Archivo diario: agosto 24, 2009

Adiós, Profesor Linarte

Profesor Heberto Linarte

Tenía tan sólo seis años cuando fui arrancado de las faldas de mi madre para ingresar al Instituto Pedagógico de Diriamba.  Fue un evento traumático pues previamente había cursado dos niveles de preescolar cerca de mi casa, bajo la sombra protectora de la abuela, quien mandaba a sus emisarias a monitorear mi estancia en la escuela y de una maestra, amiga de la familia, que me trataba con especial consideración.  Para ir al Pedagógico tenía que madrugar y tomar una camioneta que pasaba por el pueblo para recoger a los sanmarqueños que en esa época estudiaban con los ínclitos hijos de La Salle y que nos llevaba de regreso a las cuatro de la tarde, pues todavía existía el turno completo, con dos medias jornadas los miércoles y los sábados.  Estaba en la modalidad de seminternado por lo que tenía que almorzar en el Colegio, cuya comida era infame comparada con la comida de la casa de los abuelos.

Fue toda una experiencia asistir diariamente al vetusto edificio del Colegio, además de convivir con tanto condiscípulo y en especial con el claustro de profesores, unos más notorios que otros.  Los personajes más pintorescos eran los hermanos Agustín y Felipe.  “Tincito”, como le decían al primero, tenía a su cargo el tercer grado y además de ser un músico consumado, autor de numerosas composiciones y creador de varias bandas musicales, era un fiel creyente que el mejor alimento era el pinolillo, del cual cargaba siempre una generosa dotación en un bote que escondía bajo su sotana y repartía a todos los pinoleros que se acercaban a solicitarle.  Felipito por su parte era una figura novelesca, de pequeña estatura pero con una vitalidad única y un dinamismo que lo hacía transitar de la librería a la tesorería, así como a todas las labores de mantenimiento y cuando era menester, bajaba al pozo a componer la bomba o subía al tanque, treinta metros arriba, a revisar los niveles de agua.

Sin embargo, la figura más enigmática de todo el colegio era el Profesor Heberto Linarte, quien impartía Matemáticas y Física en secundaria y a quien le decían “El Mago”.  Este sobre nombre lo había ganado porque había una creencia en todo el alumnado de secundaria que nadie podía copiársele en un examen, lo cual con el tiempo se volvió una leyenda.  Ayudaba a su misteriosa figura, no tanto los anteojos oscuros que casi siempre los mantenía puestos y que le ayudaban a mirar hacia donde nadie sospechaba, sino su automóvil.  El Profesor Linarte vivía en ese entonces en El Crucero y se trasladaba al Colegio en un  enorme Cadillac color biege, convertible, al que por añadidura le eran endosadas capacidades mágicas y hasta se llegaba a decir que lograba despegarse del suelo cuando corría.  Cuando viajábamos en la camioneta de San Marcos a Diriamba, pasando Las Esquinas de repente nos aventajaba el Cadillac y todo el mundo se asomaba para ver las maravillas que pudiera hacer el fantástico automóvil.

Cuando llegamos a la secundaria sentimos el rigor en el estudio.  Por un lado el titular del primer año, el Hermano Inocencio insistía en que debíamos aprender de memoria todos los huesos y músculos del cuerpo humano y en la clase de religión nos advertía sobre los peligros de los pecados impuros que podrían conducir no tanto al infierno en la otra vida, sino a la ceguera en esta, mientras nos miraba inquisidoramente a través de unos gruesos lentes que parecían arrancados del observatorio Auger. El Profesor Francisco “Paco” Cordero se lucía con sus narraciones sobre los más coloridos pasajes de la historia universal o bien sobre la educación cívica.  Sin embargo, lo que esperamos con una mezcla de temor y curiosidad eran las clases de Matemáticas que impartiría el Profesor Linarte.

Lo primero que nos impresionó en la clase de Matemáticas fue la tremenda voz del Profesor Linarte que puso a temblar a la mayoría de los alumnos.  Comenzamos con las operaciones básicas y elementos de geometría y de paso nos encaminó hacia el orden y la disciplina.  No permitía ningún tipo de relajo en su clase y aunque estuviera de espaldas a la clase, escribiendo en la pizarra, sabía quién estaba distraído o jugando y lo sorprendía con una pregunta, lo que reafirmaba la creencia de que tenía capacidades mágicas.  Los más escépticos le achacaban esas facultades a sus anteojos oscuros, que le servían para esconder su mirada u observar hacia atrás como un espejo.  Lo que no se imaginaba nadie era que el Profesor Linarte era un psicólogo práctico.  Sabía adivinar en la mirada de los alumnos si estaban nerviosos o bien si no tenían la menor idea de lo que se preguntaba en un examen.  Una gota de sudor resbalando por la patilla del joven bastaba para adivinar algún atrevimiento.  De cualquier forma, en los cinco años que lo tuvimos como profesor, nadie logró copiársele en un examen y los vanos intentos terminaron con el reprobado automático.

A pesar de que las matemáticas nunca fueron de mi agrado, con el Profesor Linarte logré aprender los elementos básicos de las operaciones matemáticas, la geometría, el álgebra, la trigonometría, los logaritmos, el cálculo, derivadas e integrales.  Posteriormente, en Física logré también adentrarme al mundo de la estática, la termología, acústica, óptica, electricidad y magnetismo.

Los profesores seglares, se distinguieron por tratar de manera respetuosa a los alumnos y en los años que yo estudié en La Salle, nunca presencié ningún maltrato físico a un alumno de parte de ellos.  El Profesor Linarte era exigente, enérgico y firme, pero nunca empleó la violencia con nosotros y el castigo más duro que utilizó fue una operación matemática kilométrica que debíamos resolver si queríamos salir al recreo de medio día y que al final nadie pudo resolver.

El Profesor Paco Cordero trataba de lucirse en sus clases con sus narraciones de la historia universal y se empeñaba en atraer la atención de todos sus alumnos y que vivieran dichos pasajes como si los estuvieran viendo.  El Profesor Bayardo Cordero que a partir de tercer año impartía Química y Biología, tenía un carácter campechano para explicar sus clases y era flexible para tratarnos en los exámenes.  El Profesor Linarte por su parte era estricto y nos sometía al rigor de sus explicaciones, sin embargo, una vez por semana, dedicaba un parte de su clase a hablarnos de los valores que deberíamos cultivar.  Si el Profesor Paco Cordero nos recordaba el pasaje de Francisco I, derrotado, escribiéndole a su madre: “Todo se ha perdido, menos el honor”, el Profesor Linarte por su parte nos hablaba sobre lo que significaba el honor y como una persona debe luchar por su dignidad y buscar la admiración y el respeto de los demás.  Tal vez el Profesor Paco Cordero nos narraba de manera emocionante la defensa del Paso de las Termópilas de parte de Leónidas y sus 300 espartanos, el Profesor Linarte por su parte nos hablaba del significado del heroísmo y del amor a la Patria.  Y así, esas cápsulas de profunda enseñanza fueron ayudando a fortalecer nuestros valores y que son distintivos de los lasallistas de aquella época.

En quinto año, por tradición las cosas cambiaban para los futuros bachilleres.  La actitud de parte de todo el claustro de profesores se flexibilizaba, había un trato más cercano y considerado y se llegaba a sentir un ambiente de camaradería.  El Profesor Linarte hacía más frecuentes sus intervenciones sobre aquellos temas que no estaban en ningún programa pero que a lo largo de la vida nos daríamos cuenta de su importancia.

Un día a finales de febrero de 1967 llegó el momento del adiós.  En la ceremonia de Promoción nos despedimos de todos los compañeros y de nuestros profesores, sin imaginarnos que a muchos de ellos no los volveríamos a ver jamás.  Al Profesor Linarte lo miré en un par de ocasiones a finales de los setenta, en Masatepe, adonde acompañaba a mi padre a reuniones que lo invitaban sus amistades en esa ciudad; nos saludamos cariñosamente y fue la última vez que lo miré.

A través de un comentario a este Blog, de manera casual entré en contacto con un hijo del Profesor Linarte, quien me comentó que su padre había fallecido recientemente.  Decidí entonces escribir algo sobre él y le solicité información para completar mis ideas y fue entonces que me di cuenta que llegué a conocer a Heberto Linarte, el Profesor, el Guía, el Mentor, sin embargo no sabía nada del Hombre, de aquel que en algún momento se despojaba de su capa de magia y misterio y como un ser de carne y hueso era hijo, esposo, padre, con tristezas y alegrías, sueños y ambiciones.

Heberto Antonio Linarte Rodríguez nació en Masatepe un 30 de marzo de 1929.  Su padre era Don Nicolás Linarte Jirón y su madre Doña María de Jesús Rodríguez Téllez, ambos dedicados a las tareas del campo.  A los pocos meses de nacido Heberto, su familia se traslada a la Hacienda El Crucero, en donde su padre es contratado como administrador y ahí, en una escuela multigrado cercana, estudia sus primeras letras; luego, es trasladado a casa de su abuela en Masatepe en donde cursa hasta el tercer grado.  Luego llega a Managua en donde ingresa al cuarto grado del Instituto Monseñor Lezcano que dirigían los ínclitos hijos de La Salle y posteriormente cursa la secundaria en el Instituto Pedagógico de Managua en donde se bachillera en el año 1948.

Por su dominio de las ciencias exactas se inclina por la Ingeniería e ingresa a la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad Nacional con sede en Managua.  Al mismo tiempo, imparte clases en una escuela nocturna ubicada en las cercanías de la Casa del Obrero.  A inicios de los años cincuenta, por razones personales abandona la carrera de Ingeniería. Coincide lo anterior con el hecho de que a su amigo el Dr. Alfredo Cardoza le ofrecen en el Instituto Pedagógico de Diriamba una plaza de docente, misma que la cede a Heberto.

De esta manera, a partir de 1951, Heberto se inicia como docente del I.P.D., en donde imparte las materias de Matemáticas y Física en secundaria. En 1955 se casó con la Sra. María del Socorro Cardoza Solórzano, hermana de su maestro y amigo Dr. Alfredo Cardoza con quien procreó siete hijos; desafortunadamente el último parto, de trillizos, tuvo serias dificultades y no sobrevivieron.  En 1968 los bachilleres del Instituto Pedagógico de Diriamba le dedican su Promoción al Prof. Heriberto Linarte.

Durante su labor docente en el Pedagógico, Heberto nunca se apartó de las labores agrícolas, pues siempre ayudó a su padre con la administración de la Hacienda El Crucero, así como de la finca de su propiedad en San Rafael del Sur llamada “Rancho Alegre”.  En 1970 que fallece su padre, Heberto hereda la administración de la Hacienda El Crucero y consigue un horario especial en el Pedagógico para poder combinar sus actividades, además de las clases que impartía en el Colegio Madre del Divino Pastor en sus dos planteles y ad honorem, en la escuela nocturna San Sebastián que fundara su amigo el Profesor Juan Carlos Muñoz para ayudar a los jóvenes de Carazo.

En 1974 después de un fuerte sismo que sacude a Carazo, el Instituto Pedagógico de Diriamba, después de 35 años de funcionamiento, cierra sus puertas definitivamente. Heberto queda abandonado a su suerte, pues los ínclitos hijos de La Salle fingen demencia y no le ofrecen absolutamente nada por sus 23 años de servicio, ni siquiera una alternativa de trabajo en Managua.  Heberto se dedica entonces de lleno a las actividades agrícolas, administrando además de El Crucero, una pequeña finca llamada El Pozo.

En los años ochenta, las fincas que administraba Heberto son confiscadas para favorecer a los “pobres”.  Sin muchas alternativas Heberto tiene que aceptar un puesto en la imprenta de su amigo Don Octavio Rocha en Managua.  Posteriormente, en 1983 a través de su ex alumno, el Profesor Rafael Narváez, originario de San Rafael del Sur y sanmarqueño por adopción, consigue una plaza de docente en el Colegio Corazón de Jesús de las Hermanas Betlemitas de Chinandega en donde imparte clases hasta el año 1984,  y logra ganarse el cariño del alumnado quienes le dedican las promociones de todos los años que estuvo allá.

Al año siguiente imparte clases en el Instituto Pedagógico de Managua, esta vez simultáneamente con su hijo menor quien impartía Matemáticas en segundo año.  El siguiente año lectivo, 1986, regresa a Chinandega a impartir su último año en esa ciudad pues tiene que regresar a El Crucero por razones de salud de su esposa.  En 1987 el Dr, Carlos Herrera le ofrece su plaza como profesor de Matemáticas en el Instituto Nuestra de las Victorias de El Crucero.  El Centro contaba apenas con el ciclo básico, sin embargo Heberto convence a Sor Bertha González que realizara las gestiones ante el Ministerio de Educación para incorporar toda la secundaria.  En 1989 el Instituto logra su primera promoción de bachilleres.

A mediados de los años noventa, la salud de Heberto empieza a deteriorarse debido a una diabetes padecida desde los cuarenta años y que comenzó a incidir en su vista y audición, lo que lo motiva a retirarse definitivamente de la docencia en 1995.  En ese mismo tiempo, la Hacienda El Crucero fue regresada a sus dueños y Heberto fue llamado a hacerse cargo de la misma.

A partir de entonces su salud fue deteriorándose poco a poco.  En 1997 sufrió un pequeño derrame cerebral que afortunadamente no dejó secuelas graves.  Por recomendaciones de su amigo el Profesor Bayardo Cordero, nunca dejó que le inyectaran insulina y recurría a remedios sencillos y a veces naturistas.  A comienzos de este año, su salud estaba en el límite y Heberto comenzó a presentir su muerte y hasta empezó a barajar fechas probables, que si el día de su cumpleaños el 30 de abril, que si el 11 de abril que era sábado de gloria en que cayó el día que nació o el 15 de abril fecha en que habían fallecido su padre y su abuela materna.

Fue el 16 de abril de 2009 que Heberto, rodeado de su esposa, hijos y nietos abandonó este mundo.  Fue su última voluntad que lo enterraran en el Cementerio de El Crucero, en una colina desde donde se divisa la montaña, el mar y Managua y fue allí en donde cargado por sus hijos y nietos bajó a su última morada.

Sus miles de alumnos se encuentran ahora en los puntos más inverosímiles del planeta y estoy seguro que en algún momento de sus vidas recordarán cariñosamente al Profesor y por eso en nombre de todos ellos, con el corazón de gratitud henchido, como dice el himno lasallista, digo: Querido Profesor Linarte, Descanse en Paz.

Agradezco profundamente al Profesor Heberto Linarte Cardoza, por haber compartido conmigo “El Retrato de mi padre”, que es un testimonio de la vocación y dedicación de un hombre que se entregó a la educación nacional, pero más que eso, es la muestra del amor y respeto que se ganó de parte de su familia.

Promoción I.P.D. "Heberto Linarte" 1968

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