El terrorista

CUENTO

Fermín subió a su cuarto con una bolsa de regalo que le había entregado su tío César, quien recién había regresado de un congreso de cardiología en los Estados Unidos.  César Reyes era un afamado médico que se había especializado en enfermedades cardiovasculares, padecimiento que en aquellos años, finales de los sesenta, había cobrado una singular importancia.  El médico le tenía un especial cariño a Fermín, hijo único de Arsenio, su hermano, pues el niño tenía un enorme parecido con Don Rodolfo, el finado padre de ambos.

Fermín tendría en ese entonces unos once años y era un niño que en la época actual pudiera haberse catalogado como “hiperactivo”.  En aquellos tiempos no existía aquella etiqueta y los niños eran vagos o jodedores, pero hasta ahí no más.  Era muy inteligente y un poco aplicado en el colegio, sin embargo, la disciplina no era su fuerte, mostrándose un poco rebelde, motivo por lo cual, Clara, su madre se fue acostumbrando a presentarse con regularidad a la dirección del colegio para recibir reportes de la conducta de su hijo.  Su padre el Dr. Arsenio Reyes, abogado y notario, ejercía su carrera, bastante exitosa, en la capital y viajaba diario hacia el pueblo y cuando escuchaba de parte de su esposa los reportes de disciplina de su hijo, no le ponía mucha mente, pues decía que él mismo había sido de esa manera y que con el tiempo se fue enderezando.

Después de estudiar y hacer sus tareas, lo cual no le llevaba mucho tiempo, Fermín se dedicaba a sus dos pasatiempos favoritos.  Uno era devorar toda la literatura de terror que llegaba a sus manos, desde Edgard Allan Poe y Ray Bradbury, hasta los paquines de Cuentos y Leyendas de La Colonia y El monje loco, así como cualquier película o programa de televisión del género.  Le fascinaba aquel cosquilleo que le producía el suspenso y el miedo que infundían todos aquellos relatos espeluznantes.  Su otro pasatiempo era el de hacerle al francotirador.  Con una resortera y una bolsa de una especie de tomatitos verdes que producía un arbusto que crecía en el patio, subía a la azotea y ahí parapetado escogía a sus blancos a quienes a una distancia considerable lograba impactar con aquellos proyectiles, acostándose después en la superficie de la azotea, de modo que sus víctimas nunca lograban avizorar al tirador.

Cuando el muchacho abrió aquel paquete del regalo de su tío César, casi se le salen los ojos de las órbitas.  Se trataba de una máscara de un rostro monstruoso.  Pero no era una de las tradicionales máscaras de celuloide que apenas cubrían el rostro y que se sujetaban con un hule a la cabeza.  Se trataba de una máscara completa, estilo Hollywood, de un material como latex, que cubría la totalidad de la cabeza, con cabellera casi real y que una vez que se la probó y se miró en el espejo, sintió aquel cosquilleo de terror al mirar aquella imagen frente a él.  Se emocionó al pensar en el uso que le daría a la máscara.

Aquella misma noche, Fermín se puso un suéter negro y se fue con la máscara a un solar vacío que quedaba casi en frente de su casa.  Ese lugar estaba casi en penumbras, pues la luz del alumbrado público estaba un tanto retirada y a duras penas hacía llegar unos tímidos rayos.  El muchacho se colocó la máscara y se ubicó detrás de unos matorrales que le cubrían hasta el pecho, de tal manera que solo parecía sobresalir aquel rostro monstruoso, pues el suéter se confundía con lo oscuro del fondo. No pasó mucho tiempo cuando por la calle apareció Juancito, empujando un pequeño carretón en el  que llevaba maíz al molino para la masa de las tortillas que echaba su abuela.  Iba muy tranquilo, sin embargo de pronto volteó a ver hacia el solar y adivinó un rostro espeluznante.  El pobre Juancito pegó un salto casi olímpico y salió disparado con su carretón gritando incoherencias.  Fermín se quitó la máscara y el suéter y se dirigió a su casa en donde se encerró en su cuarto a leer.   Al rato que llegó su padre de la capital, bajó a cenar y su madre comentó que Doña Fidelia, la vecina, recién había llegado con el cuento que un muchacho que pasó cerca de la casa había visto un aparecido.  El abogado, sonrió y comentó: – Las mismas supersticiones de siempre.  Fermín se limitó a asentir con la cabeza.

En los días subsiguientes, Fermín continuó con su aventura, no a diario, por si las dudas.  Incluso cambió de ubicación, escondiéndose en otros solares de las calles vecinas.  De esta manera a Juancito se unieron la niña Rosita, quien se dirigía a poner una inyección a domicilio, Don Coronado, que iba a la farmacia a conseguir un jarabe y una hija de Doña Cándida que iba a dejar unas pelotas de trigo a la venta.  En el pueblo se iba esparciendo el rumor que algún alma en pena andaba rondando el pueblo.

Cierta noche, después de haber dejado de asustar por varios días, Fermín decidió volver a sus andadas y esta vez seleccionó un paraje que le pareció más tétrico, situado al otro extremo del pueblo.  En un pequeño salveque llevó el suéter negro y la máscara, al llegar observó si no había nadie a la vista y se introdujo entre los matorrales en donde se puso el suéter y la máscara.  Sin embargo, en esa ocasión, la mala fortuna parecía haber acompañado al muchacho, pues la persona que acertó a pasar por aquel paraje fue nada menos que la Dulcita, una de las hijas de Don Roque, cacique del pueblo y sempiterno alcalde.  En esa ocasión, Fermín emitió un ruido que hizo que la muchacha volviera a ver y cuando se percató de aquel rostro, casi cae desmayada.  Se puso blanca como un papel y con dificultad emprendió la marcha, corriendo luego hasta su casa.  Casi no podía hablar y su madre se percató que estaba ardiendo en fiebre.  En pocos minutos la casa del alcalde se llenó de curiosos y en momento más, don Roque llegó del bar en donde conversaba con unos amigos, hasta donde llegó la noticia.

La mala suerte seguía persiguiendo a Fermín, pues una vez que se quitó la máscara y el suéter y los puso en el salveque, salió con mucho cuidado del matorral, sin embargo, no advirtió que de una casa vecina, Salvador, un vago del pueblo,  desde la ventana había observado cómo el muchacho, en la penumbra, se quitaba la máscara y el suéter y salía luego hacia la calle rumbo hacia su casa.

Inmediatamente Salvador se dirigió a la casa de don Roque y cuando se encontró con el alcalde le comentó lo que había visto.  El cacique comenzó a resoplar y se puso verde, para cambiar luego a morado.  Chavalo hijuelagranputa, no paraba de decir.

El muchacho llegó a su casa y subió a su cuarto, escondió el salveque y esperó a que llegara su padre para cenar.  Al finalizar, Fermín subió a su cuarto, el abogado se sentó en la sala a leer, mientras que su esposa miraba la televisión.  Al rato, se escuchó que golpeaban a la puerta con “imperio”, como decían las viejas del pueblo.  El propio doctor salió a abrir, sorprendiéndose cuando observó que se trataba de Don Roque, acompañado del Teniente López, comandante de la plaza.

Entre el Dr. Reyes y Don Roque había una animadversión desde siempre.  El alcalde había escalado posiciones a punta del más puro servilismo con el régimen somocista.   Los Reyes eran una familia que gracias a un constante y arduo trabajo había logrado superarse, de tal manera que con su aserrío Don Rodolfo había logrado enviar a sus hijos a estudiar una carrera profesional.  Don Rodolfo nunca quiso participar en política, sin embargo, era pariente de Somoza García y éste le debía muchos favores, de tal manera que siempre lo respetó y había la orden, no escrita, que esa familia era intocable.  Sus hijos habían heredado aquella aversión a participar en política, así como el respeto de los hijos de Somoza.  Arsenio había incluso defendido en juicios a algunos ciudadanos opositores, sin problema alguno.  Esta situación le causaba un inmenso malestar al alcalde, pues era la única familia que no se le agachaba en el pueblo, más bien, cuando podía, recibía de su parte agrios comentarios.

Muy secamente, el abogado saludó a los visitantes con un – Buenas noches, los visitantes devolvieron el saludo y el alcalde agregó: -Necesitamos hablar con usted, doctor, sobre un asunto muy serio.  Arsenio se extrañó pero los invitó a pasar a la sala y les ofreció asiento.  Clara, cortésmente saludó y se retiró.

Siempre con un tono serio, el abogado les espetó: – Bueno señores, ¿Qué se les ofrece?  El alcalde se aclaró la garganta y dijo: – Mire doctor, es un asunto muy penoso, pero venimos porque se está acusando a su hijo de terrorista.  El Dr. Reyes se sorprendió, pero recuperó la calma y exclamó:  -A ver, a ver, a ver, ¿Cómo está eso?  Don Roque dijo: – Resulta que su hijo lleva varias semanas asustando a la población con una máscara, por lo tanto es un terrorista.

El abogado no supo cómo se le salió: -No sea caballo, Don Roque.  El terrorismo –agregó- tiene que ver con la lucha para desestabilizar al poder.  El militar se quedó de una pieza, pues nunca había escuchado a nadie dirigirse de esa manera al alcalde.  Cuando más, continuó Arsenio, se trata de una vagancia.  Cuando Don Roque recobró el resuello, dijo enfáticamente: -Pero en los últimos días se ha dedicado a sembrar el terror ¿y a eso cómo le llama?  Mire Don Roque, dijo el abogado, aquí el único que está sembrando cosas raras en su finca es su primo René.   El cacique se quedó de una pieza y sin palabras.  Entonces el militar entró al quite y le dijo al abogado: -Entonces doctor, ¿Qué podemos hacer?  Arsenio, con la mayor tranquilidad le respondió: -Tal vez ustedes quieren que llamemos ahorita a Managua, con el Magistrado García o si quiere con Alesio.  Cuando el Teniente escuchó el nombre de Alesio, se descompuso y dijo: -Bueno, creo que no es para tanto, tal vez podríamos arreglar las cosas por aquí ¿No es así, Don Roque? El alcalde no tuvo de otra más que asentir.

Mucho más tranquilo Arsenio, retomó la palabra y expuso:  -Bueno señores, ¿qué es lo que les interesa? El cacique se quedó sin saber qué responder y apenas masculló un: -Mmmm, entonces el militar dijo: -Pues que su hijo deje de andar asustando a la población.  –Así de fácil, agregó.  Entonces el abogado les dijo: -¿Estaría bien si yo les aseguro que este muchacho no va a volver a asustar a nadie con esa máscara?  Don Roque un tanto molesto dijo: -Pero ¿Cuál sería el castigo?  Estaríamos sentando un precedente.  Arsenio lo quedó mirando y le dijo tranquilamente: -No me joda don Roque ¿Ya se le olvidó cuando usted sentó un precedente al quitarle su finca a Don Eustaquio?  Don Roque molesto solo agregó: Ahí muere, pues.  ¿Habría alguna garantía de que no va a volver a suceder?- agregó.  El abogado simplemente dijo:  Bueno, si no es suficiente con mi palabra, yo les mandaré mañana temprano la garantía que ustedes quieren y yo me encargaré de aplicar el correctivo correspondiente a mi hijo ¿Les parece?  Ambos asintieron, aunque el alcalde no de buen modo, pero inmediatamente Arsenio dijo cortésmente: -Entonces señores, buenas noches.  El militar hizo el medio parapeto de cuadrarse, mientras que don Roque masculló: -mnnas nnches.

Cuando el abogado cerró la puerta exclamó: -Terrorista mis huevos, sapo de mierda.  Llamó a su esposa y a su hijo y por un par de horas estuvo conversando con ellos, muy seriamente y al final le impuso un castigo al muchacho,  que nunca era de maltrato físico, sino que siempre encontraba la manera de aplicar correctivos adecuados y efectivos y en esta ocasión, además de cortarle su asignación monetaria semanal y restringir sus salidas por un mes, le decomisó la máscara, que fue lo que más le dolió, pero el muchacho comprendió que no había  otra alternativa.

A la mañana siguiente, antes de salir a la capital, el abogado pasó buscando a Douglas, un asistente que tenía en el pueblo para gestiones locales y le entregó la máscara empacada en una caja de whisky White Label vacía y le encargó que se la entregara al alcalde.  Douglas cumplió el encargo y don Roque se quedó extrañado al ver la caja enviada por Arsenio, pero cuando la abrió se dio cuenta que era la famosa máscara.  –Chavalo terrorista hijuelagranputa, masculló.  Luego convocó a una reunión de sus adláteres en donde declaró que había logrado desenmascarar a quien estaba sembrando el terror en el pueblo y que procedería a quemar la máscara aquella para que no se repitiera el episodio de terrorismo y el pueblo volviera a la normalidad.  Aplausos.

Don Roque nunca pudo olvidar aquel episodio, más que nada por la humillación que le hizo pasar Adrian, sin que tuviera la menor oportunidad de desquitarse.  De tal forma que cada vez que se encontraba con el muchacho o que se tenía que referir a él no se cansaba de repetir: Terrorista.  Eso no se lo podía quitar el abogado.

Con el tiempo Fermín fue abandonando su pasión por el  terror y comenzó a leer otro tipo de literatura, desde la policíaca hasta las obligadas en el colegio: María, Doña Bárbara, La Vorágine.  Cuando le correspondió se fue a la capital a la universidad y ahí pasaba la semana con su tío Martín y regresaba el fin de semana al pueblo.  Entonces se aficionó a otro tipo de lectura: Fanon, Galeano y en una ocasión llegó a su casa con una guitarra presumiendo a sus padres sus avances en el instrumento, aunque en realidad su  repertorio se limitaba a una canción, tristona por cierto que empezaba: “Qué triste, se oye la lluvia, en las casas de cartón” y se las recetaba una y otra vez, hasta que al tiempo algún guasón sacó su versión que la dejó en el vulgareo: “Que ricos, saben los tragos, en los vasos de cartón”, entonces optó por dejarla y siguió con otras canciones, siempre del estilo de protesta.

En el pueblo ya casi no se miraba a Fermín, y las pocas veces que se aparecía por ahí, a muchos les costaba reconocerlo porque se había estirado hasta alcanzar casi los seis pies., aunque tenía la misma cara de su abuelo Rodolfo, pero con una estructura atlética.  Cuando se intensificó la insurrección popular, el joven prácticamente se desapareció del pueblo.

Don Roque por su parte se dedicó de lleno a la búsqueda y denuncia de posibles integrantes de células terroristas, así como a sus familiares y buscar como los despidieran si eran empleados públicos. En algunas ocasiones se sumaba a las redadas que hacía la guardia nacional en el pueblo y hasta se rumoraba que había torturado a uno que otro guerrillero capturado.

Cierta noche el alcalde recibió una llamada que denunciaba actividades sospechosas en un campo de futbol en las afueras del pueblo, así que presto y veloz salió de su casa y subió a su camioneta.  De pronto, por el espejo retrovisor observó que alguien se acercaba.  Cuando la persona estuvo frente a la ventana del vehículo se percató que se trataba de Fermín, pues la cara de su abuelo era inconfundible.  Solo alcanzó a decir: -Ej, el terrorista, cuando velozmente el joven arrojó al interior de la camioneta un cóctel molotov, mismo que se estrelló contra el volante y produjo una explosión e inmediatamente el fuego se esparció por el interior del vehículo.  En medio de las llamas, se miraban los ojos desorbitados del alcalde, quien apenas alcanzó a escuchar: -Ahora sí, viejo sapo. ¡Patria libre!

 

6 comentarios

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6 Respuestas a “El terrorista

  1. Luis Villavicencio

    Muy buen cuento…..pero le cambiastes el nombre de Fermín al comienzo y al fin lo nombras como Adrián…que pasó ahí?

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  2. Augusto

    Excelente narrativa. Solo que en los finales del texto nos cambio el nombre de Fermín a Adrian. Saludos.

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  3. Oscar Martínez Aguirre

    Muy interesante este cuento. Cómo iban a acusar el alcalde a Fermín de terrorista? Era apenas un niño de 11 años, que asustaba con esa terrible máscara a otros niños. Aunque al final creo que Fermín se convirtió en terrorista con su acto de destruir una vida humana. Pero, es terrorismo algo justificado por una causa? Bueno, este término muy de moda actualmente, es una etiqueta que se aplica a unos tipos de violencia y no a otros. Con sólo el hecho de amenazas por parte de musulmanes, se llama a través de los medios occidentales, como amenazas terroristas. Si por el contrario, ocurren muertes en una discoteca de gais en E.E.U.U. pues se llama matanza, atentado, masacre, sin mencionar la palabra “terrorismo” En la historia de los EE.UU. se dice que Jorge Washington, el mismo que aparece en los billetes de U.S.$1.00 era terrorista, pues ponía en la guerra, bombas en las vías férreas para hacer volar los trenes en la guerra de Secesión, pero esto lo decían los estados esclavistas, pero los unionistas del norte, le llamaban patriotismo. Entonces, qué es terrorismo? Bueno, se necesita un foro para discutir este término. Siguiendo con la trama de este cuento, creo que todo niño de aquellos felices tiempos, tuvo una “tiradora” -aunque el autor le llama “resortera”- y habla de azotea, nosotros jugábamos, mas que todo a matar lagartijas o tirarle a las pobres gallinas y pollitos. Muy bonito este cuento y me suena familiar el apellido Reyes, aunque sé muy bien que el cuento no se trata de una historia de la vida real. O a la mejor.

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    • ortegareyes

      Mi estimado Oscar. Es pura ficción, aunque algunos pasajes están basados en hechos de la vida real. Lo del apellido Reyes es coincidencia, hay que recordar que el padre de Somoza García era Somoza Reyes.

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  4. Excelente historia. Reyes existen hasta por Filipinas. Saludos.

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    • Lecciones de la historia

      ¿El apellido Reyes en Filipinas? ¿Por qué no?

      No debería sorprender a nadie que esté familiarizado con la historia colonial de Filipinas encontrar un apellido como Reyes entre muchos hablantes nativos de tagalo.

      No olvidemos que Filipinas fue una colonia española durante 333 años (1521-1898). Durante ese período, la colección de islas en el sudeste asiático que colonizó España se conocía como ‘Las Islas Filipinas’. También se le conocía como Indias Orientales Españolas a los colonialistas.
       
      Este período colonial comenzó con la llegada en 1521 del explorador europeo Fernando de Magallanes navegando por España, que declaró que Filipinas era una colonia del imperio español. Terminó con el estallido de la revolución filipina en 1898, que marcó el comienzo de la era colonial estadounidense de la historia filipina.

      La influencia española en las Filipinas todavía se siente hoy en día en su lenguaje, cultura, política, etc., así como en los nombres. Esto ayuda a explicar por qué muchos filipinos no solo tienen nombres y apellidos españoles, sino que también hablan inglés y obsesionan con cualquier cosa estadounidense y, en menor medida, española.

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