Las fiestas patronales en Nicaragua constituyen una de las principales manifestaciones culturales de su población. A pesar de que podría decirse que esas festividades provienen de la cultura española que fue impuesta en estos territorios durante la conquista, hay que considerar que con el propósito de darles “la con dulce” a los nativos, los religiosos españoles cedieron en la rigurosidad de su liturgia ante las propias manifestaciones tradicionales indígenas.
En sus ritos ancestrales los indígenas habían incorporado la música, la danza y la comilona, de tal manera que los misioneros encontraron en las celebraciones del santoral católico, una forma de darle entrada a dichos ritos y de esa manera, las fiestas patronales se fundieron con las festividades indígenas y posteriormente con las relativas a los afro descendientes, convirtiéndolas en un crisol en donde se fundieron la liturgia, la música, la danza, la gastronomía, las representaciones teatrales y por qué no, los excesos. En muchos casos, los religiosos tuvieron que hacerse de la vista gorda y al final apechugar, ante algunas manifestaciones que caían en el terreno de lo que podía considerarse como pagano.
En un inicio, la parte musical de estas festividades estuvo a cargo de los instrumentos indígenas, básicamente tambores, ocarinas, flautas, chischiles y pitos. Posteriormente se adoptó la chirimía y en algún momento surgió la marimba como protagonista de algunas manifestaciones folklóricas.
No obstante, a mediados del siglo XIX surgió la banda musical que prácticamente se adueñó de gran parte de las festividades patronales. Dicho cuerpo se ocupó de acompañar a la procesión del santo patrono, amenizar los bailongos, así como a los eventos correlacionados como fue el caso de las “corridas” de toros, que no eran sino una mezcla de la “fiesta” española con el rodeo norteamericano, teniendo la particularidad estos eventos locales de que no se mataba ni se hacía sufrir al animal.
Cabe señalar que estos grupos musicales provenían de las bandas que empezaron a proliferar en Europa, principalmente en el siglo XIX y que tenían su origen en los cuerpos musicales que acompañaban a los ejércitos desde tiempos inmemoriales y cuya característica básica era que estaban formadas por instrumentos que podían portarse a la par de los ejércitos y que tuvieran la sonoridad para levantarles la moral. De esta manera, estas bandas estaban principalmente formadas por instrumentos de “viento”, tanto maderas como metales y de percusión.
Con la consolidación de los municipios como ente político, por toda Europa se fueron conformando bandas locales que acompañaban a todos los actos de la comunidad, como desfiles, procesiones, festividades cívicas y sociales y que se diferenciaban de las orquestas sinfónicas y filarmónicas por los instrumentos que las componían y por la movilidad de las primeras, que actuaban la mayoría de las veces al aire libre.
Por esa época, Nicaragua que tenía un sorprendente movimiento migratorio que permitió el asentamiento de músicos de carrera, fue dando lugar a la formación de este tipo de bandas, llegando a su punto culminante cuando el Presidente José Santos Zelaya fundó a fines del siglo XIX, la Banda de los Supremos Poderes, poniendo al frente de la misma al renombrado músico belga Alejandro Cousin. Esta banda se convirtió en la mejor de toda el área centroamericana y más aún, en un verdadero semillero de grandes músicos nicaragüenses.
En una versión más simple, comenzaron a organizarse por todo el territorio nacional bandas callejeras que estaban compuestas básicamente por percusiones: tambor, bombo y platillos, así como clarinetes, trompetas, trombones y sousáfonos, este último al ser de la misma familia de instrumentos de viento, se ha conocido como tuba.
No obstante, a pesar de la solemnidad que quiso imprimirle el Presidente Zelaya a este cuerpo a través de su rimbombante nombre, el pueblo en algún lugar del tiempo comenzó a llamarles “chicheros”.
Son muchas versiones acerca del origen de este remoquete adosado a las bandas callejeras, no obstante la más acertada parece ser aquella que hace referencia a que la paga de estos músicos era parte en metálico y parte en especie, que incluía la comida y bebida a discreción, siendo esta última un elemento esencial en las fiestas patronales y que era la chicha (fermento de maíz) que en algunas ocasiones elevaba su contenido etílico al ser mayor su grado de fermentación, llegando al nivel de “bruja” cuando con tres jícaras el individuo se ponía “cachetón”. Esta afición por la ingesta de esta bebida, a veces justificada por la necesidad propia del oficio, especialmente por la soplada de los instrumentos de viento, además de la exposición al sol, fue lo que originó dicho apodo. Otros cronistas más quisquillosos quieren encontrar el origen del nombre en el vocablo “chiche” que significa fácil, aunque como en el caso de aquellas personas que se dedican a la “vida fácil” saben que no tiene nada de fácil, tampoco el soplar y soplar a la intemperie canción tras canción tampoco tiene nada de fácil.
Al ser muchos de los integrantes de estas bandas connotados músicos, con inclinaciones a la composición, comenzaron a proliferar temas especialmente realizados para este cuerpo musical. En el caso de la música para las procesiones religiosas, que en un inicio se trataba de marchas militares, comenzaron a observarse composiciones propias de los músicos de dichas bandas y en especial el caso de marchas fúnebres muy socorridas en las procesiones de semana santa y uno que otro entierro.
No obstante, el mayor aporte a la música folklórica nicaragüense fue el género de “son de toros”, también conocido como “son de cachos”, por los cachos (cuernos) de los toros. Muchos cronistas afirman que esto es parte de la herencia española y que este género tiene su origen en la música de las corridas de toros españolas. En este punto yo disiento pues la música que acompaña invariablemente a las corridas de toros en España y luego en México es el “pasodoble”. Este ritmo tiene su origen en las marchas militares y tiene un compás moderado y fue introducido en las corridas de toros y ahí se mantiene como parte de la tradición. También originó un género de baile que ahora constituye una de las modalidades básicas de los bailes de salón. El son de toros no tiene nada que ver con el pasodoble. El son de toros generalmente tiene un compás de 6/8, a diferencia del pasodoble que lo tiene de 2/4. El ritmo es marcado por el sousáfono y las percusiones y pretende describir la descarga de adrenalina que estalla en la “barrera” producto de la valentía del “torero” la bravía del toro y la emoción de los aficionados.
Los títulos de estos sones de toros pueden integrar un tratado completo, pues los hay desde los que hacen referencia al propio toro: Ese toro no sirve, El toro furioso, El torito pintado, otros que parecieran compuestos para ciertas progenitoras: Mamá Chilindrá, La Mamá Ramona, La puta que te parió, La Pelota (El muñeco de cera); otros que tienen un nombre un tanto bandido: Te lo tenté, Cambiando secos, El negrito; unos hacen referencia al reino animal como El zopilote, Cuervo saca los ojos.
Algunos de estos sones fueron compuestos especialmente para el ritmo en cuestión y su utilización en las “barreras” de toros, no obstante, muchos otros temas fueron adaptaciones de los integrantes de las bandas sobre composiciones del folklore nacional escritas en otro ritmo, para convertirlos en sones de toro.
Muchos de estos temas son anónimos, sin embargo en algunos contados casos puede identificarse al autor, como es el caso de la Mamá Ramona que es de Alejandro Vega Matus de Masaya.
En el siglo XX se vino a consolidar la banda de “chicheros” en el territorio nacional, específicamente en la parte del Pacífico y Central del mismo. Muchos municipios contaban con su banda que amenizaba las respectivas fiestas patronales, con sus procesiones, los toros, las dianas o alboradas, los juegos de pólvora con los infaltables toros encohetados, la dejadas de presentes al mayordomo, los bailongos, en donde incluso hacían adaptaciones de los boleros de moda.
Recuerdo que en mi pueblo, San Marcos Carazo, todavía en los años cincuenta del siglo pasado contaba con una banda conformada por notables ciudadanos que tocaban más por afición que por trabajo, como los hermanos Vásquez, don Manuel Yescas, entre otros. No obstante, por alguna razón en los años sesenta desapareció dicho cuerpo y los eventos magnos eran amenizados por la banda de Masatepe, una de las mejores de la región, dirigida por los notables músicos de la familia Ramírez.
También tuve la oportunidad de escuchar en alguna ocasión a la banda de Jinotepe, en donde también la conformaban destacados músicos, como el legendario don Gilberto González, “Caremacho”, don Manuel Hernández, entre otros.
A finales del siglo XX, ya en los albores del nuevo milenio, con la expansión del lenguaje políticamente correcto y la introducción de eufemismos para todo lo cotidiano, el término “chicheros” empezó a sonarle mal a sus integrantes. En realidad nunca fue tomado en sentido peyorativo, más bien era una denominación un tanto folklórica, sin malicia, no obstante, había algo que sugería una malsonancia, pues en varios países puede confundirse con sostén o brasier, o en fin, también podía deberse a esa corriente que se puso de moda de darle caché a ciertos oficios. Era como si los integrantes del baile de negras se sintieran mal con ese nombre y quisieran llamarse baile de las afrodescendientes; los del baile del viejo y la vieja pretendieran llamarse el baile del adulto y de la adulta mayor o bien las del baile de indias, quisieran llamarse del baile de las pobladoras autóctonas.
Lo cierto es que se inició un movimiento para dejar de llamar “chicheros” a estos músicos y comenzar a llamarles “bandas filarmónicas”. Sin duda alguna, hay cierta justicia en darles el nivel que don José Santos Zelaya pensó, al bautizar a aquella agrupación con el nombre de la Banda de los Supremos Poderes, no obstante, todavía existe un considerable segmento de la población que sin importarle lo políticamente correcto, sigue llamándoles chicheros. Lo mismo sucedería si se pretendiera cambiarle el nombre al son de toros: “La puta que te parió” para llamarle “La sexoservidora que te dio a luz”.
En el siglo XXI, este tipo de bandas permanece, tal vez con más proliferación que en el pasado, pues es imposible concebir unas fiestas patronales sin la presencia de la música de chicheros y al ser las festividades cada vez más amplias, la demanda de estos cuerpos musicales ha aumentado al punto de que en una misma fiesta convergen más de dos bandas. De la misma forma, en otro tipo de eventos también está presente este tipo de música.
En este sentido, es importante señalar un fenómeno que ocurrió y que dio origen a la multiplicación de estas bandas. En los años noventa, con el cambio de régimen (para no herir susceptibilidades) el gobierno se dio a la tarea de rescatar las fiestas patrias de septiembre y con ello regresaron los desfiles estudiantiles. Como la palabra guerra producía cierto escozor, se cambiaron las bandas de guerra y se conformaron bandas musicales, agregando a las trompetas, trombones, saxofones y en ciertos casos sousáfonos, y se le dio un giro a los desfiles, antes con aires militares y se dio paso a lo carnavalesco, al interpretar estas bandas toda suerte de ritmos guapachosos como cumbias, porros, sones de toro, palo de mayo, mientras las palillonas con minúsculas ropas se contorsionan al ritmo de la frenética música en honor a la patria, sus próceres, héroes y mártires. El caso es que muchos jóvenes que habían aprendido nociones de música a través de esas bandas, decidieron conformar sus propios conjuntos, muchos de ellos bajo la modalidad de chicheros, otros siguiendo el estilo de las bandas mexicanas y otros encontraron un nicho bastante atractivo en las batucadas.
No cabe duda que en este tercer milenio, la música de las bandas filarmónicas o chicheros como usted prefiera llamarlos, constituye uno de los elementos vitales de las manifestaciones folklóricas del pueblo nicaragüense y están presentes, más que nunca en todas las fiestas patronales del Pacífico y región central del país. Obviamente no son lo que eran, en primer lugar, ya no la integran aquellos virtuosos músicos de antaño, tampoco tienen la prestancia que llegaron a tener, pues incluso ahora, los instrumentos ya son otra cosa, empezando por el sousáfono o tuba, que antes era de un impecable bronce y ahora están hechos de fibra de vidrio y resina de color blanco que dan la apariencia de tuberías de pvc. De la misma forma, aquellos emolumentos que consistían en metálico y comida y chicha a discreción, ahora ni soñarlo, cobran por hora, por adela y en U.S. currency y si les ofrecen bebida piden whisky Buchanans, pero eso sí, nadie puede resistirse al ritmo de una de estas bandas, pues a los primeros acordes es obligado sacar un pañuelo y empezar a emular a los valientes toreros de las barreras o a una lora en comal caliente.
Agradezco a mi hermano Ovidio por su apoyo en la elaboración de este post y a mi cuñada Celeste González por cederme la fantástica foto que lo ilustra.