Archivo mensual: diciembre 2012

Los hombres no deben llorar por el amor de una mujer

Clave y Daniel

Para nosotros la década de los setenta fue una completa vorágine.  Es difícil imaginarnos que en ese corto período pudieran caber tantos sucesos y tan transcendentales, a tal punto que algunos de ellos cambiaron drásticamente el rumbo de nuestras vidas.   No obstante, a mediados de esa década, a manera de tregua, la vida transcurrió un tanto plácidamente.  Recuerdo especialmente 1975, que las Naciones Unidas declararon como el Año Internacional de la Mujer y que a nivel nacional fue motivo para que se emitiera un decreto refrendando tal denominación y con el mandato que toda la comunicación oficial debía llevar la alusión a dicha celebración, aunque en la práctica no se observó ningún cambio en la situación de las mujeres.

Managua ya se había recuperado en gran medida de los efectos del terremoto de 1972 y  en el ánimo de los capitalinos, el trauma iba desapareciendo casi por completo, aunque todavía los días 22 de diciembre, la gente salía a dormir a la calle.  La infraestructura había crecido vertiginosamente y la ciudad lucía un nuevo rostro, que a veces parecía ser una mueca, pero que al fin y al cabo, todo era mejor que la zona cercada.

Para ese tiempo, había música para todos los gustos.  Julio Iglesias se iba adueñando de las listas de popularidad con cada tema que sacaba al mercado, aunque empezaban a emerger algunos compatriotas suyos que competirían con él, como Camilo Sesto, Miguel Gallardo y José Luis Perales.   En inglés florecían varios géneros, resaltando Barry White con You´re the first, the last, my everything, Elton John, Eagles, Frankie Valli, entre otros.  No obstante, a finales de ese año, más o menos cuando al fin murió el Generalísimo Francisco Franco (nunca entendí el por qué del superlativo de un grado militar), llegaron al país, dos temas que en mi mente me parecían como hermanados.  No recuerdo a ciencia cierta cuál de los dos llegó primero, pero apostaría que fue Los hombres no deben llorar,  interpretada por el compositor y cantante argentino King Clave, por cierto amigo de Sandro y de la autoría de un dueto brasileño llamado Palmeira & Bia.  Era un tema de desamor, cabanga como diríamos en buen nica, que hablaba de una mujer que había abandonado a un hombre y éste, no resistió el golpe y a pesar de que dicen que los hombres no deben llorar por una mujer que ha pagado mal, el no pudo contener el llanto y cerrando los ojos se puso a llorar.  La balada estaba bien estructurada, era pegajosa y pronto se adueñó del gusto local.  El tema del abandono, del rompimiento, del tabú de que los hombres no lloran tenía un atractivo especial en esta canción.  Lo interesante es que la gente puso todos sus sentidos en la canción en sí, sin ocuparse casi del autor e intérprete, pues muy pocas personas saben quién es King Clave y algunos pocos lo recordarán también con la versión en español de El teléfono llora, del francés Claude François, autor de A mi manera (no es Paul Anka).   Así fue que por el resto de 1975 y el año siguiente, este tema estuvo muy arraigado en el gusto de los nicaragüenses.

Un poco más tarde ese año, llegó otro tema con una historia casi igual que la anterior y que con el título de Por el amor de una mujer, exponía el cantante que jugó con fuego sin saber que era él quien se quemaba, aunque al final abría la puerta al olvido y afirmaba que aunque se sentía triste, pronto iba a cantar y prometía no acordarse nunca del ayer.  El autor y cantante original de este tema era el español Danny Daniels, que era también un tanto desconocido, aunque ya contaba con un tema que había tenido un gran impacto en otros países, llamado El vals de las mariposas.  Su melodía y letra pegajosas también pusieron en los primeros lugares de audiencia el tema y por muchos meses se mantuvo ahí.  Lo interesante es que al poco tiempo, Julio Iglesias, quien estaba atento a los temas que prometían tener éxito para lanzar un cover del mismo, la atrapó sacando su propia versión, la cual tuvo una gran acogida por los fanáticos del cantante.

Estas dos canciones, con una temática muy parecida y una melodía también en el mismo tenor, fueron los más grandes exponentes de las canciones de cabanga en esa época.  Recuerdo que en esos días, un compañero de trabajo tuvo un revés amoroso que lo dejó devastado.  A regañadientes fue a una fiesta que la oficina organizó en la Cuesta Country Club, en donde como era de esperarse se puso hasta el sereguete.   Al finalizar el evento, un grupo de amigos nos fuimos si mal no recuerdo  a El Arroyito, en donde continuamos departiendo un buen rato.  El compañero acabangado, cuyo nombre omitiré por aquello de las delicadas susceptibilidades, se unió al grupo y desde luego continuó ingiriendo licor.  De pronto se acercó un trío y empezaron a solicitarle canciones.  Cabe señalar que en aquel tiempo, el costo de una interpretación de parte de un trío o un mariachi no era algo oneroso.  Ahora, le quieren cobrar a uno el equivalente a comprar un CD original, pero con todo y el equipo de sonido.  Con la mejor intención del mundo, solicité que interpretaran Por el amor de una mujer, más que nada por darle ánimos al compañero aquel con la frase de: “pero pronto cantaré y prometo no acordarme nunca del ayer”.  Mala elección, pues a mitad de la canción, el amigo aquel, como dicen en los pueblos: “dice a llorar”.  Los demás nos quedamos anonadados y no tuvimos otra que hacer las de Jorge Negrete, echarnos al coleto el trago entero que teníamos enfrente.  Otro amigo tuvo otra mala elección y solicitó al trío que se echaran Los hombres no deben llorar. Ay mamita.  El compañero aquel no pudo más y salió corriendo del local.   El más viejo del grupo nos conminó a no seguirlo y solicitó un pacto de caballeros de no repetir en la oficina lo que había ocurrido.

Ya han pasado 37 años y mucha agua ha pasado por el puente.  El esfuerzo de las Naciones Unidas por mejorar las condiciones de las mujeres a través de la designación de 1975 como Año Internacional de la Mujer no fue nada efectivo, pues a estas alturas del partido todavía se sigue luchando por lograr, no tanto la igualdad, sino el respeto y disminución de la violencia de género.  Por otra parte, todavía algunos hombres siguen llorando por el amor de una mujer.   Muchos nicaragüenses que vivieron a plenitud esa época todavía recuerdan estas dos canciones, aunque ocurre un fenómeno curioso y es que de vez en cuando una de ellas se esconde detrás de la otra y en la memoria aparece solo una de ellas.  Otros incluso recuerdan la versión en “malespín” de Por el epir de una pufar.   Otra cosa interesante es que casi nadie recuerda a sus cantautores.    King Clave, cuyo nombre verdadero es Jorge Ayala, oriundo de Formosa, Argentina,  reside ahora en Hollywood, EE.UU. y todavía realiza giras y conciertos por toda la Unión Americana y Latinoamérica.      Por su parte, Danny Daniel, bautizado como Daniel Candón de la Campa, en Gijón, Asturias, España, también sigue con su carrera artística, reside en Miami y acaba de producir un álbum con música cubana de inicios del siglo XX y realiza giras por España y Latinoamérica.

Hace un par de años, andaba yo por Metrocentro cuando de pronto se me acercó alguien y me saludó afectuosamente, muy apenado admití que no lo reconocía y me aclaró que era fulanito aquel, el compañero de la lacrimosa historia.  Se miraba muy bien y con orgullo me presentó a su esposa, informándome que se había jubilado pero que trabajaba de asesor en una microfinanciera.   Tuve por un instante la tentación de preguntarle si todavía se emocionaba al escuchar aquellas canciones, pero estimé que no sería prudente y asumí que lo más probable es que al fin se había acogido a la promesa de no acordarse nunca del ayer.  Quedamos en reunirnos en un futuro cercano.  Al seguir cada quien su camino me pereció escuchar los acordes del piano acompañados por la guitarra eléctrica que daban entrada al tema Por el amor de una mujer.  Sonreí como el Pájaro Loco, cuando me percaté que consciente o inconscientemente no intercambiamos ni teléfonos ni correos electrónicos.

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El Pío Quinto

Pio Quinto

El siglo XVI fue un tiempo doloroso para Nicaragua.  Era todavía un pueblo en busca de una identidad.  La población indígena, sometida, castigada e impuesta a la voluntad de los conquistadores debía aguantar, con resignación, todos los vejámenes que llegaban a la mente enferma de Pedrarias Dávila.  La población española, soñando con su tierra, con sus falsos blasones y sintiendo en sus conciencias el triste papel de cómplices en todas las atrocidades cometidas en contra de los indígenas.   Aunque Pedrarias “El Furor Domine” murió en 1531, todavía la historia de violencia y traiciones todavía no terminaba, pues años después sus nietos, los hermanos Hernando y Pedro Contreras, se alzaron contra la Corona y en su intento asesinaron al obispo Valdivieso.  Para la población nicaragüense de ese entonces, este hecho fue algo inconcebible, abominable.

Fue hasta la segunda mitad del siglo XVI que una relativa calma se estableció en el territorio nacional.  El gobierno del país estuvo un tanto a la deriva, de acuerdo a los cambios que de acuerdo a cierta bipolaridad de la Corona pasaban a depender de la Audiencia de los Confines (lugar que nos hace imaginar algo relativo a Macondo) hasta el Gobierno de Veragua, Castilla de Oro, Costa Rica o de Panamá.

En el año 1566 fue nombrado Gobernador de Nicaragua don Alonso de Casaos, en sustitución de don Juan Vázquez de Coronado quien no pudo ocupar su cargo debido a su súbita muerte.  Este nombramiento vino a calmar los ánimos en el territorio.  Para diciembre de ese año, la comunidad de León, decidió realizar un festejo para recibir formalmente y presentar sus respetos a don Alonso.  Algunas damas españolas fueron encargadas de preparar el menú, con los pocos ingredientes que pudiesen conseguirse localmente.  Alguien con ciertos conocimientos de los gustos de don Alonso recomendó a las damas que tendrían que poner todo su empeño en el postre, pues el Gobernador era un amante de los dulces.  Así fue que encargaron a doña Juana Lazo de Figueroa que preparara un postre digno de la ocasión.   Doña Juana fue una de las pioneras de la nouvelle cuisine criolla, pues se especializó en adaptar ingredientes nativos a las recetas del viejo mundo.  Uno de los experimentos que más habían tenido suceso fue una variante de las natillas españolas y que por su vaga similitud con el atol de los indígenas fue bautizada posteriormente como atolillo.   Otro de los postres que habían tenido éxito fue la versión local de los pasteles envinados españoles.  En este caso, en virtud de que para ese entonces la harina de trigo era un bien suntuario y por demás escaso, había experimentado con pinol de maíz, de tal forma que llegó a hornear un remedo de la torta de pastel, con una consistencia un tanto más áspera y un sabor también diferente, al cual llamaron marquesote.  Con una miel combinada con aguardiente se bañó el marquesote formando lo que luego se llamaría sopa borracha.

Doña Juana pensó que sería un postre de gala la combinación de la sopa borracha con una capa externa de atolillo.  Puso manos a la obra, consiguiendo primero todos los ingredientes, con la tremenda suerte que una de las damas cooperó con una botella de brandy de Jerez.  Así fue que con  toda una troupe a su servicio empezó la preparación del nuevo postre.

La noche de la cena, se reunió lo más selecto de la ciudad de León y después de los saludos y conversaciones intrascendentes se pasó a la cena.  El Gobernador se mostró frugal con los platos de la entrada consistentes en puchero, carnes de venado, gallinas y demás delicatesen de la época y lugar.  Cuando se sirvió el postre, el Gobernador se mostró con cierta curiosidad pues había sido advertido que tenían un platillo que sería inolvidable.  Cuando le llevaron el postre, impacientemente lo probó y suspiró profundamente entornando los ojos y exclamó un largo: Mmmmmmmm.  Luego expresó:  -Delicioso, -quisiera conocer a la agraciada dama que lo preparó.  Fueron por doña Juana quien con una reverencia se presentó ante el Gobernador.  -Señora mía, dijo don Alonso, -la felicito, desde que dejé la Madre Patria no había probado manjar alguno con un sabor tan delicioso. -No obstante, tengo una curiosidad, ¿cómo se llama esta obra de arte?  Doña Juana sonrojó y quedó pensativa un instante y luego sin vacilar le dijo: Pío Quinto, Su Excelencia.  Ah, dijo el Gobernador, como el nuevo Papa, interesante.

En enero de ese año, después de la muerte de Pío IV, fue nombrado para la silla papal Antonio Michele Ghiselieri, quien para no quebrarse la cabeza buscando un nombre novedoso, se decidió por tomar el de su predecesor y de esa manera se llamó Pío V.   Este papa era un hombre lleno de contradicciones.  Por un lado, previo a su papado ocupó el cargo de Gran Inquisidor, sin embargo, dicen que prohibió el banquete que se ofrecía en honor al nuevo papa, debido a que había mucha pobreza en la ciudad de Roma en ese entonces.  Durante su papado luchó denodadamente contra la Reforma Protestante que había iniciado en Alemania Martín Lutero.  Mediante una bula, decretó la supremacía de la iglesia romana y la figura papal, sobre todos los poderes civiles de la tierra.  Por otra parte, a través de otra bula, prohibió la tauromaquia, declarándola un espectáculo vergonzoso y sangriento, digno de demonios y no de hombres.  Era un tanto contradictorio que se lanzara con tanto empeño contra las corridas de toros, cosa que estaba bien, sin embargo, no tuviese un concepto igual sobre la santa inquisición, tal vez más sangrienta y vergonzosa, en donde mediante las más crueles torturas hacían que un hereje saliera declarando que creía hasta en Santa Claus.

Sin embargo, lo interesante es que después de observar estos eventos, no se encuentra ningún conectivo lógico entre el postre de doña Juana y el papa Pío Quinto.  Lo cierto es que a mediados de ese año, llegó al nuevo mundo la noticia del nuevo papa, ya ven que en esa época las noticias viajaban con una lentitud anonadante, no como ahora que el propio papa tiene Twiter y sus reflexiones son obtenidas en tiempo real por sus seguidores.

El caso es que al escuchar el nombre del nuevo papa, doña Juana quedó embelesada.  Le cayó como se diría después: pan de rosa.  De esa forma, el nombre de Pío Quinto quedó revoloteando en su mente, asociado con una dulzura especial, más por lo de Pío que por lo de Quinto, nombre que tal vez no tendría la misma asociación en la Nueva España.

Por eso cuando el Gobernador agarró a doña Juana fuera de base con el nombre del postre, no le fue difícil hacer un bautizo express y llamarlo Pío Quinto, nombre que quedó para la posteridad, pues este es uno de los postres más representativos de la gastronomía nicaragüense y tradicionalmente se sirve en la cena de Navidad.

Lo cierto es que en todo Mesoamérica se encuentran postres similares, sin embargo, no guardan esa extraña fusión entre las cocinas española e indígena, al no elaborarse el marquesote con pinol, sino con harina de trigo.

Dicen por ahí que en gustos se rompen géneros, de tal forma no existe una receta que pueda considerarse original.  En cuanto al marquesote, circulaba a mediados del siglo XX, la creencia que las mujeres afrodescendientes tenían una mano única para elaborar un marquesote de sabor inigualable.  Hay personas con un paladar tan sensible que pueden distinguir la calidad y procedencia de esta torta.  Sobre el almíbar o miel que se vierte sobre el marquesote, también depende del gusto y presupuesto, desde quienes utilizan el democrático alcohol puro o guarón, hasta quienes se ufanan de emplear un ron añejo e incluso whisky.  Habrá desde luego alguna dadora a creer que afirme que utiliza Coñac XO.   El atolillo es dijéramos la puerta a la calidad del Pío Quinto pues al estar en la capa de encima, vaticina la calidad del postre en su totalidad.  Aquí también la tradición marca ciertas variantes, desde quienes utilizan solo arroz en su elaboración, hasta quienes utilizan harina de maíz o maicena.  Lo cierto es que el arte de espesar el atolillo no es para cualquiera.  Algunas viejas malbozaleadas afirmaban que se espesa a punta de huevo, pero no es que el postre lleve postura alguna de gallina, sino que a través de constantes y firmes movimientos del brazo de quien lo prepara.  Los conocedores del postre saben al primer golpe de paladar si ha sido espesado con un exceso de maicena o a punta de huevo.

Muchos nicaragüenses tienen arraigado muy en el fondo de sus paladares el sabor inigualable del Pío Quinto y cuando han pasado un buen tiempo en el exilio, cuando lo vuelven a probar es inevitable que una lágrima ruede por sus mejillas.  Sin embargo, lo cierto es que es un postre para gente con una salud de hierro, en especial en lo relativo al páncreas, pues su índice glucémico se eleva al cielo.

Si usted tiene la oportunidad y puede darse el lujo, no omita en su cena de Navidad este singular postre y al saborearlo,  siéntase, sin ninguna aprensión, como si fuera el propio Gobernador don Alonso de Casaos cuando saboreó por primera vez este extraordinario postre y repita con la dulzura con que lo hacía doña Juana Lazo de Figueroa:  Pío Quinto.

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