Cuando iba a inscribir a mi hijo Orlando en el Registro Civil de las Personas en la Alcaldía de Managua, un individuo que iba delante de mí en la fila, al tocarle su turno el registrador le preguntó el nombre de la persona a quien iba a inscribir, a lo que respondió de una forma muy ufana: -Santa Cecilia. El encargado del Registro puso una cara de Hombre del Sanedrín, casi se rasga las vestiduras y se negó rotundamente a inscribir a la criatura con ese nombre. El sorprendido padre de la niña insistía en que él deseaba ponerle ese nombre y era su derecho y el registrador terco continuaba negándose. Yo metí mi cuchara y le expliqué al burócrata que el nombre Santa existía como tal, el registrador seguía montado en su macho y en que se trataba de un nombre comercial y no hubo manera de convencerlo, así que al final el pobre ciudadano tuvo que aceptar inscribir a su hija como Ana Cecilia, que es un bonito nombre por cierto, pero salió con una tremenda desilusión. Al salir pensé para mis adentros lo absurdo del caso, pues si puede alguien llamarse Santiago o apellidarse Santana, cómo no era posible que la niña se llamara Santa Cecilia, pero en fin, así eran las cosas y eso sólo podía pasar en Nicaragua. Pero me equivocaba rotundamente, pues tiempo atrás, a finales de 1945, en un barrio de Buenos Aires, Argentina, Vicente Sánchez e Irma Ocampo acudieron al Registro Civil a inscribir a su hijo y al ser requeridos por el nombre que le pondrían, el padre muy orgulloso dijo: -Sandro. El registrador después de poner unos ojos desorbitados exclamó: -Pero ché, ¿estás loco? y se enfrascaron en una discusión y como en todos estos casos, el burócrata que tiene la sartén por el mango se salió con la suya; así que la pareja tuvo que resignarse con inscribir a su hijo con el nombre de Roberto Sánchez, que no tiene nada de malo, pues así se llama el célebre historiador y cronista oriundo de Masatepe, sin embargo, la ilusión de Vicente e Irma se vio temporalmente desvanecida.
Años más tarde, a inicios de los sesenta, Roberto Sánchez, quien después de comenzar a trabajar en diversos oficios desde muy temprana edad para ayudar a sus padres, había incursionado en el mundo de la música rock con relativo suceso, decidió rescatar aquella ilusión de sus padres y adoptó el nombre artístico de Sandro. En su país, este joven comenzó una trayectoria artística que lo llevó en cierto momento a cambiar el rock, género del cual interpretaba covers de los éxitos en inglés, por la balada romántica que comenzaba a entusiasmar a la juventud de aquel entonces, trabajando en la composición de sus propios temas, cambiando su indumentaria casual de blue jeans y chamarras, por trajes formales y de esta forma nació un nuevo ídolo latinoamericano.
Sería tal vez a inicios de 1968, cuando un grupo de estudiantes del segundo año de Economía de la UNAN nos reuníamos en el Club Estudiantil que quedaba en las inmediaciones de la Lotería Nacional en la vieja Managua. En ese local había mesas de ping pong, de ajedrez, tableros y en cierto lugar había un radio, que se mantenía a cierto volumen para amenizar el rato de los asistentes. Una noche que el local estaba bastante concurrido, de repente sin mayor preámbulo se escucho una potente voz que comenzó a cantar: “Por ese palpitar, que tiene tu mirar, yo puedo presentir que tú debes sufrir, igual que sufro yo, por esta situación que nubla la razón sin permitir pensar…” De repente, se hizo un gran silencio en el recinto, como si todos quisieran seguir de cerca aquella impresionante voz y la dramática letra de la canción. Por nuestra condición de universitarios nadie aplaudió al final, pero era evidente que la música de aquel intérprete había calado fuertemente en cada uno de nosotros. Poco tiempo antes habíamos conocido a Raphael y su marcado histrionismo al cantar, sin embargo, el estilo de este nuevo ídolo argentino sobrepasaba todo lo que se había conocido anteriormente.
Sandro había lanzado anteriormente, con buen éxito también el tema Quiero llenarme de ti que lo dio a conocer en Latinoamérica, sin embargo, Porque yo te amo fue una verdadera revolución en la balada romántica. De esta forma, este joven cantautor argentino dominó las listas de popularidad en ese último tramo de los años sesenta y aún durante los setenta. Las radioemisoras no se daban abasto para las complacencias en donde Sandro de América, que fue el nombre que adoptó posteriormente, interpretaba sus más sonados temas. En la televisión las estrellas de la fonomímica abandonaron a Raphael para enfocarse en Sandro.
Después de tantos años, muchos todavía recordarán Penumbras, Por tu amor, Tengo, Así, Por algún camino, Rosa Rosa, Una muchacha y una guitarra, Me amas y me dejas, Lluvia de rosas, sin embargo de manera especial, los acavangados de aquella época todavía sentirán escalofríos al escuchar Como lo hice yo, en donde con un intenso sentimiento Sandro exclamaba: Mas nunca tendrás quien te quiera, te lo juro por esta, como lo hice yo… remarcando el beso que estampaba sobre una cruz hecha con sus dedos, para que se supiera sobre qué se hacía el juramento y no se tomara por otro lado. O bien, quién no navegó en el océano de la tristeza al escuchar Penas, aquel tema que para lograr un impacto más profundo, iniciaba con un órgano iglesiero que nos ubicaba entre enormes vitrales y la penumbra de las velas y aquella frase digna del más arrabalero tango: Nadie me daría, dos días de vida, por la forma en que me encuentro hoy.
En los años setenta, a pesar de que Sandro seguiría con su arrolladora fama en Sudamérica, en Nicaragua, la aparición de nuevos ídolos de la balada romántica como Julio Iglesias, Camilo Sesto, Nino Bravo, José Luis Rodríguez, entre otros, diluyeron en gran medida la magia de Sandro. No obstante, la carrera de este popular cantautor se extendió hasta los años noventa en donde logró grabar más de 35 albumes y 12 películas. En 1970 tuvo el honor de ser el primer artista latinoamericano en actuar en el Madison Square Garden de Nueva York, alcanzando un lleno completo en sus dos presentaciones lo que representa un total de un cuarto de millón de espectadores. Otro hito importante es que ese preciso concierto, fue transmitido vía satélite en lo que sería el primero a nivel mundial que se transmitía de esa manera.
En el año 1972 Sandro recibió el premio Grand Ball al cantante del año y recibió las llaves de la ciudad de Miami. En su país, se convirtió en el primer cantante en actuar en el Luna Park que era un santuario exclusivo para el boxeo y como si eso fuera poco, en Brasil llenó el Estadio Maracaná.
Como dato curioso vale la pena señalar que el cantante venezolano José Luis Rodríguez, debe su sobrenombre “El Puma” a una canción de Sandro. Resulta que la escritora cubana especialista en telenovelas Delia Fiallo era admiradora de Sandro y le gustó mucho su tema Mi amigo el puma, de tal forma que en una telenovela incluyó a un personaje con ese nombre y el cual fue interpretado por José Luis Rodríguez, quien a partir de ese momento adoptó el sobre nombre de El Puma. Menos mal que Delia Fiallo no escogió el tema Penas para su telenovela. Como un agradecimiento a Sandro, al cumplir 40 años de carrera artística, José Luis Rodríguez grabó un disco con temas del gran cantautor argentino.
A finales de los años noventa, Sandro fue diagnosticado con enfisema pulmonar. Su larga carrera como fumador llegó a minar la salud del artista a tal punto que su capacidad pulmonar ni siquiera alcanza el 10%, por lo que prácticamente debe de estar conectado al oxígeno. Ya enfermo realizó varias presentaciones en su país, manteniendo a mano el tanque de oxígeno en el pedestal del micrófono. No obstante, su salud es tan precaria que se encuentra en la lista de espera para un doble transplante, es decir cardiopulmonar, pues además de nuevos pulmones, necesita un nuevo corazón. Lo que hay que reconocer en el cantante es su entereza, pues en todo momento ha declarado que su enfermedad se la debe al vicio de fumar y que definitivamente él se lo buscó.
A pesar de que yo en lo particular prefería los temas de Leonardo Favio, cada vez que se escucho en las radioemisoras ancladas en el recuerdo algún tema de Sandro, es imposible evitar que me lleve a aquellos dorados tiempos cuando creíamos que teníamos la facultad de adivinar el palpitar en los ojos de una muchacha.