La vuelta de los yankees

Dicen por ahí que uno puede escaparse del rayo, pero no de la raya, pues al fin y al cabo, el destino se empeña en jugarnos malas pasadas.  Muchos recordarán la historia de la ciudadana italiana que vacacionaba con su esposo en Brasil y perdieron el vuelo de regreso a Europa, quedándose estupefactos al saber que ese vuelo, el AF 477 de Air France se estrelló en el Atlántico, pereciendo las 228 personas que iban a bordo.  Luego en medio de su consternación tomaron otro vuelo de regreso y días después mientras transitaban en una carretera en Austria, su auto colisionó habiendo fallecido la señora y resultando mal herido su esposo.

Esta trágica historia me trajo a la mente la historia que me contó mi padre sobre algo similar ocurrido a inicios de la década de los cuarenta en Nicaragua.  Era la época más álgida de la Segunda Guerra Mundial y dos ciudadanos civiles norteamericanos se dirigían en un aeroplano de su país hacia Panamá con un cargamento de mercancías.  Habían realizado su última escala en Guatemala y en el trayecto hacia el sur empezaron notar cierto desperfecto en uno de los dos motores.  En un inicio, creyeron que con un solo motor podrían llegar a su destino, sin embargo, al volar en territorio nicaragüense el otro motor comenzó también a dar problemas.  Por alguna razón volaban siguiendo el litoral del Pacífico.  Cuando el daño a los motores pareció agravarse, buscaron un lugar para aterrizar de emergencia, pues según sus cálculos no podían llegar hasta el aeropuerto de Managua.  Estaban buscando un lugar en la playa lo suficientemente extenso para poder aterrizar, cuando observaron una planicie que se extendía perpendicular a la playa y que presentaba las condiciones ideales para intentar el aterrizaje.  Así lo hicieron y no sin cierta dificultad lograron aterrizar sanos y salvos.  No habían terminado de descender del avión, con las piernas todavía temblando cuando poco a poco fueron presentándose personas que parecían salir de la nada.  Al poco tiempo apareció un piquete de guardias que encañonaron con sus fusiles a los norteamericanos, quienes en un rudimentario español les decían que eran ciudadanos de aquel país del norte.  Los uniformados les hicieron señas de que avanzaran y después de caminar por espacio de unos diez minutos llegaron a un plantel de donde salieron dos hombres.  Eran más altos que la muchedumbre que los condujo, fornidos y caucásicos.  En un inicio los norteamericanos creyeron que se trataba de paisanos, sin embargo cuando alcanzaron a escuchar lo que uno le comentaba al otro: Amerikaner, el alma se les fue a los pies.  Lo último que sabían era que los países centroamericanos eran aliados, así que no es explicaban la situación en donde dos alemanes estuvieran a cargo de esa zona.  Uno de los dos alemanes les preguntó en un buen inglés qué les había ocurrido y que si se encontraban bien.  Con cierto recelo le comentaron las fallas que tuvieron y que afortunadamente habían salido ilesos.  El alemán en un español perfecto dio órdenes para que les proporcionaran agua y alimento y los alojaran en una barraca para huéspedes para que descansaran y los invitó para que al ponerse el sol los acompañaran a cenar.  En la casona que servía de alojamiento a las dos alemanes y sus respectivas familias, se sirvió una cena frugal y al finalizar los dos alemanes y los dos norteamericanos, lejos del frente de guerra, se sentaron a conversar sobre sus respectivos infortunios.

Cuando Estados Unidos le declaró la guerra a Alemania y Japón, Anastasio Somoza vislumbró una oportunidad dorada para aumentar su patrimonio e inmediatamente mandó a detener a todos los ciudadanos alemanes que habitaban en Nicaragua.  Muchos de ellos tenían muchos años de vivir en el país y algunos se habían casado con nicaragüenses formando familias importantes; de la misma manera habían realizado significativos aportes a la agricultura, la minería, la industria y el comercio local.  Algunos fueron encarcelados y luego pasados a un improvisado campo de concentración, otros fueron deportados a los Estados Unidos.  El propósito escondido de Somoza, con esta actitud más papista que el Papa como dirían, era la expropiación de los bienes de los ciudadanos alemanes.  No obstante, a dos ciudadanos alemanes Somoza les propuso sacarlos del campo de concentración, no deportarlos si a cambio le construían un ingenio azucarero en una inmensa propiedad, que de la misma forma amañada, el General se había agenciado.  Esa propiedad se encontraba junto a la playa del Pacífico y era conocida como Montelimar.  De esta manera los alemanes salieron del campo de concentración y empezaron a trabajar gratis para Somoza, iniciando la construcción de lo que sería el Ingenio Montelimar y cuyos gastos de inversión eran proveídos por el Ferrocarril de Nicaragua, empresa estatal que se manejaba al estilo Albanisa.

Al día siguiente, los alemanes acompañaron a los norteamericanos a revisar el avión y determinaron las necesidades de repuestos necesarios para hacer llegar la aeronave a Panamá.   Los alemanes les ofrecieron transportarlos hasta Managua para que contactaran a su empresa en los Estados Unidos e hicieran los arreglos necesarios.  Uno de los hijos de los alemanes se ofreció a conducir un viejo vehículo que había en Montelimar y no muy convencido su padre accedió.  En aquel tiempo, la única salida de Montelimar era a través de El Crucero, subiendo por una sinuosa carretera que el joven conductor pudo sortear de manera satisfactoria.  Luego venía el descenso hacia Managua sobre la carretera sur.  El joven logró maniobrar bien las primeras curvas de San José del Cardón, las de El Encanto e incluso la de El Boquete, sin embargo, después de esta última viene una pendiente pronunciada que lleva a cuatro curvas seguidas, en donde el joven comenzó a sentirse nervioso, libró la primera sin descender la velocidad al nivel requerido y en la segunda curva perdió totalmente el control del vehículo, volcando y cayendo al precipicio.  El joven logró salir con algunas contusiones y golpes fuertes, sin embargo, los dos norteamericanos fallecieron casi inmediatamente.  Obviamente, el caso fue informado inmediatamente a Somoza, quien analizó la situación detenidamente y habló personalmente con el Embajador de los Estados Unidos para lamentar el desafortunado accidente, sin dejar ninguna duda flotando, pues no le convenía que se profundizara sobre el caso Montelimar.

Al terminar la Segunda Guerra Mundial, Somoza en un acto magnánimo “liberó” a los alemanes y consiguió que la empresa del Ferrocarril, reconociera algunos emolumentos para compensarlos.  No se volvió a saber nada del avión y lo único que quedó en la memoria del pueblo fue la fatídica curva que a partir de entonces se conoció como “la vuelta de los yankees”.  Todo conductor que conocía la carretera sur, sabía perfectamente que en ese tramo debían extremarse precauciones.

En diciembre de 1959, una delegación de Boy Scouts del Colegio Calasanz que había participado en el Camporee Centroamericano realizado en Costa Rica regresaba en un bus de ese Colegio.  Al comenzar el descenso desde El Crucero, el conductor, de gran pericia en su oficio, comenzó a notar que los frenos venían fallando.  Empezó a frenar la velocidad producida por las pendientes con los cambios del motor, sin embargo al notar que no era suficiente, notificó a los encargados del grupo, los Padres Minguez y Caudelli.  Este último empezó a dar órdenes a los muchachos para adoptar posiciones que pudieran mitigar cualquier colisión.  Al descender después de El Boquete, el conductor comprendió que no podía librar la vuelta de los yankees, así que en la primera curva que tiene un alto terraplén, se orilló al máximo, obligando al autobús a recostarse contra el terraplén y provocar la fricción necesaria para detenerlo.  Afortunadamente la maniobra del conductor resultó la más acertada pues el vehículo no hubiera podido librar las siguientes curvas y el resultado hubiese sido catastrófico.  Las indicaciones del Padre Caudelli fueron efectivas pues ayudaron a mitigar el impacto del autobús, sin embargo, un muchacho venía dormido y no escuchó las indicaciones y desafortunadamente falleció en el impacto.

Un par de años después, los Boy Scouts de San Marcos, bajo la iniciativa de Donald Estrada “Soropeta” construyeron una cruz de casi tres metros de altura, con una flor de lis en el centro, la cual se colocó en el sitio del accidente y permaneció por muchos años, señalando el inicio de la vuelta de los yankees.  Todavía a mediados de los noventa se notaba la cruz que sobresalía de la maleza, sin embargo, un buen día, alguien consideró que le serviría para algún menester y se la llevó.

En la actualidad la nueva carretera sur permite subir de Managua a El Crucero en menos de quince minutos, en muchos trechos hay cuatro carriles y la otrora famosa “vuelta” se amplió considerablemente y existen dos carriles de subida y uno para descender y el peralte fue ajustado para un rodamiento más eficiente.

Muy pocos de los que ahora transitan por ese trecho saben que por mucho tiempo se conoció como la vuelta de los yankees y menos aún saben la historia de los desafortunados norteamericanos y cómo después de haberse salvado de un accidente de aviación, haber hecho a un lado sus rencores nacionalistas para agradecer la gentilezas de sus “enemigos” alemanes y departir tranquilamente con ellos, al final no pudieron escapar de su destino.

7 comentarios

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7 Respuestas a “La vuelta de los yankees

  1. A.L. Matus

    Muy ilustrativo el artículo. Yo sabía de la curva de los yankees y siempre la he tomado con precaución, pero desconocía la historia completa que hay alrededor de la misma. En lo particular creo que una de las páginas negras de nuestra historia fue el maltrato a los ciudadanos alemanes e italianos que fueron vejados por el régimen somocista en la segunda guerra mundial, muchos de ellos con mucho tiempo en el país y con hijos y nietos nicaragüenses.

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  2. Julio S.

    Orlando: feliz año. Muy completa la reseña de la famosa curva. Yo pienso que es tiempo de retomar el tema de las expropiaciones, en el caso de los alemanes estoy seguro que hay páginas arrancadas. En su momento te voy a enviar una colaboración documentada que de seguro tu amplio criterio la sabrá aprovechar.
    Te cuento que en esa curva muchos vimos de cerca a la quirina, así como tambien vimos a a otros que se reían de ella y la bajaban a más de 90 km por hora. El «chino» Quant, «tavo» Baltodano, tu hermano en su Alfa Romeo. Tengo más de 32 años de no ir por allá, pero conservo una cicatriz en la pierna y el recuerdo de un brazo enyesado que me dejaron mis dos accidentes en la fatídica curva.

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  3. Melba


    «No temas a donde vayas que has de morir donde debas», se dice. Hay varias historias de personas que se han salvado de morir en un accidente. Seguramente las hay menos que, no obstante, han muerto en un segundo accidente.

    Siempre espero tus entradas con interés pues aprendo mucho de ellas.

    Salud♥s

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  4. Poeta se me había olvidado el nombre de Soropeta, más bien creo que nunca, lo aprendí. Son cosas de los pueblos, donde el mal apodo sustituye el nombre y apellido.
    Un poco más arriba de la curva de los Yankis, mí Madre y yo estubimos a punto de ir a jugar a » A Las Grandes Ligas» o como también se acostubra a decir: Estirar los Tenis. Sí no me crees, preguntale a Silvio Campos Melendez. Un fuerte abrazo.

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  5. Tito

    Excelente. No se si te acordás de Henry Morales, bueno desde que abrieron la carretera de los pueblos-Masaya, solo por esa ruta viajaba, a pesar de vivir en Carazo y trabajar en el Km4 sur; el motivo era evitar la curva de los yankis, le daba un miedo terrible. Un día de esos de Agosto, el mal tiempo tiró un guanacastón casi al llegar a Masatepe y le bloqueó el paso. Ni modo tuvo que regresarse y agarrar la sur. Al llegar a la curva salió de la primera vuelta y al llegar a la joroba, un microbus de pasajeros estaba descompuesto tapando todo el carril, el carro golpeó el costado y salio disparado al guindo. Murió al instante sin saber que cinco minutos después que se regresó de Masatepe, se abrió la circulación por una brecha. Verídico.
    Muy feliz año

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  6. M J Arguello

    Gracias por refrescarme la memoria. En los comiensos de los 70s siempre un grupo de Boys Scout de San Marcos lideriados en aquel entonces por Carlos Garcia nos encargabamos de limpiar dicha cruz y su alrededor. No sabia o quizas con el correr del tiempo se me habia olvidado lo del accidente delos Boy Scout de colegio Calasanz.

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  7. Oscar Martinezar

    Una historia bonita y trágica. Pase muchas veces por ese fatídico lugar en mi motocicleta con el Moto Club de Nicaragua y le teníamos pavor. La conocíamos como «la curva del yanke»

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