En forma coincidente con la caída de las primeras lluvias, el ambiente, con aquel particular olor a tierra mojada, comenzaba a inundarse con la melodía de Cariño verdad, de los Churumbeles de España, que anunciaba que el día de la madre se acercaba. Los corazones empezaban a reblandecerse; aquellos que tenían del don de la declamación comenzaban a ensayar “El brindis del bohemio”, poema que sin duda alguna arrancaría las lágrimas del macho más rudo. Los tríos y conjuntos de la época se aprestaban a ensamblar sus más engalanados programas para las serenatas que se estilaban. Los artesanos se apresuraban a formar un inventario de claveles de papel de colores rojo y blanco.
Eran los años sesenta, la capital respiraba aires de tranquilidad y el futuro se miraba como un día diáfano en el Xolotlán en el que parecía verse hasta las montañas de la otra orilla. El comercio empezaba a difundir a los cuatro vientos sus más atractivas ofertas, aprovechando la bonanza económica que traía el repunte de las exportaciones agrícolas y la incipiente industrialización de la región. De esta manera, los periódicos de entonces llenaban sus páginas con anuncios comerciales de productos que reflejaban la modernidad que se vivía, como eran las cocinas de gas butano, los televisores, todavía en blanco y negro, las refrigeradoras y las consolas que guardaban un equipo de sonido en su interior y que además servían de adorno para cualquier sala, además de otros enseres domésticos como licuadoras, planchas, entre otros.
No obstante, lo que más llamaba la atención en los rotativos era la página de sociales, en donde los clubes más exclusivos empezaban a anunciar a las agraciadas damas que habían sido galardonadas por su actuación como madres en el año precedente. Era algo así como el premio Oscar de la Academia y se observaba a las más refinadas señoras recibir el título de Madre del Año, Madre Abnegada, Madre Heroica, Madre Dolorosa, Madre Prudentísima y demás epítetos que parecían salidos de las letanías del rosario.
Otro elemento que venía a dar fe de la altura del certamen era el nombre de las agraciadas ganadoras, quienes portaban con extremo donaire el hipocorístico clásico en esos niveles, que parecían los nombres de algún entremés exótico, Teté, Fifí, Titú, Cori, Mimí, Cuca, Tití, Sisi, Malú, etc.
Cuando mi padre miraba aquel desfile de galardonadas exclamaba: Asinus asinum fricat (un asno frotando a otro asno), que haciendo a un lado el tono peyorativo quería decir que entre ellas “se hacían la venta”, pues era común observar que se iban rotando año con año los citados títulos. Era obvio que los criterios de selección y los méritos individuales no eran sacados a la luz pública, sin embargo se filtraba información de los más inverosímiles dislates que servían de base para la escogencia, como la heroicidad al haber conducido de manera temeraria un vehículo hacia el hospital para curar una rajada de cabeza de su hijo, o bien la abnegación con que la susodicha soportaba las palizas que su cónyuge le propinaba, en los tiempos en que no había ley 779 y se consideraba una obligación ineludible del marido en su papel de educador de la familia. También se premiaba la prudencia con que se comportaban las damitas al aceptar con cristiana resignación los hijos que le mandaba el Señor, aunque fuera una marimba. Se observaba en algunos casos una alta dosis de servilismo, cuando los mejores títulos los acaparaban la madre o esposa del Titular del Ejecutivo, o bien la agraciada esposa de un ministro de estado “patón” es decir que sus bonos estaban a la alza. En fin, era una sociedad que en sus percentiles superiores de ingresos, mostraba una alta reciprocidad en la dulce tarea de elogiar, aunque en ese afán se llevaban entre las patas al significado que para cada ciudadano tiene su propia progenitora, pues como decía Pepito: Madre, sólo hay una.
Sin embargo, la naturaleza a veces muestra una sabiduría impresionante que sacude a todos los estratos de un pueblo y eso precisamente ocurrió en diciembre de 1972. Un terremoto de 6.2 grados, el más pavoroso ocurrido en toda la historia de la capital, cimbró por espacio de 30 segundos, no sólo los cimientos de la ciudad, sino los de toda la sociedad en su conjunto.
Esa noche, todas las madres de Managua al unísono, se enfrentaron al heroísmo, al dolor, a la abnegación, a la resignación. No importó que su nombre no sonara de manera rimbombante, ni si pertenecían a tal o cual club, pues sin excepción se hicieron grandes.
Para mayo de 1973 llegaron de nuevo las lluvias y con ello un hálito de esperanza de que la naturaleza no seguiría ensañándose en la querida ciudad. Esta vez, los Churumbeles de España no inundaron el ambiente como otros años. El comercio insistía más en la venta de materiales de construcción que de regalos para el día de la madre, pues la mayoría de la población de la capital todavía vivía de manera improvisada. Lo más interesante fue que en las páginas de sociales de los periódicos no volvieron a aparecer los certámenes de los clubes en honor a las madres. Sería que los clubes quedaron por un buen rato como papalotes sin cola, o si al fin se dieron cuenta que ser madre era mucho más que un galardón en un certamen y que después de todo, la mejor madre, la madre del año, era la de cada quien y sin querer, prevalecía aquella estrofa que con tanta emoción entonaba Juan Legido: “Anda y vete de mi vera, si te quieres comparar, con aquella vieja santa, que esta ciega de llorar”.
Cuatro décadas después, a mediados de mayo seguimos esperando con ansias las lluvias, en un año en donde parece que el Niño hará de las suyas. Ya casi llega el día de la madre y la publicidad parece enfocarse en los últimos avances de la tecnología como tablets, teléfonos inteligentes, plasmas, etc. La gente parece haberse olvidado de los sismos de abril y de la prudentísima alerta roja extrema y todo indica que la celebración del día de la madre se realizará con el entusiasmo que merece. Afortunadamente no ha quedado ni la sombra de aquellos certámenes de los años sesenta y es más, los diarios ya no tienen páginas de sociales. Ahora existen revistas especializadas, a todo color y en papel couché, en donde como en escaparate desfilan las destacadas personalidades de las altas esferas de la sociedad y de la política en bodas, bautizos, baby showers, despedidas de solteros, cumpleaños, en donde las señoras de los hipocorísticos de siempre, lucen graciosamente sus sonrisas y sus diseños exclusivos.
De todo aquello, lo que ha permanecido y en cierta medida se ha exacerbado es el servilismo, que ha encontrado novedosas formas de enquistarse en la vida nacional y para dicha de todos, se ha dejado a la madre fuera de todas esas manifestaciones, a excepción tal vez de las mentadas a las progenitoras de los serviles.