Los muertos vivientes

Zombis. Imagen tomada de Internet

Creo que puedo afirmar que no le tengo miedo a los muertos e incluso, podría agregar que a los vivos sí les tengo miedo.  Tal vez no llegue al extremo de Juan de Dios Peza quien puso en boca de Garrik: “… yo les llamo a los muertos mis amigos y les llamo a los vivos mis verdugos…”, pero creo que en cierto momento llegué a superar toda la carga que sufrí en la niñez, cuando los adultos tenían la afición de sembrar el terror a diestra y siniestra, en especial en las frágiles mentes infantiles.

En los días de la niñez, la noche llegaba con su profunda oscuridad y con ella, toda una suerte de fantasmas, aparecidos y demás.  El patio de la casa de los abuelos parecía boca de lobo y era un terreno fértil para imaginarse cualquier figura emerger misteriosamente en el fondo del mismo.

En aquel tiempo, el mayor temor era que se apareciera el diablo.  Nadie podía explicar para qué diablos Satán se le iba a aparecer a determinada persona y en la distancia, sigo sin entender cuál sería la intención del Enemigo Malo de andar asustando a la gente.  La cosa es que existía el terror incluso de mirar debajo de la cama, pues ahí podía estar asechando El Contrario.  Era igual que los alienígenas que no se manifiestan a grupos o multitudes, sino que a uno o dos como máximo.  El caso es que una vez que caía la noche, nadie se atrevía a salir al patio, ni siquiera a una emergencia, pues era mejor una tripa retorcida que un encuentro cercano con el Chamuco.

No había apariciones de muertos específicos, salvo raras excepciones y lo más socorrido en aquel entonces era ver un “bulto”, concepto que me tomó un buen tiempo asimilar pues en mi reducido vocabulario ese vocablo se refería a una mochila escolar y de esa manera no le encontraba sentido sentir temor al ver una de ellas.  El caso es que era muy común escuchar que alguien había visto en medio de la oscuridad, un bulto.

En el caso de aparecidos, lo cual era muy raro, se trataba de la figura de un mortal que se había ido al otro barrio y regresaba en forma casi etérea, pero guardando las mismas características de cuando estuvo vivo.

Luego venían todos los integrantes del imaginario social, el cadejo, la carreta nahua, la llorona, la mocuana, el padre sin cabeza, entre otros.

De esa manera, el estrés para un niño era enorme ante semejante carga de terror que era alimentada por todos los adultos de la casa, hasta que el menor empezaba a razonar y comenzaba a buscarle el sentido a todas aquellas creencias y llegaba a la conclusión de que se trataba de puras patrañas.  Muchos lograban superar ese período, pero algunos quedaban marcados para toda la vida.

Traigo a colación lo anterior debido a que va cobrando relevancia a nivel mundial, el culto a los zombis o muertos vivientes, llegando a niveles insospechados.  Ya sea a través de novelas, series de televisión, películas, video juegos, entre otros, la población va dándole una inusitada realidad a estos seres y se va multiplicando alrededor de todo el mundo.

Podría decirse que este culto ha tenido su cuna en los Estados Unidos, en donde la afición ha llegado a tal extremo que una considerable parte de la población espera a pie juntillas, un apocalipsis zombi y algunos ciudadanos, conocidos como “prepers”, han tomado toda una serie de precauciones para estar listos en el momento que ocurra ese evento.

Ya para esta fecha deben estar en marcha varias investigaciones que traten de explicar el surgimiento de este fenómeno y el por qué encontró un terreno fértil en los Estados Unidos, siendo que el concepto de zombis es propio de las culturas africanas que pasaron luego al Caribe y tuvieron su máxima expresión en Haití con el predominio del vudú.  De acuerdo a estas culturas, el zombi es un individuo que ha fallecido y ha sido traído de regreso a la vida por un brujo, quien tiene a su voluntad al zombi.  A pesar de que el zombi tiene todos los atributos del vivo, su capacidad neuronal se encuentra limitada.

En el caso del zombi norteamericano, el mismo guarda parcialmente las características originales, pero mostrando indicios severos de descomposición lo cual se refleja en el rostro y extremidades y se alimenta con el cerebro de otros seres vivos que al ser atacados se convierten en uno más de los zombis.  Esa transformación va guardando una progresión geométrica de tal manera que en ciertas películas tales como Guerra Mundial Z, se convierten en ejércitos multitudinarios.

Hay que resaltar el éxito que ha alcanzado la serie de televisión «The walking dead» cuya audiencia se cuenta por millones.  Después de verla, el televidente queda con esa extraña sensación de ver con cierta naturalidad como se matan a los zombis de un golpe o disparo en la cabeza, terminando con la reducida inteligencia que les quedaba.

La afición en los Estados Unidos ha llegado a tal punto que se organizaron en las principales ciudades, lo que se llama “Zombie attack prank” que es una especie de vacilada en donde uno o varios sujetos se disfrazan y maquillan como zombis y salen a la calle a asustar al resto de la población, causando verdaderos efectos de terror entre aquellos que no conocen este tipo de demostraciones y provocando en no pocas ocasiones, situaciones de peligro en donde personas ajenas a todo esto, han estado a punto de provocar verdaderas tragedias.  Parece que este fenómeno comenzó a reproducirse en muchas ciudades alrededor del mundo.

Afortunadamente los países latinoamericanos no han sido proclives a este tipo de culto, en parte, según creo yo, debido a la influencia de los antepasados indígenas que tenían un concepto muy diferente en cuanto al tratamiento de la muerte y en donde en medio de todo, prevalece un sentimiento de respeto hacia los difuntos.  En Estados Unidos, por su parte, se deformó el tipo de culto que prevalecía en las civilizaciones anglo sajonas, cayendo en la deformación holliwoodesca del Halloween en donde predominan los monstruos y demás figuras de terror.

Por otra parte, el judeo cristianismo que pudo haber modificado el culto a la muerte por imposición de los conquistadores a los antepasados indígenas, no aportó elementos que permitieran deformarlo.  Lo anterior, a pesar de que viéndolo bien, el primer zombi documentado es precisamente Lázaro de Betania que teniendo varios días de muerto, fue regresado a la vida por Jesús.  Muchos han polemizado el asunto alegando que tal como el mismo Jesús dijo, sólo está dormido, es decir pudo haber sido un ataque de catalepsia, sin embargo algunos testigos oculares habían afirmado que ya hedía, es decir que ya estaba en proceso de descomposición, aunque también cabría la posibilidad de que Lázaro hediera desde antes, tal vez, al no ser afecto a la higiene diaria.  El caso es que de conformidad con algunas versiones, no autorizadas, Lázaro se escapó que los sacerdotes lo mataran y luego junto con sus hermanas Marta y María, se fugaron hacia lo que después sería Francia y después de ser obispo de Marsella al fin y al cabo se murió todito.  Otros expertos en el tema lo sitúan en Chipre.  El caso es que tal como dice la canción,  no estaba muerto, andaba de parranda.

Es muy reconfortante saber que tenemos una barrera cultural que nos podría defender de semejantes locuritas como el culto a los zombis.  Claro que hay que hacer la salvedad de todas aquellas personas que caminan por ahí como zombis, andando como Lázaro después de resucitar y sin voluntad propia, sino a merced de lo que le comande un chamán o una chamana.

No habría que olvidar a todos aquellos que siguen al pie de la letra las manifestaciones que ocurren en otros países, tal como sucedió con el reducido movimiento Emo, que fue tratado de copiar por algunos despistados que pululaban por Plaza Inter.

Creo que nuestros difuntos merecen todo nuestro respeto y debemos dejarlos descansar en paz y no convertirlos en comparsas de un carnaval.

5 comentarios

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5 Respuestas a “Los muertos vivientes

  1. A. L. Matus

    A mí me parece que no es remoto que en cualquier momento comiencen a disfrazarse uno que otro niño bien, de estos adefesios de zombis. Ya hay en Nicaragua piñatas de Monster High, que es parte de las deformaciones del Halloween. Me pareció un buen artículo, que cobrará relevancia en un futuro no muy lejano. Saludos

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  2. Aza Chávez

    Al leer lo de Ortega Reyes, me viene a la memoria aquellos cuentos de aparecidos y fantasmas de Nicaragua, como las Ceguas, la Carreta Náhuatl (o simplemente Carreta Nagua, como lo pronunciábamos los pequeños de aquellos años), el Padre sin Cabeza, el Cadejo, que por cierto, solamente de noche aparecían.

    Una interpretación que escuché sobre estos personajes, es la que afirmaban que eran creaciones interesadas, que venían desde la colonia. Por ejemplo, a algunos les interesaba que los hombres no salieran de sus casas por las noches a hacer visitas furtivas a sus amantes, o mujeres interesadas en mantener a raya al vecindario dentro de sus casas, para que no vieran quiénes eran sus visitantes ocasionales, por aquello de las murmuraciones, las apariencias, la doble moral.

    Al introducirse la electricidad -y el alumbrado público- la cosa varió, y las modalidades también dieron un salto. Ya no se oía chirrear por las noches a la carreta, ni los cantos de la Ceguas, ni los cascos del caballo del Padre sin Cabeza, ni se veían los ojos encendidos de rojo de un perro negro…¡Claro! La modernidad los enterró, pero el ingenio popular le abrió el paso al surgimiento de locos que por las noches salían blandiendo machetes que los hacían sonar contra las calles empedradas, y soltaban furiosas chispas que a cualquiera le metían miedo o precaución y preferían entonces, meterse en sus casas, y a lo sumo darle seguimiento al «loco» para ver si ya no estaba. Ese momento era aprovechado por el supuesto desquiciado, para meterse por la puerta entreabierta de la vecina del frente de las viejas pesquisonas, para darle rienda suelta a sus instintos naturales. Nuevos tiempos, tiempos idos.

    En tiempos recientes la tradición gringa del halloween trató de imponerse aquí, traída con pretensiones de enclave cultural. A lo más que llegó -percibo- es a quedarse a nivel de ciertas élites, o de jóvenes de familias de élite o de aspirantes a élite, porque no caló en la opción criolla y tradicional nuestra y eso es muy positivo para la permanencia de nuestra identidad a través del tiempo.

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    • ortegareyes

      Gracias por los comentarios a esta entrada, en especial a Azarías Chávez por su interesante punto de vista sobre los cuentos de camino de nuestra infancia y cuya versión sobre su origen tiene mucho sentido. Respecto a lo del halloween, de manera lastimosa habría que admitir que dicha celebración ha permeado no solo a las elites, sino a los «mengalos» como nos ilumina don Mario Fulvio Espinoza, sino que puede verse toda la parafernalia de esa festividad en los lugares más inesperados.

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  3. «el estrés para un niño era enorme ante semejante carga de terror que era alimentada por todos los adultos de la casa», soy testigo de ese estrés, de ese terror.

    Tu escrito me ayuda en parte a estar informada sobre el tema. Todo lo de Hollywood relacionado con zombies, posesiones satánicas, extraterrestres, fines del mundo y similares me agota la paciencia, pero es bueno saber lo que sucede alrededor. A veces, mi intransigencia me limita de estar al tanto de lo que hacen a efectos de valorar las incidencias en la sociedad. Artículos como el tuyo me llegan muy bien.

    Gracias. Saludos.

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  4. Oswaldo Ortega Reyes

    Hace poco miré una película filmada en la Habana que se titula Juan de los Muertos, una sátira bastante ingeniosa escrita y dirigida por Alejandro Burgués que tiende mas a divertir que horrorizar a pesar de escenas de extrema violencia hasta ahora poco asociada con el humor socialistas. La isla se ha llenado de zombies que se multiplican con la rapidez que Juan el personaje principal y su grupo comienzan a eliminarlos con métodos poco ortodoxos que hacen al expectador experimentar cierta culpa de reir frente a tanta atrocidad.
    La moda de los zombies esta vez sobrepasó fronteras – mejor dicho se voló el charco- produciendo la primera pelicula de horror de la revolucion cubana.

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