Archivo mensual: marzo 2014

Las tapas aseadas

Chisme.  Imagen tomada del Internet

Dicen por ahí que mal de muchos es consuelo de tontos, sin embargo, al momento de escudriñar en la identidad de los pueblos, hay ciertas costumbres que se ubican en la categoría de “malas”, pero que no obstante es necesario resaltar, por más que quisiéramos esconderlas a la sombra de que en todos los tiempos, todas las civilización las han acariciado en mayor o menor medida.  Así pues, a través de una sincera introspección hay que admitir que el nicaragüense es irremediablemente proclive al chisme.  Si usted apreciado paisano lo duda, haga una rápida revisión de su vida y encontrará que en más de una ocasión le ha puesto atención o difundido uno que otro chisme y si realiza una encuesta entre sus conocidos verá, quizá un tanto anonadado, que usted ha sido el blanco de más de uno.

Con el fin de tener una claridad diáfana en el concepto, pues muchos dirán que se limitan a difundir y/o comentar las noticias locales, me tomo la libertad de incluir la definición de chisme, según la RAE: “Noticia verdadera o falsa, o comentario con que generalmente se pretende indisponer a unas personas con otras o se murmura de alguna”.  De acuerdo a muchos estudiosos del tema, el chisme es tan antiguo como la humanidad y tal como señalaba antes, si nos sirve de consuelo, todas las civilizaciones han presentado signos inequívocos de manejarlo.  Otros investigadores más acuciosos han determinado que el papel del chisme ha sido fundamental en la conformación y cohesión de los grupos sociales.

De esta forma sería un tanto ocioso investigar de dónde nos viene esa propensión al chisme, pues por dónde le busquemos ahí encontraremos raíces sumamente arraigadas con esta costumbre, ya sea de parte de cualquiera de las ramas de nuestros ancestros, indígenas, españoles o negros.

Lo interesante aquí es el papel que jugó en este sentido el hecho de que incluso en los albores del siglo XX, casi la totalidad de los enclaves urbanos de Nicaragua eran pequeños, incluso muchos dicen que en esa época, la capital Managua era un pueblón y cabe entonces aquella frase tan popular en el habla hispana: “Pueblo chico, infierno grande”.    Así que todo aquello que no tenía la relevancia para ser parte de la historia, tenía que ubicarse en el nivel del chisme.

Según algunos analistas del tema, los chismes deben ser graciosos, referirse a un escándalo y debe existir la facilidad de trasmitirse a otras personas.  Generalmente se difunden entre conocidos y se refieren también a algún miembro conocido de la comunidad.  Los temas, como la mayoría sabrá, tienen que ver con infidelidades, violencia intrafamiliar, ilícitos de diversa naturaleza, realidades de quien eleva su ego, conductas impropias de acuerdo a los cánones de la comunidad, entre otros.

Así pues, el emisor con un afán más de quedar bien que de informar, esparce en su entorno aquella noticia que pareciera quemarle la lengua si no la comparte y para disipar un tanto su participación suele incorporar una introducción: “A mí no me crean, pero dicen que….” “Dicen las malas lenguas que…” “Me confesaron en el sobaco de la confianza que…” “Me contó un pajarito que…”

En su aspecto más básico, el chisme puede centrarse en la noticia bastante apegada a la realidad.  Por ejemplo, Don Encarnación se cayó de una escalera y lo llevaron al hospital.  A medida que se va esparciendo el chisme, se le van agregando elementos que pueden ser ciertos o no.  Don Encarnación se cayó de una escalera y se rompió la pelvis y es posible que no pueda volver a caminar.  Luego aparecerá el peine: Dicen las malas lenguas que se subió a la escalera para ver a Doña Clotilde en el baño, y a medida de que va interviniendo otra lengua viperina, el chisme va engrosándose y presentando mayores aristas.  Dicen por ahí que Don Serafín, el marido de Doña Clotilde avanzó a Don Encarnación subido en la escalera, queriendo ver los encantos de su esposa en el baño, montó en cólera y le empujó la escalera, cayendo el pobre Don Encarnación, cual largo es, sobre la superficie de cal y canto del patio y es posible que salga en silla de ruedas del hospital.

Decía muy sabiamente Vladimir Nabokov: “La observación no siempre es la madre de la deducción”, sin embargo, nuestros paisanos son muy aficionados a saltar rápidamente a conclusiones, de la misma manera que salta el tigre ante una apetitosa presa.  Es interesante observar que todos nuestros  conciudadanos tienen la capacidad de Horatio Caine, D.B Russell y Mac Taylor juntos, para resolver el más intrincado misterio con base en la conjunción de ciertas “observaciones”, no importa que las mismas no sean más que evidencias circunstanciales.  Si un individuo llega a su casa a las tres de la mañana, la conclusión más acertada tiene que ser que se fue de parranda con sus amigos y llegó hasta el cereguete.  Nadie puede pensar que tuvo un accidente de tránsito o que como buen samaritano llevó a un amigo al hospital para que lo atendieran de una angina de pecho.  Si se trata de una mujer, ahí la conclusión se vuelve más atrevida, pues seguramente se fue con algún amigo a un motel a ponerle los cuernos al marido. Elementary my dear Watson.  No cabe aquí la posibilidad de que la esforzada mujer tuviera que quedarse en la oficina cerrando los estados financieros al final de mes, para los observadores del barrio es más probable que anduviera abriendo algo.  Es decir, todo el mundo es culpable aunque se demuestre lo contrario.

Desde la perspectiva de género observamos que el arraigado machismo en la sociedad nicaragüense se ensañaba en los chismes en donde el blanco era una fémina, además, por otra parte, persiste la percepción de que las mujeres son tres veces más chismosas que los hombres.  Lo anterior ha sido desmentido por concienzudos estudios que coinciden en que podría ser que los hombres fueran un poco más chismosos, no obstante, debido a que bajo el mismo esquema machista de que un hombre debía de mantener a su mujer y obligarla a quedarse en la casa realizando oficios domésticos, mientras él trabajaba, pues lógicamente aquellas tenían una disponibilidad de tiempo mayor para dedicarle a esa actividad que por muchos años constituyó el deporte nacional.  Como decía San Cucufato: “No hay santos, sino falta de oportunidades”.

Obviamente se daba el caso de que un (a) ciudadano (a) alcanzaba a dominar el difícil arte del chisme, de tal forma que llegaba a ostentar cierto poder, basado indudablemente en el temor de la población de caer en sus garras, más bien en su lengua, pues se especializaban no sólo en el manejo de la información, sino además en el aderezo del chisme con elementos de calumnias y maledicencias.  Me parece que el mejor ejemplo de lo anterior lo constituye el personaje resaltado en la composición de Carlos Mejía Godoy, La Tula Cuecho, personaje que según se dice, existió realmente en la ciudad de León en el Barrio El Coyolar, bajo el nombre de Gertrudis Traña.  Aquí también resalta un vocablo para designar al chisme y que aparentemente es un nicaraguanismo puro y es “cuecho”, el cual no es aceptado todavía por la RAE, pero que es sinónimo de chisme. Inicialmente se utilizaba este vocablo para designar los pedazos de algo roto, así como también se popularizó el dicho “Estar hecho cuecho”, es decir hecho pedazos, en mal estado.  Se cuenta que en un pueblo en donde en cierta ocasión  acusaron a un político de “cohecho” (cuando todavía lo hacían, ahora lo celebran), una parienta de él se indignó pues según ella su primo jamás hablaba mal de nadie.  Otro vocablo que se popularizó alrededor del chisme es del de “tapas” que se deriva de la boca de un individuo afecto al chisme o bien a exagerar.   De ahí que se escuchaba decir: “Es que no me gusta andar en las tapas de la gente” o bien, “que tapas más aseadas”, cuando se trataba de un o una profesional del chisme.

Con el desarrollo de la burocracia en la primera mitad del siglo XX, tanto a nivel público como privado en los principales enclaves urbanos del país, la oficina se convirtió en un espacio ideal para el florecimiento del chisme.  Los nuevos grupos trasladaron sus capacidades de inferencia al ámbito de la oficina y de esta manera, los aumentos de salario, los excesivos permisos, entre otros casos, se empezaron a relacionar a factores ajenos al propio mérito y en el caso de las féminas, invariablemente caían en las más viles deducciones. Nacieron también los estereotipos del jefe acosador o de la secretaria trepadora.  Si en la fiesta anual de la oficina, una pareja de colegas bailaban más de tres piezas en la noche, lo más seguro era, mínimo, que había un romance de por medio.   En este ámbito también surgió un factor asociado al chisme y fue la “serruchadera del piso”, actividad que con base en chismes y otras indisposiciones, se trataba de tumbar a alguien de su puesto, lo más usual, para ocuparlo el difusor de los chismes o sea el portador de la motosierra.

Con el vertiginoso avance de la tecnología, indudablemente el chisme encontró medios de propagación más expeditos, como fue en su tiempo el teléfono, en donde el emisor ya no necesitaba desplazarse, sino que lo podía hacer desde la comodidad de su hogar, como dicen  los comerciales de radio.  Posteriormente, con la masificación de los medios de comunicación, tanto escritos como hablados, surgió un hermano mayor del  chisme: el rumor.

Podría decirse en términos generales que el chisme y el rumor son lo mismo, sin embargo, hay una diferencia de nivel.  Para ponerlo en términos sencillos, si una noticia puede merecer publicarse en un medio de comunicación, está sujeta al rumor.  En el caso del chisme, su nivel no amerita publicarse, como por ejemplo, no va a aparecer en un diario el accidente de Don Encarnación.  Tal vez constituya una excepción en esta categorización, el caso de los chismes de famosos, especialmente los del mundo de la farándula que se ha convertido en una industria que deja considerables beneficios a los medios de comunicación y no se diga a los chismosos y paparazzi.  Esta industria mete con calzador una serie de chismes sobre las más grandes idioteces que circundan al mundo del espectáculo y en general a todos aquellos que tienen una vida pública.

El rumor necesita tener una alta dosis de credibilidad y se necesita citar a una fuente que establezca su factualidad, aunque en términos prácticos, muchas veces la verdad sea muy difícil de verificar.  Generalmente el rumor se cultiva de manera floreciente en ambientes en donde no existe una perfecta transparencia en la información.  Creo que el mejor y más reciente ejemplo fue el caso de la supuesta muerte de Daniel Ortega.  Con base en la prolongada ausencia del mandatario de los actos públicos y la eliminación de la agenda presidencial de uno que otro evento relevante, se empezó a regar una serie de rumores que colocaban al funcionario en Cuba en la mayoría de las versiones, llegando algunos a establecer que había sido ingresado de emergencia a un hospital en La Habana en donde había fallecido.  Este rumor, se había manejado en otras ocasiones, aunque en menor escala.  Por algún raro fenómeno, en esta ocasión el rumor tomó más fuerza que en otras ocasiones.  A nivel nacional todo el mundo manejaba el rumor citando las más descabelladas fuentes y dando pie a que los politólogos, que constituyen un 86.78 % de la población, barajaran los escenarios de la sucesión.  Por otra parte, el rumor también se coló en la prensa internacional, aunque con la consabida advertencia de que se trataba de algo no confirmado.  Lo anterior, ante el más completo silencio de parte de los voceros del régimen.  La prensa nacional, muy astutamente se limitó a manejar lo relativo a la ausencia del mandatario.

Sin embargo, la Majestad Divina y sus designios son inescrutables y días después, en la recepción del nuevo cardenal en el aeropuerto internacional, trasmitida en vivo por los canales oficialistas, el presidente apareció como sacado de una chistera:  Charaaaaaaan.  Sin ninguna explicación de su ausencia.  Esto provocó otra serie de rumores que iban desde que en realidad se vio en alitas de cucaracha, hasta la versión de que había sido una trampa para pillar, como dicen en la madre patria, tanto a opositores como a los catalogados como incondicionales, por si había una demostración de júbilo, aleteo, o bien se iban de las tapas.

En este mismo contexto, surgieron, tal vez importadas de los Estados Unidos, las leyendas urbanas, que más o menos con las mismas características del chisme o del rumor, es un cuento un tanto más elaborado, con una temática que inspira miedo, terror o simplemente estupefacción.  Son famosas las elaboradas en torno a las cosas más asquerosas encontradas en la comida de algún restaurante, casi siempre de comida rápida.  También tuvo su momento el caso de un individuo que se iba de farra con cierta damisela y luego se despertaba en un motel, observando en el espejo del baño, un letrero puesto con lápiz de labios: Bienvenido al SIDA.  Otro más terrorífico contaba el caso de un tipo que se despertaba en la bañera de un hotel, llena de hielo, dándose cuenta luego de que le habían extraído los riñones, para su posterior tráfico.   Lo interesante del caso es que el emisor siempre hacía referencia a algún conocido de él, ya sea un pariente, el amigo de un amigo o alguien muy cercano.  Siempre había alguien que adaptaba la leyenda urbana al caso particular de su entorno, cambiando el nombre del restaurante por uno local o bien agregando elementos para darle más credibilidad a la historia.

Indudablemente, el internet y la posterior conformación de las redes sociales de parte de la sociedad moderna, vino a cambiar significativamente lo relativamente al chisme.  Podría decirse que vino a aplacar a aquella sed infinita, como decía Rubén, de esparcir el chisme.  Al ser una de las principales motivaciones de esta práctica, el elevar la imagen o bien provocar la aceptación del emisor de parte del resto de los miembros de la comunidad, las redes sociales vinieron a ofrecer al individuo una nueva forma de expresión con esos mismos fines y es el famoso “muro”, en donde cada quien tiene la amplia libertad de difundir desde su estado de ánimo, hasta las cosas en este mundo que cree pueden interesarle al resto de sus “amigos”.   Con esta práctica, el chisme quedó un tanto relegado en este ámbito, pues es muy difícil difundir un chisme de manera discreta, sin que quede la real evidencia del difusor y la posibilidad de que el sujeto del chisme lo pueda encarar.  Por otra parte, se ha abusado de los temas que se incluyen en el muro, especialmente cuando se trata de temas políticos y religiosos que causan verdaderas polémicas que no terminan de dirimirse en el espacio disponible en la red.  El rumor ha florecido un poco más en este ámbito de las redes sociales debido a que a diferencia de los medios tradicionales de comunicación, aquí no existe la censura para aquello que no está plenamente comprobado, aunque  siempre queda el temor del emisor de ser identificado plenamente.  Lo que ha adquirido una nueva dimensión en las redes sociales es la leyenda urbana, pues es un terreno propicio para su difusión y ahí seguimos soportando las curas milagrosas para el cáncer, desde el limón, la guanábana y el mamón (la fruta) que están siendo acaparados por las grandes transnacionales farmacéuticas y hay que consumirlas antes de que no estén a la disposición del público.  Algo para ingenuos es la creencia de que Facebook o Microsoft donarán cierta cantidad de dinero al darle “me gusta!” a la foto de algún enfermo terminal.  También hay amplias referencias de un niño que  supuestamente está perdido en un centro comercial y pide que lo lleven a una dirección anotada en un papel y que cuando el incauto llega allá, lo están esperando para asaltarlo.

De cualquier forma,  el chisme subsiste en nuestra sociedad aunque tal vez en diferentes dimensiones, pues las nuevas comunidades en residenciales modernos, evitan al máximo interactuar con sus vecinos, sin embargo, en los barrios populares parece adquirir mayor fuerza, al igual que en las oficinas. Así pues, estimado lector, lo más sensato es seguir aquel consejo de la sabiduría popular que dice: “No hay que hacer cosas buenas que parezcan malas, ni cosas malas que parezcan buenas” que al final de cuentas, siempre hay unas tapas aseadas al acecho.

 

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El resucitado

Cristo resucitado.  Imagen tomada de internet

Uno de los recuerdos más atesorados de mi niñez es el de aquellas madrugadas del domingo de pascua, como se le conocía antes al día que daba fin a la semana santa, tan llena de prohibiciones, procesiones e incienso.   Todavía estaba oscuro cuando mi padre llegaba a mi cama a despertarme para asistir a la procesión del resucitado.  Mientras mi hermana, con las mujeres de la casa salían hacia la procesión de las féminas que acompañaban a una imagen de la virgen dolorosa, aquella que tenía un estilete atravesándole el corazón, mi padre y yo nos uníamos a la procesión de puros hombres que en silencio acompañaba a la imagen de un Cristo con el corazón expuesto y que se le conocía, en esa ocasión en especial, como el resucitado.  Una cuadra antes de llegar al punto de encuentro de las dos procesiones, aparecía una niña vestida de ángel llevada también en un anda y que iba de una imagen a otra repitiendo al encontrarse con la virgen: -Madre ahí viene tu hijo e -Hijo, ahí viene tu madre al llegar a la imagen del Cristo, acelerando los cargadores la velocidad a medida que se iban acercando las dos procesiones.

Cuando ambas imágenes se “topaban” precisamente en el Banco de los Briceño, las imágenes eran subidas y bajadas, al igual que el angelito, al momento en que los chicheros tocaban una fanfarria, mientras que un derroche de pólvora anunciaba el cierre de la semana santa.

Más que el evento en sí, lo que me emocionaba era ese acercamiento con mi padre, generalmente dedicado a su profesión de médico a tiempo completo, pero que en esos días suspendía totalmente su apostolado para dedicarle tiempo de calidad a su familia.  Ir de su mano por las calles del pueblo era una experiencia única y sentir que me levantaba hacia sus hombros para que viera mejor el encuentro de la madre, el hijo y el angelito, era algo espectacular.

Muchas veces, después de un suculento desayuno, salíamos de viaje a alguna playa o bien a la capital a ver alguna película.

A finales de los años cincuenta nos trasladamos a la casa nueva de la calle de El Calvario y cuando mi padre estaba en la casa, disfrutábamos sentándonos en el pequeño porche dividido de la acera por un muro de escasa altura.    Ahí sentíamos el aroma que venía de los cafetales de la parte norte de la ciudad, el frescor del clima que en aquel tiempo caracterizaba a los pueblos de Carazo y ver a los paisanos desfilar por la calle, todos ellos saludando con mucha deferencia a la familia.  No obstante, había un individuo que pasaba ciertos días, más o menos a la misma hora por la tarde y que con una estampa un tanto tenebrosa pasaba sin alzar la vista.

Cuando mi padre lo miraba acercarse comentaba: -Ahí viene el resucitado.  Por más que yo le buscaba, no le encontraba sentido a aquel remoquete, pues viéndolo bien, no se parecía en nada a la imagen del Cristo que sacaban en aquella procesión.  Este era un individuo de mediana estatura, tal vez un poco más alto que el promedio, de contextura recia, con cierto sobrepeso.  Su rostro era duro, su boca dibujaba un rictus que llegaba a ser aterrador, sin embargo, lo que más llamaba su atención era una especie de giba que sobresalía en su nuca, con unos profundos surcos que parecía papaya rayada y aparentemente lo obligaba a caminar un tanto enconchando como decían antes.   Invariablemente usaba camisa manga larga y con un andar un tanto tropezado, pasaba hacia el este.

Un día en que mi padre estaba de ánimo conversador, le pregunté por qué le decían el resucitado, si no se parecía a la imagen del Cristo.  Entonces me contó la historia que cualquiera me dirá ahora que es original de Tarantino, pero les puedo asegurar que años antes que naciera Quentin, ya esa historia era manejada por muchas gentes en el pueblo.  Resulta que aquel individuo se hizo de algunos enemigos por razones desconocidas o que debido al desenlace, tal vez ya no eran relevantes.  El caso es que sus enemigos lo emboscaron en un camino, si la memoria no me traiciona, entre San Marcos y Jinotepe, todos con machete en mano y cuando lo encontraron empezaron a ensañarse en él.  A diferencia de las katanas japonesas que incluyó Tarantino en Kill Bill, los machetes no tenían la capacidad de rebanar los miembros como sandías, sino que por más que le propinaron golpes en la nuca, no lograron decapitarlo, sin embargo, al caer inconsciente y derramar tanta sangre, los atacantes lo dieron por muerto y emprendieron la huida.

Unos lugareños que pasaban por ahí lo encontraron y en cierto momento vieron un débil signo de que seguía vivo y se lo llevaron a donde un curandero del rumbo que con pura medicina natural poco a poco lo fue sacando del estado deplorable en que lo encontraron.  Pasó escondido en el caserío en donde lo llevaron hasta que se recuperó totalmente.  Cuentan que cuando estuvo completamente restablecido, lo primero que hizo fue conseguirse un machete y buscó y encontró uno por uno a sus atacantes, asegurándose que al caer estuvieran completamente muertos.

Se perdió por un buen tiempo y cuando creyó que toda aquella historia había quedado en el pasado, apareció de nuevo, haciéndose acreedor en pueblo del remoquete del resucitado.  Nunca supe de dónde venía ni hacia donde iba, ni en qué se ocupaba.  El caso es que ciertos días, más o menos a la misma hora, pasaba por mi casa, con su figura patibularia, rumbo hacia el este.

En cierta ocasión, muchos años después, estando sentado con mi padre en el porche de la casa, le comenté: -Tiene rato que no pasa el resucitado.  –De verdad, dijo mi padre, lo más seguro es que se ha de haber muerto.  – ¿Será? le dije, -Si, agregó mi padre, nadie resucita dos veces.

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