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Un regalo de Dios

Buses Managua.  Foto Orlando Ortega Reyes

 

De manera inexplicable, aquel nombre pintado en la parte superior del camioncito me inquietaba sobremanera y no era de las cosas que debían llamar demasiado la atención a un niño de cinco años.  Era un camión de madera, de vistosos colores que mi tía Mélida había conseguido en Masaya y con una enorme sonrisa, de aquellas que poco gastaba, me lo regaló.  Costaba maniobrarlo, pues era grandecito y pesaba como el Santo Entierro.   Encima del parabrisas lucía su nombre: El Chamaco (Léase bien: Chamaco).  Cuando la curiosidad sobrepasó mi capacidad le pregunté a mi madre el por qué el camioncito tenía nombre y ella me explicó que cuando alguien tenía algo muy valioso, ya fuera un vehículo, una mascota, una finca, también lo bautizaba con algún nombre de su preferencia.  De esta manera observé que ciertos vehículos en el pueblo tenían su respectivo nombre, como La Pénjamo, camioneta del compadre Roberto Pérez, o El Pollo que viajaba a Masaya, o bien La Consentida, una moto Vespa que tuvo Chepe Herrera.  Ellos muy orgullosos pintaron esos nombres en sus respectivos vehículos.  Otros no llevaban inscripción alguna, sin embargo todo el pueblo sabía su nombre, como la  bicicleta de don Goyo Campos conocida como La Voladora.

En aquella época no eran muchos los que acostumbraban a pintar el nombre de los vehículos.  En el caso del transporte público, los buses se limitaban a poner la ruta que cubrían y el nombre de la empresa transportista.  También debían señalar si su ruta era Urbana o Rural, sin embargo, en el interior, encima del parabrisas aprovechaban para pintar toda suerte de frases:  Dios bendiga nuestro camino, Dichosamente aquí sólo viaja gente decente, Avise con tiempo su parada y uno que otro chistorete como Dichoso Adán que no tuvo suegra. En algunos casos no se sabía si el nombre se refería a la empresa transportista o bien a algún nombre particular del vehículo, como fue el caso de El Fatimita, El buen vecino, El Cid, El Diriangén o El Santa Marta.   Los taxis por su parte, no eran muy afectos a pintar letrero alguno en sus costados o en la parte trasera, salvo, tal vez, el distintivo de TAXI.  En el transporte de carga, ciertas unidades llevaban toda clase de nombres en el frente del camión.    Muchos camiones y buses advertían en el parachoques trasero: Guarde su distancia, advertencia que no tenía mucho sentido para mí, pues no sabía cómo se podría guardar, ni dónde, algo tan inmaterial como la distancia.  Los vehículos particulares aunque algunos tenían su apelativo, muchas veces manejado en el seno familiar o de los amigos, eran muy pocos quienes lo consignaban en alguna parte del mismo.

Fue cuando cursaba la universidad cuando tuve mi primer vehículo automotor.  Era una combi Volkswagen estilo pick up doble cabina que me compró mi padre y obviamente no era nueva, sino que estaba más traqueteada que una rumbera del Circo de Firuliche.  Su estado era lastimoso, la mayoría de las veces encendía empujada, su color rojo quemado apenas se adivinaba, los asientos se sostenían por milagro de algún aspirante a santo, de tal forma que en mi casa alguien tuvo la valiente idea de bautizarla como La peor es nada.  Y así se quedó hasta que cuatro años más tarde mi hermano la vendió por piezas.  En ese entonces, todos los amigos que tenían su vehículo, más o menos en las mismas condiciones que La Peor es nada, tenían un nombre que le calzaba, ya fuera por el tamaño, como el caso del Fiat 500 o el Austin, que siempre tomaba el nombre de Gurrumina o por el color del mismo, si era verde era el Chocoyo y si blanco La Paloma.  Ni a mí,  ni a mis amigos se nos ocurrió nunca pintarle el nombre al vehículo.

En los años setenta se observaba uno que otro nombre llamativo, ya con un poco de ingenio como el caso de aquel bus que orgullosamente portaba el nombre de El Módulo Lunar, como un homenaje a la hazaña del Apolo 13, o aquellos que apuntaban aquel chistorete de Me 109 cito.  Era de rigor observar a los camiones de carga que lucían en la parte posterior el rótulo:  Uno más del Taller Cajina.    Sin embargo, el  nombre que más me impactó fue un microbús cuyo dueño era admirador de Yul Brynner y recordando una de sus películas le pintó el nombre de Taras Vulva, sin estar consciente que Gogol, en el cuento que le dio vida a la cinta, se refería al apellido cosaco ucraniano Bulba.

Sería tal vez en la década de los noventa que comenzó una fiebre de pintarrajear, principalmente los buses de transporte colectivo, muchos de ellos tratando de cubrir el clásico School Bus que traían de su oficio original, incluso algunos con la referencia de alguna escuela de alguna ciudad norteamericana en particular, como aquel bus que tenía consignado Sayreville, New Jersey y que pudo haber llevado a sus clases de primaria a Jon Bon Jovi.  Los nombres que resaltaban en los parabrisas, su parte superior y la parte trasera, incluyendo los cristales posteriores eran en mayor proporción de origen religioso.  Con un poco de percepción podía adivinarse la religión profesada. Eran católicos si predominaban los nombres de santos, la devoción mariana en todas sus innumerables advocaciones e indudablemente la figura de Jesucristo en sus diferentes manifestaciones, incluyendo al Divino Niño, sin olvidar el Poder Supremo Rey de Reyes, el Señor, Solo Dios salva. Algunas frases como Todos me vieron salir, solo Dios sabe si volveré, acusaban la incertidumbre en la seguridad vial.  Un poco más difícil era adivinar el límite entre la devoción y la superstición, debido en muchos casos a la incongruencia entre lo profesado y lo actuado por el conductor.  Sorprendía aquellos que consignaban El Señor me guía o bien Dios es mi guía, que al lanzarse el conductor semáforos en rojo, irrespetando Altos y embistiendo a transeúntes, más bien parecían guiados por Santa Lucía.  Otros con aparente humildad inscribían Un Regalo de Dios o Bendición de Dios, haciendo a un lado o bien el trabajo incansable para adquirir la unidad o la generosidad del político que los prefirió entre cientos de aspirantes.   Asimismo, estaban los mensajes contradictorios, pues la unidad lucía dos rótulos: El Señor es mi Pastor y Victoria es mi cerveza.  Otros acorralaban a los demás conductores con la leyenda:  Que el Señor te dé el  doble de lo que me deseas.

Cuando el propietario era bautista, evangélico o de cualquier otra denominación no católica, proliferaba el uso del nombre de Jehová, las citas bíblicas, principalmente salmos o los sonoros sustantivos Ebenezer  o Maranatha.   No obstante, siempre predomina la duda si el conductor tenía la misma devoción del propietario o era más bien devoto de Luzbel o Belial.

Un  segundo lugar lo ocupaban los nombres propios, aparentemente de los hijos o quereres del dueño, de acuerdo a la moda de la época: Yahoska, Sugey, Bryan, Los Katherine, Josmari, Keyling, Wesley, Steacy y demás.

Un poco más escasos eran los nombres de carácter humorístico o bien de origen misterioso, como lo fueron El Pepino Volador, un bus de un intenso color verde o el enigmático El Mala Leche que dejaba a la imaginación del público el origen del  nombre.  Estaban aquellos en honor al progenitor: El recuerdo de mi padre, o bien sobre sus  aficiones El Merenguero.  Algunas veces denotaban el apodo del dueño El Tigre, El Magnate, El mil amores, El Halcón, El Zorrito, El Rey, Avenger, entre otros.

En esa época, también los propietarios de taxis se dieron a la tarea de pintar sus unidades, especialmente cuando el conductor era el propio dueño que consignaba su nombre, su apodo o su fe.

Los dueños de vehículos particulares sin llegar al extremo de pintar la carrocería, ejercían su libertad de expresión a través de calcomanías, los famosos bumper stickers, con toda clase de mensajes, desde Don´t mess with Texas, I love N. Y.,  hasta El Rio San Juan es nuestro.  Huelga decir que abundaron las calcomanías con propaganda política.   Cuando se extendió el uso de internet se encontraban parabrisas traseros con algún correo electrónico o una URL.

Pero por alguna razón, toda esa fiebre en la actualidad está un  tanto pasada de moda.  Los autobuses en su mayoría llevan simplemente el número de la ruta, la cooperativa a la cual pertenecen y un nuevo rótulo:  Sólo tarjeta.  Especialmente las recientes unidades rusas o mexicanas.  Será tal vez un 42.25%, como precisaría el recordado Firuliche, que todavía mantienen un nombre, siempre predominando los motivos religiosos, seguidos de los nombres propios.  Ha bajado el uso de Un regalo de Dios,  debido a que quien realmente ha realizado el regalo, exige otro tipo de sumisión.  Lo que  abunda es la propaganda que se ha adosado a toda la parte posterior del autobus, mediante esas nuevas técnicas de vinil adherible microperforado, en donde las grandes empresas aprovechan el considerable espacio que se moviliza por toda la ciudad para anunciar sus productos o servicios.

Los taxis aparentemente tienen alguna restricción oficial o llegaron a cierto acuerdo, el caso es que casi en su totalidad solo consignan el número de placa, la cooperativa a la que pertenecen y si acaso el aviso de Individual.   Lo interesante en este caso es observar los emblemas de las cooperativas con las figuras de los homenajeados con el nombre de dicha asociación, personajes cuyo dibujo no le hace ningún favor y se parecen a cualquier miembro de la farándula menos a ellos.

En los vehículos particulares también se ha reducido el número de aquellos que portan una calcomanía y algunos pocos lo hacen con motivos religiosos, un rosario o unas manitas juntas.  Los de carácter político ya casi no se están usando y son más utilizadas las banderitas, pues esas se pueden arrancar en un dos por tres.    Los letreros de Bebé a bordo y similares, por motivos de seguridad también se han reducido significativamente.

Así pues estimado lector, sepa que a estas alturas del  siglo XXI, ya no está de moda pintar los vehículos con ninguna clase de nombres.  Mantenga su fe a lo interno, no tiente a su Creador, tampoco se comprometa con ningún partido político, ya ve que nadie sabe lo que pueda ocurrir y siempre es prudente mantener la filosofía del chinito:  Dechí vo plimelo.  No utilice calcomanías, menos si son en inglés, pues puede manifestar algo con lo que no está de acuerdo.  Si quiere bautice a su vehículo, pero manténgalo en el círculo familiar o de amistades.  Maneje con precaución y adivine siempre la mala intención en los otros conductores, que quién  los guía es  la  imprudencia.

 

 

 

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