Corre el año de 1965 y en una lluviosa mañana del mes de julio, la ciudad de Diriamba, Carazo se muestra brumosa. En el sector noroccidental de la ciudad se yergue majestuoso el edificio del Instituto Pedagógico “La Salle”. Los alumnos han finalizado el receso matutino y han ingresado a sus aulas para continuar con el horario establecido. Desde el patio central del colegio se puede observar la dinámica que guarda cada una de las aulas. En la planta baja del ala este, la primaria se muestra en ebullición, mientras los titulares de cada grado hacen su mejor esfuerzo por canalizar la energía de tanto niño para que se concentren en el proceso de enseñanza aprendizaje. Un tanto más en calma, en el ala sur, se observan las aulas de secundaria, en donde cada profesor, religioso o seglar, se empeña en mantener fija la atención de los alumnos sobre la materia que los ocupa, no obstante, puede notarse cierta inquietud, risas furtivas, pláticas en voz baja. Sólo un aula se muestra en un silencio absoluto y todos los alumnos tienen la mirada fija al frente del aula, en donde un profesor se dirige a ellos con voz firme. Se trata de uno de los pocos seglares que tiene el Pedagógico como docentes. Puede rondar los cuarenta años, viste un traje claro y una discreta corbata. De estatura media, delgado, tez clara, con un bigote que resalta su rostro y le da una apariencia de aquellos actores italianos de la Cinecittá de los años cuarenta.
Se trata del Profesor Francisco “Paco” Cordero, quien imparte una clase de Historia Universal a sus alumnos del tercer año. Con una habilidad narrativa extraordinaria expone ante la clase las embestidas que realizan los ejércitos galos sobre los romanos y cómo las otrora temibles legiones romanas, sucumbían ante la fiereza y determinación de los bárbaros. Las facultades histriónicas del docente pintan de manera realista la forma en que los romanos se retiraban hacia su último refugio seguro: El Capitolio, desde donde les toca observar, con el dolor de sus corazones, cómo los galos saquean e incendian la ciudad y en la noche, creyéndose a salvo tras las murallas del sitio, duermen plácidamente hasta que Manlio, joven soldado, despierta ante un extraño ruido que al final resulta provenir de los graznidos de los gansos sagrados que cuidaban el Capitolio y al investigar la causa de los mismos, se da cuenta que un soldado galo ya casi alcanza la cima de la muralla, dándole tiempo para arrancarle las manos de la piedra y despeñarlo hacia el fondo del precipicio, dando la voz de alarma y logrando que los romanos se armaran y repelieran el ataque derrotando a los fieros galos. El alumnado sale de su embeleso y le dedica al unísono un caluroso aplauso al profesor quien humildemente mueve sus manos solicitando apagar la emotiva manifestación de parte de sus alumnos.
El Profesor Paco Cordero era sin duda alguna uno de los pilares fundamentales del Pedagógico de Diriamba. Desde los años cuarenta inició su labor docente en el prestigiado centro de estudios, como titular de la clase de historia, geografía y educación cívica. Junto a su primo el Dr. Bayardo Cordero y el Profesor Heriberto Linarte, fueron los docentes seglares del colegio, además del Profesor Carlos Muñoz en primaria. Se distinguía por el enorme respeto que mostraba ante su clase y sus alumnos, así como la forma en que lograba captar la atención de los mismos cuando los transportaba por el fabuloso mundo de la historia. Llegaba a ubicar a sus alumnos en el propio fragor de la batalla y cada quien se sentía pelear al lado de Leonidas y sus 300 espartanos en el paso de las Termópilas o acompañar jadeando a Filípides en la agotadora carrera después de la batalla de Maratón para avisar a sus conciudadanos atenienses antes de morir: ¡Hemos vencido!
En los cinco años que recibí clases con el Profesor Cordero, nunca logré verlo perder la compostura, ni montar en cólera como lo hacían algunos ínclitos hijos de La Salle. Ante actos de indisciplina se limitaba tranquilamente a sacar de la clase al alumno sin ningún aspaviento o en el peor de los casos anotar el incidente y darse el gusto de dibujarle unos tres 60 consecutivos en la materia.
Era muy afecto al principio “la primera impresión es la que cuenta”, generalmente le daba una extrema importancia al primer examen del curso y de conformidad con ese resultado, las notas a lo largo de todo el año parecían aferrarse a la obtenida en aquel primer examen, sin importar el esfuerzo que se realizara en cada una de las pruebas. Muchas leyendas urbanas se tejieron alrededor de este estilo de calificar del profesor, escuchándose repetidamente el cuento de que un alumno había copiado textualmente el Credo y Bendita sea tu pureza en la hoja del examen y había obtenido la máxima calificación. Algunos ingenuos se fueron de boca con la leyenda y pusieron cualquier burrada en el examen haciéndose acreedores de la nota más baja, además de una reprimenda de parte del profesor.
En realidad, a final de cuentas lo importante no era la calificación obtenida, sino aquella fascinante comprensión de la historia que nos llevaba a todas las épocas y continentes, desde un Cuauhtémoc, torturado por los conquistadores con una hoguera en sus pies, sacando la entereza para exclamarle a su lugarteniente quien le reclama por el dolor del martirio: ¿Acaso estoy en un lecho de rosas? hasta la defenestración de Praga que dio origen a la guerra de los treinta años. Varias generaciones de lasallistas ipedeños tuvimos esa visión del mundo que nos rodeaba a través de los cinco años de recibir aquellas históricas lecciones de parte del recordado Paco Cordero. Nunca nos imaginamos que en pocos años nos tocaría la suerte de vivir una de las convulsiones más grandes en la historia de nuestro país y cada quien, de acuerdo a su concepción del mundo y su propia misión, tomaría el camino que su conciencia le dictara.
En la clase de Educación Cívica, el comportamiento del Profesor Cordero era un tanto más relajado, a pesar de la gravedad al inculcar los valores patrios en los alumnos, siempre dejaba un espacio para resaltar su buen humor. Recuerdo que para la época de septiembre, siempre insistía en la calidad que debe tener un ciudadano para considerarse un patriota y finalizaba su exposición relatando una anécdota de un tipo que en las fiestas patrias, con un par de vergolillazos adentro gritaba a todo pulmón: -Soy Patriota, a lo que el profesor le respondía: – Ni a “cuadrado” llegás, haciendo alusión a las variedades de guineo.
El Profesor Cordero trabajó cerca de treinta años en el Instituto Pedagógico de Diriamba y fue uno de los profesores más apreciados y respetados por el alumnado. En marzo de 1974 un fuerte sismo sacudió la región de Carazo, dejando inhabilitado al Instituto Pedagógico, quien se vio obligado a cerrar sus puertas. A diferencia de los reverendos hermanos cristianos que son reubicados automáticamente, el profesorado seglar se ve de pronto en la vil calle. No hubo un plan de indemnización, ni conforme a la ley, ni conforme a la equidad y aquel lema de “Semper fidelis” pareció esconderse en las grietas provocadas por el terremoto. El Profesor Cordero al observar esta actitud de los religiosos, recuerda de manera inexorable aquella frase de Madame Pompadour, querubín del Rey Luis XV, quien para consolarlo después de la batalla de Rossbach le dice: “Au reste, aprés nous le deluge” (Por lo demás, después de nosotros, el Diluvio).
A diferencia de su primo Bayardo que emprende una demanda legal en contra del Colegio, el Profesor Cordero se rehúsa a tomar ese camino y se resigna a aprovechar el espacio que recientemente había tomado de impartir clases en los colegios La Inmaculada y La Divina Pastora, que inicialmente eran exclusivos de mujeres y que con el tiempo se inclinaron a la coeducación. De esa manera, logra mantenerse en la docencia hasta el año 1979.
Conocedor de la historia, el Profesor Cordero pudo vaticinar lo que ocurriría en la sociedad nicaragüense en los años subsiguientes y el panorama que avizoraba no era nada halagüeño, menos para un profesor acostumbrado al cariño, el respeto y la consideración de parte de sus alumnos, por lo que decidió retirarse de la docencia.
Sería en el 2006 o 2007 que el recordado Profesor Francisco “Paco” Cordero durmió el sueño de los Justos. La prensa nacional ignoró completamente este suceso, de interés relevante no sólo para los miles de ex alumnos del insigne maestro, sino para la sociedad diriambina y muchos nos enteramos mucho tiempo después de su desaparición, aunque en el corazón henchido de gratitud de todos los ipedeños, siempre estará presente y sus lecciones seguirán vigentes guiándonos como el faro de luz que siempre ha de alumbrar.