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Parte II. El miedo no anda en burro

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Para los años cincuenta el movimiento por las Sierras de Managua se intensificó, al ampliarse el tránsito de Carazo y Rivas hacia la capital a través del emergente transporte colectivo.  El Crucero por su parte fue creciendo al concentrarse la población que eventualmente se empleaba en las fincas cafetaleras o en el sector servicios para las casas de campo que se habían multiplicado en esa zona.  Por cierto, en esos tiempos empezó a ponerse de moda llamar a esos inmuebles, “quintas”, vocablo que en un tiempo se aplicaba a las casas de campo cuyo monto de alquiler era equivalente a la quinta parte de los frutos que producía.  En esos años se instaló en ese lugar el Hotel Casa Colorada, que contaba con una estructura de madera de dos plantas y que había sido pintada en un color rojo intenso.  Por otra parte, algunas emisoras de radio escogieron el sector para instalar sus antenas retransmisoras para ampliar su cobertura.

Por alguna razón, la casa de campo que había construido la familia Caligaris dejó de tener el encanto que una vez tuvo para sus dueños y las visitas a la misma fueron menguando hasta quedar casi en el abandono.  La casa de la familia Cabrera corrió la misma suerte, al parecer cuando esta familia adquirió la finca Los Alpes, un tanto más al norte en donde se construyó otra casa de campo.  De esta manera era común observar al transitar por ese tramo de la carretera, especialmente de noche, un par de casas que no mostraban señales de vida y que el descuido en las mismas le daba un aspecto hasta cierto punto tétrico.

Con el drástico cambio que sufrió aquel paraíso terrenal que un día fueron las Sierras de Managua, además del denso transitar de personas por su columna vertebral, de la misma forma que el viento recorría las cuchillas de la sierra, la superstición empezó a campear por la zona.  Tanto los pobladores de El Crucero, como los viajeros que transitaban por ahí, empezaron a dar rienda suelta a su imaginación, apoyados por la densa niebla que se cernía sobre el sector.  Se empezó a comentar que en la casa que pertenecía a la familia Cabrera, habitaban fantasmas que rondaban todos sus alrededores.  Luego, sin causa justificada la creencia de los fantasmas se trasladó a la casa vecina, la de la familia Caligaris.  La profunda oscuridad que se observaba por las noches, al estar deshabitadas, invitaba a los transeúntes a inventar las historias más inverosímiles.

No estaría de más resaltar que el nicaragüense es supersticioso por naturaleza.  Pareciera que estas creencias están sumamente arraigadas en su ser y se manifiesta en la mayoría de los actos de su vida, siendo una herencia que recibió de todos sus ancestros, indígenas, españoles o negros.

Nadie sabe el verdadero origen de la creencia de que en alguna de estas casas ocurrían eventos sobrenaturales y existe una amplia gama de versiones que parecieran arrancadas de una película de terror.  Unas versiones indican que el propietario de una de las casas hizo un pacto con el diablo y éste le dio el dinero para adquirir todas las propiedades que tenía en Las Sierras y que al morir, quién sabe en virtud de que parte de ese pacto, su espíritu quedó visitando esa casa.  Otra versión señala que en la pila de una de las casas, una niña se ahogó por la imprudencia de sus padres y que desde entonces su espíritu rondaba la casa.  Otra versión digna de Dario Argento indicaba que el dueño de una de las casas había asesinado a toda su familia y que luego se suicidó, encontrándose luego a todos ellos en la tina de baño y que los fantasmas de toda la familia eran quienes rondaban la casa.  Unos más modernos, tienen una versión que pareciera haber salido de los expedientes de los agentes Molder y Scully e indican que son alienígenas los que se pasean esa zona.

Los relatos de experiencias paranormales abundan, sin embargo, presentaré aquellos que tienen origen en alguna fuente con cierto grado de credibilidad.

Mientras trabajaba para el Ministerio de Educación, en cierta ocasión, sería a finales de los años noventa, después del trabajo tuve que salir a San Marcos a visitar a una tía enferma.  Al salir me encontré con un conductor que trabajaba en el Ministerio y que vivía en El Crucero y le ofrecí raid.  Conversando en el camino salió a colación el tema de la casa embrujada y él me comentó que su abuelo había trabajado en la construcción de la carretera, por los años cuarenta y contaba que mientras trabajaban en el trecho que iba de la entrada a El Tizate al camino de El Boquete, se había montado un campamento en el kilómetro 21.0.  Una tarde, después de la jornada de trabajo, notaron que un trabajador que era del lado de Nindirí, había desaparecido.  Esperaron toda la noche a que apareciera y no fue sino hasta la mañana siguiente que lo encontraron unos 600 metros al norte.  Estaba muerto y lo extraño es que estaba con los ojos desorbitados y con una expresión de terror.  La empresa contratista era norteamericana y tomó las providencias para deslindar responsabilidades, llevando al lugar de los hechos a un médico que examinó el cadáver sin poder determinar la causa de la muerte, pues no había señales de violencia, ni de picaduras, así que por cumplir tuvo que asentar en su informe que había muerto de un paro cardiaco. Lo anterior, a pesar de que se trataba de un joven de unos 28 años, completamente sano.  Lo que le ocurrió al joven trabajador quedó en la más completo misterio.

En un reportaje de El Nuevo Diario en 2008, Velia Agurcia entrevistó al Dr. Fernando Silva, conocido médico y literato nicaragüenses quien narra episodios que le fueron comentados por conocidos de él.  El primer caso fue el de M. Raymond Pons, quien fuera Embajador de Francia en Nicaragua desde el año 1955.  Según el Dr. Silva, M. Pons le comentó que recién llegado al país, la Embajada le consiguió, mientras le asignaba una residencia en Managua, que la familia Caligaris le alquilara la casa que tenía en El Crucero, amoblándola para este efecto.  Cuando M. Pons llegó a pasar su primera noche a la casa, le pidió a la empleada que se retirase, pues no estaba acostumbrado a dormir con nadie más en su casa.  Una vez que había apagado las luces, M. Pons sintió que le dieron una cachetada, tomó entonces una linterna y su pistola, pero no encontró a nadie, luego sintió que una fuerza casi lo tumbaba de la cama, encendió la linterna y tampoco nada, luego escuchó ruidos como cuando deslizan un  periódico debajo de la puerta, pero tampoco pudo ver a nadie.  M. Pons, que no era supersticioso, creyó de entrada que alguien trataba de robarle y mandó a pedir un taxi para regresar a un hotel en Managua.  Le extrañó que el taxista le preguntara qué le había pasado, pues tenía la cara llena de contil.

Mi padre viajó casi a diario de San Marcos a Managua y viceversa de 1953 a 1969.  En ese período llegó a conocer la carretera sur como la palma de su mano. Sabía de cada una de las particularidades de cada trecho, los baches, las irregularidades de la carretera, el peralte de las curvas y manejaba en ese trayecto con una maestría impresionante, superado tal vez sólo por su primo, Julio Guevara, que era un conductor profesional.  Nunca tuvo ningún incidente en dicha carretera, habiendo manejado incluso con una neblina espesa en el área de El Crucero y sabiendo adecuar la intensidad de las luces de su carro y tomar las referencias particulares del camino para guiarse en esas condiciones.  Una noche de sábado de 1958 regresaba mi padre de su turno en el Hospital Bautista de Managua y aprovechando la quietud de la noche y la potencia de su Pontiac 1953 de seis cilindros en V, subió rápidamente desde Monte Tabor hasta la curva conocida como la vuelta de los yankees, en donde acostumbraba reducir la velocidad por la peligrosidad de ese tramo.  Al pasar las curvas, notó que la neblina estaba densa desde el kilómetro 20, lo que lo obligó a reducir la velocidad aún más.  De pronto, antes de tomar la curva que está en el kilómerto 20.5 escuchó un ruido, como cuando traquea un barco de gran calado, acompañado de unas luces que desde arriba se colaban de la niebla y sintió que algo rozaba al automóvil.  Aumentó la velocidad en la medida en que la niebla se lo permitió y ya en el llano de Pacaya aceleró aún más hasta llegar a San Marcos.  Al llegar, le comentó a mi abuelo lo sucedido, fueron a revisar el Pontiac, el cual estaba intacto, a excepción del indio siux que tenía de insignia en la capota, el cual había desaparecido.  Comentaron lo extraño del caso y no pasó a más.  El día siguiente mi tío Eduardo que algunos domingos aprovechaba para visitar a la familia en San Marcos, llegó comentando que pasando la curva de los yankees, más o menos en el kilómertro 20.5, había sentido como si una llanta de su automóvil estuviera baja.  Se detuvo y descendió, revisando las cuatro llantas que estaban en buen estado y observó que a la orilla de la carretera estaba el emblema del indio siux del Pontiac.  La tomó y se la llevó a mi padre preguntándole si era la suya.  El extraño suceso fue motivo de las pláticas de esa tarde, sin embargo, ni esa tarde ni después escuché algo que tuviera que ver con las casas que se encontraban en los alrededores.

En la entrevista de Velia Agurcia al Dr. Silva, éste narra otro episodio ocurrido a mediados de los años sesenta, según el cual un grupo de cinco universitarios, entre ellos Pablo Acevedo, amigo cercano del galeno, decidió pasar una noche en la casa en cuestión.  Se apertrecharon de machetes, mecates, lámparas e incluso azufre.  No sucedió nada por la noche y todo amaneció normal, sin embargo, al salir los jóvenes encontraron ponchadas las cuatro llantas de la camioneta. Un joven que había olvidado su mochila en la casa regresó por ella y en el interior, sintió una patada en el trasero.  El Dr. Silva no explicó si los universitarios solicitaron permiso a la familia Caligaris, que a la sazón todavía eran los propietarios del inmueble.

De esta forma, ese trecho de la carretera Panamericana Sur se convirtió en referencia obligada para lo sobrenatural y el tránsito por ahí provocaba invariablemente el comentario sobre fantasmas, sustos, sombras malignas, asesinatos, maldiciones, embrujos y demás manifestaciones folklóricas.


No se pierda nuestro próximo capítulo:  “Una quinta llamada Angélica”.

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El extraño caso de la Quinta Angélica

Quinta Angélica.  Google Earth

Parte I.  El paraíso perdido de las Sierras de Managua

Se conoce como Las Sierras de Managua al macizo montañoso que se extiende de la sabana en donde se encuentra la capital hacia el sur y llega a su punto más alto, unos 950 metros sobre el nivel del mar, en el lugar conocido como Las Nubes.  Hasta inicios del siglo XIX esta zona era un exuberante bosque húmedo premontano, con una rica y variada biodiversidad y en donde la presencia de ocotes en su parte más alta, unida a una persistente niebla durante varios meses en el año, le daba una apariencia extraordinaria.  Esta región contrastaba con la zona, un tanto más al sur, que fue víctima de los embates del Volcán Santiago cuya erupción en 1717 y la subsiguiente y persistente emisión de gases sulfurosos, había terminado con la fertilidad de sus suelos y que caracterizan al tramo que se ubica desde lo que es hoy El Crucero hasta el Llano de Pacaya.  Estos páramos en medio de la niebla se asemejan a los paisajes en donde Sherlock Holmes buscaba al sabueso de los Baskerville.  La belleza de la zona de las Sierras, aunada a su extrema tranquilidad hacía de ella un verdadero paraíso.

A mitad del siglo XIX, al igual que la fiebre del oro en California, en Nicaragua se originó un desmedido entusiasmo por el cultivo del café y los emprendedores de esa época encontraron en las sierras de Managua el lugar ideal para plantar el grano de oro.  La zona presentaba condiciones climáticas y de altitud ideales para el cultivo, en especial el tramo hacia el sur a partir de Ticuantepe por el este y de Monte Tabor por el oeste, en lo que se conocía como Las Cuchillas, por ser ramificaciones, tanto hacia al norte como hacia el sur, que se desprendían de la cresta de la sierra.  El gobierno por su parte ofreció una serie de incentivos a los caficultores entre los que estaban subsidios fiscales, semillas al costo y créditos preferenciales.

De esta forma, las Sierras de Managua fueron convirtiéndose poco a poco en fincas cafetaleras.  Ya en el año 1849 el enviado del Gobierno de los Estados Unidos, Ephraim George Squier, relataba haber encontrado varias fincas cafetaleras en esas sierras. Fueron prominentes ciudadanos de la capital quienes se convirtieron en caficultores, como el caso del General José María Zelaya, don Leandro Zelaya en su hacienda El Tizate, su hermano el Presbítero Gordiano Zelaya, los Licenciados Benjamín Guerra y Pascual Fonseca, Don Dolores Martínez, Don Justo Díaz, Doña Manuela Moreira, el General Andrés Murillo, el Presbítero Abelardo Obregón, entre otros. Algunos cronistas incluyen entre los caficultores al General José Dolores Estrada, sin embargo, de conformidad con los registros de la época, el héroe de San Jacinto cultivaba granos básicos en un parchecito que tenía en el rumbo de Sabana Grande.

Una de las dificultades más grandes para la actividad cafetalera en esa época era el transporte, pues la infraestructura vial era precaria por no decir nula.  En las Sierras de Managua existían trochas que permitían el paso de mulas y en el mejor de los casos de carretas de bueyes, siendo los principales caminos que bajaban de las Sierras el camino que ahora constituye la carretera Panamericana Sur y que toma la cresta del macizo montañoso.  Otro camino era el que bajaba por Tacaniste y desembocaba en Pochocuape.  También existía un sendero que bajaba hacia el camino de Bolas y otro que llegaba hasta Jocote Dulce y un poco más al este el que conectaba con San Isidro de la Cruz Verde.  Todo este enjambre de senderos se juntaba en el punto más alto de las Sierras y donde se conectaban con los caminos hacia Ticuantepe y Carazo, por lo que ese lugar con el tiempo llegó a conocerse como El Crucero.

Con la llegada del Siglo XX ocurrió una significativa reestructuración en la propiedad de las fincas cafetaleras, pudiendo deberse lo anterior a las fluctuaciones del precio internacional del café o a la dificultad en mantener un margen adecuado de rentabilidad en la explotación.  De esta forma, surgieron en esa época nuevos emprendedores que llegaron a retomar la actividad cafetalera en Las Sierras de Managua y levantaron la rentabilidad del negocio al beneficiar el grano en el país.  Resaltan en este aspecto dos prominentes personajes de comienzos de siglo en Managua y que están íntimamente relacionados con nuestra historia.

Rafael Cabrera Gómez era oriundo de la ciudad de Rivas.  Después de bachillerarse en Granada se trasladó a León en donde se graduó de Médico y Cirujano, llegando luego a la ciudad capital a ejercer su profesión, lo cual lo hizo con gran éxito.  A este galeno se le debe la creación en el Hospital General de Managua de un pabellón para tratar la tuberculosis que en aquella época diezmaba a la población y que luego, en agradecimiento a esta iniciativa, se le bautizó como Sala Cabrera.  El galeno, con una impresionante visión emprendedora, se inició en el cultivo del café y poco a poco fue adquiriendo varias fincas cafetaleras ya instaladas en las Sierras, entre ellas la famosa hacienda El Tizate que era propiedad de don Leandro Zelaya.  Como complemento a su nueva actividad, instaló en el occidente de la capital el beneficio de café La Industria, que luego cobraría fama al ser el sitio de donde salía el desfile hípico de las fiestas agostinas hasta la década de los setenta, pues el médico era un aficionado caballista.  El Dr. Cabrera llegó a ser Alcalde de Managua en 1923 y el éxito que logró con el cultivo del café le permitió ampliar sus negocios a otros campos, llegando a contar con una serie de representaciones de compañías internacionales.  El Dr. Rafael Cabrera falleció a inicio de los años veinte y fue inhumado, junto a los personajes ilustres de la capital, en el Cementerio San Pedro de Managua.  Los sucesores del Dr. Cabrera se encargaron de mantener el negocio del cultivo y beneficiado del café y de convertir la empresa de representaciones en una de las principales de la vieja Managua, incluyendo una cadenas de cines que contaban con el Teatro Margot y posteriormente el Teatro Cabrera.  Como dato curioso, los sucesores del Dr. Cabrera fueron los primeros en importar los radios Sony, que en aquella época muchos menospreciaban por ser japoneses.

Angel Caligaris era un ciudadano italiano que llegó a Nicaragua en 1890 a “rodar fortuna” como decían los viejos cuentos y lo hizo con buen suceso, pues pronto empezó a trabajar con éxito en la explotación de madera, al haber obtenido una concesión de parte del gobierno para una considerable extensión en la Costa Atlántica, instalando además los aserríos para procesar dicha madera.  Don Angel también incursionó en la banca y se entusiasmó con el cultivo de café y cuando los primeros caficultores de las Sierras empezaron a vender sus haciendas, él aprovechó para comprar a buen precio varias fincas en ese sector, destacando las conocidas como Las Uvas, El Paraíso e Isabel Grande y posteriormente Los Placeres. El emprendedor italiano también fundó su propio beneficio de café en la ciudad capital al que denominó La Managua.  El Sr. Caligaris era masón y está documentado el hecho de que estuvo presente en la iniciación de Rubén Darío en la Logia Progreso No. 1, el 24 de enero de 1908.

Durante varias décadas estos caficultores debieron lidiar con el problema del transporte, sin embargo, en la V Conferencia Internacional de los Estados Americanos realizada en 1923 se generó la idea de construir un sistema colectivo de carreteras que uniera a todos los países del continente americano, misma que fue ratificada en el Primer Congreso Panamericano de Carreteras celebrado en Buenos Aires en 1925 y luego en reuniones similares de 1929 y 1939.

Esta idea no cobró vida sino hasta después del inicio de la Segunda Guerra Mundial cuando los Estados Unidos consideraron estratégico y prioritario un enlace terrestre con Panamá, por lo que en 1941 el Congreso de los EE.UU. aprobó un total de 21 millones de dólares para la porción centroamericana de la Carretera Panamericana y en 1943 otros 12 millones de dólares.  El proyecto se retrasó significativamente respecto a su programación debido a los largos períodos de lluvia, la falta de gasolina y repuestos.  De esta forma, a mediados de los años cuarenta Managua estaba conectada con el sur del país a través de la Carretera Panamericana, lo cual vino a facilitar las actividades relacionadas con la explotación cafetalera de las Sierras de Managua.

Esta carretera vino a establecer un tráfico considerable a lo largo de toda las Sierras, en especial la conexión directa de la capital con las ciudades de Carazo y Rivas.  Así mismo, se inició el asentamiento de la población del sector del Crucero y empezó a ponerse de moda la construcción de casas de campo a la orilla de la carretera que servían para que las familias pudientes vacacionaran en ellas.  Así poco a poco, aquella bucólica tranquilidad dio paso al bullicioso movimiento que en especial en temporada de café se originaba en esa zona.  El gran compositor, auténtico managua, Don Víctor M. Leiva compuso una pieza con un enorme sabor regional que con el título Temporada de Café narra el movimiento de esa zona y que comienza:  “Ay que alegre son Las Sierras en temporada de café…”

La familia Caligaris aprovechó que la carretera sur, en el kilómetro 20.2, pasó justamente por la finca Las Uvas, en el lugar que colinda con Los Placeres, para construir a finales de los años cuarenta, en una parcela a la orilla del camino, una casa de campo estilo neocolonial, de dos plantas, con el fin de vacacionar y estar cerca de la producción cafetalera en la época de recolección.  Esta casa no tenía nombre, por lo menos mientras fue propiedad de la familia Caligaris, nunca ostentó un rótulo.  Un poco más al sur, antes de la curva que tuerce a la derecha, dentro de los límites sur de El Tizate, la familia Cabrera construyó también una casa con fines similares y al igual que la otra, tampoco lució un rótulo con el nombre del lugar.

Ambas familias utilizaron frecuentemente dichas casas, por lo menos durante la segunda mitad de los años cuarenta y prácticamente no se registró ningún evento trágico en las que estuvieran involucradas ni las familias ni las respectivas casas de campo.  El crimen más artero del que se tiene noticia, fue quizás, el que se cometió en contra del ecosistema de la zona, pues además del intenso despale en donde sólo quedaban los árboles que darían sombra a los cafetales, muchas especies de flora y fauna desaparecieron del panorama, todo esto con un severo impacto en la cuenca sur del lago de Managua, cuyos efectos todavía resiente la ciudad capital.

Continuará…

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