lo que se refiere al transporte local, no hay forma de lograr un cambio, así que no espere escuchar: Voy a tomar la ruta 114 de las 7:05.
Los bancos ofrecen su servicio bajo horarios inflexibles, tanto para la apertura como para el cierre, sin embargo, es muy común observar que uno que otro cajero, a la hora que la institución ha abierto sus puertas al público, apenas está llegando con su paquete de efectivo y hasta esa hora enciende su computadora y empieza a contar el dinero. El comercio también tiene sus horarios establecidos que respetan de manera puntual y si el dueño no está presente, un cliente puede esperar que le cierren la puerta en las narices diez minutos antes de la hora de cierre establecida.
Los cines tienen funciones programadas para determinado horario y las mismas inician puntualmente a la hora señalada, sin embargo, la proyección empieza con una serie de comerciales y “avances” y la película realmente comienza realmente quince o veinte minutos después, así que alguien que conoce el esquema, se otorga ese margen para llegar aún a tiempo. No obstante, es muy común encontrarse a un barbaján que entra a la función ya avanzada la película, con una bandeja de provisiones para un mes y antes de sentarse se estaciona justamente enfrente de uno, sin percatarse que la carne de burro no es transparente.
La televisión también debe ceñirse a horarios predeterminados que requieren de una estricta puntualidad, pues como ellos dicen, en televisión el tiempo es oro y puede observarse en términos generales el respeto a los horarios. No obstante, no es remoto ver en algún canal local el retraso de algún programa en vivo por la impuntualidad del conductor o su invitado, que se integra al programa diez minutos después de hora y hay que soportar su intervención inicial jadeando como un galgo mientras recobra el aliento.
En los consultorios médicos es un tanto diferente. Algunos galenos se dan el “taco” de dar consulta sólo con previa cita, sin embargo, a la hora de presentarse el paciente puntualmente a la hora acordada, debe hacerle honor a su nombre, pues tiene que esperar por lo menos una hora para cubrir los retrasos del médico o de alguno de sus pacientes previos. Otros, un tanto más concientes de la realidad, atienden conforme el orden en que va llegando el paciente.
En la iniciativa privada, las modernas teorías de administración del tiempo dependen en gran medida del respeto a la puntualidad, por lo tanto, en todos aquellos eventos que están enmarcados en la interacción de empresas serias y de ejecutivos con agendas apretadas, se maneja una extrema puntualidad, disipada tan sólo en los casos en donde el ciudadano promedio entra en escena. Aunque es usual que a las entrevistas de trabajo los postulantes acudan con una puntualidad inglesa, la misma pasa al olvido una vez que el aspirante es seleccionado para el puesto y solamente el rigor institucional y sus sanciones hacen que abandone su defecto.
En el sector público el asunto de la puntualidad es un verdadero desastre. El síndrome del figureo, (con licencia de Don León Núñez) obliga a los funcionarios públicos a que su presencia sea anhelada, por lo tanto, mientras más tiempo los esperan, más importantes son. De esta manera, no hay forma de erradicar esa “hora nica” unilateral, pues el funcionario puede llegar a la hora que se le antoja, pero el asistente a la cita debe de estar presente desde la hora convocada. Tal vez, la participación de funcionarios o dignatarios internacionales puede empujar hacia la puntualidad o también llevar el asunto al otro extremo, como por ejemplo el acto de cambio de Gobierno en enero de 2007, se retrasó por más de dos horas a fin de esperar a Hugo Chávez, aún con la presencia puntual de los invitados especiales entre los que estaban presidentes de otros países.
En los actos organizados por instituciones u organismos internacionales, la puntualidad es obligada, e incluso se dan el lujo de convocar a eventos con una hora puntual de inicio y fin. Si se da una invitación a un cocktail en determinada embajada, la tarjeta respectiva indica claramente de 7 a 10 de la noche y cuando dan las siete campanadas en el reloj de la sede del evento, un elegante mesero le está sirviendo el primer trago al Embajador y a los asistentes que van llegando y al sonar la última campanada de las diez de la noche, el Embajador se sitúa elegantemente en la puerta para despedir a los asistentes, así que la del “estribo” debe programarse adecuadamente.
En los servicios religiosos generalmente se observa una adecuada puntualidad, debido a la constante insistencia de parte de los ministros, pastores o sacerdotes, sobre el respeto que merecen las cosas sagradas. Existen algunos que son terriblemente exagerados y que aún en caso de ceremonias como bodas, inician con una puntualidad inglesa, estén o no los novios. Se comenta de un caso de la vida real, en que el cura de una parroquia del occidente de Managua inició y finalizó la misa sin la presencia de los novios, quienes se aparecieron muy orondos y se encontraron al cura e invitados en el atrio de la iglesia. Pretendieron hacer que el sacerdote regresara a la iglesia para realizar el rito, pero este muy digno, en el propio atrio les bendijo de manera light y los declaró marido y mujer ante el estupor de los asistentes. También se da el caso de la impuntualidad de parte de los oficiantes, pero en lo que se refiere a la finalización del servicio, pues aunque lo inician puntualmente obligan a los fieles a soportar kilométricos sermones y alargadas liturgias que prolongan el evento hasta casi dos horas.
De esta forma, la impuntualidad es un defecto que poco a poco se va reduciendo a menos ámbitos de la vida nacional. Todavía puede encontrarse en técnicos que trabajan por su cuenta, fontaneros, carpinteros, electricistas, informáticos, telefónicos, que cada día se pregonan más ocupados y con actitudes de vedettes, se dan el lujo de hacer esperar a sus posibles clientes no sólo una hora, sino días.
En los ámbitos informales y familiares es en donde todavía parece tener cabida este tipo de actitudes, aunque contrasta con los cambios drásticos que han sufrido en este sentido las personas que han debido someterse a la férrea puntualidad en otros países. Así que las invitaciones a los cumpleaños todavía pueden admitir lo de la “hora nica” y darse una o dos horas de margen para llegar o bien para esperar al anfitrión.